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Hablemos claro de Palestina

Fuentes: El Salto [Foto: Una de las calles de Jenin al día siguiente de comenzar el ataque]

La situación en Palestina no es un conflicto de igual a igual, se trata de una potencia colonial y militar contra el pueblo palestino que tiene el derecho de protegerse y defenderse.

Ha pasado un mes del asalto de las fuerzas de ocupación israelí al campo de personas refugiadas palestinas de Jenín. Sí, fue un asalto militar y sí, fue en contra de la población civil palestina que reside en un campo de refugiados desde 1948, cuando fueron expulsadas a la fuerza de sus casas. El campo de personas refugiadas de Jenin se fundó en 1953. La mayoría de la población que lo habita son personas refugiadas, desplazadas y sus descendientes de la región Carmel de Haifa y de la montaña del Carmen, hoy territorio israelí. En 1948, tras la Nakba (palabra árabe que significa ‘catástrofe’, para referirse a la creación del estado de Israel en tierras palestinas), algunas familias palestinas abandonaron su tierra por mar o cruzando fronteras, buscando refugio en los países más cercanos, como el Líbano o Jordania; otras familias huyeron en autobús hacia Jenin, donde siguen residiendo en la actualidad, esperando que su derecho al retorno se haga efectivo, según la resolución 194 aprobada por las Naciones Unidas en diciembre de 1948.

En el ataque del pasado 3 de julio de este año, 12 personas palestinas de entre 16 y 26 años fueron asesinadas por soldados israelíes, resultado de una ofensiva que duró más de 48 horas. El silencio, la normalización y la simplificación de los ataques constantes en Palestina, así como el número de muertes que sube casi cada día, se ha apoderado de nuestra cotidianidad, lo que nos aleja completamente de la realidad que vive el pueblo palestino, frecuentemente etiquetado como “terrorista”.

Los ejemplos son muchos. Cuando la ofensiva de Jenin seguía, los medios se llenaron de imágenes del ataque violento de un palestino armado en Tel Aviv, desviando y descontextualizando la noticia de lo que seguía pasando a pocos kilómetros del lugar. El asalto de Jenin o el bombardeo de Gaza durante siete días del mes de mayo no se pueden entender sin aludir al hecho que forman parte de la estrategia del proceso de limpieza étnica y genocidio continúo iniciado en 1948 por Israel, con la voluntad de reducir y aniquilar a la población palestina. De la misma manera, el ataque palestino en Tel Aviv no se puede entender fuera de este marco.

Tras estos hechos, el periodista y poeta palestino Mohammed El Kurd, que vive en el barrio de Sheikh Jarrah de Jerusalén, denunció: “cada vez que una persona palestina decide cometer un acto violento de resistencia, aparece en los titulares que dan la vuelta al mundo. No obstante, si asesinan a una persona palestina no será reflejado en los medios. Nos han dicho y repetido tantas veces que la muerte de las personas palestinas se ha normalizado y que no pasa nada, siempre y cuando se haya cometido por parte de una persona que lleva uniforme, que actúa bajo un protocolo y se financia de manera global.”

Solo en 2023, 205 personas palestinas han sido asesinadas a manos de soldados uniformados israelíes, haciendo de este año el más sangriento desde hace décadas en Cisjordania. Las ciudades más afectadas por esta escalada de la violencia son Jenin, con 64 personas asesinadas, y Nablus, con 46. Los números no son casuales ni arbitrarios, históricamente ambas ciudades han sido las más castigadas por las fuerzas de la ocupación israelí por ser el corazón de la resistencia palestina que lucha a diario para sobrevivir. Los ataques en Jenin no son excepcionales, sino que se han convertido en asaltos constantes contra la población de 15.000 personas palestinas, que residen en una pequeña y sobrepoblada superficie de 35 kilómetros cuadrados y que duermen siempre con un ojo abierto por lo que saben, por experiencia, que puede pasar.

Dada la invisibilización que vive el pueblo palestino en los medios internacionales, es importante contextualizar y entender cómo afectan e impactan estos ataques. Si bien la falta de representación y de voces palestinas es una realidad en los medios, y en muchas ocasiones imposibilitadas para explicar en primera persona lo que están viviendo, se debe denunciar el trato diferencial, discriminatorio e invisibilizador que viven las personas palestinas que cuentan sus muertes en plural, sin nombres y apellidos, sin entender el impacto que genera en sus barrios, en su comunidad, que no tiene ni tiempo para recuperarse de los continuados duelos.

Jenin UNRWA

Por ello, los sucesos en Palestina no se pueden simplificar, sino que se deben entender en el contexto donde suceden y en la manera cómo se desarrollan. Por eso, es básico explicar lo que sucedió en Jenin (y sigue pasando a diario), para acercaros a la lógica del aparato colonial y de apartheid que impera en Palestina y que se aplica de manera cotidiana en cada aspecto de la vida del pueblo palestino, ocupando su tierra, pero también su vida cotidiana.

A primera hora de la mañana cortan la electricidad y el agua en todo el campo, un corte que dura más de 48 horas. En este momento, varios comandos militares de las fuerzas de la ocupación israelí entran en el campo, atacando por aire, a través de drones que lanzan explosivos, y por tierra, abriendo fuego contra el campo; ayudadas por una excavadora que a su paso destruye las estrechas calles del lugar. Desde el momento que empieza el ataque, los tiros y los bombardeos siguen durante 48 horas.

En las primeras horas del asalto, ocho personas palestinas son asesinadas y más de 50 son heridas. En el momento que las personas heridas buscan refugio y asistencia, las fuerzas de ocupación desplegadas en el campo obstaculizan el paso de ambulancias para socorrerlas, dejando que algunas de ellas mueran desangradas: 10 personas más son asesinadas y más de un centenar son heridas. Las ambulancias, que consiguen socorrer a algunas de las heridas y se dirigen de inmediato al hospital más cercano, se encuentran con las carreteras obstaculizadas por jeeps israelíes. Las personas que no logran llegar a una ambulancia, se dirigen a pie al hospital. Y es entonces cuando los soldados deciden atacar, lanzando gases lacrimógenos contra aquellas personas que intentaban acceder al hospital. Se producen heridas por inhalación de gas. Jenin se convierte en un campo de batalla. En este contexto, es importante no desnaturalizar que se trata de un campo de refugiados, dado que es un espacio habitado por civiles que durante el ataque estuvieron encerrados en sus hogares, buscando refugio.

El ataque sigue y se bloquean las redes sociales de la población palestina que quería denunciar lo que estaba sucediendo en Jenin. Asimismo, las personas vecinas de Jenin —que seguían sin electricidad— se quedan aisladas, totalmente desamparadas, sin batería ni capacidad para denunciar lo que estaban viviendo. Los medios, periodistas y fotoperiodistas que se despliegan en el lugar para documentar el asalto, son atacadas de la misma manera que las personas del campo. Las fuerzas de ocupación israelí abren fuego directo contra ellas y algunos periodistas pierden sus cámaras, que quedan totalmente destruidas.

Asimismo, los soldados israelíes asaltan con violencia la sede de la organización The Freedom Theatre, una organización que trabaja para promover el arte como herramienta para la gestión del miedo entre las más pequeñas del campo, entendiendo la violencia sistémica y sistemática a la que se ven expuestas a diario.

El ataque sigue y el número de personas heridas sigue subiendo. Se hace de noche y las fuerzas de ocupación israelí ordenan la evacuación del campo, mientras siguen con los ataques. En ese momento, más de 4.000 personas palestinas huyen corriendo y de noche, con las manos arriba como si fueran criminales, abandonando sus casas entre el lanzamiento continuado de gases lacrimógenos. Las carreteras del campo se llenan de gente que busca donde pasar la noche tras ser expulsadas a la fuerza, una vez más, de sus hogares. Durante las siguientes horas, los bombardeos siguen y la destrucción del campo también.

Tras 48 horas de violencia, las fuerzas de la ocupación israelíes abandonan el campo de Jenin irreconocible, dejando a 12 personas muertas a su paso. Muchos medios los han reducido a “jóvenes terroristas” que han escogido el camino de las armas para combatir a la potencia colonial militar mejor preparada de todo el mundo. No obstante, el término “terrorista”, que los deshumaniza e instrumentaliza, tampoco se puede descontextualizar de quiénes son estos jóvenes y cómo han crecido. Estos son los que vivieron la masacre de 2002 en el campo de Jenin cuando aún eran muy pequeños; personas que han nacido y crecido rodeados de la violencia sistemática y extrema de las fuerzas israelíes y que, ahora, quieren defenderse y defender a su tierra, constantemente atacada.

El contexto es importante, ya que la narrativa colonial israelí también se fundamenta en colonizar el lenguaje mediático, que se usa y normaliza a la hora de hablar de Palestina y de lo que en ella sucede: “conflicto”, “guerra” y “terrorismo”, son términos que se usan a menudo. La situación en Palestina no es un conflicto de igual a igual, se trata de una potencia colonial y militar contra el pueblo palestino que tiene el derecho de protegerse y defenderse.

Hablar de Palestina no es complicado ni lo es hablar de lo que sucedió en Jenin: un asalto militar contra la población civil, personas que se encuentran atrapadas, sometidas a un sistema colonial y de asentamientos coloniales en expansión desde 1948. Todas estas personas forman parte de más de cuatro generaciones desplazadas, después de una Nakba que empezó en 1948 y que continúa en la actualidad, con una limpieza étnica continuada y a cámara lenta, pero que se ha intensificado en el último año.

Desde 1948, la población palestina es víctima de un círculo de impunidad, enraizada de tal forma que pasa desapercibida sin cuestionamiento alguno. Una situación que se alimenta y cuya perpetuación se permite sin que se señalen o exijan responsabilidades. Así lo demuestra que, días más tarde del ataque de Jenin, se repita un asalto similar en Nablus y que el 7 de julio un juzgado israelí dicte la absolución del asesino de Elya Al Hallaq. Elya era un palestino de 30 años, con una discapacidad diagnosticada, que fue asesinado por un soldado israelí que le disparó siete veces, cuando Elya volvía a su casa en la ciudad antigua de Jerusalén en junio de 2020. Días más tarde, el 11 de julio, la familia palestina Sub Laban fue expulsada a la fuerza de su hogar de Jerusalén, donde residían desde hacía 70 años. La casa de la familia Sub Laban se utilizará para recibir a una nueva familia de colonos israelíes, cada vez más presentes en Jerusalén. En definitiva, se repiten las circunstancias que conllevan la existencia de un aparato militar, colonial, ocupante y de apartheid que actúa sin freno.

Mohammed El Kurd sentenciaba: “Nos están eliminando en tiempo real, ahora. Estamos desapareciendo. Nuestras comunidades están rodeadas por colonias, puestos militares y departamentos de policía. Nuestras propiedades están construidas unas encima de las otras. Mientras tanto, los asentamientos de judíos se expanden y crecen cada día que pasa. Mientras tanto, las carreteras, solo para judíos, siguen ocupando nuestro territorio y éste debería ser el centro del debate.”

Desde el ataque a Jenin (solo en el último mes), se han documentado repetidos asaltos que han terminado con la vida de 14 personas palestinas en Cisjordania, la mayoría de ellos en incursiones militares en Nablus. El ataque de Jenin que empezó de madrugada y sin motivo alguno, materializa las políticas de castigo colectivo en las que las fuerzas de ocupación israelí se escudan de manera repetitiva. Y mientras la comunidad internacional calla, cómplice de la violencia sistémica y sistemática de las fuerzas de ocupación y de apartheid de israelí contra una población constantemente despoblada, brutalizada y descalificada a nivel internacional. Es innegable que las voces, los lloros, los funerales y los cuerpos sin vida del pueblo palestino lejos de ser excepción se han convertido en norma; imágenes sin voz, habituales en nuestras pantallas. Y las que seguimos luchamos seguimos criminalizadas, afectadas por una campaña de desprestigio que nos señala por denunciar la impunidad de la continuación de los crímenes de Israel. Ejemplo de ello es la campaña de señalamiento y criminalización contra el BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones a Israel), común en todo el mundo. Campañas de este tipo promueven la normalización de Israel quien se vende bajo la ilusión de ser un estado moderno y democrático que sigue asesinando, despojando y ocupando día a día no solo a la población palestina, sino también el vocabulario mediático que nos rodea.

Fuente:https://www.elsaltodiario.com/opinion/hablemos-claro-palestina