Juako Escaso (Madrid, 1979) es, entre otras cosas, poeta, novelista y guionista; escritor, en definitiva. Se inició en la literatura con apenas quince años y desde entonces su trayectoria ha girado en torno a ella. Tras abandonar la educación oficial, se formó en creación literaria en la extinta Escuela de Letras, y después como guionista […]
Juako Escaso (Madrid, 1979) es, entre otras cosas, poeta, novelista y guionista; escritor, en definitiva. Se inició en la literatura con apenas quince años y desde entonces su trayectoria ha girado en torno a ella. Tras abandonar la educación oficial, se formó en creación literaria en la extinta Escuela de Letras, y después como guionista en la Escuela de cine y audiovisual de Madrid. Durante unos años se empleó en diversas productoras de televisión como redactor, analista de contenidos y guionista, y creó su propia productora con la que escribió y dirigió el largometraje documental Mañana podría estar muerto (Mano Negra Films, 2011). En 2009 decidió dar un giro a su carrera y a su vida: partiendo de sus convicciones anticapitalistas y libertarias, decidió dejar su empleo y aventurarse en la búsqueda de un modo de vida más auténtico y acorde a sus ideas. El primer fruto de este proceso fue la novela Incierto amanecer (Hermida, 2010), una historia escrita en prosa poética y ambientada en la resistencia antifranquista con la que tuvo el dudoso honor de quedar finalista al Premio Planeta 2010 y al Círculo de Lectores 2011. Este cambio de rumbo vital supuso también un giro en su poética, que dio un paso claro y firme hacia el compromiso político. Mañana sin amo (La oveja roja, 2013) es su primer poemario publicado, una propuesta sin concesiones, furiosa, directa, que recoge planteamientos del comunismo libertario, la crítica al progreso y el situacionismo.
En los últimos años, esta búsqueda le ha llevado a la okupación, el mundo rural, las colectividades, el trabajo de la tierra, la autogestión y la transformación personal, todo un proyecto vital que trata de compaginar con la escritura. Todo que ganar (Txalaparta-La oveja roja, 2015) es el nuevo fruto de ese lento y hermoso crecimiento.
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Tengo que empezar agradeciéndote tu novela. Pocos acontecimientos tan importantes para mi (y para muchos ciudadanos y ciudadanas de mi edad) como los asesinatos de Vitoria de 1976.
Todo que ganar es el título de tu novela. ¿A qué refiere eso «todo» que hay que ganar?
Encontrar el título del libro fue un proceso largo y difícil. Tras descartar numerosas opciones, busqué una frase que reflejara lo que podrían sentir ambas protagonistas, Elena e Indar, una ubicada en los meses posteriores a la muerte de Franco y la otra en este presente nuestro. Ambas están enfrentadas a un horizonte de dificultades, también de posibilidades, y en el que hay una clara necesidad de ruptura. Surgió entonces la frase «nada que perder», pero prefería lanzar un mensaje optimista, decir que es posible transformar la sociedad, así que lo convertí en «todo que ganar». A principios del año 1976 -tiempo en que se sitúa uno de los dos relatos de la novela-, ese «todo» era principalmente la libertad de expresión y el derecho a la vida (no olvidemos que el franquismo ejecuta sus últimos fusilamientos de disidentes en septiembre de 1975). En el contexto actual se refiere más a la necesidad de recuperar la autonomía como individuos, la capacidad crítica y la conciencia colectiva para superar el capitalismo.
Esta novela, señalas al final del libro, «reproduce hechos reales o está inspirada en ellos, sin embargo, no tiene afán de ensayo histórico, sino más bien de mero homenaje a las luchas y a las luchadoras». ¿Luchadoras tan sólo? ¿Has escrito una novela feminista pensando sobre todo en mujeres?
La notación tiene una doble lectura, puede entenderse como «mujeres luchadoras» o como «personas luchadoras». En cualquier caso, es un homenaje a quienes lucharon por una sociedad más justa e igualitaria, en general, y a las mujeres en particular, pues ellas han sufrido -y sufren todavía- una violencia específica asociada a su condición. No se trata de una novela feminista -definirla así sería muy atrevido por mi parte-, lo que sí hace es lanzar un guiño cómplice a esa lucha concreta que, por otro lado, debería ser un eje transversal de todas las luchas.
Respecto a la primera parte de la anotación, hay que explicar que los años setenta estuvieron cargados de conflictividad laboral y social materializada en huelgas durísimas y movilizaciones multitudinarias (proceso de Burgos, actos pro-amnistía, contra los fusilamientos del año 75…) En Vitoria, a comienzos de 1976 se encendió la mecha de un conflicto laboral que pronto se radicalizó, convirtiéndose en un pulso entre la fuerza obrera y las instituciones. El clima en las calles era muy tenso, y es de suponer que también en los despachos. Este proceso culminó el día 3 de marzo, con motivo de la tercera huelga general localizada que se convocaba en Gasteiz en solo tres semanas. Aprovechando la concentración de miles de personas en las inmediaciones de la iglesia de San Francisco, donde debía celebrarse la asamblea general informativa a las cinco de la tarde, la policía rodeó el templo y abrió fuego contra los asistentes. Uno de los objetivos de esta novela es, pues, homenajear esa lucha y aportar mi granito de arena contra el olvido. No de manera imparcial, claro, no tengo afán de neutralidad. Estoy en el lado de las y los perdedores, de los hombres y mujeres que vieron sus sueños de justicia truncados por la violencia del Estado.
¿Y a qué luchas refiere «luchas»? ¿A las de aquellos años, a las luchas de ahora? ¿Hablas básicamente de luchas obreras?
Me refiero a las dirigidas contra el capitalismo y sus expresiones de dominación (dictadura, socialdemocracia, neoliberalismo…). Desde mediados del franquismo se articularon resistencias que continuaron en las décadas posteriores y de las que las luchas obreras de los años setenta son herederas. Y también me refiero a las nuestras, las de hoy, al menos a las que recogen ese testigo. En el caso concreto de Vitoria, en 1976, la respuesta de clase adquirió un tono casi épico, puesto que la mayoría de aquellas gentes no partían de posiciones políticas radicalizadas y, sin embargo, comprendieron muy rápido la necesidad de construir una respuesta autónoma, es decir, asamblearia y autogestionaria, para defenderse y avanzar hacia la justicia social. Desgraciadamente, hoy aún queda mucho camino por recorrer en ese sentido y deberíamos preservar la sana costumbre de mirar hacia atrás en busca de inspiración.
¿Cuánto hay de ficción entonces y cuánto de realidad en Todo que ganar? ¿Fueron tan criminales y tan fascistas como muestras en la narración aquellos hombres del Régimen?
La peripecia de la novela y la mayoría de sus personajes son ficción, sin embargo están basados en personas reales y en los testimonios que fui recogiendo en las entrevistas que realicé. En cuanto al contexto y a la secuencia de acontecimientos relativos a las huelgas, a las movilizaciones y a la represión, he procurado ser lo más fiel posible a la realidad. Hay que decir que en lo relativo al 3 de marzo la realidad supera a la ficción, y esto es algo que mucha gente, sobre todo jóvenes, desconoce: la persecución, la represión, la cárcel, todo eso que refleja la novela era habitual en la sociedad española de los años sesenta y setenta (lo de antes fue puro y simple exterminio). De hecho, no es casual que la primera acción mortal de ETA fuese contra Melitón Manzanas, famoso torturador franquista, al que irónicamente el gobierno Aznar reconoció como víctima del terrorismo a título póstumo en 2001. O que el champán se acabara, como cantaba Sabina, cuando murió el dictador.
Eran muchos los hombres que configuraban eso que llamamos «el régimen franquista», probablemente no todos eran decididamente fascistas o torturadores, pero sería un error afirmar que eran meros funcionarios que cumplían con su trabajo. En la novela, el personaje de Orozco simboliza al régimen; es un hombre inteligente, metódico y despiadado, inspirado en parte en el capitán Quintana, temido en todo Vitoria en aquella época. Lógicamente, es un ser humano, y, por tanto, complejo, pero no es esa faceta la que quería destacar. No me importa si torturar a un disidente le suponía un conflicto o no, lo importante es que lo hacía. No seré yo quien contribuya desde la literatura a mitigar o excusar esa barbarie. Desgraciadamente, los tiempos han cambiado poco, por más que la gente insista en mirar hacia otro lado y los gobiernos intenten maquillar la utilidad de las fuerzas represivas. Recordemos que el gasto destinado a la renovación y mejora del material antidisturbios aumentó en un 1.800% en 2013.
Desconocía este dato. Agradeces la ayuda de varias personas y colectivos de Gasteiz. Entre ellos, a Martxoak Hiru Elkartea. ¿Quiénes son?
Martxoak Hiru Elkartea es el nombre en euskera de la asociación de víctimas del 3 de marzo, que está integrada, entre otras personas, por los afectados y afectadas de la masacre policial (heridos, familiares de asesinados, represaliados, etc.). Se constituyeron legalmente en el año 1999 y desde entonces han realizado un importante trabajo de denuncia de lo ocurrido y de señalamiento de los responsables políticos, al tiempo que han desempeñado una labor de recuperación de la memoria histórica y de la lucha de la clase trabajadora de Vitoria-Gasteiz. Les expreso mi agradecimiento porque me abrieron sus puertas desde el principio y porque admiro su labor.
Que una persona de mi edad tenga muy en cuenta, que no permita que habite el olvido sobre lo sucedido en Vitoria en 1976 parece razonable, incluso necesario. Pero tú eres muy joven. ¿Cómo has llegado hasta allí? Naciste tres años más tarde… y además en Madrid, en la ciudad resistente.
Llegué hasta las luchas obreras de los años setenta y el 3 de marzo por el simple interés en conocer el pasado más reciente y entender los procesos que nos han conducido hasta donde estamos. Precisamente porque soy más o menos joven y pertenezco a una generación acomodada, he tenido que hacer un esfuerzo mayor por apartarme la venda de los ojos y mirar más allá del relato oficial. Por otra parte, en los ambientes libertarios, anarquistas y antiautoritarios donde habitualmente me he movido en Madrid sabemos muy bien que la represión no es solo cosa del pasado. El estado policial y la criminalización de la disidencia política están a la orden del día.
No sé si has leído un ensayo reciente de David Becerra Mayor sobre La guerra civil como moda literaria. «La aproximación novelística al pasado debe servir para que ese pasado intervenga en nuestro presente», esta es una de sus tesis y una de las críticas a la mayoría de las novelas escritas sobre nuestra mal denominada guerra civil por romper ese enlace. A ti no se te puede aplicar esa crítica. ¿También tú crees que el pasado debe estar entrelazado con el presente?
Definitivamente. Hay una tendencia en la literatura y el cine que pretende usar la historia como mero entretenimiento, como un producto más del consumo de masas. A mi eso no me interesa, y tampoco quiero hacerle el juego al relato oficial. Las mejores obras literarias siempre han buscado una incidencia, han procurado meter el dedo en las llagas del ser humano. La Historia nos enseña que el pasado podría repetirse (y seguramente lo hará). El ensayo histórico es necesario para mirar atrás e inspirarnos en los procesos de resistencia política, pero también hace falta construir un imaginario disidente desde la ficción: es ahí donde entra en juego la narrativa.
¿Has escrito una novela del género realismo social? Si fuera el caso, ¿no era éste un género muy antiguo y trasnochado? ¿No está ya superado, digamos, el hacer de Armando López Salinas?
No es una novela de realismo social. Respeto mucho la obra de López Salinas y de otros autores que van en esa línea, pero no son mis referentes. Eran obras de mucha crudeza y pesimismo, muy dramáticas, y reflejaban la injusticia de un modo casi documental. Todo que ganar tiene una parte de eso, pero hay otra que se sitúa más en la ficción pura y dura. Creo que hay que provocar la realidad, no solo retratarla. Es sano atreverse a soñar finales nuevos y permitirse un poco de justicia poética de vez en cuando.
¿No hay demasiado pulso político en tu novela? ¿No están demasiados politizados tus personajes? ¿No les haces vivir en un tiempo, en una atmósfera de resistencia y lucha permanente, sin apenas tiempo para ver los partidos del Athlétic pongamos por caso?
Bueno, es que así es como entiendo la vida. Todo es política, al fin y al cabo, incluidos los partidos del Athlétic… La gente debería plantearse qué significa eso de estar politizado, o, mejor dicho, qué significa no estarlo. Tanto en el 76 como ahora nos ha tocado vivir tiempos difíciles en los que el compromiso se hace muy necesario. Es evidente que el poder nos prefiere distraídos antes que posicionados y conscientes. Desde luego, también son necesarios los momentos de esparcimiento, y en la novela los hay, como el partido de fútbol organizado por las mujeres con el objetivo de recaudar dinero para la caja de resistencia.
Hay unos muertos que apenas aparecen en tu narración, los vinculados a la violencia de ETA. ¿Por qué?
Hay un momento de la trama en que sí aparece esa violencia; y, de hecho, desencadena consecuencias dramáticas. La novela no trata sobre la lucha armada de ETA, por lo que simplemente no hay razón para darle mayor presencia.
La masacre del 3 de marzo fue un duro golpe a la clase trabajadora, y desató diversas reacciones: en la clase obrera, una vez superado el trauma inicial, se convirtió en icono de la lucha y en referente del movimiento autónomo. Por otro lado, uno de los comandos autónomos anticapitalistas que practicaron la vía armada en esos años en Euskadi fue bautizado con el nombre de comando 3 de marzo. En el caso de ETA, la respuesta llegó dos años después, cuando en el mismo barrio de Zaramaga, a escaso cien metros de la iglesia de San Francisco, un comando ametralló un jeep de la policía y mató a dos de sus ocupantes. Esto es lo que aparece reflejado en la novela, tal cual, y creo que está bien así, no hay necesidad de entrar más en el asunto. Si lo hiciera, correría el riesgo de que todo girase en torno a eso, puesto que es un conflicto vivo y que despierta muchas susceptibilidades.
Si no ando errado, haces también un homenaje que te agradezco personalmente, a Salvador Puig Antich y a los MIL. ¿Tuvieron fuerza, tuvieron influencia, los colectivos de trabajadores autónomos a los que haces referencia?
La lucha autónoma es un referente para mí, tanto su expresión netamente obrera, ligada a la independencia respecto a partidos y sindicatos, como las experiencias armadas de apoyo a reivindicaciones obreras y como herramienta para visibilizar la lucha de clases. En mi opinión, el problema fundamental radica en el Capital y el Estado. En los años setenta, tras el mayo francés y el situacionismo, esto era evidente y el planteamiento autónomo adquirió por ello cierta potencia. Puig Antich y el MIL son un ejemplo, por lo que es tan necesario preservar su memoria y su legado ideológico como evitar que este sea recuperado por la narrativa oficial.
¿Has escrito una novela abertzale, una novela sentida y pensada desde una perspectiva vasca e independentista?
Desde luego no la calificaría así. Primero porque no soy vasco -aunque me siento muy cercano a Euskal Herria- y segundo porque la novela no trata sobre la lucha del pueblo vasco por la independencia y el socialismo. Ni siquiera aparece de fondo. Lo que sí está presente es la persecución político-judicial y la represión que las personas vinculadas a la izquierda abertzale soportan a diario. Esto es así. Y no pretendo presentarles como víctimas, puesto que no lo son; al contrario, son conscientes de su trayectoria y sus decisiones, y se hacen cargo de ello. Lo que digo es que hay una realidad de conflicto que les condiciona drásticamente y de la que no son los únicos responsables. Las acciones armadas de ETA y la lucha callejera vinculada a organizaciones juveniles (kale borroka) han sido una parte importante del conflicto, pero las únicas. Y tampoco se puede decir que fueran la causa del conflicto, prueba de ello es que esa violencia cesó en 2009, y, sin embargo, sigue habiendo detenciones y encarcelamientos de militantes abertzales.
Al igual que le ocurre a uno de mis personajes, yo llegué a Gasteiz sin saber casi nada de su realidad política y social. Durante el tiempo que pasé allí haciendo trabajo de documentación, me di cuenta de que era complicado escribir una historia de lucha política ambientada allá sin mencionar explícitamente la influencia de la izquierda abertzale y la realidad represiva en torno al conflicto político vasco. El 100% de las personas que conozco en Vitoria viven o han vivido de cerca la persecución, la cárcel e incluso la tortura por motivos relacionados con su opción ideológica y su compromiso político. Hay una clara estrategia ideada desde el poder para restar legitimidad al proyecto de la izquierda independentista.
Ander, uno de los compañeros de Elena, la madre de Indar, se adentra en los senderos de la lucha armada. Te pregunto sobre ello si te parece a continuación.
De acuerdo, cuando quieras.
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