Hace varios siglos no era raro encontrar que seres humanos, dotados de extraordinaria inteligencia, realizaran importantes descubrimientos en diversos campos de la ciencia o mostraran talento para diferentes artes. Hoy, es sumamente difícil que suceda. Las ciencias y las artes, como otros conocimientos del ser humano, han alcanzado tal desarrollo y complejidad que nadie, por […]
Hace varios siglos no era raro encontrar que seres humanos, dotados de extraordinaria inteligencia, realizaran importantes descubrimientos en diversos campos de la ciencia o mostraran talento para diferentes artes. Hoy, es sumamente difícil que suceda.
Las ciencias y las artes, como otros conocimientos del ser humano, han alcanzado tal desarrollo y complejidad que nadie, por genial que sea, vive lo suficiente para dominar completamente alguna de ellas.
En el campo de las ciencias e incluso en el de los oficios, es casi imposible encontrar a alguien que se atreva a presentarse como experto en todo o casi todo, y en realidad lo sea.
Sin embargo, en las artes y la literatura suelen «aparecer» esos seres «talentosos», y muchos de ellos logran hacerse populares, más por la atención que les brindan los medios de comunicación que por su talento.
La época de los Leonardo Da Vinci hace mucho que pasó.
En Cuba, desde hace algún tiempo y con mayor frecuencia en la actualidad, aparecen esos «superdotados».
A riesgo de perder amigos y ganar «enemigos», debo referirme a algo que está a la vista de todos los que quieren ver.
Por la benevolencia de quienes dirigen programas y la paciencia de los televidentes, es frecuente ver en la TV a una misma persona que desempeña en distintos programas diferentes papeles. Es decir, aparece ejerciendo cualquiera de las profesiones: actor, locutor, conductor, cantante, músico. Y como es natural, mediocre en casi todo.
En la literatura, con sus particularidades, encontramos algo parecido, quienes ejercen diversas profesiones: poeta, cuentista, novelista, ensayista, crítico, editor y hasta jurado. Juez y parte.
¿Cada uno de esos géneros no es suficiente para ocupar la inteligencia y todo el tiempo de vida de un artista o escritor? En muchos de los casos ni siquiera poseen la experiencia necesaria en uno de ellos.
¿Existirán realmente esos talentos o es un «multioficio» para obtener mayores beneficios económicos? Cualquiera tiene derecho a mejorar su situación económica, pero no al precio de vender productos inacabados, defectuosos u ocupar el espacio de otro más idóneo.
Las Consuelito Vidal ni las Rosita Fornés son especimenes que abundan. Cabría preguntarse: ¿Sería Alicia Alonso tan maravillosa bailarina de ballet si se hubiera dedicado simultáneamente al teatro, al canto, la locución, animación, las artes plásticas, etc. etc. etc.? ¿Hubieran sido Enrique Santiesteban, Manolo Ortega, Benny Moré y Wilfredo Lam, por sólo mencionar algunos de época pasada, tan excelentes artistas si se hubieran dedicado simultáneamente a tan disímiles géneros? Considero que no.
Me atrevo a asegurar que en esto ha tenido mucho que ver la poca exigencia en cuanto a la calidad artística, que también es respeto al pueblo y los mecanismos para seleccionar quienes, cuántos y qué debe aparecer en la TV.
No tendremos una mejor televisión bajando la barrera que exige la calidad y la idoneidad para transitar de aficionado a profesional, televisando a personas o espectáculos que debieran, sin menospreciar éstos, ser presentados en actividades culturales internas de centro de trabajo o de institución escolar. O sea, «a cualquiera con una lata y un palo o una cara bonita», como suele decirse popularmente. Tampoco, con el abuso de un lenguaje grosero o la chabacanería, que nada tienen en común con las costumbres y tradiciones populares, y se contradicen con los propósitos de la educación para niños y jóvenes; ni con varios conductores en un mismo programa ni con esos en el que intervienen o se entrevistan artistas donde el bombo y el autobombo chorrean de saliva la pantalla del televisor. Parafraseando a Martí: sólo honor, a quien honor merece.
Es sabido, que las alabanzas prematuras, los elogios inmerecidos y hasta los merecidos en excesos dañan a las personas, porque alimentan la vanidad y sobrevaloran la autoestima del elogiado, además de correr el riesgo de que haga el ridículo.
Hace unos años, un excelente profesor de la Universidad de La Habana, al que un alumno colmaba de elogios con oscuras intenciones, le dijo con ironía a éste: «Tú me das bombo y yo te doy bombo, podemos hacer una sociedad: la Sociedad del Autobombo, pero tienes que aprobar el examen»
Es cierto que la Televisión Cubana es una gran televisión educativa, más que ninguna otra, y parte importante de la Revolución Cultural que se ha desarrollado en nuestro país por más de 50 años. Y que la enseñanza artística ha estado y está al alcance de todos, lo que nos ha permitido contar con excelentes artistas. Pero, esa misma Revolución Cultural ha elevado el nivel del resto del pueblo y con ello su necesidad y exigencia de recibir un producto artístico de la mejor calidad., por el cuál ha hecho y hace enormes sacrificios. Además, no se puede olvidar que es el pueblo quien paga la TV.
En la batalla que nos hemos empeñado por la eficiencia económica, la calidad y el ahorro, también ha de estar presente ese sector. La Revolución lo necesita, es decir: el Pueblo.