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Gripe A y teología científica

Fuentes: Rebelión

El 2 de enero de 2010 Rebelión publicó un artículo de Juanlu González -«Gripe A, Internet nos vacuna contra la estupidez» [1]- con documentadas y argumentadas críticas sobre el complejo proceso social que ha envuelto y envuelve el tratamiento de la gripe A, con una, en mi opinión, muy optimista tesis sobre el papel de […]

El 2 de enero de 2010 Rebelión publicó un artículo de Juanlu González -«Gripe A, Internet nos vacuna contra la estupidez» [1]- con documentadas y argumentadas críticas sobre el complejo proceso social que ha envuelto y envuelve el tratamiento de la gripe A, con una, en mi opinión, muy optimista tesis sobre el papel de Internet como medio de información crítico y alternativo:

    […] Si exceptuamos los intentos de generación de consenso previos a la II Guerra del Golfo, el caso de la Gripe A bien podría considerarse como la primera gran victoria de la información a través de Internet frente a la proporcionada por Estados y medios de comunicación de masas en todo el mundo.

Con esa misma consideración, o tesis afín, finaliza González su nota:

    […] Quizá sea prematuro hablar de la mayoría de edad de la opinión pública, pero sin duda puede hablarse de una gran victoria de la comunicación alternativa que habrá de tenerse en cuenta de cara al futuro.

No es éste, sin embargo, el punto al que quería referirme. Admitiendo que no logro estar plenamente convencido de que las afirmaciones vertidas sean siempre exactas sin la deseable introducción de algún matiz de interés -cuando J. González, por ejemplo, sostiene que «los especialistas saben que la vacuna no está suficientemente probada y que sus efectos secundarios podrían ser peores que los de la propia gripe»-; reconociendo que no acabo de ver, a pesar de lo mucho que hemos visto, que el círculo se cierre tan rápidamente como González señala; señalando mi incomodidad creciente ante la expresión «monja médica» para referirse a la médica Teresa Forcades; no ocultando mis dudas ante alguna información ofrecida -«lo que ha trascendido es que había una vacuna segura para las autoridades y otra insegura para el resto de los mortales que podía tener más efectos secundarios. En algunos Estados, parece que hasta tres…»-; discrepando una milésima, o siendo algo más escéptico, sobre el papel, y los potenciales riesgos, de las intuiciones en el saber popular -«El saber popular, que en temas que le afectan directamente desarrolla fuertes y acertadas intuiciones, maneja ya abiertamente que algo sucio se esconde detrás de la alerta de pandemia…»-, la nota de J. González ofrece y señala documentada y argumentadamente varias líneas críticas que merecen tenerse muy, muy en cuenta.

Mi tema es otro. El asunto al que quería referirme gira en torno al uso por parte de J. González de la expresión «teología científica». Aparece en el segundo o tercer fragmento de su artículo:

    A pesar del apoyo artillero de la teología científica y del bombardeo mediático apoyado por los próceres mundiales responsables de nuestro bienestar, lo cierto es que sobran millones y millones de vacunas que van a pudrirse en los almacenes de los ministerios de sanidad de todo el mundo.

Alguna expresión y equiparación posterior -«maquinaria mediática, expertos científicos», «máximo experto» [2]- transitan por camino afín. Sea como sea, la cuestión es: ¿permite la situación hablar de «teología científica»? ¿Cabe usar negativamente la noción «experto científico»?

En mi opinión, no, en absoluto. No se trata de desconocer que en las comunidades científicas (muy diferentes, de muy diverso papel social, de complejidad creciente) los intereses, los errores, las cosmovisiones sesgadas, los servilismos, las aspiraciones individuales de ascensión social, los deseos promovidos en carrera alocada de publicación a costa de quien sea y sea como sea, y mil vértices más jueguen un papel que sin duda hay que tener muy en cuenta, pero nada de ello justifica en mi opinión el uso de una expresión que no es, en principio, un feliz oxímoron o una aporía iluminadora, sino que puede ser más bien señal, infeliz y cegadora, de un ir en contra o por camino muy alejado del saber generado por la ciencia positiva, por las comunidades científicas. Puede existir teología que se pretenda científica -si no ando errado, la teología natural aspira a ese atributo-, pero no existe ciencia conocida que se envuelva con los ropajes del inadecuadamente denominado saber teológico (cosa que, por cierto, sí que ocurre en algunas pseudociencias que se publicitan de forma impúdica en algunos medios públicos). Si lo intentara, si intentara dar gato dogmático e indiscutido por liebre dinámica y libre, sería expulsada, acaso con alguna dificultad u resistencia, del territorio en el que pretendía instalarse y que, sin duda, no es el suyo.

De hecho, la voz crítica que apunta el autor -u otras voces críticas, en este u otros ámbitos, con aristas resistentes y enrojecidas tras décadas de combate y denuncia- han surgido en el mismo espacio que es caracterizado como «teología científica». La señora Teresa Forcades está cursando el doctorado de teología en Alemania (creo, si no ando errado, que está a punto de presentar, o acaso ha presentado ya, su tesis doctoral) pero esos estudios teológicos son totalmente independientes de su intervención en el debate sobre la gripe A. Sin suscribir necesariamente sus afirmaciones en todos sus puntos (voces amigas, y críticas también, han señalado algunas puntualizaciones), sus opiniones críticas, discutibles desde luego como las de todos y todas, surgen desde el ámbito del conocimiento científico que ella posee y ha adquirido con esfuerzo, y desde una mirada crítica poliética que tampoco le es ajena. Científicos y científicas, pues, que critican desarrollos o consideraciones de política científica que defienden otros agentes sociales, otros responsables políticos o, desde luego, otros científicos. ¿Hubieran tenido tanta repercusión esas notas críticas de la señora Forcades, hablaríamos tanto de ellas, si hubieran surgido en territorios alejados de eso que J. González denomina, inapropiadamente en mi opinión, «teología científica»?

La izquierda no debe olvidar que no existe posibilidad de emancipación ni de crítica social de interés sin conocimiento, sin anudar nuevas y viejas alianzas entre los movimientos rebeldes y la ciencia, entre los movimientos sociales alternativos y las comunidades científicas que no están instaladas, ni pretende estarlo, en los despachos con moqueta, hilo musical, aire acondicionado y congresos-fiesta de las grandes corporaciones y/o de los gobiernos y Estados que les son fieles servidores.

Éste, por otra parte, no sólo fue este un rasgo distintivo del marxismo revolucionario sino también de aquel anarquismo amante de la astronomía y de la ciencia en general.

Notas:

[1] Véase http://www.rebelion.org/noticia.php?id=98002

[2] Así, la afirmación: «Sin embargo, ni la maquinaria mediática, ni los expertos científicos, ni los Estados, ni todos los políticos del mundo han conseguido que la población entre por el aro y se deje agredir conscientemente por sustancias extrañas…», o, un poco más adelante, «la guinda que corona todo este pastel ha sido la denuncia al máximo experto de la Organización Mundial de la Salud en gripe H1N1, Albert Osterhaus conocido también como Dr. Flu, por sus relaciones con la industria farmacéutica», responsable no en solitario de «haber inflado los datos y manipular a la opinión pública y los gobiernos para cerrar un negocio de bastantes miles de millones de dólares que habrán pasado de las vacías arcas estatales a manos de los laboratorios privados». Por cierto, ¿quiénes son los otros responsables?

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.