Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Va a ser necesario algo más que un discurso en Sde Boker, el kibbutz del Negev donde Ben Gurion vivió hasta su muerte, para convertir a Ehud Olmert en Ben Gurion II. Aprovechar una ceremonia celebrada en ese emplazamiento histórico en honor del que fuera el primer primer ministro de Israel fue poco más que una estratagema concebida por alguien aficionado a las mezquinas intrigas de partido. En sí mismo, el no tan histórico discurso consiguió sólo caminar por la tan trillada senda de las «palabras vanas» en política.
El anuncio de Olmert de que Israel estaba deseando llegar a un acuerdo para que hubiera un estado palestino con contigüidad geográfica en Cisjordania está lejos de ser original. Era casi, palabra por palabra, la repetición del anuncio de Sharon una vez que hubo recibido la carta de garantías de Bush, la versión de la Casa Blanca de la Declaración Balfour. Desde luego, lo que Sharon, Bush y después Olmert querían decir es que estaban conformes con la existencia de un estado palestino, pero a cambio de que los palestinos renunciaran a sus demandas sobre el derecho al retorno, sobre Jerusalén como su capital e incluso de la retirada de Israel a las fronteras anteriores a junio de 1967. Pero hasta esto tiene un precio: los palestinos tienen que cumplir ciertas condiciones para probarse a sí mismos que son merecedores de una oferta que han rechazado. ¿Cuáles son esas condiciones? Debemos referirnos ahora a la situación en la que Olmert hizo su anuncio. Los palestinos deben aceptar las condiciones del Cuarteto: rechazar el terrorismo, reconocer a Israel y reconocer todos los acuerdos anteriores, incluso aquéllos que Israel no reconoce o nunca se mostró dispuesto a aceptar.
Olmert, y todos cuantos están detrás de él, están intentando entrometerse en el diálogo palestino por un gobierno de unidad nacional. No paran de batir el cuajo pero, para entender qué tipo de queso quieren fabricar, necesitamos recordar que anteriormente a esta ofensiva diplomática sometieron a los palestinos a un bloqueo económico que, al final, consiguió obligar a un gobierno elegido a reconocer la necesidad de quitarse a sí mismo. Así sea. Que cambie ya si es que ofrece el único camino de salida a una crisis que amenaza con precipitarse en una guerra civil. Sin embargo, la disolución del actual gobierno palestino y su sustitución por un gobierno de unidad nacional no es lo que quiere Israel. Israel quiere forzar a los palestinos a aceptar las condiciones del Cuarteto y que la resistencia palestina arroje la toalla. Para conseguir esto se necesita un determinado tipo de gobierno palestino y una clase adecuada de base popular.
Los políticos palestinos confían en que las presiones internacionales sobre el gobierno de Hamas harán que acepte a regañadientes la Carta de Concordia Nacional, aunque sea de forma provisional. Declaran oficialmente que, aunque este documento puede constituir la base de un gobierno de unidad nacional no puede ser la base para negociar con Israel. Aún así, cedieron ante las presiones populares llevados por el deseo instintivo de evitar la guerra civil, y firmaron la carta sobre la base de que serviría como fundamento para el cambio doméstico. Pero, ¿qué hay del bloqueo? ¿qué es lo que hizo que un gobierno electo se aviniera a cambiar? Ningún avance. En Palestina le prometieron a Hamas que el bloqueo se levantaría tan pronto como se formara el gobierno de unidad nacional. De lo que se deducía, pues, es que un nuevo gobierno de unidad nacional tendría que aceptar las condiciones del Cuarteto. La diferencia esta vez es que el debate sobre esas condiciones tendría lugar entre los miembros de un gobierno con una composición diferente. El hambre es un amo poderoso y la comida está siempre por llegar. Hamas, dirán, ha sido muy flexible hasta ahora y hay una distancia tan pequeña entre su actual posición y la del Cuarteto, que ¿porqué no aceptar las condiciones de éste? Entonces si Hamas se mantiene en sus trece, será culpado de poner en peligro el gobierno de unidad nacional e imposibilitar el levantamiento del bloqueo.
Precisamente porque no hay una solución justa en el horizonte, se supone que el gobierno de unidad nacional va a ser un medio para conseguir que se levante el bloqueo y se permita que los palestinos continúen resistiendo tanto tiempo como les sea posible. Sin embargo, para algunos, no es más que una herramienta para forzar a Hamas a aceptar las condiciones del Cuarteto.
Los dirigentes de Hamas están claramente preocupados por esta situación y si ellos no lo hubieran estado, Egipto se ocupó de dejar las cosas claras: Hamas tenía que dar algunos pasos sólidos hacia un compromiso con los europeos y estadounidenses. Hasta entonces se había decidido poner en reserva las cuestiones relativas al gobierno de unidad nacional, pendientes de garantías claras de que el bloqueo se levantaría una vez se formara el gobierno y también quedaría en espera un acuerdo sobre el reparto de puestos y carteras. Es decir, hay ahora dos precondiciones para la formación de un gobierno de unidad nacional: recibir una promesa inequívoca de algún poder exterior de que se va a levantar el bloqueo y, a nivel interno, acordar la distribución de puestos ministeriales.
Entonces va Olmert e interviene con su discurso -apodado erróneamente «iniciativa»-. Miren todas las ventajas que obtendrán al aceptar las condiciones del Cuarteto comparadas con la miseria actual que padecen bajo el bloqueo, les está diciendo, en la esperanza de que el pueblo palestino, o al menos un segmento influyente de él, presionará a su liderazgo en ese sentido. El discurso es inmediatamente recibido por Europa con aplausos, que no pudo esperar para aclamar a Olmert por su valor, aunque no había hecho más que sacudirle el polvo a las ideas de Sharon. Simultáneamente, confiaban en que, desde el interior de Palestina, habría voces que anunciarían que esas ideas eran «positivas» y que podían «servir como base para un inicio de negociaciones».
Aunque Olmert cree que es muy astuto al leer el mapa palestino e intervenir a favor de las «fuerzas moderadas», estas muy «moderadas fuerzas» podrían rechazar su intromisión porque, aunque no se den cuenta, son mucho más fuertes que antes. Se están viendo fortalecidas por la resistencia iraquí, que detestan, fortalecidas por la victoria de Hizbollah, de la que se burlan, y por el hecho de que EEUU les necesita ahora más que nunca, una vez que la política belicista iniciada tras el 11-S ha hecho aguas.
Los árabes todavía parecen no enterarse de que ahora son más poderosos a pesar de ellos mismos. Quizá estén sufriendo alguna forma de jet-lag por la confusión de los sucesos del 11-S, porque actúan como si EEUU todavía quisiera derrocar sus regímenes y, por tanto, sienten que para conseguir que EEUU desista de su idea en lo que respecta a sus asuntos internos, tienen que ofrecer concesiones sobre Iraq, sobre Palestina y sobre toda una serie de cuestiones árabes y que, ante todo, tienen que aplacar a Israel. Por eso, a pesar del hecho de que no necesitan ya congraciarse con EEUU porque ahora disponen de un apalancamiento considerable, todavía siguen determinados a desempeñar el papel de mayordomos siempre vigilantes de los intereses del patrón. Muchos árabes son incapaces de reconocer su propia fortaleza aunque ésta salte a la vista. Pero incluso si la reconocen -si, por ejemplo, encuentran que en alguna conferencia o cumbre la gente les habla con mucha mayor deferencia que antes- entran en estado de confusión, apartan la vista y continúan recibiendo órdenes. Se sienten tan cómodos instalados en su debilidad y jugando con ella ante el matón estadounidense que cualquier pensamiento de defenderse a sí mismos les hace completamente perder pie.
Pero el hecho es que con el atolladero estadounidense en Iraq, el fracaso de los planes de EEUU para poner orden en el Líbano tras el asesinato de Rafik Hariri y el fracaso de la aventura israelí en Líbano, los árabes podrían adoptar un tono más firme con EEUU. Podrían, por ejemplo, dar un puñetazo en la mesa e insistir en que europeos y estadounidenses acepten los resultados del consenso palestino sobre el gobierno de unidad nacional como razón para levantar el bloqueo y podrían lanzarles una advertencia sobre lo que podría pasar si rechazan esta demanda. Ellos, o al menos algunos de ellos, podrían ofrecer consejo a Washington sobre la locura de su política de confrontación contra Siria y sobre su determinación de ignorar la opinión de Siria.
Cualquier persona en sus cabales sabe que Iraq no reconquistará nunca su independencia y seguridad a menos que sus vecinos, especialmente Arabia Saudí, Irán y Siria, estén de acuerdo en cooperar para restaurar la estabilidad a cambio de una retirada completa y total de las fuerzas estadounidenses. Los aliados árabes de EEUU están en situación de persuadir a Washington que un acuerdo tal entre poderes regionales es la vía correcta de acción y que obstruirlo sólo agravará sus locuras. Del mismo modo, Washington podría realmente utilizar una tercera parte para presionar a sus aliados en Líbano a aceptar la idea de unidad nacional y no empujarles hacia la guerra civil mediante promesas y consuelos de que todo está bien y nada cambiará y, menos que nada, la política estadounidense.
Pero, además de los regímenes que no se dan cuenta que gracias a los movimientos de resistencia iraquí, libanés y palestino están en posición de hacer todo lo expuesto anteriormente, hay regímenes que prefieren no ofrecer ningún consejo en absoluto. Se contentan sencillamente con disfrutar de la atención estadounidense. No es sólo que estos regímenes hayan evolucionado acostumbrándose a la caciquil y servil relación que tienen con Washington, también han desarrollado interés en mantener la relación en ese tipo de equilibrio. Algunos de estos regímenes son ahora económicamente dependientes al haber vendido sus servicios de seguridad a los estadounidenses y, por tanto, no tienen ganas de ver cambios en sus políticas. Otros se han ido vinculando tan estrechamente a las políticas estadounidenses que estaban más apenados por el resultado de las elecciones al congreso que cualquier fan republicano.
Algunos de esos países forjaron su fortaleza de manera sigilosa y resolvieron utilizar cada piastra que tenían para asegurar la perpetuación del principio de que una onza de viejas políticas es mejor que una libra de las nuevas. Más que aprovechar sus ventajas en nombre de las causas árabes y en defender las posiciones árabes, sólo presionan por su vieja lista de demandas referentes a sus míseros intereses o a los intereses que facilitan sus sucesiones dinásticas.
Estos regímenes no consideran que gobernar sea un instrumento para poner en marcha toda una serie de proyectos políticos, económicos y sociales que persigan mejorar el nivel de vida de sus países. Son regímenes incapaces de pensar en nada que no sea su propio beneficio.
Texto original en inglés:
www.weekly.ahram.org.eg/2006/823/op2.htm
Sinfo Fernández forma parte del colectivo de Rebelión.