Domingo, once de noviembre de 2007. Hacia las cuatro de la mañana el empresario farmacéutico Salim Madani se encuentra en Sufa, el único paso fronterizo de la Franja de Gaza que el gobierno de Israel abre muy de vez en cuando. Hace catorce días que espera que un camión cargado de medicinas para su distribución […]
Domingo, once de noviembre de 2007. Hacia las cuatro de la mañana el empresario farmacéutico Salim Madani se encuentra en Sufa, el único paso fronterizo de la Franja de Gaza que el gobierno de Israel abre muy de vez en cuando. Hace catorce días que espera que un camión cargado de medicinas para su distribución en la Franja, detenido en el lado israelí, obtenga permiso de ese gobierno para descargarlas en otro camión dispuesto a recibirlas en el lado palestino, en Jan Yunis.
Hace muchos meses que enfermos palestinos mueren porque muchos otros camiones no son autorizados para transportar medicinas -ni otros productos básicos- a la prisión en que se ha convertido Gaza. Los niños mártires Mohammad Turk, Mohammad Helow y Shaban Lulu, son tres de los centenares de palestinos fallecidos en los últimos tiempos por los efectos del bloqueo israelí e internacional.
El hospital de la ciudad de Gaza Shifa’a informó el cinco de septiembre de 2006 que los tres menores fallecieron a causa de complicaciones renales que no pudieron ser tratadas por la falta de medicinas apropiadas. El Director General de Emergencias del Ministerio de Sanidad advirtió entonces del peligro de muerte al que se enfrentaban seiscientos niños más afectados por insuficiencias renales.
Desde esa fecha, en realidad desde que Israel ocupó Palestina, salta a la vista que niños, ancianos, mujeres y hombres palestinos corren un riesgo cierto de perder su tierra, su casa, su medio de vida y hasta la vida misma, por el mero hecho de no ser judíos.
También desde esa fecha es claro que el resto de naciones no quiere poner fin a este genocidio a cámara lenta, sino que por el contrario ha decidido contribuir de diversas formas a que Israel lleve a cabo su propia Solución Final en Palestina: dándole armas, dinero, apoyo político y castigando a los palestinos de Gaza con un boicot que clama al cielo por su crueldad.
Aquí, en España, el doce de septiembre de 2007, mientras que la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCAH) hacía pública la cifra de muertos palestinos bajo las balas y misiles israelíes (4.878, 969 de ellos niños), la Fundación Príncipe de Asturias, en un acto comprensible en un psicópata como Hannibal Lecter, otorgó el Premio de la Concordia al Museo del Holocausto de Jerusalén, «recuerdo vivo de una gran tragedia histórica, por su tenaz labor para promover, entre las actuales y futuras generaciones, y desde esa memoria, la superación del odio, del racismo y de la intolerancia» (sic).
Salim, harto de esperar para nada, está a punto de volverse a casa, un día más, cuando observa que otro camión aparece en el lugar que debía ocupar el suyo. Extrañado, decide quedarse. Varios trabajadores llevan a cabo con rapidez el traspaso de la mercancía que trae el camión a través de territorio israelí al camión que la recibe en el lado palestino, sistema obligatorio implantado por Israel para dificultar al máximo la vida a los palestinos.
¿Otras medicinas, quizás comida, quizás productos de primera necesidad, alguna mercancía urgente? Nada de eso, sino montones de pancartas, banderas, banderines, camisetas y gorras para su uso en la manifestación del día once.
Gracias a la política de Solución Final ralentizada, en la Franja de Gaza falta de todo y no entra casi nada. Además, el paso de Sufa, según el informe nº 50 de nueve de noviembre de 2007 de la OCAH, «carece de la infraestructura apropiada para la distribución de alimentos y medicinas» y «ha permanecido abierto seis días de los nueve que tenía previsto hacerlo desde el último informe, el nº 49, de dos de octubre».
Con términos menos técnicos pero de forma más acorde con la realidad, lo que en realidad dice la OCAH es que los israelíes dejan que la comida se estropee y se pudra, al tiempo que las medicinas caducan y así las «bestias de dos patas» (o sea, los palestinos en lenguaje de Israel) enferman por falta de vitaminas y elementos esenciales para una vida sana y no encuentran remedio en medicinas que resultan ineficaces.
De vuelta en la ciudad de Gaza, Salim sale a la calle donde ve pasar a miles de manifestantes con el estómago vacío y la cabeza llena de falsas ilusiones. Unos pocos, sin embargo, con la panza y la cartera más satisfechas que las de la gran mayoría, planean reconducir el plan A, el de conmemorar el fallecimiento de Arafat hace tres años, hacia el plan B, provocar a las fuerzas de seguridad palestinas y organizar un grave altercado. Es preciso añadir en cada ocasión propicia un problema más a la larga y pesada lista que el mundo entero arroja a las espaldas de Hamas con el fin de derrotarlo a los puntos, una vez que se ha reconocido de forma implícita que es demasiado fuerte para hacerlo por KO.
Hay que agotar y confundir a las masas, hambrientas y desesperadas, para que crean que es Hamas, partido al que votaron masivamente hace casi dos años, el obstáculo hacia el pan y la tranquilidad que se les niega, aunque no en Gaza, sino en Israel, Estados Unidos y la Unión Europea.
Mientras Salim observa lo que ocurre y fuma un cigarrillo, se pregunta en silencio por qué una gran manifestación para recordar a Arafat pudo haberse organizado el año pasado, o el anterior, pero lo ha sido este año. Por su parte, Abu Mazen y otros colaboradores dan consignas para sacar provecho de la misma. A pesar de la reunión de la víspera entre Fatah y Hamas, por debajo se prepara una nueva acción contraria al gobierno de Hamas, pero sobre todo, contraria a la causa palestina.
Unos insultos y amenazas aquí, unas pedradas y tiros allí, son suficientes para que la olla en ebullición que es Gaza explote sin remedio. El equilibrio social y mental de su población no puede ser más frágil tras el castigo recibido en los últimos años y una provocación oportuna es todo lo que se necesita para derrumbarlo.
La ingeniosa política israelí en Palestina, que consiste en ralentizar la Solución Final de los nazis, es fácilmente observable. La previsión, no obstante, es que los propios palestinos la aceleren con una guerra fraticida. Para ello cuentan con un puñado de colaboradores, con cientos de miles de desesperados y con un grupo de cómplices que la apoyan e incluso la premian.