La gordofobia afecta de manera desproporcionada a las mujeres. Tan invisibles como dañinos, los comentarios sobre nuestros cuerpos moldean nuestra percepción de nosotras mismas.
Estás más delgada. Estás más gorda.
Come más. Come menos. Has cogido algunos kilos. Te has quitado algún
kilo. Ahora que has perdido peso estás más guapa. Los comentarios sobre
el físico nos acompañan a las mujeres desde la más tierna infancia.
Circulan a nuestro alrededor como las partículas de la contaminación:
tan invisibles como dañinos, moldeando nuestra percepción de nosotras
mismas y reforzando la presión social sobre nuestros cuerpos.
Y es que existe un cuerpo estándar, un ideal, que se impone de forma muy específica a las mujeres y que implica un juicio de lo que se ajusta o se aparta de él. Así lo explica María Martín Barranco, abogada y divulgadora feminista, autora de libros como Ni por favor ni por favora (Catarata, 2019) y Mujer tenías que ser (Catarata, 2020): “Gorda no es solo una palabra, es una forma de prejuicio que genera discriminaciones directas de forma cotidiana especialmente en la mujer”. Discriminaciones que impregnan esferas tan amplias como el empleo, la ropa, las relaciones o el lenguaje.
“En un contexto donde
la delgadez es la meta de vida, y lo más asociado al éxito, la
diversidad corporal es rechazada. De hecho, mucha gente piensa que la
gente gorda lo es por decisión, y no porque exista diversidad de
cuerpos, ni más de 130 factores determinantes de salud. Esto nos lleva a
una jerarquía de cuerpos, donde solo algunos son considerados valiosos o
deseables”, explica la nutricionista Victoria Lozada, quien denuncia a
través de sus redes que las mujeres somos especialmente presionadas para
mantener cuerpos delgados como una forma de cumplir con las
expectativas patriarcales de belleza y feminidad. Y no solo mantener
cuerpos delgados. Según Lozada, las características corporales de
personas racializadas no son las deseables y, cuando los cuerpos
envejecen, tienen menos valía.
“Yo, desde hace ya unos cuantos años, intento ponerme la ropa que me da la gana. Me encantan los crop tops, y al principio me costaba un mundo ponérmelos, era muy consciente de las miradas, de los pensamientos, cuando entraba en algún sitio”, dice la escritora Aida González Rossi, autora de Leche condensada (Caballo de Troya, 2023). El rechazo naturalizado a las personas con cuerpos más grandes se hace visible cuando el cuerpo que es considerado como “otro” se muestra en un espacio público. Para González Rossi, es una forma poderosa a la par que incómoda de revelar lo que molesta a la gente. “Aunque me he acostumbrado y ya no me afecta tanto, en ciertos contextos todavía siento una ‘alarma’ que me recuerda que estoy ‘fuera de lugar’, que puedo ser insultada, discriminada o recibir comentarios sobre la necesidad de adelgazar, cosas que ya me han pasado antes”.
González Rossi, que
estudió periodismo y el Máster en Estudios de Género y Políticas de
Igualdad en la Universidad de La Laguna, cree que todas tenemos la voz
gordofóbica en la cabeza, que replicamos e inyectamos a otras. O a
nosotras mismas: “Es común ser más amables con los cuerpos ajenos que
con el propio, y aunque podemos evitar la gordofobia hacia otros,
seguimos normalizándola internamente. El desafío más grande es aplicar a
nuestros propios cuerpos lo que predicamos”, señala y reconoce que este
proceso de deconstrucción es continuo y durará toda la vida, porque la
violencia estética se internaliza como una voz propia y un discurso
inamovible.
Recuerda
Victoria Lozada que esto no solo se manifiesta en conductas
individuales, sino también en las colectivas. “Los medios de
comunicación, como la televisión y el cine, han promovido durante mucho
tiempo la delgadez como ideal de belleza y éxito; la industria de la
moda ha glorificado la extrema delgadez, y pocas marcas diseñan ropa
para cuerpos grandes; en salud y medicina, existe un sesgo que atribuye
cualquier problema al peso, lo que lleva a una atención médica
inadecuada; en el entorno laboral, las personas con cuerpos grandes
suelen ser menos contratadas y reciben menos oportunidades de promoción;
la cultura de las dietas refuerza la idea de que ser delgado es
sinónimo de salud y éxito, perpetuando la estigmatización de los cuerpos
grandes”.
Cuestión de género
La divulgadora María Martín Barranco afirma que para aplicar la perspectiva de género siempre se debe partir de una base muy simple: preguntarse en qué situación están las mujeres y los hombres. “¿Se trata de la misma manera a mujeres y hombres en el caso de los distintos pesos, tamaños y proporciones de unas y otros?”, se pregunta, y nos anima a echar un vistazo al diccionario. “El Diccionario de la Lengua Española, en su 23ª edición, acumula 30 descripciones relativas a la gordura de todo el ámbito hispanoamericano. Lo que en una persona es inteligencia, en una mujer –que no debemos de ser personas– es atractivo y exuberancia de formas –no de fondo, hasta ahí podíamos llegar–. ¿Definiciones para hombres gordos? ¿Alguna característica física que aparezca con sentido específico para los hombres? Pocas, por no decir ninguna”.
La gordofobia es una
cuestión que afecta de manera desproporcionada a las mujeres que no se
ajustan a los estándares basados en construcciones de género. Mujeres y
niñas están expuestas a la violación de los derechos humanos y la
discriminación por su condición, y esto se expresa de múltiples formas,
como la violencia estética, la violencia sexual, la violencia económica o
la violencia obstétrica, entre otras. Sobre esta última, en relación a
la gordofobia, investiga Elena Castro, doctoranda en estudios
interdisciplinares de género por la Universidad Jaume I: “Las mujeres
gordas tienen más riesgo de sufrir violencia obstétrica y además esta es
más específica. De igual modo que la violencia aumenta a medida que
convergen varias opresiones en la misma persona –mujer, migrante,
racializada, disca, etc.–, las mujeres gordas están expuestas a sufrir
violencia por mujer y por gorda”.
Cuando Castro habla de esto suele utilizar el tripartito de la gordofobia que acuñó Magdalena Piñeyro: tiranía estética, moral y salud. “En los entornos médicos, la sola visión de un cuerpo gordo activa la asunción de los hábitos de la persona, que se lee como glotona, sedentaria, falta de autocontrol; por lo que se la culpa de su estado de salud, que se asume enfermo sin llegar a realizar ninguna prueba”, explica. En el contexto de las mujeres que buscan un embarazo o están embarazadas, esta visión se entrelaza con la concepción patriarcal de la maternidad ideal, que comienza a ser evaluada desde el momento en que se considera el embarazo. Según Castro, en estos casos las mujeres con cuerpos gordos, que son percibidos como no saludables por los sistemas médicos, son etiquetadas como malas madres e irresponsables por no cumplir con los estándares de salud para la gestación. Esto puede resultar en la denegación de asistencia reproductiva, una hipermonitorización de su peso, imposición de dietas restrictivas y un trato condescendiente o incluso violento hacia ellas, similar al de una niña que se ha portado mal. “Del mismo modo que la entrada de las mujeres a los entornos académicos y científicos supuso el cuestionamiento de la ciencia machista, del mismo modo que se ha cuestionado y se sigue cuestionando el conocimiento racista y homófobo, necesitamos cuestionar la ciencia gordofóbica porque el estado de una persona depende de muchas más cosas que solo de su peso”, argumenta.
Activismos contra la gordofobia
“La
palabra gordofobia no está en el diccionario y, sin embargo, si hacemos
una búsqueda en Google nos arroja ni más ni menos que 682.000
resultados”, dice Martín Barranco. En 2020, Susana Guerrero señalaba en
el artículo “Léxico e ideología sobre la gordofobia en la comunicación
digital” cómo surge un ciberactivismo feminista que denuncia los cánones
alimentados desde la segunda mitad del siglo XX por la industria
cosmética y de la moda a través de textos que provienen de experiencias
personales de discriminación. Primero en blogs, después en redes, las
activistas utilizan el lenguaje como herramienta para hacerse visibles y
promover un cambio social y cultural.
“Los
activismos son el primer foco de visibilización de la gordofobia”, dice
Aida González Rossi. Ella descubrió la antigordofobia a través de
redes, en concreto por la página de Facebook Stop Gordofobia, que creó
Magdalena Piñeyro. “Durante mucho tiempo, toda la información útil que
me hizo vivir mejor venía de espacios como ese”. Además, señala que hay
muchos “vicios del discurso” cuando se habla sobre gordofobia: “En los
espacios hegemónicos suele darse que personas delgadas hablan por las
personas gordas sobre los problemas de las personas gordas. Está muy
bien, pero el problema es cuando las personas gordas no son la voz de su
identidad, no pueden emitir su propio discurso. El activismo es ese
espacio en el que lo invisible no es invisible”.
En una entrevista, González Rossi manifestaba que se ha propuesto que en todos sus libros aparezcan personajes gordos, y que intentará que sean protagonistas. Esta es otra forma de activismo. “Las personas gordas sufrimos un vacío de representación. O no hay personajes gordos o se construyen como personajes gordos porque sus tramas van a tratar directa y exclusivamente sobre la gordura. Los personajes que tienen otros conflictos no suelen ser gordos porque la representación gorda tiende a ser una herramienta para representar unas cuestiones muy concretas. Yo quiero que mis personajes gordos sean complejos”.
Ponerse piel, romper el silencio, crear un espacio de sororidad. Bajo estas ideas, Carmen Sánchez Campos iniciaba el grupo Gordoridades en la Librería Mujeres, que se reúne un día a la semana desde principios de este año. El objetivo del grupo, formado ahora por ocho mujeres, es crear un espacio seguro en el que hablar libremente, tejer red y compartir. “Las gordas siempre hemos pensado que, si no molestamos, si no hablamos, nadie se dará cuenta de que estamos ahí. Necesitamos estos espacios para saber que no estamos solas y poder reconocernos”, explica. Grupos como este permiten por tanto crear una voz común con la que romper ese silencio que no protege sino que invisibiliza. “Crear gordoridad –palabra que usamos en el movimiento gordo, a la manera de la sororidad– para apoyarnos las unas a las otras es muy importante para enfrentarnos a las opresiones y crear herramientas contra la gordofobia”, cuenta.
Desde el feminismo, ¿podemos hablar de una gordofobia normalizada e interiorizada? Sánchez Campos considera que también aquí es difícil identificar la gordofobia. “La gordofobia sigue siendo la única opresión socialmente aceptada. El miedo a engordar se traduce en rechazo hacia los cuerpos gordos, considerándolos indeseables. Las personas gordas enfrentan discriminación en el sistema sanitario, en las relaciones sexo-afectivas y familiares, en el entorno laboral y en el ocio. Desde el feminismo debemos cuestionar esta opresión y reconocer cómo la perpetuamos”. La activista cree que es crucial identificar y desaprender las expresiones y comportamientos gordofóbicos que hemos normalizado; además de dar voz a las mujeres gordas sin silenciarlas.
Sobre las imágenes de este especial gordofobia
Este reportaje, así como los artículos que los complementan Gordofobia en consulta, Queremos que desaparezcan las personas gordas y Ser y hacer, forman parte del especial sobre gordofobia del número de verano de la revista trimestral El Salto. Para la sesión fotográfica de los artículos y la portada hemos contado con la colaboración del Bloke Gorde. En concreto, han posado Bea, Eli y Rosa. Desde este colectivo relatan que cuando recibieron la invitación hicieron “una reflexión” y terminaron aceptando. “Hicimos un esfuerzo por superar la vergüenza y decidimos poner el cuerpo por delante y dar visibilidad a nuestra lucha. Individualmente no nos hubiéramos atrevido, pero lo colectivo nos sostiene”.
Fuente: https://www.elsaltodiario.com/feminismos/gordofobia-genero