Recomiendo:
0

¿Es posible ser israelí y de izquierdas?

Gideon Levy casi lo ha entendido

Fuentes: Jews sans frontières

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Gideon Levy afirma ahora que el «campo de paz» de la izquierda israelí nunca ha existido:

«Por encima de todo, sin embargo, el problema estaba arraigado a la imposible adherencia de la izquierda al sionismo en su sentido histórico. Precisamente en el sentido de que no puede haber un Estado democrático y judío en uno solo, uno que tiene que definir primero qué viene antes de qué (no puede haber una izquierda comprometida con el sionismo anticuado que construyó el Estado pero que ha seguido su curso). En última instancia, esta izquierda ilusoria nunca logró comprender el problema palestino (que se creó en 1948, no en 1967), nunca comprendió que no se puede resolver mientras se ignore la injusticia causada desde el principio. Una izquierda que no tiene voluntad de afrontar 1948 no es una genuina izquierda» (Ha’aretz, [1])

Un buen punto de partida. Pero Levy, que vive en Tel-Aviv y admite haber votado por su alcalde neoliberal el cual odia a la gente pero adora a los promotores, es él mismo la prueba principal en la historia de la inexistente izquierda israelí precisamente porque su simpatía por el sufrimiento de los palestinos es sincera y su odio por la ocupación genuino e intransigente. Levy sigue sin entender que un Ben Gurion nunca puede ser la base de un movimiento de izquierda, ni siquiera un Ben Gurion muerto y superado. No basta con señalar que el «sionismo anticuado» ha «seguido su curso». No puede haber izquierda sin comprender que nunca fue y nunca podría haber sido un proyecto de izquierda este curso: la construcción en Palestina de un Estado capitalista, judío, burgués y europeo según la idea sionista de normalidad, un Estado con «un ladrón judío y una prostituta judía», es decir, con una estructura de clase puramente judía, aunque completa y «normal», un Estado que habiendo, en efecto, seguido su curso, ahora importa ladrones de Rusia y hace trata de blancas en los Balcanes, y que hoy está encarnado en el alcalde de Tel Aviv, dotado de mucha labia y vinculado al mundo de los negocios y para el que la renovación urbana significa librarse de los residentes pobres.

Sigue siendo una fantasía de Levy que los residentes los barrios residenciales acomodados de la costa israelí, aquellos que dudan entre votar a Meretz o a Kadima, aquellos que desean que sus hijos vayan a escuelas de negocios en Columbia y Harvard, y que esperan que cuando vuelvan, si es que vuelven, encuentren un trabajado de dirección en Bank Discount e Intel en virtud de su mejor educación, cultura europea y sofisticación, se rebelarán contra la crueldad y el sadismo de la ocupación. Es una vana esperanza ya que estas personas son los mercenarios del orden global neoliberal y están motivados por la necesidad de mantener su posición e identidad social, incluso en el caso improbable de que se den cuenta de su aprieto «de ser el muro defensor de Europa contra Asia, un puesto avanzado de civilización opuesto a la barbarie» que Herzl ya había imaginado para ellos. De este modo, poco importa cuánto odien la ocupación, pues odian todavía más la proximidad de los árabes. Siempre existen individuos excepcionales que pueden trascender su clase y estas personas, ¡benditas sean!, seguirán alimentando las menguantes filas del radicalismo judío-israelí y seguirán definiendo, trágicamente, su carácter sin esperanza. Sin embargo, no puede existir un movimiento social sin expresar una experiencia de vida y hay poco de experiencia en los prósperos barrios acomodados de Tel-Aviv y Herzliya que pueda ser una incubadora del espíritu de sacrificio de cuya ausencia se lamenta Levy. Tampoco es probable que las comunidades pobres y marginadas de judíos israelíes, en particular los judíos ortodoxos y mizrahi, formen la base social de una izquierda israelí porque al estar menos oprimidos que los palestinos y trabajar con frecuencia para esta opresión o estar comprometidos con ella de otra forma, sus perspectivas están limitadas por la necesidad de separarse de los palestinos y de defender sus propios intereses contra ellos.

Así, el mantenimiento de la lealtad al «Estado judío», que excluye a los palestinos en el pensamiento al tiempo que los incluye como un grupo oprimido en la práctica, hace del genocidio una condición previa para una política israelí de izquierda. Ésta es la razón por la que los «socialistas» sionistas, con su preocupación por llenar con judíos los peldaños sociales más bajos, llevaron a la limpieza étnica de Palestina. No hay razón alguna para escapar a estos hechos fundamentales del colonialismo, que convierte a la esperanza de un renacimiento del sionismo de izquierda en Israel en un deseo efectivo de genocidio. La condición previa para una verdadera izquierda en Israel es la disolución de la idea de Israel a la izquierda, que es la idea de un Estado judío basado en una nación judía completa con su estructura de clase aparte, tanto en la teoría como en la práctica. No va a haber una izquierda en Israel si no es a través de un rechazo completo del sionismo, no sólo como un movimiento que «sigue su curso» sino como un proyecto que siempre ha seguido el camino equivocado. Los judíos israelíes que quieran estar a la izquierda sólo tienen una posibilidad, unirse a la lucha palestina o callar para siempre.

[1] Gideon Levy, «There has never been an Israeli peace camp», http://www.haaretz.com/hasen/spages/1154539.html

Fuente: http://jewssansfrontieres.blogspot.com/2010/03/gideon-levy-almost-gets-it.html