El gobierno de Líbano se encuentra demasiado dividido y débil tanto para enfrentar a Israel como para controlar al movimiento islamista chiita Hezbolá (Partido de Dios), que gana apoyo entre la población. Mientras, el país sigue siendo devastado por los bombardeos. Golpeado por la turbulencia política desatada por el asesinato del ex primer ministro Rafik […]
El gobierno de Líbano se encuentra demasiado dividido y débil tanto para enfrentar a Israel como para controlar al movimiento islamista chiita Hezbolá (Partido de Dios), que gana apoyo entre la población. Mientras, el país sigue siendo devastado por los bombardeos.
Golpeado por la turbulencia política desatada por el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri en febrero de 2005, el gobierno de este pequeño país de Medio Oriente ha sido incapaz de superar las divisiones internas.
«Nuestro gobierno puede ayudar a resolver esta crisis con la misma eficacia con que resolvió otros problemas en el pasado. Es decir, no logrará nada», dijo a IPS un empresario de Beirut.
En primer lugar, el gobierno libanés está dividido en torno a su política con Siria. Su incapacidad para salvar esta brecha lo ha debilitado aún más.
Aviones de Israel continuaron bombardeando el sur de Líbano esta semana. Al menos nueve soldados israelíes murieron el miércoles en combates con el Hezbolá cuando intentaban tomar control de la meridional ciudad libanesa de Bint Jbail, bastión del movimiento islamista.
Otros trece soldados resultaron heridos, en tanto que el Hezbolá perdió 30 hombres en batalla.
Los comandantes israelíes habían asegurado días atrás que Bint Jbail ya había sido capturada.
Apenas un espectador del conflicto, el gobierno libanés no puede satisfacer las demandas israelíes de controlar al Hezbolá, cuyos combatientes superan en número a los del ejército nacional. Incluso, es sabido que muchos de los soldados libaneses son también miembros del grupo islamista.
Hezbolá tiene un gran número de seguidores, estimados en unos dos millones de chiitas, que reverencian y obedecen cada palabra de su líder, el jeque Hassan Nasrallah. De esta forma, el grupo ejerce una enorme influencia en el fracturado gobierno libanés.
De los 3,8 millones de libaneses, 60 por ciento son musulmanes, en su mayoría de la rama chiita, y la mayor parte del 40 por ciento restante siguen la religión cristiana.
El gobierno está débilmente posicionado en parte porque fue conformado por un parlamento con representación proporcional a los diversos grupos religiosos del país reconocidos en un censo de los años 30.
Desde el fin del régimen colonial en 1943, altos puestos del gobierno son designados a sectores particulares de la población.
El presidente debe ser cristiano maronita, el primer ministro musulmán sunita y el presidente del parlamento musulmán chiita.
Pero el porcentaje de chiitas era mucho menor por entonces, con lo que la representación política actual está desproporcionada. Esto añade más división e inestabilidad en el gobierno.
Una alianza entre cristianos y sunitas tiene la mayoría en el parlamento, aunque ambos grupos sumados no superan a la población chiita.
El presidente libanés Emile Lahoud teóricamente controla la política exterior y la seguridad nacional. En realidad, es visto como un títere de Siria y como poco más que una figura decorativa.
El primer ministro Fouad Siniora ha ganado poco respeto en los asuntos internos, y ha tenido poco éxito en los internacionales.
Nabih Berri, el presidente del parlamento, es considerado un líder prosirio y pro-Hezbolá.
El parlamento de 128 miembros está dividido en tres principales grupos. La mayor coalición, Tayyar al-Mustaqbal (Corriente de futuro), es antisiria y es liderada por el hijo de Rafik Hariri, Saad. Cuenta con gran apoyo de Estados Unidos.
El partido Amal, con la segunda mayor cantidad de asientos parlamentarios, cuenta con el apoyo del Hezbolá y es la principal fuerza política chiita.
Mientras, el Movimiento Patriótico Libre es liderado por Michel Aoun, ex primer ministro que regresó del exilio en 2005. El partido es popular entre los cristianos.
Para colmo, el gobierno afronta pérdidas en infraestructura por 2.000 millones de dólares debido a los bombardeos israelíes, mientras que los ingresos por el turismo desaparecieron.
Beirut sigue llamando a un alto al fuego, pero tiene pocos medios para hacer que se respete. La única opción es esperar que el resto del mundo se decida a hacer algo por este azotado país. (FIN/2006)
http://www.ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=38171.