Las recientes elecciones celebradas en Galiza y en la denominada «Comunidad Autónoma Vasca», han vuelto a confirmar los problemas estructurales que arrastra el Estado español desde que en el siglo XV sus clases dominantes intensificaran la política imperialista atacando a pueblos soberanos, insertándolos a la fuerza, mediante la represión, en la dinámica de centralización estatal. […]
Las recientes elecciones celebradas en Galiza y en la denominada «Comunidad Autónoma Vasca», han vuelto a confirmar los problemas estructurales que arrastra el Estado español desde que en el siglo XV sus clases dominantes intensificaran la política imperialista atacando a pueblos soberanos, insertándolos a la fuerza, mediante la represión, en la dinámica de centralización estatal. Desde luego que en plena época feudal y cuando todavía partes de la península ibérica seguían disfrutando de una aplastante superioridad cultural y humanista, la musulmana, frente a inculta ferocidad cristiana, en esta época es imposible hablar de «Estado español» en el sentido capitalista actual, es decir, como espacio material y simbólico de acumulación de capital por parte la burguesía.
Sin embargo, ya entonces funcionaba al máximo una constante definitoria de las clases dominantes en la península –Portugal conquistó su independencia mediante una guerra de liberación en el siglo XVII– y que llegaría a ser típica de la ideología nacionalista española posterior: destruir al pueblo que se resiste. Sin piedad alguna, el poder peninsular exterminó a la muy superior cultura musulmana y a sus fuerzas productivas, masacró a los últimos restos rebeldes y sospechando con razón que los moriscos podían reiniciar la resistencia los expulsó a comienzos del siglo XVII. Mientras sucedía esto, Galiza fue sometida por las armas durante el siglo XV, destruyéndola como reino independiente. Inmediatamente después les tocó a los hebreos, que habían pagado la primera invasión de lo que se pensaba que sería una nueva ruta de Indias, pero resultó ser otro continente, para desgracia inhumana de sus habitantes. Los judíos fueron engañados y saqueados, y después expulsados en masa. ¿Y de la invasión militar del Estado navarro en 1512? La crisis de la casa de los Ausburgo en el siglo XVII preparó la base para el centralismo borbónico posterior, que irá creciendo con altibajos hasta la actualidad. El descoyuntamiento de la nación catalana iniciado entonces continúa en el presente con la fobia del partido socialista valenciano contra la lengua catalana, al igual que la de los socialistas navarros contre el euskara, el desprecio de los socialistas gallegos a su lengua y, por no extendernos, el odio de los socialistas castellanos a la verdadera historia de Castilla.
El capitalismo español construyó su Estado-nación entre el último tercio del siglo XIX y el comienzo del siglo XX, pero ya para entonces su bloque de clases dominante, formado por la unión de las clases dominantes en los pueblos y naciones oprimidas por el Estado, había asumido mayoritariamente determinadas características desarrolladas en los siglos anteriores: mentalidad inquisitorial, represiva y violenta; despreocupación por la ciencia y la tecnología y prioridad a la máxima explotación física de la fuerza de trabajo; típica doble moral que aúna la corrupción extrema, el clientelismo sociopolítico y el extremismo católico; y nacionalismo imperialista basado en la creencia racista de la superioridad de la «nación española». Luego, y a partir de las artes de la propaganda desde el púlpito y el confesionario, desde la escuela y los periódicos, el capitalismo español una quinta característica: la manipulación de masas con la industria político-mediática, muy controlada por la Iglesia pero también por las alianzas entre grupos económicos y partidos políticos. Bien mirado, estas características son comunes a todo sistema capitalista, pero aquí nos centramos en sus formas españolas.
Las muy reducidas minorías burguesas e intelectuales que, con sus diferencias, se enfrentaron a esta fusión entre represión, tecnofobia, corrupción clientelar, fanatismo religioso y manipulación ideológica, fueron calificadas de herejes, reformadores, afrancesados, masones, republicanos, rojo-separatistas y hasta terroristas, y perseguido, torturados, encarcelados, desterrados, quemados vivos o fusilados. El terror material y simbólico practicado durante siglos por la alianza sacrosanta entre propiedad privada, Estado en formación e Iglesia eterna, soldó una mentalidad, una subjetividad social actuante como fuerza material que unas veces gritaba: «¡Vivan las cadenas!»; otras el unamuniano «¡Que inventen ellos!»; otras «¡Detente bala, Dios está conmigo!», también «¡Vivaspaña!», o frecuentemente vociferaba todas a la vez.
No tiene sentido discutir qué colectivos humanos, mujeres, grupos sexuales, sectores intelectuales y fracciones progresistas, clases trabajadoras, pueblos y naciones fueron más masacrados que otros, porque la atrocidad máxima caía sobre ellos siempre que la propiedad privada española se veía en peligro. Como cualquier otro poder, el español dosificaba según sus necesidades y sapiencias el «terror calculado» y la «pedagogía del miedo», pasando en los momentos críticos al terror absoluto. Fuera en el Estado o en otros continentes, incluida la ferocidad en los Países Bajos, la propiedad privada española se basó siempre en la interacción desigual pero combinada de los cinco componentes vistos: terror en cualquiera de sus formas, prioridad de la plusvalía absoluta sobre la relativa, corrupción, catolicismo y manipulación. Semejante interacción de componentes explica cómo y por qué sucesivas castas y clases dominantes de los pueblos invadidos se integraban en el poder español, bien como colaboracionistas exteriores, bien como fracciones en su bloque de clases dominante. Las múltiples formas de corrupción, sus sutiles o burdos mecanismos de pagar traiciones y comprar fidelidades, y las específicas exigencias de orden y colaboración de mando que tiene la plusvalía absoluta, diferentes a las de la plusvalía relativa, estas y otras razones actuantes en la quíntuple totalidad descrita, explican en suma la capacidad de absorción e integración en el poder dominante de sectores más o menos amplios de poderes de las naciones invadidas.
En la medida en que tantos siglos de esclavización moral y física penetraban en la estructura psíquica de masas, en esa medida pero con velocidad y autonomía propias, las organizaciones de resistencia que surgían del interior de las masas trabajadoras no podían permanecer inmunes al riesgo de infección y pudrimiento por parte de todos o de algunos de los cuatro componentes de la totalidad analizada. Lógica y necesariamente, las organizaciones reaccionaras, derechistas, están ya formadas por esos «valores» consustanciales a la forma española de la civilización burguesa, pero las de izquierdas no están en modo alguno libres de esos riesgos. La historia del PSOE es un ejemplo brillante y estremecedor de cómo en mayor o menor grado este partido ha ido asumiendo activa o pasivamente estos «valores». Sobre la violencia, tortura y mentalidad inquisitorial, no hace falta extendernos. Sobre la tecnofobia y la prioridad de la explotación física antes que la basada en la formación tecnocientífica e intelectual, el PSOE ha hecho algunos esfuerzos por modernizar el capitalismo y aumentar su productividad media, pero insuficientes a todas luces, y sobre todo sin intentar un cambio cualitativo que reduzca el desprecio del nacionalismo español hacia la cultura y la ciencia. ¿Y qué vamos a decir sobre su «combate» contra la corrupción? El esplendoroso dispendio con el PSOE que mantiene llenas las arcas católicas, síntesis de la fe, muestra su plegamiento a la Iglesia eterna. Por último, la unidad político-económica que forman el PSOE y PRISA se extiende a la industria propagandística, cultural e ideológica.
Las fallas estructurales del capitalismo español son teóricamente incomprensibles si no tenemos en cuenta el peso material de estas realidades sociales. Sin recurrir al desprecio por las inversiones en tecnociencia y en nuevas fuerzas industriales productoras de bienes de producción, y al egoísmo cegato y corrupto por las ganancias inmediatas de la burbuja financiero-inmobiliaria, por ejemplo, no comprendemos nada de nada sobre el por qué de la pavorosa crisis sistémica actual. Pero para entender la insondable profundidad del abismo económico debemos a la vez entender el peso fundamental de las disciplinas laborales autoritarias, del papel de la violencia económica y sociopolítica en la forma de trabajo basada más en explotación de la fuerza física bruta que en la fuerza cualificada de trabajo, que requiere otra forma disciplinar. La corrupción genética esencial al capitalismo español y los lazos clientelares que se forman en la ilegalidad o alegalidad, explican también cómo todos los partidos han colaborado activamente con las fracciones empresariales y financieras más podridas para privatizar tierras colectivas, venderlas y enriquecerse con acuerdos simultáneos con el capital comercial que siempre, como los buitres, revolotea alrededor de la corrupción financiero-industrial. La Iglesia eterna, envalentonada, organiza movilizaciones de masas en defensa de los componentes más reaccionarios de la estructura psíquica de masas, predicando obediencia al poder y al patrón y militancia en el nacional-catolicismo. Cerrando el círculo, la industria de la alienación funciona a plena capacidad fabricando ansiedad y miedo paralizante utilizando como materia prima una crisis que no analiza radicalmente y que falsifica en su origen y consecuencias.
Las naciones oprimidas tampoco escapan a estas características en lo esencial aunque sus formas concretas varían según haya sido la historia particular de sus capitalismos correspondientes. La ley del desarrollo desigual y combinado opera también en estas cuestiones mostrando cómo la violencia, la tecnofobia, la corrupción, el catolicismo y la falsedad actúan con diversas intensidades en todos los capitalismos periféricos. No se salva ninguno, aunque como en el de Vascongadas, o «Euzkadi» para el PNV, la tecnofobia sea menor por el peso de la producción industrial de bienes de producción, pero sin llegar al peso fundamental que la tecnociencia tiene en los capitalismos imperialistas hegemónicos. En Galiza, por ejemplo, la tecnología naval y pesquera ha sido cuidada por su influencia económica central, pero en detrimento de otras tecnologías industriales y de la economía en general. En ambas naciones, la corrupción es una realidad pero que aparece en formas distintas, del mismo modo que el consumo de opio religioso. En las dos, el terror hizo estragos en las primeras fases del franquismo, para adquirir maquillajes diferentes contra el pueblo gallego.
Tenemos que partir de estas realidades para comprender las profundas dinámicas motrices de la dialéctica entre continuidad y cambio socioeconómico y político en las naciones oprimidas, como primer paso imprescindible para valorar luego los vaivenes superficiales en lo electoral. Por ejemplo, las diversas expresiones del nacionalismo español en Galiza y Vascongadas pasan a ser secundarias cuando en las elecciones autonómicas el sentimiento nacional gallego y vasco está enfrentado al nacionalismo imperialista español, que olvida sus diferencias secundarias permitiendo que amplias masas de votos fluyan del PP al PSOE en este caso, y en otros del PSOE al PP. La aparición de UPyD no anula lo dicho sino que lo confirma porque entones el nacionalismo español tiene más ofertas esencialmente idénticas entre las que escoger. La cuádruple característica descrita tiende a unirse en lo básico y esfumarse en lo accesorio para «salvar la unidad de España» en las naciones conquistadas.
Pero la ventaja del nacionalismo español es que dispone de un Estado que centraliza estratégicamente los ritmos evolutivos diferentes de las cuatros características, aunque con tensiones internas como, por ejemplo, el golpe que ha pretendido darle el PSOE al PP sacando a la luz una pequeña parte de la corrupción estructural. En Galiza, esta maniobra no ha surtido efectos porque es mayor el desprestigio del PSOE que el del PP, ya que, entre otras ventajas, éste segundo ha podido crear una densa malla clientelar de apoyos y obligaciones que ahora le han permitido movilizar más votos, además de otras razones. Pero en Vascongadas, en la «Euzkadi» triprovincial del PNV, además de los efectos de la «lucha» del PSOE contra la corrupción, otras cuestiones han pesado aún más en el giro al PSOE y a UPyD por miles de votos del PP como, principalmente, la tajante decisión estatal de endurecer la conquista del Pueblo Vasco con las bazas añadidas que ofrece un Gobiernillo Vascongado y un lehendakari abiertamente españoles, aunque haya ganado con métodos antidemocráticos, mentirosos y violentos. La garantía dada a los votantes del PP en las Vascongadas de que el PSOE aumentará la violencia simbólica, lingüístico-cultural y material contra el Pueblo Vasco, como lo está haciendo descaradamente en Nafarroa apoyando a UPN, esta garantía ha sido mucho más determinante que la supuesta «lucha» contra la corrupción.
El siempre necesario rigor teórico y metodológico, así como el respeto y admiración que sentimos hacia las izquierdas independentistas gallegas, nos exigen no aventurar hipótesis sobre los resultados electorales en Galiza antes de disponer de los estudios de las izquierdas independentistas de esta nación. Por otra parte, al izquierda abertzale ya ha ofrecido su valoración básica y nuclear sobre los resultados de las pasadas elecciones autonómicas, disponible en la Red, a la que, probablemente, seguirán otros análisis más extensos que enriquecerán lo ya dicho pero no lo cambiarán sustancialmente. Por lo tanto, aquí me limitaré a sugerir algunos puntos de reflexión crítica en primer lugar para las naciones oprimidas por el Estado español, y en segundo lugar para las izquierdas revolucionarias e internacionalistas españolas, que existen. La intención, como siempre, es varias tesis propiciadoras de un debate colectivo amplio y radical sobre qué futuro tenemos las naciones sin Estado dentro del Estado español y, a la vez, provocar una reflexión en las izquierdas estatales sobre el contenido reaccionario del nacionalismo español.
La primera tesis es que la suerte del capitalismo español es la suerte de su nacionalismo y de su Estado burgués. Dicho de otro modo, capitalismo, nacionalismo y Estado forman una unidad que se sostiene en la explotación de las clases trabajadoras y naciones oprimidas, de las mujeres, de la fuerza de trabajo emigrante, y de los pueblos explotados por las transnacionales de cuna española, etc., y que recurre a la violencia más extrema para garantizar su propiedad privada, pero dosificándola por las «regiones de España» según sus rebeldías respectivas. De cualquier modo, la evolución del capitalismo español ha llevado al su cúlmen el problema de la democracia como forma de poder. La democracia en abstracto es el instrumento político que permite al nacionalismo español ocultar las características vistas dando una imagen de modernidad, encauzar por los canales que él ha impuesto la mezcla de malestar difuso o concreto e indiferencia y pasividad, anulándolos y volviéndolos funcionales al sistema, y anular los derechos nacionales de los pueblos oprimidos.
La democracia real, práctica y activa, debe ser recuperada como esencia de la acción de las clases y de los pueblos. Ninguna de las características analizadas es compatible con acción democrática de las masas, y menos con la de los pueblos oprimidos. La explotación asalariada, la violencia, la corrupción, la burocracia eclesiástica y la mentira convertida en verdad oficial chocan frontalmente con la acción democrática porque ésta no es sino el ejercicio de la autodeterminación consciente y libre. La autodeterminación democrática, sea colectiva o individual, exige información veraz y contrastable, libertad y tiempo de debate público, pero sobre todo exige seguridad y certidumbre de que su voluntad mayoritaria democráticamente decidida será respetada por el poder establecido, es decir, que éste asuma someterse a la democracia que niega y persigue. Por tanto el derecho de autodeterminación y la garantía de su realización democrática, son una necesidad elemental e imprescindible.
La segunda tesis es que el capitalismo español readecua y adapta las formas superficiales de su nacionalismo a las necesidades de la acumulación, de modo que, en apariencia, puede hablarse de varios nacionalismos diferentes cuando en realidad solamente hay uno y básico. La burguesía española, como cualquier otra, dispone de industrias que producen ideologías de consumo desechable, y de aparatos de seguimiento, control y censura que vigilan que tales modas ideológicas no cuestionen la base de su nacionalismo. Pero también se preocupa y mucho en que esa industria modernice y adecue periódicamente las formas más obsoletas o innecesarias del nacionalismo básico ampliando sus contenidos, ofertas y atracciones. En el Estado español, además debe hacerlo con más premura por la existencia de fuertes sentimientos regionalistas, autonomistas, nacionalistas opuestos e independentistas. Contra estos últimos sobre todo, pero también contra los nacionalismos no españoles, van destinadas las vigilancias más atentas y permanentes.
Las naciones oprimidas se ven, por tanto, en la necesidad de seguir atentamente el proceso modernizador del nacionalismo español para mantener una lucha teórica, cultural, social y política contra su núcleo permanente y contra sus nuevas formas externas. Si el sentimiento nacional de un pueblo se estanca en su expansión y mejora, no tardará mucho tiempo en iniciar un retroceso frente a nacionalismo de Estado. El pueblo sin Estado carece de los recursos estratégicos imprescindibles para realizar esas labores con la idoneidad de medios suficientes, teniendo en cuenta la aplastante superioridad de medios del nacionalismo estatal. Pero las respuestas de los pueblos dominados a los cambios del nacionalismo dominante no pueden realizarse sin la iniciativa directora de sus clases trabajadoras, que son la mayoría de la población y las únicas que pueden aportar la experiencia vital necesaria para crear un proyecto independentista hegemónico, ya que la burguesía ni puede ni quiere hacerlo. Allí en donde es apreciable la cantidad de población emigrante de primera generación y en donde todavía la de segunda generación está socializada en la cultura nacional de sus padres, de la primera generación, en estos sitios, la adecuación permanente del independentismo a las repuestas del nacionalismo estatal se vuelve una necesidad vital ya que el Estado presiona por todos los medios para reforzar su nacionalismo entre dicha población.
La tercera tesis es que las naciones dominadas han de dar el paso sin retorno al objetivo de dotarse de un Estado propio que facilite la consecución de estas y otras conquistas necesarias. El debate sobre la necesidad de los Estados de las naciones no españolas ha de saltar a la palestra de las discusiones teóricas y políticas, sociales y comunes no sólo en interior de esos pueblos indefensos, sino dentro mismo del Estado español. Debates que deben basarse en lo irrepetible de la quíntuple característica del capitalismo español. Ninguna nación puede ser libre en medio de la violencia, la débil productividad del trabajo, la corrupción generalizada, la intolerancia religiosa y la alienación mediática. Atada por estas cadenas, la nación se dejará llevar por la corrupta, fanática y egoísta clase burguesa, que aplicará la violencia contra la mayoría trabajadora y que no dudará en pedir ayuda a otros Estados opresores para garantizar su propiedad privada de las fuerzas productivas.
En las condiciones actuales del capitalismo estatal y mundial, retrasar la socialización del debate sobre la necesidad del Estado propio es conceder un precioso tiempo de recuperación y de reforzamiento al Estado opresor y a su nacionalismo. Dada la gravedad extrema de la situación socioeconómica, ninguna medida contra la crisis del capital puede ser efectiva sin el soporte estatal, y las naciones sin Estado padecen una absoluta indefensión en todos los sentidos. La ley de la concentración y centralización de capitales se aplica, con algunas diferencias secundarias, a la centralización estatal en todas aquellas temáticas vitales para la acumulación capitalista, y aunque esa misma ley exige que los Estados vayan confluyendo en una unidad superior, la UE en nuestro caso, ello no implica la extinción de los Estados sino su adecuación y reorganización, cediendo unos poderes pero desarrollando aún más otros. Los pueblos oprimidos flotan como corchos en este temporal de decisiones de largo alcance tomadas sin consultarles, generalmente usándolos como peones de intercambio en beneficio de las naciones dominantes protegidas por sus propios Estados.
La cuarta tesis es que las naciones oprimidas no pueden cometer el error de caminar cada una por su lado, sin establecer efectivas relaciones de solidaridad internacionalista entre ellas para hacer frente común al Estado dominante. Decirlo es tan obvio que parece una repetición mecánica, pero volviendo a la crisis actual y a los problemas de mando y hegemonía dentro de la UE y de otros bloques imperialistas mundiales, vemos que ahora más que nunca dicho internacionalismo solidario entre los pueblos dominados es más necesario que nunca antes. No merece la pena repetirse al respecto. ¨
La quinta y última tesis trata sobre las izquierdas revolucionarias españolas. No somos quienes para decirles qué deben hacer y qué no, pero sí tenemos el derecho y la obligación de recordarles la aplastantes experiencia histórica según la cual «un pueblo que oprime a otro pueblo nunca será libre». Sabemos que, de nuevo, el internacionalismo está recuperándose entre las personas conscientes de que la Constitución monárquica y el Estado son verdaderas cadenas irrompibles si no se debilita sustancialmente el nacionalismo español dentro del Estado y dentro de las naciones que éste oprime. Los resultados electorales en Galiza refuerzan objetiva y subjetivamente al PP y la imposición antidemocrática del PSOE en Vascongadas refuerza al PSOE en el Estado. Así, dos de las patas del monstruo salen fortalecidas, pero también otras como el afán militarista e imperialista de, por fin, vencer a los «bárbaros del norte», el nacional-catolicismo que podrá castigar a los denostados «curas vascos», la corrupción generalizada que seguirá manteniendo las redes de distribución de drogas con una Galiza mejor controlada y que verá aumentar su mercado en una Euskal Herria que ya fue sumergida en un océano de heroína por tramas oscuras y, por no extendernos, con una industria político-mediática que aumentará sus beneficios al tener que fabricas una nueva versión interesada y mentirosa sobre aquél dicho según el cual ser vasco es ser doblemente español: por vasco y por español. Y la gran derrotada será, otra vez, la clase trabajadora del Estado.
Las izquierdas revolucionarias españolas tienen que pensar sobre la manifiesta imposibilidad de ser de izquierdas siendo a la vez nacionalista español.