Traducido para Rebelión por LB
Para Fares Akram, el reportero de The Independent en Gaza, la invasión israelí se convirtió en una tragedia personal cuando descubrió que su padre era una de las primeras víctimas de la guerra terrestre
A Akrem al-Ghoul, que aparece en la fotografía sosteniendo en brazos a una de sus nietas, los israelíes lo mataron el sábado pasado en su granja próxima a la ciudad de Beit Lahiya, en el norte de Gaza
La llamada telefónica se produjo el sábado en torno a las 4.20 p.m. Una bomba había caído sobre el edificio de nuestra pequeña granja situada al norte de Gaza. En ese momento mi padre iba caminando desde el portón hasta el edificio de la granja. Era nuestro lugar bienamado, aquella granja y sus blanco edificio de dos pisos y techo rojo. Ubicada en una fértil llanura agrícola al noroeste de Beit Lahiya, había huertos de limón, naranjos y albaricoqueros, y habíamos adquirido recientemente 60 vacas lecheras.
Era la granja más cercana a la frontera norte con Israel. Irónicamente, siempre pensamos que el mayor peligro no procedía de las tropas israelíes, que normalmente pasaban de largo cuando realizaban una incursión, sino de algún cohete perdido lanzado por Hamas contra la ciudades israelíes del norte.
Sin embargo, poco antes de la puesta del sol del sábado, mientras las tropas de tierra y los tanques israelíes invadían Gaza so pretexto de desmantelar los sitios de lanzamiento de cohetes de Hamas, la paz de ese lugar se hizo pedazos y la vida de mi padre se extinguió a la edad de 48 años. Los aviones de combate y helicópteros israelíes habían barrido la zona bombardeando y disparando para abrir un corredor a los tanques y a las fuerzas de tierra que debían seguirles en la oscuridad. Fue uno de esos ataques de los F16 el que mató a mi padre.
La casa quedó reducida a poco más que un montón de polvo, y lo que quedó de papá tampoco fue mucho más. «Sólo un montón de carne«, dijo más tarde con brutal honestidad mi tío, que lo encontró entre los escombros.
Al igual que la mayoría de gazatíes mi madre, mis hermanas y mi esposa -embarazada de nueve meses- y yo hemos pasado la última semana de la ofensiva israelí atrapados en nuestro piso de la ciudad. Pero mi padre decidió permanecer en la granja, pues sabía que sería imposible regresar a ella para cuidar a los animales si la inminente invasión de tropas efectivamente se producía. Con todo, nos llamaba todos los días.
La última vez que lo vi fue el jueves, cuando trajo dinero en efectivo y una bolsa de harina. Hablamos del inminente nacimiento de mi primer hijo y de cómo haríamos para llevar a mi esposa, Alaa, a un hospital en medio de los bombardeos y el caos. Por supuesto, el sábado por la noche no había ninguna esperanza de conseguir que una ambulancia llegara a la granja porque los israelíes habían cortado las carreteras. Así pues, mi tío y mi hermano condujeron los 8 kilómetros y el resto de nosotros nos sentamos en estado de shock, temblando en la oscuridad del apartamento, cubriéndonos con mantas para mantenernos en calor, rodeados por el estruendo de los disparos incesantes de los tanques. En el fondo todos sabíamos que papá estaba muerto. Él habría estado en casa o cerca de ella, y si un F16 bombardea directamente tu casa ya sabes lo que puedes esperar.
Encontraron un montón de humeantes escombros. La mayoría de las vacas yacían muertas, otras se había escapado malheridas. Mahmoud, un pariente adolescente, estaba con mi padre cuando la bomba israelí impactó sobre la casa. La fuerza de la explosión lo proyectó a 300 metros de distancia. Encontraron el cuerpo de Mahmoud en el campo de un vecino.
Enterramos a mi padre y a Mahmoud ayer por la mañana en un funeral muy rápido, a sabiendas de que los tanques israelíes estaban en las afueras de la ciudad a tan solo 3 km. de distancia. Podíamos escuchar el traqueteo de las ametralladoras que acompañaba a los tanques. Los israelíes podrán decir que había milicianos en el área de nuestra granja, pero yo no me lo creeré nunca. El punto más avanzado de instalación de las lanzaderas de cohetes está 6 kilómetros al sur. En la zona fronteriza sólo hay tierras agrícolas abiertas en las que no puede ocultarse nadie.
Mi padre, Akrem al-Ghoul, no era miliciano. Nacido en Gaza y educado en Egipto, era un abogado y juez que trabajaba para la Autoridad Palestina. Cuando Hamas tomó el poder renunció y se pasó a la agricultura. El padre de papá, Fares, que en 1948 fue expulsado de su casa, situada en lo que ahora es la ciudad israelí de Ashkelon, compró las tierras en la década de 1960.
Durante la segunda Intifada y hasta que los israelíes se retiraron de Gaza en el 2005, la finca estuvo ocupada por colonos israelíes, pero después de 2005 solíamos ir allí cada día festivo. En Gaza la única vía de escape es la playa o, si tienes suerte, las tierras de cultivo. Mi padre odiaba lo que Hamas estaba haciendo al sistema judicial de Gaza al introducir la justicia islamista, y se oponía frontalmente a la violencia. Habría trabajado duro por alcanzar una solución justa con Israel y un futuro mejor para los palestinos. Cuando la Autoridad Palestina obtuvo el control sobre Cisjordania se trasladó a Ramallah para ayudar a establecer los tribunales allí.
Mi dolor no alberga deseos de venganza, pues sé que la venganza siempre es estéril. Pero, en verdad, como hijo doliente me resulta difícil distinguir entre lo que los israelíes llaman terroristas y los pilotos y tripulaciones de tanques israelíes que están invadiendo Gaza. ¿Cuál es la diferencia entre el piloto que voló a mi padre en pedazos y el miliciano que dispara un pequeño cohete? No tengo respuestas, pero sé que justo cuando voy a ser padre he perdido al mío.