Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El cruel régimen israelí está organizando una nueva campaña para exigir la liberación de uno de los soldados de su ocupación, al que se mantiene en paradero secreto en Gaza.
Esta última campaña, ampliamente aireada por los medios bajo control judío en Europa y Norteamérica, está asumiendo diversas expresiones, incluyendo las protestas dirigidas por la familia del soldado, un barco propagandístico organizado por los seguidores judíos estadounidenses de Meir Kahana, rabino de mentalidad nazi, y un llamamiento del superficial presidente francés Nicolas Sarcozy para la liberación incondicional del soldado israelí.
Ese es el mismo Sarkozy que guardó silencio durante el criminal ataque israelí contra el indefenso pueblo de Gaza hace dieciocho meses. Ahora se pone a invocar el humanitarismo y la caridad como si los miles de niños, hombres y mujeres de Gaza aniquilados o mutilados por el ejército israelí no alcanzaran la condición de humanos.
Es verdad que Gilad Shalit no está recibiendo un trato de cinco estrellas. Pero eso no se debe a que Hamas tenga ningún sádico anhelo en atormentar al joven soldado, que probablemente tiene las manos manchadas con la sangre de muchos niños palestinos.
Es difícil encontrar en Israel un adulto israelí que no tenga las manos manchadas de sangre palestina. Después de todo, Israel es una sociedad de asesinos, sin que importe que las víctimas sean niños. Es una sociedad a cuyos miembros el racismo ha transformado en racistas, caníbales y asesinos de mentalidad nazi.
Así es, si no hubiera sido por el hecho de que Israel ha estado haciendo constantes y meticulosos esfuerzos para descubrir su paradero y liberarle por la fuerza, no hay duda de que Hamas habría permitido que el Comité Internacional de la Cruz Roja, o incluso su familia, le visitaran.
Pero no se puede confiar en Israel, un país que mata activistas por la paz en alta mar y después denomina ese asesinato a sangre fría como «confrontación armada con terroristas».
Los palestinos han tenido y tienen una larga y amarga experiencia de las traiciones israelíes. Por eso Hamas no puede permitirse correr ni el más mínimo riesgo a ese respecto. Sí, uno podría simpatizar con Shalit a determinado nivel humano. Sin embargo, Shalit es una única persona retenida, mientras que un régimen diabólico mantiene como rehén a todo el pueblo palestino, un hecho que sólo puede compararse con las peores experiencias históricas.
Desde luego que hay otros aspectos en relación a esta delicada cuestión. Israel retiene a miles de prisioneros políticos y de la resistencia palestina en sus mazmorras. Y como reveló el recién liberado dirigente islámico palestino, el Sheij Nayef Rayub, a muchos de esos prisioneros se les somete a torturas de régimen medieval por aquellos que afirman ser «una luz para las naciones».
Para quienes lo hayan olvidado, a Shalit se le hizo prisionero en el campo de batalla. Además, si Israel hubiera llevado a cabo una operación con éxito para rescatarle, es muy probable que lo hubieran conseguido a costa de su vida.
Ese es posiblemente el resultado final que Israel desea para su soldado. Un Shalit muerto sería un filón para la maquinaria propagandística sionista. Por una parte, permitiría a Israel torturar y matar a más prisioneros políticos palestinos (varios prisioneros palestinos han muerto recientemente debido a las torturas, negligencias médicas y otras causas). También absolvería a Israel de liberar a cientos de prisioneros políticos, como le exige Hamas y la gran mayoría de las masas palestinas, con independencia de su orientación política.
Sin duda, Hamas habría negociado de buena fe con Israel, confiando en alcanzar un acuerdo digno que hubiera contemplado la repatriación de Shalit a su familia a cambio de la devolución de cientos de detenidos palestinos a sus familias. Esa habría sido una fórmula beneficiosa para todos.
Sin embargo, el gobierno israelí, de forma arrogante e inamovible, rechazó esta lógica propuesta, planteando argumentos tan racistas que ni siquiera los líderes e ideólogos del Tercer Reich se habrían atrevido a presentar.
Por ejemplo, los dirigentes israelíes invocan de forma rutinaria el mendaz bulo de que el estado judeo-nazi no puede liberar prisioneros que tienen sangre judía en sus manos. Bien, ¿qué hay entonces de los miles o decenas de miles de israelíes que tienen sangre palestina, libanesa y ahora turca en sus manos? ¿Es que acaso la sangre no judía es menos roja que la sangre judía?
Israel no se atreve a presentar ni un solo razonamiento verdadero a este respecto. La razón es simple. Israel considera la sangre y las vidas de los no judíos como insignificantes, al menos en comparación con la sangre y las vidas judías. Sólo tienen que intentar mantener una breve conversación con un rabino y se quedarán más que conmocionados al escuchar lo que a ese respecto les dirá.
En cualquier caso, Hamas no debe mostrar ni el menor signo de fatiga vis-à-vis con Israel porque están en juego las vidas y la libertad de cientos de miles de palestinos. Hamas ha conseguido manejar con éxito durante tres años el asunto Shalit. Israel ha venido cometiendo masacres indecibles y ha impuesto un asedio manifiestamente criminal sobre 1,7 millones de personas con la esperanza de abrir una grieta en el muro de la firmeza de Hamas. Pero ni las presiones israelíes, ni la conspiración de Occidente, ni la colusión árabe, ni la traición de la Autoridad Palestina, han conseguido que Hamas entregue al soldado ni que ceda en su firmeza.
En un análisis final, Hamas tiene una inmensa responsabilidad moral hacia los miles de familias palestinas cuyos hijos se pudren en los campos de concentración y en los calabozos israelíes.
Ni que decir tiene que esas personas han pasado una gran parte de sus vidas en las prisiones israelíes para que su pueblo pueda vivir con dignidad y para mantener la esperanza en la libertad y liberación con respecto al siniestro sionismo.
Por tanto, no debemos vacilar a la hora de proclamar y reafirmar la posición palestina a este respecto, es decir, que Shalit debe quedarse tras las rejas mientras Israel insista en mantener a nuestros hombres, mujeres y niños tras las suyas.
Puede que esta postura no resulte muy popular en Nueva York o París. Pero, ¿por qué deberíamos sentir preocupación por lo que puedan pensar en Nueva York o París? Han sido siempre y continúan siendo nuestros más directos o indirectos torturadores. Lo primero y principal es nuestra responsabilidad hacia los masacrados prisioneros palestinos y sus dolientes familias que han hecho que nuestra causa nacional se mantenga viva.
En pocas palabras: Nuestros prisioneros no son los hijos de un Dios menor.
Fuente:
http://palestinethinktank.com/
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