¿Por qué nos fascinan tanto los espías? Si algo nos han legado las guerras del siglo XX –frías o calientes– ha sido la imagen romantizada de esos luchadores solitarios con doble vida que obran secreta pero heroicamente al servicio de su país o, traidoramente, al servicio de un poder extranjero. Pero más allá del heroísmo o la traición, quizá el rasgo que más define al espía –y el que más nos embelesa– sea su absoluta falta de escrúpulos: a la hora de cumplir la misión, no hay regla moral que valga. En ese sentido, los espías y agentes secretos son como el subconsciente de los Estados. Son los que más desnudamente representan sus verdaderos intereses y aspiraciones, todo lo que los discursos públicos intentan ocultar o dulcificar. Quien pretenda saber cuál es la política internacional de verdad de un Estado poderoso, tendrá que desenterrar lo que dicen, hacen y dejan de hacer sus servicios de inteligencia. Esto, precisamente, es lo que ha hecho el historiador Emilio Grandío Seoane con respecto a Gran Bretaña y la España franquista durante la Segunda Guerra Mundial.
En Hora Zero. La inteligencia británica en España durante la Segunda Guerra Mundial (Cátedra) nos narra en detalle cómo obraron la diplomacia británica y los cientos de agentes que trabajaban en suelo español on her Majesty’s secret service en los años del hambre, en un país destruido, cuando la División Azul luchaba en Rusia y cuando la represión franquista era más dura.
Sus conclusiones dejan poco lugar a dudas. Los agentes británicos pretendieron proteger o avanzar, sin escrúpulos, los intereses estratégicos y económicos del Imperio. A partir de 1939, esto significaba hacer lo posible por alejar a Franco de Alemania e Italia y atraerlo hacia la causa aliada. Aunque hubo un intento fracasado, en 1943, de sustituir a Franco por un liderazgo monárquico, en ningún momento se contempló seriamente propiciar el regreso de la República. Es más, los objetivos estratégicos de Gran Bretaña motivaron que su gobierno reforzara al régimen que había salido vencedor de la Guerra Civil, a pesar de este que continuara coqueteando con Hitler. Franco, por su parte, supo hacerse querer. No tardó en comprender la conveniencia de perfilarse como centinela anticomunista de Occidente y, así, asegurar la permanencia de su dictadura después de la derrota del fascismo mundial.
Grandío es profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidade de Santiago de Compostela. Hora Zero es la versión en castellano de un libro que publicó hace cuatro años en inglés. Hablo con él a mediados de mayo, por videoconferencia.
Desvelar las actividades de los servicios de inteligencia puede ser una labor ardua, ya que los Estados no suelen ver con buenos ojos que se hurgue en las páginas más secretas de su historia. En ese sentido, ¿cómo se compara su experiencia como investigador en Inglaterra con lo que ha encontrado en España?
Es una diferencia de la noche al día. No digo nada nuevo cuando afirmo que el nivel de acceso a los archivos nacionales españoles es muy deficitario. Aquí el principal problema ha sido la falta de voluntad política. Cuando hubo voluntad, a mediados de los años 80, se dio un gran salto en el tema. Pero desde hace 15 o 20 años se ha impuesto la inercia. La información sobre el pasado es algo que hay que valorar y cuidar de manera constante. Y en España no se hace.
¿Y en Inglaterra?
No hay comparación. En Kew, donde están los Archivos Nacionales británicos, hay dos plantas. En una trabajamos los investigadores profesionales de todo el mundo. Pero en la otra se atiende a ciudadanos de a pie que están, por ejemplo, investigado su genealogía, su pasado personal. Esa voluntad, ese enfoque, es de por sí algo tremendamente liberador. Un planteamiento así respecto al acceso al pasado no lo tenemos en España.
Aun así, también la transparencia del Estado británico tendrá sus límites.
Claro, tampoco hay que exagerar, no es la panacea. Todos los Estados tienen que vigilar su propia información. En los archivos británicos que he consultado hay mucha información que queda oculta. Sobre todo a partir de los años 70 hay documentos en los que se ha suprimido más de la mitad del contenido. Pero incluso eso indica que el Estado ha dedicado los recursos necesarios para que se practique esa vigilancia. Indica que se toma en serio el tema de la información.
¿Qué le ha aportado la experiencia investigadora en Inglaterra?
Me ha ayudado a tener una visión alejada de nuestros planteamientos españoles, que suelen ser bastante “ombliguistas”, sin mucha interrelación con lo exterior. Verlo todo desde un archivo extranjero te da una perspectiva distinta. Por otra parte, hay que tomar en cuenta que un trabajo como este solo se puede realizar en base al trabajo realizado sobre miles y miles de documentos. Es muy raro que encuentres un solo papel que te revele una información decisiva. La verdad es que en todo lo que concierne al mundo de la inteligencia hay muchísimo ruido de fondo: muchos rumores, suposiciones infundadas, etcétera. El propio carácter de la información tratada así lo aconseja. Para escribir sobre esta temática es mejor verlo todo en su conjunto, contrastando ampliamente diferentes fuentes en España y Reino Unido.
Su libro deja muy claro que la Segunda República nunca contó con apoyos oficiales británicos, ni en 1931, ni en 1936, ni mucho menos después de 1939. Incluso cuando Londres baraja quitar a Franco de en medio, es para sustituirle con un general monárquico. O al menos esto es lo que sugieren las fuentes.
Yo cada vez más me reafirmo más en la idea de que fue en el verano u otoño de 1943 cuando Franco estuvo más cerca de perder la jefatura del Estado. Pero, claro, como dices, a los británicos en aquel momento no les interesaba echar abajo a la dictadura como tal. Su intención radicaba en sustituir a un militar por otro, con la idea de seguir trabajando hacia la restauración de la monarquía y el regreso de Juan de Borbón.
Un plan que fracasa.
En efecto. Pero solo a corto plazo. Después, a partir del año 44, Gran Bretaña termina por aceptar a Franco.
De su libro entiendo que, en realidad, nunca llegó a rechazarlo.
Es verdad que en todo momento hubo una relación entre Gran Bretaña y Franco. No hay que olvidar que son redes en parte británicas las que, en julio de 1936, organizan el desplazamiento de Franco desde Canarias a Marruecos para que pudiera desplazarse a liderar el golpe allí. Debemos tener en cuenta que el Duque de Alba, embajador oficioso de Franco en Londres desde el primer momento, era pariente de Churchill y tenía trato frecuente con él.
Argumenta usted que el gobierno de Churchill ayuda a consolidar el régimen franquista.
Sí, la tesis de fondo que planteo es que Gran Bretaña juega un papel crucial en el mantenimiento de Franco. No solo desde sectores conservadores británicos puros y duros, sino también a través de la influencia de sectores católicos, entre los que Franco tiene mucho apoyo especialmente a partir del golpe del 36. Es precisamente la influencia de ese apoyo católico la que explica que Gran Bretaña acepte tan rápidamente –¡en 15 días!– el Pacto de No Intervención, a pesar de los esfuerzos de personajes influyentes como Salvador de Madariaga por llevar adelante un Plan de Paz de mayor alcance.
Si su libro tiene un protagonista, es Samuel Hoare, el vizconde de Templewood, al que Churchill en 1940 envía como embajador “en misión especial”. Esa misión era, principalmente, asegurar que España no entrara a la guerra como parte del Eje nazifascista. Los británicos invierten millones en sobornar a militares españoles del régimen y seguir informados sobre la relación entre Franco e Hitler.
Es un momento muy delicado. Hoare había sido varias veces ministro y era un hombre muy experimentado en el mundo de la inteligencia británica. En relación con España, Gran Bretaña dependía mucho de los servicios de inteligencia franceses. Después de la caída de Francia, en junio de 1940, los británicos tienen que estructurar y desarrollar sus propias redes en España. Recordemos que Estados Unidos no entra en la guerra hasta diciembre del 41. Y no es hasta el año 44 que Estados Unidos se arroga el liderazgo del mundo occidental en términos de inteligencia. Hasta entonces, Gran Bretaña lleva la voz cantante.
Y sin embargo la impresión que saca uno de su libro es que Franco, al final, fue el que mejor supo jugar el juego. Si alguien salió ganando de todos los embrollos, fue él.
Se tiende a subestimar a Franco como estratega político. El franquismo, si algo fue, es sobre todo práctico. Franco controlaba la información de una manera absoluta. Con respecto a su política exterior, el régimen era tremendamente adaptable, todo menos lineal. Nuestra comprensión del franquismo todavía tiende a observarlo a partir de un relato maniqueo de “buenos” y “malos”. Creo que esa simplificación –que también se explica en parte por el escaso acceso a buena parte de los fondos documentales– acaba por dificultar nuestra comprensión de lo que fue el franquismo. La historia que emerge como producto de la investigación sobre los servicios de inteligencia se nos aparece mucho más matizada y compleja. Con muchas más aristas y posiblemente más cercana a la realidad. No hay que olvidar que, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Franco estuvo perfectamente informado de lo que pasaba, no solo dentro del país sino también sobre el exilio. La información exhaustiva es una de las principales piezas en las que se basa la pervivencia durante casi cuatro décadas de la dictadura.
Cuenta usted que se estableció un pacto tácito entre Gran Bretaña y el franquismo en 1940.
En efecto. El acuerdo era que Franco permitiría que los servicios británicos de información desarrollaran su actividad en España, con tal de que no trabajaran contra su figura y el régimen. Este intento tan perfilado por sacarlo del poder en el verano de 1943, junto a la visión de un Eje en claro retroceso en los frentes de guerra, le conduce a tener que tomar decisiones.
Estados Unidos tardó bastante más en aceptar de esa forma a Franco, ¿verdad? Lo digo porque en marzo del 45, Roosevelt le envía una carta el nuevo embajador norteamericano en Madrid, Norman Armour, recordándole que Franco ganó la guerra con la ayuda de Hitler y Mussolini y que no es ningún amigo de los estadounidenses.
Así es. De hecho, la presión que se le aplica a Franco en el 43 está en mayor medida propiciada por Estados Unidos que por Gran Bretaña. Realmente les dicen a sus colegas británicos: “Señores, hay que quitar a este señor de aquí como sea”.
Eso sí, una vez ganada la Segunda Guerra, y con Truman de presidente, Estados Unidos termina por abrazarlo igual.
Sí, aunque este tema también es complejo. En realidad, por lo que he visto en los archivos, las conversaciones sobre la organización del nuevo mundo capitalista en oposición al socialismo –la construcción de un estado del bienestar que contrarrestara las posibles revoluciones obreras– arrancan muy pronto, desde el año 40, incluso antes de entrar Estados Unidos en guerra. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y los inmediatamente posteriores, las perspectivas pueden cambiar y adaptarse de manera muy rápida, siempre desde una perspectiva de Realpolitik. Y ahí Franco jugaba muy bien sus cartas.
En este cuadro, ¿es casual que durante y después de la Segunda Guerra Mundial España sirva como ruta de escape para agentes nazis, o incluso como país de refugio?
Para nada. En este papel, España se revela como un país de gran utilidad para el nuevo orden mundial que se va construyendo después de la derrota de Alemania. Los puentes a América a través de la Península Ibérica para los nazis y colaboracionistas no solo existieron sino que se mantuvieron durante mucho tiempo. Y, claro, también hubo muchos que simplemente se quedaron viviendo aquí. Salvando mucho los contextos temporales y territoriales, España fue algo así como un “Guantánamo” para el nazismo, un lugar donde se podía controlar a sectores peligrosos en confianza, aunque mucho más placentero, en recintos como balnearios y cosas por el estilo. Posiblemente sería interesante poner el foco en las relaciones entre Mallorca, la costa Mediterránea, los alemanes y el turismo, pero empezando desde finales de los años cuarenta.