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Fundación del partido xenófobo No sé nada

Fuentes: Rebelión [Caricatura antinmigrante del siglo XIX. (Everett Collection Historical / Alamy Stock Photo)]

Como los futuros partidos nativistas que se refundarán una y otra vez hasta el siglo XXI, el Partido No Sé Nada es abiertamente xenófobo, antiinmigrante, anticatólico y está en contra de las tabernas y el alcohol.

Kensington, Pensilvania: El 6 de mayo de 1844, como represalia por las manifestaciones en su contra en el distrito irlandés de Kensington, Lewis Levin organiza una protesta de tres mil seguidores que matan a decenas de irlandeses y queman decenas de casas, además de las iglesias católicas de San Miguel y San Agustín. Ninguno de estos crímenes será juzgado y Levin será elegido Representante por Pensilvania, cargo del que tomará posesión el 4 de marzo de 1845, desde donde continuará su lucha contra los inmigrantes (de inmigrantes indeseados), responsables de la decadencia de América.

La Navidad, la fiesta romana en honor a la diosa del Sol, resistida mil años por cristianos de todo tipo, había desembarcado en la tierra prometida y ahora se ha convertido en el símbolo del cristianismo. Los protestantes en Estados Unidos se hacen a la idea, pero aún se niegan a aceptar esa horrorosa costumbre de emborracharse y regalar cosas en honor a Jesús. Este año, para San Valentín, la costumbre de comprar y vender en ocasiones religiosas también ha alcanzado proporciones ingobernables.

Por décadas, la mayor controversia en Estados Unidos no fue el asunto de la esclavitud sino de la invasión de los inmigrantes europeos no protestantes y de un blanco más bien extraño y sospechoso. Los inmigrantes y los hijos de inmigrantes ingleses y alemanes no quieren irlandeses. Son católicos y representan una variación impura de la raza blanca. En Europa, Inglaterra ha despojado a los irlandeses más pobres de sus tierras y de la protección política de su iglesia, lo que ha provocado un millón de muertos por hambre y otro millón ha debido emigrar a América por la vía más corta del Atlántico.

En América no son ni serán bienvenidos por al menos un siglo. Algunos son asesinados trabajando en las vías del ferrocarril para evitar la expansión de cólera y otras enfermedades contagiosas. Otros no pueden entrar a los restaurantes que, con letreros en sus puertas y ventanas aclaran: “No se aceptan ni perros ni irlandeses”. No con poca frecuencia se les advierte que no se presenten a llamados de empleo. En diferentes trabajos que requieren fuerza bruta y esclavos asalariados, se los elimina. Los irlandeses que conspiren por la independencia de Irlanda serán considerados terroristas, como lo fueron los indios antes, como lo serán los obreros alemanes a finales del siglo XIX y los italianos unas generaciones después.

Durante el siglo XX, cuando el miedo, el odio y la paranoia racial se traslade otra vez a los negros y a los mestizos de la Frontera sur, los irlandeses se asimilarán a la etnia dominante, convirtiéndose en blancos y hasta tendrán un presidente que, por otras razones, resultará asesinado con un disparo en la cabeza.

El abogado Lewis Charles Levin, quien en pocos meses más se convertirá en el primer congresista judío de la historia de su país, en el verano de 1843 había fundado el Partido Republicano Americano (luego conocido con el nombre de Partido Nativista Americano y, sobre todo, reconocido como Partido No Sé Nada por sus propios miembros).

Como los futuros partidos nativistas que se refundarán una y otra vez hasta el siglo XXI, el Partido No Sé Nada es abiertamente xenófobo, antiinmigrante, anticatólico y está en contra de las tabernas y el alcohol. Levin, el abstemio hijo de inmigrantes que en 1833 se había casado con Ann Christian Hays, familiar del presidente James Polk, tendrá una larga carrera política y morirá en un asilo para enfermos mentales. Entre sus contribuciones que lo sobrevivirán por mucho tiempo, se cuenta el haber logrado poner final a la convivencia civilizada entre católicos y protestantes en Pensilvania, el haber identificado a cierto grupo de inmigrantes europeos como nativos del continente americano, y demostrar que la retórica xenófoba es una poderosa arma política para unir una sociedad dividida por el fanatismo de sus colores y de sus clases sociales.

JM. De La frontera salvaje: 200 años de fanatismo anglosajón en América latina . Edición económica: