En una reciente entrevista con Gara, la admirable, incansable y tenaz Jone Gorizelaia [1], respondía a una pregunta sobre su actividad política, sobre cómo su oficio de abogada le había llevado «a vivir la historia reciente en primera línea: juicio a la Mesa Nacional de HB, proceso 18/98, Udalbiltza, Otegi, Gestoras pro-Amnistía, Bateragune». La historia […]
En una reciente entrevista con Gara, la admirable, incansable y tenaz Jone Gorizelaia [1], respondía a una pregunta sobre su actividad política, sobre cómo su oficio de abogada le había llevado «a vivir la historia reciente en primera línea: juicio a la Mesa Nacional de HB, proceso 18/98, Udalbiltza, Otegi, Gestoras pro-Amnistía, Bateragune».
La historia de Euskal Herria, se le preguntó, ¿se estaba escribiendo también en los tribunales españoles? La respuesta de Jone Gorizelaia se iniciaba del modo siguiente: «Los españoles quieren que la historia de Euskal Herria se escriba en los tribunales y, además, de la manera concreta que ellos quieren contar. Las sentencias judiciales no son una buena forma de escribir la historia…» ¿Los españoles, todos los españoles, quieren que la historia del País Vasco se escriban en los tribunales? No parece, por mucho que queramos mirar sesgadamente, que ése sea el caso. Yo no soy ni me siento español, sino un heredero de la tradición de los rotspanien, cosa distinta, muy distinta, pero conozco muchos ciudadanos españoles -así se sienten sin ubicar ese atributo en primera línea de sus señas de identidad- que no sólo no tienen ningún deseo de que la historia de Euzkadi se escriba en ningún tribunal sino que están dispuestos a poner su granito de arena para que esta partitura, sangrienta sin duda, deje de tener esa melodía.
Poco después era el entrevistador quien generalizaba sobre españoles, en este caso, sobre partidos políticos. Sin embargo, preguntaba, «los partidos españoles anclan su discurso en las víctimas de ETA. ¿Qué papel les corresponde en este proceso?». No es necesario que recojamos la respuesta de la abogada nacionalista que tampoco matizaba la generalización de la pregunta. ¿Todos los partidos españoles anclan su discurso en las víctimas de ETA? ¿Izquierda Unida ubica esencialmente su discurso en ese nudo? ¿Lo hace también así Izquierda Anticapitalista? Pues tampoco parece que sea el caso.
Viene esto a cuento de un artículo – «Euskal Herria: ¿Qué pasa con Bildu y la ‘cuestión nacional»- publicado por Txantxangorri en rebelión [2]. Tras comentar y dar cuenta del gran éxito electoral de Bildu en las elecciones municipales, después de recordar que el colectivo de presos de ETA «ha hecho público un comunicado en el que ha decidido sumarse al Acuerdo de Gernika», el autor sostiene que «la izquierda abertzale y ETA han aceptado en su mayoría que el método de terrorismo individual es un callejón sin salida, como siempre hemos dicho los socialistas revolucionarios» pero que los políticos del PSOE y PP «no solo esperan el fin de ETA pero también el fin de los sueños independentistas de muchos vascos». Sin embargo, prosigue Txantxangorri, una futura «desaparición» -son suyas las comillas- de ETA «no significaría el fin del ‘problema vasco». La aspiración a la independencia de Euskal Herria sería una cuestión política que seguiría sin resolverse y que, claro está, debería resolverse para dotarnos de una convivencia en paz y con justicia.
Txantxangorri resume a continuación la posición que, a lo largo de la historia, han mantenido los marxistas. Cita a este respecto las reflexiones de F. Morrow -el secretario de Trotski- sobre Euzkadi, durante la guerra civil. «En las provincias vascas el problema nacional tuvo en 1931 consecuencias aún más serias; allí el movimiento nacionalista era conservador y clerical, y constituyó un bloque con los diputados más reaccionarios en las Cortes Constituyentes». Sin embargo, añade el autor, actualmente en Euskadi si bien todavía existe un partido, el PNV, que sigue siendo nacionalista y conservador, desde los años 70 del pasado siglo existe la izquierda abertzale. Ahora, en general, el nacionalismo vasco «tiene un carácter más radical».
Tomando pie de nuevo en Morrow, el autor recuerda el enfoque de Lenin y Trotski sobre la cuestión: «Los bolcheviques rusos dieron el modelo para la solución: inscribieron en su programa la consigna de la liberación nacional y la pusieron en práctica después de la Revolución de Octubre. La autonomía más amplia para las regiones nacionales es perfectamente compatible con la unidad económica; las masas no tienen nada que temer de semejante medida, que en una república obrera permitirá el libre florecimiento de la economía y la cultura». Txantxangorri, recuerda otras palabras de Morrow que, en su opinión, los socialistas revolucionarios del siglo XXI deberían tomar muy en cuenta y que recogen la visión troskista de la guerra en mi opinión radicalmente equivocada y muy poco documentada (pensamiento desiderativo sin suelo): «Así, en todos los terrenos, la burguesía se mostró incapaz de realizar las tareas democrático-burguesas de la revolución española. Eso significaba que la república no podría gozar de estabilidad; sólo podría ser un breve periodo de transición. Su lugar sería ocupado por la reacción militar, fascista o monárquica, o por una verdadera revolución social que daría a los obreros el poder de construir una verdadera sociedad socialista. La lucha contra la reacción y por el socialismo era la misma, y estaba a la orden del día».
La tesis de fondo: cualquier posición que no sea el apoyo a la liberación nacional, que en ocasiones el autor parece identificar con la formación de un nuevo Estado, «se convierte, directa o indirectamente, en un apoyo a la máxima centralización burocrática de España que exige la clase dominante, y así lo entenderán las nacionalidades oprimidas». ¿Y por qué? ¿Por qué el estado español, todo estado español, tiene que ser un instrumentos de burócratas al servicio de las clases dominantes -la duquesa de Alba y 500 familias más- que oprima a las nacionalidades de Iberia? ¿La España heredera de Machado, de Cernuda, de García Lorca, de Negrín, de Montseny, de Lluís Companys, de Castelao, de Ibárruri, de Azaña si se me apura, tiene también esa finalidad? ¿Es una ley de hierro tan inexorable como cuaquier ley de la naturaleza?
Txantxangorri sostiene a continuación que hay consciencia de ser vasco, de tener una lengua y una cultura diferentes. Cita datos de noviembre de 2007 y de estudios sociológicos periódicos realizados por la Universidad del País Vasco: el 34% de los ciudadanos vascos muestra tener grandes deseos de independencia, un 22% tiene pequeños deseos de independencia y un 32% ninguno. En otro estudio presentado por Eusko Ikaskuntza, marzo de 2007, un 44% asegura sentirse más vasco que español o francés, un 23% tan vasco como español o francés, un 12% más español o francés que vasco, un 7% más navarro que vasco, un 4% tan español como navarro, un 3% tan vasco como navarro y un 7% otros. Estas cifras, en opinión del autor, «enseñan donde estamos ahora mismo pero no podemos descartar que el apoyo a la independencia pudiera crecer rápidamente especialmente durante el mandato del PP en Madrid». No puede descartarse ese escenario, ni tampoco otros muy distintos.
Qué significa el movimiento hacia independencia de Euskal Herria para la clase obrera en España, se pregunta Txantxangorri quien con razón no confía en las estrategias y finalidades últimas de la burguesía nacionalista vasca. Txantxangorri defiende «seriamente el derecho a la autodeterminación de los pueblos y nacionalidades del estado español», sin discriminar a las minorías y sobre la base de la solidaridad socialista. Mejor imposible. Añade además la razonable aspiración a una federación socialista hispánica, «como parte de una Europa y un mundo de los trabajadores, no de las multinacionales».
¿No es eso, esencialmente, lo que las tradiciones marxistas, españolas, vascas, catalanas o soviéticas, han defendido siempre? ¿No debería ser la República socialista federal ibérica una aspiración de los socialistas revolucionarios, una finalidad que intentase hermanar a todos los pueblos españoles? ¿Por qué no es posible la convivencia fraternal, y no opresiva, de pueblos diversos, con décadas y décadas de historias en común y de fuertes relaciones entre sus ciudadanos, sin olvidar desde luego opresiones, incomprensiones y manipulaciones?
Espriu, en La pell de brau, lo formuló así: «Diversos són els homes i diverses les parles,/ i han convingut molts noms a un sol amor». El internacionalismo no es un antinacionalismo, pero no aborda la cuestión nacional como lo suele hacerlo la tradición política nacionalista. El género humano, fraternalmente unido, es la Internacional.
PS: Un dato de interés. Representantes de la Coordinadora para la Prevención y Denuncia de la Tortura (CPDT), que reúne a 44 organismos de España, han dado a conocer [3] el informe anual de 2010 y lo que va de 2011 en Hego Euskal Herria. Según han informado, de las 540 denuncias registradas en España en 2010, «132 corresponden a ciudadanos de Hego Euskal Herria y en un 39% son producto de la aplicación de la incomunicación, por lo que han exigido su derogación». Los representantes de la coordinadora han criticado que el protocolo para la prevención de la tortura no funciona y han llamado la atención sobre la criminalización que sufren los que denuncian los casos.
Con razón. La cuestión que merece destacarse: son 540 las denuncias, 132 corresponden a ciudadanos vascos. ¿Es una cuestión de españoles contra vascos o el nudo central se ubica en un lugar muy, pero que muy distinto?
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137210
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137498
Salvador López Arnal es un ciudadano barcelonés favorable a la autodeterminación de los pueblos, del vasco y catalán entre ellos por supuesto, que abona una República ibérica socialista federal, continuadora de la II República española, que respete lenguas, culturas e identidades diversas.
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