Cuando todavía no se han apagado los ecos de los disparos contra pacíficos manifestantes palestinos en Rafah, que fueron masacrados por misiles disparados desde helicópteros israelíes el 19 de mayo pasado, el mundo sigue asistiendo atónito a la brutalidad de Ariel Sharon, cuya última iniciativa, un plan para que Israel se retire de Gaza, acaba […]
Cuando todavía no se han apagado los ecos de los disparos contra pacíficos manifestantes palestinos en Rafah, que fueron masacrados por misiles disparados desde helicópteros israelíes el 19 de mayo pasado, el mundo sigue asistiendo atónito a la brutalidad de Ariel Sharon, cuya última iniciativa, un plan para que Israel se retire de Gaza, acaba de recibir la aprobación de su gobierno.
Los planteamientos israelíes han sido cada vez más severos con los palestinos: desde los acuerdos de Oslo, que ya implicaban concesiones muy duras para la causa palestina, hasta la aprobación de la Hoja de Ruta -forzada por Washington, en el marco de su temeraria política hacia Oriente Medio- para terminar en el primer plan de Sharon, y, ahora, en el segundo plan, el despojo de las propiedades y de las tierras palestinas no se ha detenido. Mientras tanto, Tel-Aviv seguía impulsando una feroz represión, y continuaba con la siniestra iniciativa de derribar las casas de la población resistente, con los asesinatos selectivos, y con la segregación y las matanzas. Cuando centenares de miles de refugiados palestinos siguen esperando desde hace décadas el retorno a sus tierras, al tiempo que Israel sigue ignorando todas las resoluciones de la ONU sobre el conflicto, los planes se suceden y el tiempo se agota, aumentando los agravios palestinos. La discutible justicia del precario Estado palestino dibujado por esa Hoja de Ruta diseñada por Estados Unidos, y aceptada por Rusia, la Unión Europea y la propia ONU, no acaba con la avaricia de Sharon: ese minúsculo Estado ha sido ya declarado inviable por el gobierno israelí y por Washington.
Sin embargo, no termina ahí la codicia de Sharon. Además de la continuación de los trabajos del muro de Cisjordania, iniciativa que ha recibido la comprensión del gobierno norteamericano, a principios del mes de junio, el ejército israelí ha iniciado la construcción de un nuevo muro, ahora en el sur de la franja de Gaza: diversas fuentes mantienen que ese muro llega desde Kussufim hasta el asentamiento israelí de Gush Katif, y su construcción se está realizando en el marco de la aprobación del plan de Sharon para el conjunto de Gaza. Todas las piezas encajan.
Pero, por increíble que parezca, todavía hay sectores de la sociedad israelí que exigen una política más dura hacia los palestinos. La difícil situación del actual gobierno israelí, sometido a las presiones de la extrema derecha de los colonos israelíes, establecidos por la fuerza en territorios palestinos, ha forzado a Sharon a intentar abrir la composición de su gabinete al partido laborista de Simon Peres, aunque sin proceder a cambios en los objetivos fundamentales de su gobierno: tras la destrucción del proceso de paz iniciado hace una década en Oslo, y después de la práctica liquidación de esa iniciativa de la Hoja de Ruta, el primer ministro israelí pretende anexionarse los mejores territorios palestinos, en Gaza y Cisjordania, abandonando el resto de las superpobladas localidades palestinas, con el no declarado propósito de conseguir que, finalmente, la población árabe palestina emigre a los estados vecinos, sobre todo a Jordania y Egipto.
Ese nuevo plan para Gaza, impuesto por Israel sin ninguna negociación con los palestinos, contempla la colaboración del régimen egipcio de Mubarak para supuestas funciones pacificadoras y mediadoras, aunque en realidad dibuja un panorama en el que las tareas policiales en la franja de Gaza serían asumidas por el ejército egipcio, con el apoyo de Estados Unidos, para culminar el despojo de los territorios palestinos. Supuestamente, el acuerdo de Mubarak sería de colaboración para contribuir a la retirada israelí de la franja costera, aunque ello no implica el abandono de todos los asentamientos de los colones israelíes. En esa función, Egipto recibiría ayuda de Washington, así como de algunos países europeos. Arafat, presionado por Egipto, encerrado entre las ruinas de su administración, estaría de acuerdo con la iniciativa, dispuesto a colaborar, intentando mantener su maltrecho papel representativo, algo que Sharon no parece dispuesto a aceptar.
La severa represión israelí sobre Gaza, tras haber destruido las estructuras de la Autoridad Nacional Palestina, cuyo papel no reconoce, tiene un preciso objetivo, además de dilatar indefinidamente el proceso de paz e impedir la creación de un Estado palestino viable: debilitar seriamente la resistencia a la ocupación militar, para destruir la causa palestina. Tras tantas promesas de Washington, ahora, apenas queda la imposición de un plan de retirada de Gaza, que, en principio, culminaría en 2005, pero que sin duda será objeto de nuevos recortes como moneda de cambio para dilatar el proceso y, de hecho, para impedir la creación de un Estado palestino. Israel apenas se compromete a evacuar una parte de los asentamientos ilegales, mientras se anexiona unilateralmente los mejores territorios cisjordanos, y, todo ello, sin la menor negociación con los palestinos.
La resistencia palestina sabe que, por desesperada que sea su situación, no tiene más opción que seguir luchando contra ese futuro de segregación y muerte en los ghettos que Ariel Sharon, con el apoyo de Washington, intenta construir. Porque los propósitos de Tel-Aviv continúan siendo los mismos: la anexión de la mayor parte de los territorios palestinos y el abandono de aquellos otros cuya asimilación se revela imposible, dejando algunas exiguas e inconexas partes de la Palestina histórica para sus habitantes árabes, arrebatándoles así la posibilidad de crear un Estado viable. Ariel Sharon, y, tras su gobierno, Washington, sólo ofrece ghettos y muerte en Palestina.