Es evidente que, para Donald Trump, la Organización de Naciones Unidas y en particular su instancia más representativa y democrática, la Asamblea General, son instituciones irrelevantes. No obstante, el próximo 1º de noviembre, Cuba presentará una vez más ante la Asamblea General de la ONU, por vigésimo sexto año consecutivo, el proyecto de resolución sobre […]
Es evidente que, para Donald Trump, la Organización de Naciones Unidas y en particular su instancia más representativa y democrática, la Asamblea General, son instituciones irrelevantes.
No obstante, el próximo 1º de noviembre, Cuba presentará una vez más ante la Asamblea General de la ONU, por vigésimo sexto año consecutivo, el proyecto de resolución sobre la «Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por Estados Unidos de América contra Cuba».
Todo el mundo sabe que lo que ocurrirá en esta ocasión en la máxima instancia de las Naciones Unidas será más de lo mismo, porque así lo adelantaron los discursos que pronunciaron en días recientes en Nueva York varios presidentes, primeros ministros y cancilleres de los cinco continentes que coincidieron en condenar a Estados Unidos como ejecutor del bloqueo a Cuba, la violación de los derechos humanos más grande que sufriera el continente americano en el pasado siglo.
El 26 de octubre del pasado año 2016, un proyecto cubano similar al que ahora se pondrá a la consideración de los máximos dirigentes de las 193 naciones que integran la comunidad mundial fue aprobado por el voto favorable de 191 países, ninguno en contra y las abstenciones de Estados Unidos e Israel.
Fue aquella la primera vez en veinticinco batallas diplomáticas similares en la Asamblea General de la ONU que estos dos países se abstuvieron en la votación porque, en los anteriores veinticuatro sufragios sucesivos esas dos naciones se habían pronunciado activamente en contra.
En cada uno de los últimos veinticinco años, la comunidad internacional de naciones representada en la Asamblea General de las ONU se ha ido acercando a la unanimidad en la condena al bloqueo económico, financiero y comercial a Cuba que ha venido ejerciendo unilateralmente Estados Unidos en detrimento de todos los países del mundo por su intención y efectos extraterritoriales.
El anterior gobierno estadounidense, con Barack Obama como presidente, llevó a cabo tímidos avances en la política exterior hacia Cuba respondiendo a la voluntad y los intereses de la mayoría de los ciudadanos de ese país desmarcándose discretamente de su severa conducta imperialista mostrada al respecto durante un cuarto de siglo.
Incluso tuvo diversos gestos que denotaba una voluntad rectificadora y hasta propició el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Pero hasta allí llegó, dado que no pudo corregir -porque no era la voluntad del invisible Estado Profundo que asienta en Wall Street y en el Complejo Militar- el principal obstáculo para la normalización de los nexos de buena vecindad: el inhumano bloqueo que ya dura más de medio siglo.
Para quienes no confían en las potencialidades del pueblo de Estados Unidos, con el advenimiento a la presidencia de la nación del magnate Donald Trump y especialmente luego de las palabras de éste el 16 de junio último en la ciudad de Miami, hoy devenida madriguera de lo peor de la mafia anticubana en Estados Unidos, ha desaparecido toda esperanza de normalización a corto plazo de las relaciones entre los gobiernos de Washington y La Habana.
Por cierto, fue ese el lugar y el momento que marcó, según muchos observadores una reconciliación de Rubio con Trump que, hasta entonces, era un violento detractor del actual Presidente cuando era candidato.
La historia de los misteriosos ataques sónicos o acústicos contra el personal diplomático de la Embajada estadounidense en La Habana, aparentemente, comenzó hace un año y nada ha sido esclarecido a pesar de los declarados esfuerzos de ambas partes por determinar origen, medios y actores de semejantes incidentes.
No solamente no se tiene ni la más remota idea de quiénes han sido los autores ni los recursos tecnológicos empleados. «La bruma del misterio es tan densa y de implicaciones tan variadas que en algunos pasillos de Washington se llega a decir en voz baja…que ello nunca se sabrá…y de saberse no se haría público», ha escrito un periodista de Miami. El senador anticubano Marco Rubio desató el coro de tambores de guerra pidiendo las condenas y sanciones más drásticas hacia Cuba.
No obstante esta ausencia de antecedentes, el Departamento de Estado, desde Washington, anunció el retiro del 60% de su personal diplomático en La Habana, suspendió indefinidamente las visas y advirtió a sus ciudadanos que no deben viajar a Cuba.
Los hechos se originaron hace un año y las partes consultaron entonces entre ellas, de manera constructiva, lo ocurrido. El ataque a la salud de los diplomáticos de EEUU habría tenido lugar antes del inicio de la administración Trump pero ésta, al «descubrirlo», comenzó a capitalizarlo políticamente. El escándalo actual denota con toda claridad que hay quienes buscan beneficiarse ahora del misterioso incidente.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.