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Hamás ha ganado: cunde el desconcierto entre los enemigos de la justicia y la paz

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco

¡Hamás ha ganado! Y por todo lo alto. El pueblo palestino ha expresado una vez más su voluntad inquebrantable de resistencia y su sed de justicia. Ha fracasado miserablemente el plan sionista-estadounidense, al que se habían sumado vergonzosamente los dirigentes de la política exterior europea, para lograr que los palestinos acabaran aceptando su confinamiento en guetos detrás del muro del apartheid y en el campo de concentración de Gaza, y se conformaran con un estado sin derechos en el 8% de su patria.

Era un plan bien maquinado que incluía los siguientes aspectos:

1) Obligar a los dirigentes históricos de la resistencia palestina a aceptar negociaciones para crear «con realismo» un estado independiente en el 22% del territorio de su patria (Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este). Tal era el llamado «proceso de paz» o «proceso de Oslo». La condición para entablar las negociaciones era «aceptar la existencia del estado de Israel» y deponer las armas. Con tal fin se organizaron elecciones en los territorios ocupados y se eligió la dirección de la ANP que debía llevar las negociaciones. Para la ANP dichas negociaciones debían basarse en las resoluciones de la ONU, para Israel debían anularlas.

2) Permitir que Israel llevara adelante las negociaciones con una lentitud exasperante. Con un aplazamiento tras otro. Con gobiernos que cambiaban de continuo, incluido el de Netanyahu, formado tras el asesinato de la «paloma» Rabin, y el de Sharon (luego gobierno de unidad nacional), que había accedido al poder con el programa declarado de enterrar las negociaciones de Oslo. Mientras tanto, dejar que los gobiernos israelíes, de izquierda o de derecha, eso no importaba, prosiguieran a un ritmo sostenido la colonización y la expropiación. Un proceso que en la práctica sabotearía las negociaciones, pues al final no habría nada que negociar. Este proceso se ha rematado con la construcción del muro para delimitar el «estado» palestino y encerrar a sus habitantes.

3) Subvencionar (EEUU, Europa) a la dirección de la ANP y corromperla para desacreditarla ante el pueblo palestino, apartarla de sus raíces históricas, convertirla en un instrumento maleable y sumiso a los planes sionistas y estadounidenses. Evitar otras elecciones democráticas palestinas (después de las que se celebraron al principio del «proceso de paz») para contar con una dirección de la ANP cada vez más desvinculada de su pueblo y de la resistencia. Esto lo han sabido hacer a las mil maravillas los israelíes, imponiendo continuos aplazamientos y fomentando el afán de poder de algunos dirigentes palestinos.

4) Poner a la ANP bajo sospecha por corrupción, debilitarla e incitarla a dividir al pueblo palestino, con el chantaje de que la negociación era incompatible con la resistencia, por lo que el principal cometido de la ANP era «combatir la violencia» y el llamado terrorismo, es decir, la resistencia popular a los planes de Israel. En el caso de que la ANP se negara, el grifo de las «ayudas» se cerraría.

5) A todo esto Sharon pudo añadir fácilmente algo de su cosecha (aceptado de inmediato por EEUU y Europa): la imposibilidad de negociar con una ANP corrupta e incapaz de atajar el «terrorismo» o sin verdadera intención de atajarlo. Esto incluía el asesinato, por envenenamiento, de Arafat, que no estaba dispuesto a ceder por completo, sustituyéndolo por un Abu Mazen mucho más pusilánime.

6) Permitir que el ejército de ocupación israelí interviniese continuamente para eliminar (asesinar) de forma «selectiva» (asesinatos extrajudiciales) a los dirigentes y combatientes de la resistencia (Hamás, FPLP, Comités Populares y Yihad Islámica).

7) Lograr que la propaganda imperialista y en particular la de los sionistas en los medios occidentales siguiese cantando las alabanzas de unas negociaciones de paz inexistentes (no había negociaciones ni paz) y achacara su lentitud a la «violencia palestina», a la taimada intención de Arafat de «destruir el estado judío».

En los últimos tiempos se ha podido apreciar adónde ha llevado este plan. Los palestinos ya no podían seguir en ese trágico atolladero. Las fuerzas sanas de la sociedad palestina, los demócratas y, sobre todo, la resistencia, han impuesto estas elecciones y han manifestado, tal como se ha visto, algo que sin duda tendrá una repercusión histórica en todo Oriente Próximo: su voluntad de acabar con el ENGAÑO DEL «PROCESO DE PAZ».

Israel, EEUU y Europa no saben por dónde salir. Lo único que aciertan a decir es que estas elecciones asestan un golpe mortal al «proceso de paz». ¿Qué proceso de paz? ¿Dónde está la paz? ¿Qué les han dado a los palestinos al cabo de diez años de negociaciones? Israel lo ha conseguido todo y aún más, los palestinos nada y aún menos. El pueblo palestino, el más oprimido de la tierra, no tiene libertad, no tiene bienestar, no tiene paz y está perdiendo su último pedazo de tierra. Pero ahora la música va a cambiar. Hamás y sus aliados, las fuerzas de la resistencia, representan la voluntad íntegra e inquebrantable de acabar con la hipocresía occidental. Ahora Israel -que ya está diciendo que no va a tratar con «terroristas», es decir, con quienes se resisten a la ocupación y a la injusticia criminal sionista-estadounidense- se enfrenta al fracaso de su plan y tendrá que decidir si por lo menos aspira a un periodo de paz a costa de ceder los territorios ocupados, o prefiere vérselas con un gobierno palestino decidido a resistir con las armas, si es preciso, ante cualquier atropello. Ah, pero se dice que Hamás no acepta el derecho de Israel a existir. ¡Qué terrible suena eso! Y los hipócritas defensores de la democracia en Oriente Próximo, ¿qué dicen? Piensan, pero no lo dicen, que quizá era mejor cuando había una ANP de ordeno y mando (desde hacía más de diez años) que gobernaba sin rendir cuentas al pueblo con elecciones. Se agarran a un clavo ardiendo y «esperan» que el nuevo gobierno palestino sepa «ser realista», se dé cuenta de la «relación de fuerzas», «renuncie al terrorismo» y a la «lucha armada», es decir, a la resistencia. El primero que ha dicho estas cosas ha sido el criado bobo de EEUU, el indigno secretario de la ONU Kofi Annan. «La democracia es incompatible con la violencia». Acto seguido han hablado Condoleezza Rice (en realidad la verdadera inspiradora, con telefonazo directo, de la declaración del secretario de la ONU) y Jack Straw, el «hombre de paja» para quien sabe inglés. ¡Las tonterías que hay que oír! ¿De modo que las «democracias» occidentales pueden recurrir a la violencia y la guerra para invadir Irak, someterlo a sus dictados, matar a 200.000 o 300.000 iraquíes, pero los pueblos oprimidos no pueden resistir a la ocupación ni elegir un gobierno que se comprometa a llevar adelante la resistencia? ¡No, eso no es democrático! Las «democracias» occidentales, además de Irak, pueden invadir Afganistán, instalar un gobierno pelele, pueden bombardear Servia durante dos meses, pueden intervenir «humanitariamente» pero con armas en la antigua Yugoslavia, en Kosovo, en Granada, pueden intervenir con la subversión y el poder del dinero en Georgia, Ucrania y donde se les antoje, pueden amenazar y también pueden… financiar a Abu Mazen con motivo de estas últimas elecciones palestinas. Los israelíes, por su parte, ¿no han sabido siempre compaginar su democracia de apartheid con un uso continuo de la violencia? ¿Qué hacían en 1956 los tanques con la estrella de David en Egipto durante una guerra en la que no pintaban nada, porque era la guerra por el canal de Suez que enfrentaba a Egipto con dos potencias coloniales de entonces, Francia y Gran Bretaña? ¿Qué hacía la «democracia» israelí en Líbano en 1982 cuando el país fue invadido a pesar de que no había atacado a nadie? Una invasión que ocasionó decenas de miles de víctimas y las horribles matanzas de Sabra y Chatila. ¿Cómo puede explicar la lógica occidental de la democracia la violencia de Israel en los territorios ocupados, que dura más de cuarenta años?

Hipocresía tras hipocresía. La verdad es que, para los imperialistas, la violencia y la guerra, si vienen de Occidente e Israel, son «defensa propia», «intervención humanitaria» y «democrática», mientras que la resistencia de Hamás y los oprimidos es «terrorismo». Ahora Occidente amenaza con cerrar el grifo. Como si fuera un problema para los palestinos: pueden prescindir de ese dinero de Judas que ya no sirve para nada. Servía, sí, para corromper a los dirigentes de la ANP, pero el pueblo palestino no veía ni un céntimo. Además de corromper, el dinero americano y europeo servía para pagar una policía palestina que reprimía la resistencia y en vez de defender a la población oprimida por la violencia criminal de los ocupantes, defendía las colonias de los integristas sionistas contra la ira de la resistencia popular. Ese dinero le hacía el juego a Israel.

Ahora la victoria de Hamás y las fuerzas populares ha sembrado el desconcierto entre los enemigos de la humanidad. Era previsible. Los signos de la tempestad estaban ahí, para quien quisiera verlos. Durante la campaña electoral, en la propia ANP, se había organizado contra Abu Mazen un sector consistente alrededor de Marwan Barguti, aislado en una prisión israelí porque encabezaba a los palestinos de la OLP que no estaban dispuestos a ceder. Le habían dejado fuera de combate oportunamente (desde el punto de vista israelí, claro) para que sólo quedasen en la ANP los que estaban dispuestos a colaborar, y para quitarle a Arafat un aliado importante.

Pero ahora Hamás ha ganado, y aunque ha obtenido la mayoría absoluta, formará un gobierno de unidad nacional, un gobierno fuerte y dispuesto a luchar de todas las maneras posibles por la independencia y la libertad de los palestinos. Otra pieza que ya no encaja en el proyecto usamericano-sionista del Gran Oriente Próximo. Las fuerzas demócratas y antiimperialistas del mundo se felicitan por ello.

La acusación de que Hamás pretende «destruir Israel» es falsa en lo esencial, aunque contiene una pizca de verdad. Según la propaganda occidental, «destruir Israel» significa perpetrar un nuevo Holocausto o «arrojar al mar» a todos los judíos de Palestina. Es mentira. En una reciente entrevista con Silvia Cattori, publicada por Réseau Voltaire (voltairenet.org), Moshir al-Masri, dirigente de Hamás, afirma:

«En cuanto a nuestra negativa a admitir la existencia de Israel y la presencia de judíos en Palestina, permítame que haga una distinción entre los judíos como tales, es decir, los adeptos a una religión a la que respetamos y con quienes tenemos en común una historia honorable que recorre toda la historia musulmana, y la actual ocupación de nuestro territorio. El problema no son los judíos. Bienvenidos sean los judíos que quieran vivir con nosotros: esa ha sido siempre nuestra actitud a lo largo de la historia del islam, desde el tiempo del Profeta Mahoma. No, el problema es que hay una ocupación que oprime nuestra tierra. El problema lo tenemos con esa ocupación (…). Se hacen afirmaciones acerca de Hamás, según las cuales este movimiento pretende ‘arrojar a los judíos al mar’. Son afirmaciones falsas e infundadas. Respetamos el judaísmo como religión y a los judíos como seres humanos. Pero no respetamos una ocupación que nos expulsa de nuestra tierras y ejerce contra nosotros todas las formas de agresión, con las armas más atroces, utilizadas contra nuestro pueblo palestino.»

Una cosa son los judíos como seres humanos y otra un estado «sólo para judíos», un estado de apartheid que expulsa a los palestinos de su tierra. Lo que propone Hamás es un estado unitario en el que judíos y palestinos vivan en paz. Está claro. La pizca de verdad consiste en que se quiere destruir un estado de apartheid, no a sus habitantes judíos. Pero Israel, EEUU y Europa quieren, o mejor dicho exigen, que Hamás y los palestinos reconozcan a Israel como estado judío, reconozcan el «estado» expansionista de los judíos solos en tierra palestina. Esta pretensión ni siquiera está reflejada en las resoluciones de la ONU, es más, en la resolución n.º 194 (diciembre de 1948) se prevé el retorno de los refugiados palestinos (750.000 personas en esa fecha) a sus casas y sus tierras. Así que nada de «estado para judíos solos». Nótese la hipocresía occidental sobre este particular: en la resolución n.º 273 (mayo de 1949) la ONU se declara dispuesta a reconocer el estado de Israel si aplica las resoluciones anteriores. Pero Israel jamás ha aplicado la resolución 194. No sólo eso, sino que las negociaciones de Oslo debían servir para resolver el problema de los refugiados, es decir, para liquidar su derecho al retorno, para liquidar la resolución 194 conservando el estado sólo para judíos, el estado racista del apartheid. Hamás está, pues, con el derecho internacional, además de estar con el sacrosanto derecho de todo pueblo a la resistencia frente a la ocupación. EEUU, Europa e Israel son los que cometen una ilegalidad y se han vuelto contra el derecho y las resoluciones que votaron en su día.

Tras la aplastante victoria de las fuerzas populares en Palestina, la tarea de los antiimperalistas de Occidente consiste en denunciar la propaganda y los planes de Israel y sus aliados, poner en evidencia sus contradicciones. Debemos hacer ver que Occidente se ha metido en un callejón sin salida con su respaldo incondicional al sionismo. Debemos apoyar la resistencia. Renunciemos por una vez a la pretensión, tan arraigada en el movimiento antiimperialista, de dictar la política a los pueblos que luchan por su libertad. Esa parte del movimiento se asusta de Hamás porque es un partido islamista. Cada pueblo elige a sus dirigentes y nosotros debemos ocuparnos de lo sustancial de su lucha. Lo sustancial es que la lucha de Hamás es una lucha por la libertad y la independencia, por lo que debemos apoyarla sin condiciones. Procuren los pedantes del movimientos pacifista y antiimperialista no repetir errores graves cometidos en el pasado, pues de lo contrario pueden acabar sosteniendo gobiernos fantoches filoimperialistas sólo porque son «laicos» y occidentaloides, aunque opriman a sus pueblos.

El sionismo, si vamos a eso, también es una fuerza «laica» (por lo menos formalmente) y «occidental», pero reaccionaria y sometida al imperialismo estadounidense.

Los verdaderos militantes antiimperialistas comprenden que la situación en Oriente Próximo está evolucionando rápidamente a favor de los pueblos oprimidos, que necesitan nuestra ayuda. ¿A qué esperamos?