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Hay que romper el bipartidismo: ni Coca-cola, ni Pepsi-cola

Fuentes: Rebelión

Aunque faltan todavía varios meses para el Carnaval, la proximidad de las elecciones generales ha provocado que muchos partidos políticos comiencen el baile de disfraces antes de tiempo. Da lo mismo que el número de trabajadores en paro se eleve a cinco millones y que varios cientos de miles de familias no tengan ningún tipo […]

Aunque faltan todavía varios meses para el Carnaval, la proximidad de las elecciones generales ha provocado que muchos partidos políticos comiencen el baile de disfraces antes de tiempo. Da lo mismo que el número de trabajadores en paro se eleve a cinco millones y que varios cientos de miles de familias no tengan ningún tipo de ingresos. Para el bipartidismo imperante es la hora de las falsas promesas y de las medias verdades. Amparados en una monocorde publicidad en los medios públicos y privados, PSOE/PP se disponen a vender una mercancía averiada confiando en que el pueblo se trague el anzuelo.

El origen de la actual bancarrota del sistema político hunde sus raíces en la transición de la llamada «democracia orgánica» de Franco a la «monarquía constitucional» de Juan Carlos de Borbón. A semejanza de la Restauración del siglo XIX, pero con una mayor fractura histórica por la derrota militar de la II República y por la prolongada permanencia en el poder de la dictadura tras una cruenta represión al término de la Guerra Civil, la monarquía borbónica heredada del franquismo se asentó sobre un aparato del Estado que se mantuvo intacto. Para garantizar la hegemonía de las fuerzas conservadoras que habían fraguado el pacto resultaba imprescindible fabricar una ley electoral que favoreciera el bipartidismo y que mantuviera per saecula saeculorum la alternancia de ambos en el poder (como ocurrió con la rotación del Partido Conservador y del Partido Liberal durante el reinado de Alfonso XII). Así pudo suceder, por ejemplo, que el Partido Comunista de España (PCE), que había luchado como nadie por la recuperación de las libertades democráticas y por la reconciliación nacional, quedara encerrado en el ghetto de un sistema que falsea la representación popular y pisotea el principio inviolable de «un hombre, un voto». De ahí procede la intolerable discriminación que sufre desde su fundación en 1986 Izquierda Unida (IU) y su electorado: con casi un millón de votos en 2008 sólo obtuvo dos diputados. ¡Buen ejemplo de democracia representativa!

Pero volvamos a nuestra gris actualidad. El gobierno «socialista» presidido por José Luis Rodríguez Zapatero ha ido liquidando los restos del frágil Estado de bienestar que aun quedaban en pie mediante una desastrosa política, a la vez neoliberal y atlantista. De la congelación de las pensiones al agravamiento de la precarización laboral; de la privatización de las Cajas de Ahorro a la militarización de los controladores aéreos; de la ayuda masiva a los bancos con dinero público a la congelación del sueldo a los funcionarios; de la despótica imposición en las Universidades del Plan Bolonia al apoyo a la agresión de los EEUU a Afganistán; del abandono de los legítimos derechos del pueblo saharaui a la participación en el salvaje ataque de la OTAN contra Libia culminado con la destrucción de ciudades y el asesinato del Jefe de Estado, coronel Gadafi; de la privatización de AENA y de la Lotería Nacional a la prórroga del funcionamiento de la central nuclear de Garoña más allá de los 40 años de vida útil… Esta política antisocial que acabo de resumir, servil con los poderosos y brutal con las capas populares, se ha ejecutado sin mayores dificultades gracias al apoyo unánime del PSOE (entre ellos, del entonces vicepresidente del gobierno y hoy «candidato» Rubalcaba), a la satisfacción apenas contenida del PP, al aplauso de la CEOE y a la tibia reserva de los sindicatos mayoritarios.

Bajo la apariencia de una distinta orientación, una conservadora y otra «progresista», una de derechas y otra de «izquierdas», PP/PSOE representan la doble cara de la misma moneda. No es la misma cara, en efecto, pero sí la misma moneda de una democracia devaluada que reniega de sus orígenes republicanos y que sigue dejando enterrados en las cunetas a los hombres y mujeres que defendieron la legalidad constitucional. No hace falta remontarse a la antidemocrática Ley Orgánica de Partidos Políticos, en realidad una ley de excepción impulsada por ambos partidos que ha secuestrado los derechos de buena parte de la ciudadanía vasca y que ha permitido el esperpento de que ocupe el gobierno del País Vasco un partido minoritario como el PSE (Partido Socialista de Euskadi) con el apoyo del PP, cuando ambos tienen sólo un 30% de los votos. Basta con ver su actuación en dos recientes acontecimientos de la máxima relevancia política.

Uno ha sido la vergonzosa Reforma Constitucional aprobada a toda velocidad por el Parlamento con los votos del PP/PSOE y que sustituye la soberanía del pueblo por el dictado de los mercados financieros. Al margen de la opinión pública y oponiéndose a un necesario referéndum, ambos partidos han demostrado con hechos a quién obedecen.

El segundo, afecta gravemente a la seguridad nacional. Tras unas negociaciones secretas entre el gobierno de Zapatero y el de los Estados Unidos de América de las que sólo se informó al líder del PP, Mariano Rajoy, la base militar de Rota acogerá el despliegue naval del escudo antimisiles de la OTAN. Por un plato de lentejas, Zapatero vende así, como antes Franco, la bahía de Cádiz para convertirla en punta de lanza del imperialismo norteamericano. Según la ministra de Defensa, Carmen Chacón, con esta cesión de soberanía España se convertirá en un «punto geoestratégico fundamental en el mundo y en la Alianza [Atlántica]». Por su desfachatez, estas declaraciones me recuerdan las que realizó el entonces embajador de los Estados Unidos en España cuando en enero de 1966 se estrellaron sobre Palomares (Almería) dos aviones militares norteamericanos y se fragmentaron en el suelo dos bombas atómicas provocando la mayor contaminación residual por plutonio y americio en una zona habitada de la tierra: «Estos pueblos eran desconocidos y hoy tienen fama universal. (…) Sí, en efecto, probablemente hemos metido a esas gentes en el tiempo, en nuestro tiempo, en un tiempo de bombas atómicas». 

El líder del PP prefiere un lenguaje ambiguo y un tono conciliador que encubren las medidas antipopulares que se avecinan con ellos en el gobierno. El término más duro que se atreven a usar es el de «recortes» (que tan bien suena fonéticamente en el catalán «retallades»). Pero, ¿serán recortes en la ayuda a la banca y a los grandes empresarios, en los gastos militares, en el presupuesto de la Casa Real o en las aportaciones del Estado a la Iglesia católica? No parece que estos herederos del nacional-catolicismo ahora tan crecidos desde la visita del Papa a Madrid vayan a perjudicar en lo más mínimo los intereses de la clase social a la que representan. La ventaja que tienen es que el terreno de los recortes sociales y de las privatizaciones lo han dejado muy bien despejado los dirigentes del PSOE en el gobierno. El PP ni siquiera tendrá necesidad de emplearse a fondo gracias a esta «generosa» ayuda (lo que ambos llaman con expresión tan altisonante como mendaz «sentido de Estado»).

Mientras, el «candidato», desde hace meses omnipresente en los medios hasta el hartazgo, sigue vendiendo el oro y el moro. En el colmo de «radicalismo» ha vuelto a sus orígenes, al maestro y guía al que le debe todo en política, según dice: a Felipe González. Sí, el mismo dirigente del PSOE que renunció al marxismo, que metió a España en la OTAN, que apoyó el GAL, que nombró a una serie de altos cargos condenados en firme por corrupción, que puso en marcha los contratos basura, el ahora respetable consejero de Gas Natural Fenosa…

En algunas cafeterías y bares de España se practica un bipartidismo particular. Si uno pide un refresco de naranja, de limón o una horchata, le responden con énfasis: sólo tenemos Coca-Cola y Pepsi-Cola. Lo mismo quieren hacer en las próximas elecciones generales los que dirigen en la sombra o en los medios la vida pública: sólo se puede votar PP/PSOE. ¿Les daremos ese gusto o comenzaremos a romper de una vez por todas el bipartidismo que asfixia nuestra vida política? Por una mejor salud pública, ni Coca-Cola, ni Pepsi-Cola.