Dicen que la primera -y la más lamentable- víctima de una guerra es la verdad. Y yo diría que los niños. Y la verdad. Juntos. ¿Un ejemplo? La manera en que Israel trató de sepultar a los niños de Gaza -512 de los 2.142 palestinos asesinados, la vasta mayoría civiles-, junto con la verdad sobre […]
Dicen que la primera -y la más lamentable- víctima de una guerra es la verdad. Y yo diría que los niños. Y la verdad. Juntos. ¿Un ejemplo? La manera en que Israel trató de sepultar a los niños de Gaza -512 de los 2.142 palestinos asesinados, la vasta mayoría civiles-, junto con la verdad sobre su culpa por su muerte.
Para justificarlo en principio la propaganda israelí (hasbara) recurría al «derecho a defenderse de la amenaza terrorista», lamentando los «necesarios daños colaterales». Un documento especial instruía a los políticos y oficiales a «unirse al dolor de los palestinos» usando fórmulas como ésta: «Un día niños israelíes y palestinos crecerán juntos, estarán jugando y trabajando hombro a hombro…«, una muestra magistral de hipocresía (The Independent, 29/7/14).
Pero cuando éste se quedó corto frente al uso premeditado de fuerza desproporcionada contra la población y blancos civiles («la doctrina Dahiya») y la clara táctica colonial de golpear a la población más vulnerable (niños, jóvenes -más de la mitad de los habitantes de Gaza- y mujeres) para quebrar la resistencia de todo el pueblo, hasbara recurrió a otras viejas casuísticas que apuntan a: 1) deshumanizar a los palestinos, y 2) culparlos de su muerte.
La primera -recuerda Joseph Massad, politólogo palestino-, dirigida sobre todo a los niños («pequeños demonios que valen menos»), acompaña siempre a las masacres israelíes (Al Jazeera, 30/5/11).
La segunda -que pasa la culpa del colonizador al colonizado-, está presente desde que Israel empezó a avanzar sobre las tierras de los palestinos. La primera ministra Golda Meir dijo: «Podemos perdonarles por matar a nuestros niños. Pero no por forzarnos a matar a los suyos. Habrá paz sólo cuando ellos amen a sus niños más que lo que nos odian a nosotros» (1957).
Este argumento que difama a los palestinos fue repetido en el contexto actual -«¡como si ella hablara de Hamas!»- por la… Anti-Defamation League (Electronic Intifada, 25/8/14).
Pero el caso más extremo de culpar a la resistencia palestina por la muerte de sus niños masacrados en los bombardeos israelíes fue el anuncio del premio Nobel de la Paz -y principal gerente de Holocaust industry– Elie Wiesel.
Publicado en varios periódicos del mundo, invocando la bíblica historia de Abraham y sus hijos, rezaba: «Los judíos rechazaron el sacrificio de los niños hace 3 mil 500 años. Ahora le toca a Hamas«.
Así, repitiendo el axioma de Meir -«ellos no aman a sus niños»- Wiesel acusó a esta organización de «sacrificarlos» usándolos como «escudos humanos» y (de paso) de «negarles todo futuro y vida digna», como si fuera Hamas, no Israel, quien los tiene encerrados en el «gueto-campo» de Gaza.
¿Cómo responder a un dictum así? Con dos contra-críticas y un recordatorio histórico:
Que no hay ninguna evidencia -lo reconoció hasta The New York Times- de que Hamas usara niños como «escudos humanos». No obstante, hay numerosas evidencias de que lo hacía… el ejército israelí, secuestrando a los niños palestinos y poniéndolos en la cabeza de sus fuerzas invasoras (véase: los reportes de @RaniaKhalek).
Que cualquier persona que acusara a los judíos de sacrificar a sus niños acabaría acusada de «antisemitismo», ¡pero a los palestinos se les puede tachar de todo! Incluso -como hace de manera alusiva Wiesel- de «modernos cananitas» que según el Antiguo Testamento sacrificaban a sus niños ante Moloch, y «por eso merecían morir», justificando así (in)directamente la masacre de los gazatíes A.D. 2014 (Electronic Intifada, 9/8/14).
Y que en los últimos 3.500 años hay al menos un caso en que la comunidad judía sacrificó a sus niños: ocurrió en condiciones extremas e incomparables, pero no deja ser un hecho.
Recordarlo duele, pero el tono de Wiesel y su menosprecio al sufrimiento y la muerte palestina merecen una respuesta contundente (también del tipo «sopa de su propio chocolate»).
Es la historia del gueto de Lodz/Litzmannstadt -mi ciudad natal y gran centro textil-, convertido por los nazis en una máquila de servicios del Tercer Reich.
El gueto producía uniformes y botas militares, pero también artículos de lujo como vestidos para muñecos, confeccionados por niños judíos para alegrarles la vida a los niños alemanes.
Pronto, para aumentar la eficiencia los menores de 10 años, fueron declarados «elemento improductivo». Los nazis exigieron a las autoridades judías su «entrega».
Su jefe, Chaim Mordechaj Rumkowski, empresario malogrado y activista sionista, en un histórico discurso bañado de retórica cuasi religiosa pidió a los habitantes «entregar» sus niños (junto con ancianos y enfermos) y «sacrificar los miembros para salvar el cuerpo»: «Me lo prometieron: si entregamos este sacrificio, habrá paz» (4/9/42).
Rumkowski -demolido por Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén (1963) y retratado por Primo Levi en Los hundidos y salvados (1986)- era un egomaniaco y amante del poder. Según algunos era un pederasta que abusaba de los niños del orfanato que fundó. Según otros, al no tener hijos propios, amaba a los ajenos. Según él mismo, era un nuevo Moisés que iba a pasar a los judíos por el mar de la guerra y ser jefe del nuevo Estado judío fundado bajo auspicios de Hitler (¡sic!). El sacrificio de niños -exterminados una vez «entregados»- era en su cabeza delirante un medio para llegar a este fin (que nunca se dio).
Wiesel, por supuesto, no cuenta esta historia, pero no falló en legitimar su tesis -«Hamas/palestinos sacrifican a sus niños»-, con una imagen de «niños judíos arrojados al fuego». Así queda muy claro cómo se construye la narrativa de la «industria cultural del Holocausto» (Finkelstein).
Como sólo elementos selectos del sufrimiento judío (especialidad de Wiesel, también respecto a su propia biografía, véase: José Steinsleger, en: La Jornada, 28/9/11) sirven para justificar el sufrimiento palestino y absolver a Israel aun cuando es culpable, como reza la «doctrina Wiesel» (véase: Alan Nasser, en: Counterpunch, 29/5/12).
La buena noticia es que su monopolio se quiebra: un grupo de sobrevivientes del Holocausto rechazó su «indignante desplegado» y «abuso de historia a fin de justificar lo injustificable: el asesinato de más de 2 mil palestinos, incluidos cientos de niños» (The New York Times, 23/8/14).
Y la noticia para los que no se enteraron es que los 512 niños de Gaza en verdad no fueron sacrificados por Hamas, sino por el propio Israel, en el altar de su superioridad moral y militar.
Maciek Wisniewski, Periodista polaco
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/08/29/opinion/026a2pol