Quienes se han atrevido a ir más lejos en sus críticas a Israel han comparado su política en Gaza con el apartheid sudafricano. No comprendo la suavidad de esta condena pues los gobiernos racistas de Sudáfrica nunca lanzaron misiles contra Soweto ni intentaron llevar a cabo el exterminio sistemático de todos sus habitantes. Con lo […]
Quienes se han atrevido a ir más lejos en sus críticas a Israel han comparado su política en Gaza con el apartheid sudafricano. No comprendo la suavidad de esta condena pues los gobiernos racistas de Sudáfrica nunca lanzaron misiles contra Soweto ni intentaron llevar a cabo el exterminio sistemático de todos sus habitantes. Con lo único que puede compararse Gaza es con el gueto de Praga (durante los periodos en los que Israel no ataca), y en momentos como el actual, con Auschwitz. Los israelíes solo pueden calificarse de nazis. Como los nacionalsocialistas, no buscan oprimir y explotar, sino exterminar. Pero a diferencia de sus maestros alemanes no necesitan para ello haber construido una maquinaria bélica capaz de hacer iniciar una guerra mundial. Israel no es más que un país económica y militarmente insignificante que no puede hacer frente a un oponente adiestrado y decidido como demostró su derrota ante Hizbulá en la última invasión del Líbano. No tiene ni siquiera la capacidad de masacrar a un enemigo indefenso, como son los palestinos, sin recibir una constante asistencia económica y de armamento de occidente y sus aliados. Israel no es más que un Estado inviable que sólo puede perpetrar sus crímenes con el permiso y la ayuda de otros.
Sin embargo, parece que en la actual operación «zona de seguridad» está llevando sus planes más allá del papel de Estado gendarme regional que hasta el momento le habían asignado los Estados Unidos: ha emprendido por su cuenta una limpieza étnica de la zona de Gaza con la que pretende expulsar definitivamente a los gazatíes de su territorio. Es la puesta en práctica por parte de Netanyahu de lo que Himler llamó la solución final. No se trata, claro está, de que Israel pretenda acabar con la vida de cada uno de los 1.800.000 habitantes de la Franja pero sí de arrasar sus viviendas, sus míseras infraestructuras y servicios, sus explotaciones agrícolas; de hacer imposible la vida allí incluso en las condiciones más infrahumanas. Netanyahu parece creer que de esa manera los palestinos desaparecerán, no por las fronteras de Israel o Egipto que permanecerán cerradas, sino de alguna forma que al primer ministro Israelí le interesa tan poco como ahora le inquieta que los civiles palestinos no tengan lugar alguno donde refugiarse y sin embargo les avisa, con minutos de antelación, de que abandonen sus casas y sus barrios porque van a ser bombardeados. Estamos asistiendo a un salto cualitativo con respecto a anteriores incursiones en Gaza. No se trata ya de una operación castigo con objetivos limitados por más bárbaros que fuesen los medios. Esta vez no se trata de dominar por medio del terror sino pura y simplemente de exterminar. ¿Cómo puede Israel extralimitarse de ese modo? Curiosamente esto sucede por la debilidad de su protector, los Estados Unidos.
La anterior afirmación puede parecer paradójica pero responde fielmente a los hechos. Recordémoslos. En el 2003 los Estados Unidos parecían haber llegado a la cima de su poder imperial. Nunca en la historia, se decía, una potencia había dispuesto de una supremacía militar semejante. Ninguna otra nación del mundo podía oponérsele por lo que no había obstáculo alguno para que impusiera su ley en cualquier lugar del mundo. Engañado por su propia propaganda, Bush emprendió la invasión de Irak cuando la guerra de Afganistán estaba aún en su comienzo y se tropezó con una realidad que no esperaba ya fuera por su increíble estupidez o por su avidez para los negocios sucios. En efecto, para ocupar al mismo tiempo Afganistán e Irak, hubiera necesitado una fuerza sobre el terreno de unos 600.000 hombres, lo cual supone una fuerza de reserva cercana al millón para relevar a las tropas de ocupación. Esas cifras se alcanzaron en la guerra de Vietnam gracias al reclutamiento general, pero ningún presidente volverá a cometer el error de Johnson de forzar a la juventud a alistarse obligatoriamente para participar en una guerra que en nada les concierne.
No debemos olvidar tampoco el aspecto económico de estas aventuras militares. El costo de la guerra de Vietnam ocasionó la crisis de 1973 mientras que los gastos de los delirios bélicos de Bush están en el origen de la actual crisis económica, que a pesar de haber enriquecido a los más ricos no deja de constituir una amenaza para el dominio mundial del capitalismo occidental e incluso para la supervivencia del mismo capitalismo. Los Estados Unidos, el Estado más endeudado del mundo, no estaba capacitado económica ni militarmente para las invasiones que emprendió y hoy se ve obligado a abandonar Afganistán mientras ha dejado en Irak un gobierno bajo la influencia de Irán, su mayor enemigo durante las últimas décadas.
Los Estados Unidos se encuentran en retirada y en un futuro inmediato solo serán capaces de apoyar fuerzas locales afines como en el caso de Ucrania. Su renuncia a dejarse arrastrar por Gran Bretaña y Francia al conflicto sirio es la mejor prueba de este estado de cosas. Detrás de sí dejan, sobre todo en Oriente Medio, un gran vacío de poder que ninguna potencia occidental o ningún Estado cliente (Arabia Saudí o los Emiratos), están en situación de ocupar. Pueden, lo han hecho en Irak y Libia, dejar tras de sí el caos, pero son incapaces de generar un nuevo orden imperial. Si añadimos a la situación la probable victoria del bando de Al Assad en Siria, con el consecuente aumento del poder de Hizbulá en el Líbano, y el previsto fin de las sanciones a Irán que significará su reinserción en el mercado mundial, tendremos tan claro como lo tiene Netanyahu, que las perspectivas de la constante expansión de Israel en tierras palestinas es sombría.
El Gobierno israelí ha llegado a una conclusión razonable: lo que no obtenga ahora no lo conseguirá jamás. Por eso trata de acabar con los palestinos de una vez por todas sin que importen nada las reacciones que su conducta genocida despierten en la opinión pública de los países occidentales o las condenas de las Naciones Unidas. Ésta es la primera vez que Israel desdeña la guerra de propaganda, pues sabe bien que en el futuro la propaganda importará poco. En el futuro escenario geopolítico el Estado judío se encontrará cada vez más aislado y más a merced de sus enemigos a los que, acosándolos sin poder vencerlos, ha fortalecido. Israel es consciente de que está jugando su última carta, por eso podemos esperar lo peor del ataque actual. Cuando éste concluya, sobre la devastación palestina y el desgarro de Siria y el Líbano quizá puedan surgir las condiciones de un nuevo orden en Oriente Medio, libre, por fin, de la locura genocida del sionismo y del yugo de los intereses de occidente.
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