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Siria

Guerra mediática y freedom fighters

Fuentes: La Jornada

La crisis política de Siria nos permite retomar la inquietud planteada a inicios del año pasado, cuando en Túnez y El Cairo cayeron los gobiernos dictatoriales de Zine Abidine Ben Alí y de Hosni Mubarak: ¿ya no importa a quién beneficia o perjudica una insurrección? (Egipto y la toma del cielo por asalto, La Jornada, […]

La crisis política de Siria nos permite retomar la inquietud planteada a inicios del año pasado, cuando en Túnez y El Cairo cayeron los gobiernos dictatoriales de Zine Abidine Ben Alí y de Hosni Mubarak: ¿ya no importa a quién beneficia o perjudica una insurrección? (Egipto y la toma del cielo por asalto, La Jornada, 16/2/11).

En las grandes tragedias humanas, nada más fácil que estar contra los unos o los otros, y nada más cómodo que optar por la neutralidad, o el desgarrado esnobismo british del colega Robert Fisk, quien a raíz de la masacre en la localidad de Houla, asegura: Pronto olvidaremos el nuevo horror en Siria (La Jornada, 29/5/12).

¿A quiénes tenía en mente el corresponsal del diario inglés The Independent? Con su proverbial talento literario, Fisk mezcló caóticamente todas las masacres que hubo durante 30 años en el mundo árabe, y dio por sentado que sus lectores están muy al tanto de lo que acontece en Siria, país donde Lawrence de Arabia dejó de ser un romántico agente del Foreign Office.

Aludiendo a la matanza de Houla, Fisk dice: «El paralelismo con Argelia es estremecedor (…), y estábamos muy preocupados de que insurgentes estilo Al Qaeda se adueñaran de Argelia, así es que al final Estados Unidos apoyó a los militares argelinos del mismo modo que los rusos apoyan hoy a los militares sirios (…) sí es una guerra civil». ¿Entendió? Yo tampoco.

En asuntos de guerra, el término estremecedor suena perfecto. ¿Qué otra sensación depara cualquier masacre de civiles inermes, con mujeres violadas y niños degollados? En los manuales (occidentales) de estilo al uso, las expresiones son muy floridas: ataques indiscriminados contra la población inerme, contexto de violencia generalizada, ensangrentada nación, condenar la violencia venga de donde venga, etcétera.

Insertas en la llamada guerra mediática, vertidas al alimón, todas esas expresiones permiten que las mentes de Occidente se conviertan en un pandemónium semántico y verbal: Yugoslavia y Afganistán, Irak, Líbano y Sudán, Palestina y Libia. ¿Qué más da? La guerra.

Sin embargo, y en el caso de Siria, resulta interesante atender lo previsto en su blog por el analista español Juanlu González: El objetivo final es organizar una nueva campaña de bombardeos como la que lograron en Libia con intoxicaciones similares; pero necesitan aún más manipulación mediática, y no creo que vaya a tener lugar a no ser que haya una gran atención por parte de los medios de comunicación sobre una masacre.

Echando mano a cables de Wikileaks, Juanlu repara en que el Pentágono reconocía en diciembre pasado: «los rebeldes sirios son bien pocos (no hay mucho del Ejército Sirio de Liberación que entrenar en estos momentos)…», admitiendo sin pudor que trabajan con total descaro en el país:

«Las operaciones que se están llevando a cabo se realizan sin prudencia (sic), y al contar con la colaboración delictiva (sic) de toda la prensa occidental, pueden desestabilizar al país con la complicidad de unos medios que se encargan de lavar el cerebro de la opinión pública con absoluta impunidad…»

Sigue: Que las fuerzas alauitas (N de la R, del gobierno de Bashar Assad) colapsen por dentro, pero vendiéndolas como acto de represión del régimen que pretende que renuncie a su propia y legítima defensa, vendiéndola como actos de represión contra su propia población.

En todo caso, Juanlu concluye que es difícil crear una situación como la de Libia porque «…la población siria y su ejército están muy cohesionados, el apoyo de la población a los sublevados en armas es mínimo y, sobre todo, porque es bien complicado que las brigadas mediáticas engañen a todos todo el tiempo».

En un estudio sobre existencialismo y alienación literaria, el crítico estadunidense Sydney Finkelstein se detuvo en una novela corta de William Styron (La larga marcha, 1952). Una de las pocas que, a su juicio, registró el impacto de la guerra de Corea (1950-53).

Finkelstein subraya que en el curso de aquella guerra se avivó en la población «…una histeria tal como no se había creído necesaria durante la Segunda Guerra Mundial. En la guerra antifascista no había habido una política de contestar a la brutalidad fascista con una brutalidad e inhumanidad semejante».

El hecho de que la guerra de Corea fuese contra el comunismo, y de que el comunismo era por su propia naturaleza la peor de las barbaries, llevó a que cualquier táctica bárbara quedaba justificada. Básicamente, la novela de Styron describe la nueva despreocupación por la vida humana, y la brutalidad del entrenamiento militar.

En sintonía, el dramaturgo John Osborne escribió años después en la revista Life: Estamos obligando a nuestros hombres en el campo de batalla a actos del más completo salvajismo.

Seguiremos, en las siguientes entregas, desmenuzando el papel de la guerra mediática en Siria, y el de los nuevos actores militares que las potencias occidentales empezaron a dar cuerda en Libia: los freedom fighters, los mercenarios.

Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2012/05/30/opinion/023a2pol