El gas renovable es una maniobra de distracción de la industria de los combustibles fósiles para poder seguir en el negocio.
La industria del gas tiene una hoja de ruta: limpiar su imagen. Y lleva tiempo inmersa en una frenética actividad para conseguirlo. Conceptos como «combustible de transición», «amigo del clima», o «fuente de energía limpia», se prodigan en campañas publicitarias, eslóganes impresos en flotas de vehículos, o declaraciones de aquellos líderes políticos que quieren impulsar el desarrollo del gas natural. El Acuerdo de París marcó la senda de una nueva narrativa que imponía la urgente descarbonización de las fuentes energéticas para poder contener el aumento de temperatura a final de siglo. Una auténtica amenaza para la industria de los combustibles fósiles que, en un esfuerzo denodado por sobrevivir en este nuevo escenario, necesita urgentemente redefinirse para aparecer como algo que, rescatando la mítica frase, «no puede ser, y además es imposible»: formar parte de la solución climática. La última vuelta de tuerca de este proceso es el «gas renovable» un tótum revolútum de amable apariencia que incluye opciones diversas y que la industria pretende usar de coartada para mantenerse en el negocio.
¿Qué es?
Bajo el término gas renovable, acuñado por la industria, se encuentran varias posibilidades de muy diversa índole que incluyen el biogás, el biometano, el hidrógeno, y el gas sintético producido a partir de excedente renovable.
Biogás. El biogás es un gas que se produce por la digestión anaerobia de la materia orgánica, ya sea biomasa, cultivos energéticos, residuos, lodos de depuradora, o estiércol. El gas obtenido mediante este proceso presenta una serie de impurezas que impiden que pueda ser inyectado a la red, por lo que debe ser utilizado (quemado) a nivel local o depurado para transformarlo en biometano.
Biometano . El biogás puede ser purificado y transformado en biometano, que ya puede ser inyectado en la red normal de gas y ser transportado. Actualmente en Europa el 89% de la producción de biogás se consume de forma local para generar calor o electricidad en las instalaciones donde se produce. Competir con estos usos en esos sectores -que también necesitan descarbonizarse- para producir biometano que pueda así nutrir el mix energético, posiblemente no sea la mejor idea. El biometano tiene la misma composición química que el metano del gas fósil; se trata un gas de efecto invernadero con un potencial de calentamiento 86 veces superior al del CO 2 en los veinte primeros años de vida. El argumento que pretende presentar al gas natural como combustible «limpio» se basa en las menores emisiones de CO 2 que presenta durante la combustión (en relación al carbón o al petróleo). Sin embargo si se fuga una cantidad significativa de gas a la atmósfera en algún momento del proceso, se anulan las ventajas climáticas. Investigaciones recientes muestran que las fugas reales de metano a lo largo de toda la cadena de suministro son en realidad un 60% mayores de lo que se había estimado hasta la fecha, con lo que presentar al biometano -que también se puede fugar a la atmósfera- como una opción limpia, carece de sentido.
Además, en función del sustrato de origen, estos los procesos para obtener estos dos combustibles presenta diversas objecciones. En el caso de que el proceso emplee biomasa o cultivos energéticos, es importante posar la mirada en la negativa experiencia de los biocombustibles, una fuente energética que pretendía tener una huella climática menor que la de los combustibles fósiles y que ha acabado generando unas emisiones en muchos casos mayores una vez integrado todo el ciclo de vida, además de toda una problemática asociada de competencia por cultivos alimentarios, deforestación, acaparamiento de tierras y desplazamiento de comunidades. En caso de obtenerse el gas a partir de estiércol, es importante señalar que este se produce principalmente en grandes instalaciones de ganadería intensiva, eje central de un modelo agroindustrial que presenta múltiples impactos tanto en términos de emisiones, como de contaminación. La proliferación de las macrogranjas es una amenaza creciente en el medio rural de nuestro país que podría verse aún más espoleada si incentivamos la dependencia de estas instalaciones para generar la materia prima para el biogás/biometano. Además un futuro climáticamente sostenible requiere una gestión agroganadera basada en modelos agroecológicos, así como unos cambios en las pautas de consumo que reduzcan drásticamente el consumo de carne; ambas tendencias limitarían enormemente la disponibilidad de biomasa por esta vía. Algo parecido ocurre cuando estos gases se obtienen a partir de residuos. Lo que a priori podría parecer como una buena forma de reaprovechar la basura, podría acabar generando un incentivo para producirla y obtener así mejores tasas de obtención de gas. En cualquier caso en países mediterráneos como el nuestro, donde los suelos se encuentran a menudo muy empobrecidos, existen otros usos para la los residuos que deben considerarse. Unas buenas políticas de separación en origen de la materia orgánica y su empleo como enmienda agrícola para devolver los nutrientes al suelo, harían ver reducido a buen seguro el potencial real de biogás/biometano que podría obtenerse por esta vía. Solo empleando las mejoras técnicas podría combinarse la obtención de este biogás a partir determinados subproductos de procesos encaminados a una mejor depuración y recuperación de la materia orgánica, cuyo fin último sería su vuelta al suelo para garantizar el cierre de los ciclos de los nutrientes. Sin embargo el potencial de producción real de gas por esta vía probablemente sea escaso.
Hidrógeno . La electricidad puede ser utilizada para romper las moléculas de agua y producir oxígeno e hidrógeno que puede ser utilizado como combustible. Este es un proceso altamente ineficiente en el que se pierde muchísima energía. La eficiencia total de un sistema de calefacción con pila de combustible se estima en un 45%; es decir, menos de la mitad de la energía introducida en el proceso se puede utilizar al final para calentarse. Además la red de gas normal de la que disponemos no admite más que una pequeña proporción de hidrógeno, que por encima de determinados niveles (en torno a un 10%) puede dañar el sistema, empezando por los propios electrodomésticos que utilizan gas como combustible (hornos, cocinas, calderas,…). Aunque hay alguna experiencia piloto en marcha para transformar la red de distribución municipal para hacerla compatible con el hidrógeno, esto no está disponible a gran escala, y el destino más probable para este hidrógeno es ser transformado en «metano sintético».
Metano sintético . El hidrógeno puede ser combinado con CO2 para producir metano sintético, en un proceso aún menos rentable energéticamente que el anterior. Este metano ya podría ser inyectado en la misma red que el gas fósil, y estaría sujeto a los mismos problemas de fuga a la atmósfera que ya hemos mencionado, con el consiguiente riesgo climático. No es baladí la ironía de que un proceso que pretende exhibir el marchamo de «limpio», requiera una fuente constante de CO2 para poder sostenerse. La industria plantea que el CO2 necesario para el proceso podría venir de captura a partir de procesos industriales (algo que hace disminuir aún más la eficiencia y que nunca ha arrancado tecnológicamente a una escala viable) o a partir de tecnologías de captura de CO2 a partir directamente del aire, un proceso energéticamente costoso, aun en fase experimental y que requiere de importantes extensiones de terreno.
La industria denomina estos procesos «renovables-a-gas» (power-to-gas o P2G, por sus siglas en inglés) porque argumenta que tanto el hidrógeno como el metano sintético podrían producirse gracias al excedente de energías renovables, en los momentos en que hubiera picos de producción de solar o eólica que el sistema eléctrico no pudiera asumir. De este modo la industria del gas plantea que el gas estaría sirviendo de sistema de almacenamiento. En el caso de que se optara por acoplar a cada planta de P2G su propia instalación de producción de energía renovable -atendiendo al elevado consumo energético del proceso-, el destinar parte de la capacidad de generación de electricidad renovable a este fin competiría con otros esfuerzos para descarbonizar el sector eléctrico. En el caso de obtener la electricidad de la red, solo en un sistema eléctrico que ya fuera 100% renovable se podría garantizar que la (nuevamente) elevada cantidad de energía requerida para estos procesos proviniera de un exceso de renovables. De lo contrario se podría dar la siguiente paradoja: que se esté generando electricidad a partir de combustibles fósiles (por ejemplo a partir de gas natural) y que esa electricidad sea utilizada para producir metano sintético que vuelve a ser introducido en la red de distribución del gas, en un proceso absurdo absolutamente derrochador de energía.
¿Qué potencial tiene?
En la actualidad, sólo alrededor del 4 % del gas que se consume en la UE es renovable, y se produce principalmente a partir de cultivos como el maíz. Sin embargo, en sus esfuerzos por presentarlo como una pieza clave en la descarbonización, el sector del gas le otorga al «gas renovable» un gran potencial futuro. Según Eurogas, la patronal del sector, para 2050 el gas renovable podría representar el 76% de todo el gas. Un estudio realizado para Francia por las empresas francesas de transporte y distribución de gas (GRTgaz y GRDF) en coalición con la Agencia Medioambiental y de la Matriz Energética (ADEME) eleva el potencial al 100% en el país vecino para esa misma fecha. De igual modo la multinacional francesa del gas, Engie, va más allá al afirmar que el 100% del gas podrías ser «verde» en toda Europa para ese mismo año. En realidad hablar de «gas verde» trasciende el concepto de «gas renovable», en la medida en que la industria del gas pretende limpiar la imagen de «todo» el gas, de forma que considera también como una opción limpia o verde a aquel gas natural al que se le acoplan tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS), independientemente de su origen fósil. Habla en ese caso la industria de «gas descarbonizado» o «bajo en carbono». El ideario completo se resume bien en la siguiente declaración de Gas Infraestructure Europe, el lobby europeo que agrupa a los operadores de gasoductos, almacenes de gas y terminales de regasificación: «Ya sea gas natural, biometano o hidrógeno, el gas tiene unas características únicas necesarias para ecologizar nuestro sistema energético». Es decir, el plan es por tanto «rehabilitar» la imagen de todo el gas -incluso la de aquel no acoplado a CCS- pues, siempre según la industria, incluso siendo gas fósil, merecerá la pena porque siempre será más limpio que el carbón.
La propia industria ha realizado estudios que nos demuestran que el potencial real del «gas renovable» es mucho más limitado. El grupo Gas for Climate, integrado por empresas del gas como Snam, Gasunie, Fluxys, o la española Enagás, encargó a Ecofys un estudio que calculaba en 122bcm el potencial de gas obtenido de fuentes «renovables» para 2050. El consumo en la Unión Europea en 2017 fue de 548 bcm. Y si acudimos a estudios independientes las expectativas se desinflan mucho más. Un análisis de la consultora E3G considera que el potencial real para el gas descarbonizado o para el gas renovable es muy limitado y es una mala idea desde el punto de vista económico, de forma que los esfuerzos deberían ponerse en aquellos sectores más difíciles de descarbonizar (como el sector industrial del acero, donde el gas podría jugar un papel).
Por su parte el ICCT (el organismo que destapó el escándalo del DieselGate) alerta de que apenas el 7-12% de la demanda de gas pronosticada para 2050 podrá ser cubierta con gas renovable, especialmente si se quiere evitar repetir errores como los cometidos a raiz de la política expansiva de los biocombustibles. En relación al transporte, un sector donde la industria del gas insiste en entrar, el máximo potencial de aprovechamiento, en el supuesto improbable de que todo el biogás y el biometano se asignara a este uso, la contribución sería del 9,5% de la demanda energética del transporte de toda la UE en 2030, como ha puesto de relevancia un reciente informe de T&E.
Estas cifras nos revelan las verdaderas intenciones. La industria del gas es una, y su objetivo es seguir vendiendo gas, a pesar de los acuerdos climáticos. Utiliza la tarjeta de visita del «gas renovable» como una coartada que le permita seguir en el mercado. La expectativa de un perfil ambiental más limpio mañana se pone así al servicio de seguir justificando hoy la inversión de dinero público en infraestructuras de transporte y almacenamiento de gas, socialmente muy cuestionadas, que pretenden dotar de un nuevo significado a este combustible fósil, envolviéndolo en toda esa jerga sostenible. No debemos dejarnos distraer de las medidas que realmente necesitamos, que pasan por una reducción de la demanda y un desarrollo genuino de las renovables (principalmente solar y eólica) que nos permitan abandonar definitivamente los combustibles fósiles de una vez por todas.
Samuel Martín-Sosa es doctor en biología, experto en política ambiental europea y Responsable de Internacional de Ecologistas en Acción
Fuente: https://blogs.publico.es/ecologismo-de-emergencia/2018/11/02/gas-renovable/