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Gracias Egipto por devolvernos la esperanza

Fuentes: Al-quds Al- arabi

Traducido para Rebelión por Jalil Sadaka

La música más celestial que he escuchado en mi larga vida fue aquel discurso pronunciado por el general Omar Suleimán el pasado 11 de febrero de 2011, en el que anunció la renuncia del presidente Mubarak y la entrega del poder al Consejo Superior del Ejército. En cambio lo peor que han percibido mis oídos fue el último discurso de Mubarak pronunciado el día anterior, en el que anunció la trasmisión parcial de sus poderes a su ayudante Omar Suleimán.

El primer discurso que sólo tuvo 12 palabras dejó locos de contentos a más de 350 millones de árabes y a 1.500 millones de musulmanes de todo el planeta que esperaban con impaciencia ese momento, la caída del dictador y el inicio de la era democrática. El ex presidente Mubarak no se fue con honores como deseaba y planificaba, no fue capaz de mantener el pulso con los jóvenes revolucionarios, como deseaban otros tantos dictadores de la región, que le ofrecieron sus chequeras para sustituir el apoyo estadounidense que le fue negado a última hora.

El ultimo sermón de Mubarak apestaba a prepotencia y superioridad, característica principal común a todos los dictadores, incapaces de comprender lo que les rodea ni de captar el mensaje de las masas. Si yo fuera el escribano de los últimos discursos de Mubarak le habría aconsejado que pidiera humildemente disculpas al pueblo egipcio, que implorase el perdón como un hombre viejo y enfermo al que le queda poca vida y que desea que le permitan vivir sus últimos días o meses en la tierra que le vio nacer para ser enterrado en ella. Habría sido convincente ofreciendo su fortuna para saldar las deudas de Egipto o para construir hospitales o colegios dignos. Pero no fue capaz de enmendarse ni en el último momento, su ceguera le ha impedido ganar el honor y le ha supuesto la obligación de salir huyendo sin la dignidad de militar de la que tanto presumía.

La hazaña, por no decir el milagro, lograda por el pueblo egipcio, ha causado una inmensa alegría al extirpar uno de los regímenes dictatoriales más duros y con más apoyo internacional. Las armas del pueblo fueron una férrea voluntad, una gran firmeza, y una envidiable resistencia, frente a una durísima máquina de represión.

La caída de Mubarak y su régimen supone no sólo el fin de una etapa y el inicio de otra, sino además el derrumbe del llamado frente de moderación, por no decir la capitulación, formado a partir de la firma de los acuerdos de Camp David, con todo lo que ha supuesto de humillación para todo lo árabe y lo musulmán. Me atrevo a decir que estamos ante el fin del dominio israelí y la sumisión de los regímenes árabes con sus constantes concesiones con la esperanza de obtener una sola palabra de aliento de las autoridades israelíes para seguir negociando, hasta el punto de mostrarse dispuesto a renunciar a los derechos sagrados del pueblo palestino.

Esta gloriosa revolución popular ha conseguido que Egipto recupere su identidad, su dimensión árabe y su liderazgo indiscutible de la Nación Árabe en su lucha para recuperar un digno papel en la escena mundial, dicho de otro modo, restaurar el protagonismo jugado por Egipto desde la revolución de julio de 1952.

Aquella revolución, la del 1952, que lideró el ejército y abrazó el pueblo, consiguió liberar al pueblo de la explotación del sistema feudal, esta Revolución, la del 25 de enero 2011, ha sido liderada por el pueblo y la abrazó el ejército, saldando de este modo su vieja deuda con el pueblo.

El gran ejército egipcio que asumió la responsabilidad de luchar en defensa de toda la Nación árabe ante las agresiones de Israel, tiene que recuperar su prestigio y su papel e instaurar el equilibrio estratégico en la región, además de apoyar la lucha de los pueblos árabes contra las dictaduras, sumisas ante los enemigos, valientes contra los ciudadanos.

No esperamos que los regímenes árabes aprendan la lección emprendiendo las reformas necesarias, porque somos conscientes de que las dictaduras no son susceptibles a ser reformadas. Todo el que instaura la arbitrariedad, usurpa la libertad y confisca los recursos de la nación, deber ser derribado y juzgado por toda la sangre derramada y los gritos de dolor lanzados desde las mazmorras de las cárceles de los torturadores.

La pregunta que intercambian los ciudadanos en el mundo árabe al felicitarse por los éxitos obtenidos en Egipto y Túnez es, ¿cuál crees que va a ser el siguiente dictador destronado gracias a las gargantas de sus jóvenes?

Desde el primer día de la revolución de Egipto lo dijimos con rotundidad, la voluntad del pueblo es infinitamente más fuerte que su dictador. Teníamos plena seguridad de que el pueblo no puede ser derrotado, no sólo porque es la fuente de cualquier legitimidad, sino porque así lo atestigua la Historia, aunque siendo sinceros debemos reconocer que teníamos el corazón en vilo viendo las maniobras para engañar y dividir a este pueblo, por las supuestas comisiones de sabios, los oportunistas de la revolución, y algunos regímenes árabes asustados por sentirse huérfanos.

Gracias al gran pueblo egipcio, gracias a los caídos, gracias a las madres que han alumbrado esta generación de jóvenes que llenaban la plaza Tahrir y todas las plazas y calles de las ciudades del Nilo. Gracias también a los honestos informadores egipcios que se alinearon con su pueblo desde el primer momento, negándose a seguir falsificando y manipulando.

Gracias a todos por devolvernos la dignidad perdida, por devolvernos a Egipto purificada y dispuesta para seguir tirando del carro de la libertad.

rCR