Traducido para Rebelión por LB
Si alguien le roba a usted algo valioso, pongamos un diamante, posiblemente se enojará.
Lo dijo hasta el propio Dios. Cuando envió a un gusano para matar la planta de calabaza que daba sombra en el desierto al profeta Jonás, preguntó con malicia: «¿Tanto te enojas por la calabacera?» (Jonás 4:09)
Y ahora resulta que alguien nos ha robado algo mucho más valioso que un diamante o una calabaza.
Una guerra. Tal vez incluso dos guerras.
Así que tenemos todo el derecho del mundo a estar furiosos.
La primera guerra debía haberse librado en Siria. EEUU se disponía a atacar al régimen de Bashar al-Assad. Una operación clínica: breve, limpia y quirúrgica.
Cuando el Congreso vaciló, se abrió la caja de los truenos. El AIPAC envió sus rottweilers parlamentarios a la colina del Capitolio para hacer pedazos a cualquier senador o congresista que se opusiera. En Israel se dijo que Benjamin Netanyahu los azuzó a petición expresa de Barack Obama.
Pero todo el asunto estaba condenado desde el principio. Los estadounidenses declararon que su objetivo no era derrocar al régimen de Assad, Dios no lo quiera. Al contrario, Assad debía quedarse. No fue sólo un caso de preferir el diablo conocido al diablo por conocer: estaba claro que el segundo diablo era mucho peor.
Cuando dije que EEUU, Rusia, Irán e Israel tenían un interés común en apuntalar a Assad noté que se alzaban algunas cejas. Pero era simple lógica. Ninguno de esos indecorosos compañeros de cama tenía interés en llevar al poder en Siria a un variopinto grupo de violentos islamistas con aspecto de ser la única alternativa si la lucha continuaba.
Así que, ¿vas a atacar a alguien que en realidad quieres que continúe en el poder? No tiene mucho sentido. Así pues, no hay guerra.
La cólera israelí provocada por una buena guerra hurtada descaradamente se hizo más virulenta.
Si los americanos estaban confundidos, nosotros estábamos prácticamente esquizofrénicos.
Assad es árabe. Un mal árabe. Peor aún, es aliado del lobo feroz: Irán. Proporciona un corredor que permite transportar armas para Hezbollah desde Irán hasta el Líbano. En verdad, es el centro del eje del mal.
Todo eso es cierto, pero los Assad -padre, hijo y su espíritu nada santo- han mantenido la paz en su frontera con Israel. No se ha disparado ni una sola bala en décadas. Si [Assad] cae y su lugar es ocupado por islamistas desquiciados, ¿qué ocurrirá?
De modo que el israelí afirma con las tripas: hay que golpearlo, golpearlo duro. Pero con el cerebro -sí, también existe en algún lugar- dice: hay que mantenerlo donde está. Un verdadero dilema.
Pero hay otra consideración, mucho más grave para Netanyahu y compañía: Irán.
Una cosa es que le priven a uno de un pequeño golpe quirúrgico, y otra cosa muy distinta es que te roben una operación realmente grande.
En una reciente caricatura israelí se veía al presidente de Irán sentado ante la pantalla de televisión comiendo palomitas de maíz y viendo con delectación cómo a Obama lo golpeaban en Siria.
¿Cómo puede Obama presionar a Irán -se preguntan los comentaristas y políticos israelíes- si ha renunciado a presionar a Siria? Tras permitir a Assad cruzar impunemente la delgada línea roja, ¿cómo va a evitar que los iraníes crucen la línea roja más ancha que ha dibujado allí?
¿Dónde está la disuasión estadounidense? ¿En qué se queda el temor inspirado por la poderosa potencia mundial? ¿Por qué se habrían de abstener los ayatolás de construir una bomba atómica después de que el presidente de Estados Unidos haya caído en la primitiva trampa preparada por los rusos, según lo interpretan los israelíes?
A fuer de sincero, no puedo reprimir un sentimiento de schadenfreude [1].
Ante la difícil situación de nuestros comentaristas
Cuando afirmé categóricamente que no se produciría ningún ataque militar estadounidense -ni tampoco israelí- contra Irán, algunos de mis conocidos pensaron que me había vuelto majara.
¿Qué no habrá guerra? ¿Después de que Netanyahu la haya prometido? ¿Después de que Obama haya hecho lo mismo?
¡Tiene que haber una guerra!
Pero hete aquí que la guerra se va alejando en la distancia.
A los ojos de Israel Irán es un país gobernado por una desquiciada banda de fanáticos religiosos cuyo principal objetivo en esta la vida es aniquilar a Israel. Están empeñados en producir La Bomba, y ese empeño les permitirá conseguirlo. No les importa que el contraataque israelí esté garantizado ni que Irán sea aniquilado para siempre. Esa es la clase de tipos que son. Por eso hay que impedir a toda costa que fabriquen la bomba. Incluso al precio de hacer colapsar la economía mundial como consecuencia del cierre del estrecho de Ormuz.
Se trata de una imagen nítida y coherente en todos sus detalles. Por fortuna para nosotros, no guarda la más mínima relación con la realidad.
Los acontecimientos recientes han dibujado un cuadro totalmente diferente.
Todo comenzó con las elecciones en Irán. El ligeramente trastornado Ahmadinejad, patológico negador del Holocausto, ha desaparecido. En su lugar, los iraníes han elegido a un moderado de aspecto modesto: Hassan Rouhani.
Semejante elección no habría sido posible sin la aprobación del líder supremo, Ali Jamenei. Él tiene que dar su beneplácito a todos los candidatos. Es obvio que Rouhani fue su elección personal.
¿Qué significa eso? Para los comentaristas israelíes la cosa está muy clara: los astutos y taimados persas están engañando al mundo otra vez. Obviamente van a seguir construyendo su bomba, pero los ingenuos estadounidenses se tragarán sus embustes, se perderá un tiempo precioso y un buen día los iraníes dirán: ¡Ya tenemos la bomba! ¡A partir de ahora podemos hacer lo que queramos! Por encima de todo, ¡destruir a la entidad sionista!
Todo eso es pura fantasía. Los iraníes están muy lejos de ser un pueblo primitivo autodestructivo. Son altamente conscientes de ser herederos de una civilización gloriosa por lo menos tan antigua y rica como el pasado judío. La idea de intercambiar reinas -nosotros os destruimos a vosotros, vosotros nos destruís a nosotros- es ridícula, sobre todo porque el ajedrez es un juego persa (la misma palabra «ajedrez» [2] se cree que proviene de «Shah», la palabra persa que significa «rey»).
En realidad, los líderes iraníes constituyen un colectivo muy reflexivo y cauteloso. Jamás han atacado a sus vecinos. Aquella terrible guerra contra Irak que duró ocho años la inició el temerario Saddam Hussein.
El impulso para construir la bomba surgió cuando los neo-conservadores de Washington ebrios de poder -la mayoría de ellos judíos sionistas- comenzaron a hablar abiertamente de atacar a Irán en siguiente lugar, justo después de la corta y pequeña guerra que esperaban librar en el vecino Irak.
Parece que el liderazgo iraní ha decidido que en estos momentos es mucho más importante mejorar la economía que jugar con la bomba. Siendo como son mercaderes natos -«bazar» es una palabra persa- es posible que renuncien a la bomba a cambio del levantamiento de las sanciones y que empleen las riquezas de su país en beneficio de sus ciudadanos, que aspiran a convertirse en una sociedad moderna avanzada. Por eso Jamenei y el pueblo eligieron a alguien como Rouhani.
Esta semana la televisión israelí ha emitido un documental sobre la vida de los israelíes en el Irán del Shah. Aquello era un paraíso («paraíso» es también una palabra persa). Los israelíes vivían como reyes en aquella tierra. Construyeron la temida policía secreta del Shah ( la Savak, que no hay que confundir con el Shabak, el modelo israelí). Se hicieron amigos de sus generales, la mayoría de los cuales fueron entrenados en Israel. Construyeron sus industrias y comenzaron a construir sus instalaciones nucleares. Pura nostalgia.
El crudo persa se exportaba a Europa a través de Israel por un gasoducto tendido entre Eilat y Ashkelon financiado por el Shah. El acuerdo israelo-estadounidense-iraní conocido como Irangate fue fraguado en los primeros días de los ayatolás (literalmente: señales de Allah).
Los que quieran retrotraerse en la historia recordarán que fue el gran emperador persa Ciro quien permitió que los judíos regresaran a Jerusalén de su cautiverio babilonio, como lo registra cumplidamente la Biblia (libros de Esdras y Nehemías).
La moderna alianza entre Israel e Irán se basa en la enemistad que comparten contra los árabes, y fácilmente podría volver al primer plano. La política, como la pornografía, es una cuestión de geografía.
La población estadounidense, cansada de la guerra, parece inclinada a aceptar el desafío de la paz iraní. Los hombres de negocios [estadounidenses] se reunirán con los comerciantes de bazar [iraníes] y esperemos que lleguen a un acuerdo. Nada de guerra.
Al mismo tiempo, es posible que los acontecimientos evolucionen positivamente también en Siria. Ahora que EEUU y Rusia han descubierto que pueden trabajar juntos en esta región crítica, puede que los dos bandos enfrentados en la guerra civil se cansen de masacrarse mutuamente y acepten una solución política (como la que describí la semana pasada [3]).
El resultado serían dos guerras robadas, sustraídas a los que se aferran a la primitiva creencia de que la única solución para cualquier problema es el uso de la fuerza bruta.
Una visión de la vida muy diferente es la que expresan estas palabras de Bertrand Russell que me hizo llegar una señora en Pakistán:
«Tengo una creencia muy simple: que la vida y la alegría y la belleza son mejores que la muerte polvorienta, y creo que al escuchar [la música] todos nosotros debemos sentir que la capacidad de producirla y la capacidad de escucharla es algo digno de ser preservado y que no debería ser dilapidado en peleas absurdas. Pueden pensar que es un credo simple, pero creo que todo lo que es importante es en verdad muy simple».
Notas:
[1] Alegría que se experimenta ante la desgracia ajena, alegría malsana.
[2] «Chess» en inglés.
[3] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=174249&titular=la-%FAnica-guerra-buena-es-la-guerra-evitada-