Traducido para Rebelión por Daniel Escribano
La carga tributaria debe establecerse en el lugar que le corresponde, a saber, en la propiedad, peticiones financieras y ganancias de capital, no sobre la fuerza de trabajo, los trabajadores que reciben salarios mínimos o las empresas de capital industrial pequeño o mediano, por cuanto el nuevo capitalismo financiero explota a todos ellos. Además, en nuestros días las privatizaciones de infraestructuras básicas del sector público van en aumento, el riesgo de vender los derechos de aterrizaje de los aeropuertos, autopistas, algunos otros medios de transporte y empresas públicas a quien ofrezca más.
Esas privatizaciones de la actual economía financiera conducida por la deuda significa lo siguiente: crear un nuevo mercado de deudas para bancos y gestores dinerarios, vendiendo el sector público a los mayores prestamistas. Por tanto, la cuestión reside en hacer frente al capitalismo financiado por la deuda. Es necesaria una reforma profunda del sistema tributario para dar a la industria el lugar que necesita. En consecuencia, la política tributaria necesita la formación de capital y debe impulsar la inversión de capital (no la especulación de activos), aumentando el trabajo productivo y gravando las ganancias de capital procedentes de la inflación de precios de activos.
He aquí, pues, las principales líneas de ese programa (M. Hudson: A fiscal program to renew American life and restore fair taxes).
1. Una política fiscal basada en la realidad, no en la economía basura. Los intereses financieros están afianzando e impulsando una ciencia basura para que no se discuta la política tributaria ni la política fiscal. Por tanto, deberían tomarse diversas medidas:
a) Implantar de nuevo el marco de antaño; la renta necesaria para satisfacer necesidades básicas debería estar exenta de impuestos, porque el gravamen aumentaría el coste de la vida. En consecuencia, los empleadores deberían pagar más.
b) Participación de la seguridad social y la sanidad en el presupuesto corriente. La cuestión no es implantar «cuotas de uso» ni, mucho menos, privatizarlas. Evidentemente, debe haber un marco de mínimos: quien tenga más de ese límite debe pagar y quien tenga menos, no. (En los Estados Unidos ha sucedido lo contrario: el 90% de la población soporta una carga tributaria extraordinaria y el 10% restante está libre o casi libre de pagar.)
c) Gravar las ganancias de capital y herencias, al menos tanto como los salarios y beneficios. En el sistema de antaño, las ganancias de capital tenían el mismo efecto económico que las rentas de ahorro ordinarias.
d) Poner coto a las vías de evasión tributaria. El sistema tributario de antaño se ha convertido en una red de vías de evasión. Esa red para algunas gentes supone vía libre y librarse de la tributación de las «rentas especiales», la renta que no procede del sueldo ni de beneficios industriales.
e) Otras vías de evasión tributaria están en los inmuebles reales, por ejemplo, las casas de propietarios ausentes, en que viven no propietarios. Debe acabarse con la sobredepreciación.
f) La deducción de la tasa de interés es otra vía de evasión tributaria. La deducción de la tasa de interés incentiva financiar el inmueble real y la industria mediante en endeudamiento; esas deudas devuelven el pago de intereses del flujo de renta al sector financiero. Por otra parte, ese comportamiento les permite aumentar los precios de los edificios de oficinas, apartamentos y viviendas.
g) Las demás grandes vías de evasión tributaria son los bancos de ultramar, para soslayar las tasas de renta. Es una excusa que una compañía de ultramar cree renta. Eso no es más que una ficción corporativa, un paraíso fiscal, que una factura tributaria realista debe enterrar.
2. Política fiscal para el sector público. Todas las economías exitosas a lo largo de la historia han sido mixtas, con el sector privado y el sector público desempeñando un papel específico. He aquí algunos puntos importantes:
a) Utilizar la retroalimentación de mercado en el sector público. En las campañas políticas, los hombres de negocios y lobbies que ensalzan el mercado libre no se inhiben para lograr que el gobierno que gestiona el sector público soslaye los precios de mercado. En efecto, son de gran importancia los derechos de aterrizaje de aeropuertos, autopistas y demás medios de transporte, así como otras infraestructuras del sector público que se van privatizando. Les cuestión reside en que para proveerse de renta los gobiernos rebajan los impuestos a sus pagadores de impuestos habituales (los ricos). Debe acabar esta tendencia.
Otro impuesto especial puede ser el impuesto sobre consumos especiales: automóviles, camiones y demás consumidores de gasolina. Así puede ayudarse a financiar las autopistas nacionales.
Deben desprivatizarse las infraestructuras, puesto que vender una autopista o una línea férrea no es más que una vía para soslayar el impuesto de propiedad. El mensaje es éste: de este modo será más eficiente. Como máxima económica, los defensores de la ciencia basura, los guerreros de clase de los ricos y los rentistas antiestatales repiten ese eslogan una y otra vez. Pero ese mensaje es mera mitología o religión.
b) Expandir el sector público. Tal y como demuestra Alaska, los estados de sector público amplio no necesitan clientes. Éstos pueden ser copartícipes, porque el sector público es de todos.
c) Priorizar la política fiscal: pasando de la política fiscal a la política monetaria y no al revés. Debe ponerse el Banco Central bajo control del Tesoro Público, puesto que la política monetaria corresponde a este último y no permitir que los gestores dinerarios del «sector privado» reciban las ganancias de la economía transfiriendo la riqueza a sus manos, en lugar de financiar nueva riqueza.
d) Por otra parte, el Gobierno puede y debe crear su propio crédito. No tiene por qué tomar préstamos de ninguna parte.
En suma: el capitalismo financiero de hoy ha subordinado al capitalismo industrial, dando al traste con toda la lógica de la política tributaria. En lo que atañe a ésta, los lobbies de los ricos han puesto nuevamente en negocio la lucha de clases difundiendo una retórica de relaciones públicas, desindustrializando la economía, colocando a la propia economía en deuda y ensalzando la ciencia basura por doquier. Debe eliminarse la carga tributaria sobre los asalariados, los rentistas de salario bajo y las pequeñas empresas, imponiéndola nuevamente sobre la propiedad y la riqueza financiera.
Desde principios de la década de 1980 los medios de comunicación públicos, los lobbies políticos y los hinchas del mercado libre han puesto en marcha una nueva guerra de clases. La economía basura, sin informar a la gente, manipula, presentando los objetivos de los grandes como si fueran libertades económicas e infringiendo las leyes antimonopolios. Por tanto, en esta nueva lucha de clases una política fiscal nueva y adecuada exige que el Estado desempeñe un papel económico mayor que nunca. ¿Aprenderemos?
Berria, 2 de enero de 2008
* Joseba Felix Tobar-Arbulu es ingeniero y autor, entre otros, de Inflazioaren aurka: bankugintza berriaren jarduerak (2004) y Moneta-teoria berrirantz (1999).