La estación de caza ha empezado y los colonos son la presa. Ellos se han vuelto el blanco para la crítica en los medios de comunicación con una virulencia difícil de recordar. Son criticados por enviar a sus niños a bloquear caminos, por pegar y maldecir a los soldados, por hacer desaparecer las cintas azules […]
La estación de caza ha empezado y los colonos son la presa. Ellos se han vuelto el blanco para la crítica en los medios de comunicación con una virulencia difícil de recordar. Son criticados por enviar a sus niños a bloquear caminos, por pegar y maldecir a los soldados, por hacer desaparecer las cintas azules y blancas en los automóviles (y a veces las antenas, también), por ocupar una casa palestina en Muasi y por arrojarles piedras a los muchachos palestinos.
El muchacho recio del barrio, que siente que él lo puede todo, ha perdido su temple de repente, y sus vecinos están perdiendo la paciencia. Pero el muchacho se echó a perder porque el barrio entero lo echó a perder, y él está convencido de que todo lo puede porque porque durante años todos los vecinos, con sus acciones, le demostraron que era así.
Empezó con la tolerancia ofrecida por todos los gobiernos israelíes, así como del establishment judicial, a la conducta de los colonos hacia los palestinos. Alcanzó el punto culminante con la indulgencia de Yitzhak Rabin en 1994, cuando en lugar de evacuar a los colonos fundamentalistas de Hebron a la luz del rechazo general que experimentaban por la matanza perpetrada por Baruch Goldstein, impuso un largo toque de queda en el Hebron palestino. Con esto, él dio luz verde a permanentes actos delictivos de persecución y expulsión, mucho antes del linchamiento en Muasi.
Fueron los gobiernos de Israel, desde 1967, los que diseñaron la política de colonizar los territorios recientemente conquistados, de anexar unos 70 kilómetros cuadrados de Cisjordania a Jerusalén a través de asentamientos que luego se transformaron en ciudades. Los colonos mesiánicos obligaron a los gobiernos del Mapai y del Laborismo a que aceptaran el lugar que ellos habían escogido para sus colonias, y los gobiernos estuvieron contentos en ser obligados a ello. La diferencia es que los colonos mesiánicos también argumentaron autoridad divina para satisfacer el apetito colectivo israelí por las tierras, en lugar de respaldarse sólo en las cuestiones de seguridad. Los colonos son el producto de una política israelí que disfrutó el creciente apoyo de la opinión pública israelí, sobre todo después de que Menachem Begin y Ariel Sharon convirtieron los asentamientos en un emprendimiento masivo, en 1977. E incluso bajo Rabin y Ehud Barak, a lo largo del período de Oslo, la colon
ización siguió siendo masiva.
La generosa compensación que se les dará a los 8.000 colonos de la Franja de Gaza no ha encendido ninguna protesta social masiva en Israel. Después de todo, miles de israelíes saben que los judíos han estado expoliando a los judíos (y no sólo a los palestinos) durante mucho tiempo: familias que no encuentran la manera de pagar sus hipotecas son alejadas de sus casas por los judíos buenos, los oficiales gubernamentales. Decenas de miles de israelíes saben que los gobiernos israelíes sucesivos también enviaron a sus padres a las primeras colonizaciones en las áreas periféricas, y ahora ellos padecen discriminación, abandono y desempleo crónico. Este conocimiento no es todavía suficiente para provocar un debate público o una acción gubernamental que enfrente la explosiva cuestión de por qué los colonos tienen más derechos -no sólo que los palestinos, sino también que los otros judíos que permanecieron dentro de la Línea Verde.
Se ha neutraliza el poder explosivo de esta cuestión porque el desarrollo de asentamientos en Cisjordania es garantía de progreso socio-económico para muchos israelíes. Unos 400.000 israelíes viven en los asentamientos de Cisjordania. Ellos tienen centenares de miles de parientes y amigos que los visitan regularmente, y para quienes los asentamientos son una realidad natural y formativa. Ellos saben que también podrían obtener casas en Gilo, Ma’aleh Adumim o Alon Shvut a las que no podrían acceder en Israel. Para ellos, ésta es una forma de contrarrestar el deterioro gradual del estado de bienestar.
Incluso aquéllos que no van a mudarse a los asentamientos, se benefician con su existencia. Los asentamientos aseguran el control continuado de Israel sobre Cisjordania y sus fuentes de agua y aseguran la injusta distribución del agua en una proporción de 7 a 1 en detrimento de los palestinos. Por consiguiente nosotros, los judíos, podemos ser derrochadores, como si viviéramos en un país con abundancia de agua.
También se construyen las más importantes carreteras en tierras robadas a los palestinos -como el moderno camino de circunvalación de Jerusalén o la ruta 443 que proporciona una entrada adicional a Jerusalén sólo para los israelíes. Estos caminos no sólo sirven a los colonos, sino también a gran parte de la clase media que priuvilegia la conveniencia, la eficacia y el ahorro de tiempo. Contratistas, compañías de construcción y arquitectos; empleados de la Corporación Eléctrica Israelí, del Departamento de Obras Públicas y del Ministerio de Educación; dueños de periódicos que publican grandes anuncios sobre los nuevos barrios a cinco minutos de Jerusalén, todos ellos se benefician del boom de la construcción. Y esto sin mencionar el hecho de que los asentamientos deben garantizar condiciones de seguridad permanentes a sus residentes y proveedores y por consiguiente causan el crecimiento de la industria de la seguridad.
En el corazón de cada israelí vive un pequeño colono. Por consiguiente, el análisis de hoy debe estar centrado en su eje verdadero, que es que la política de colonización es ilegal e inmoral. Esta política beneficia a una parte cada vez más grande de los israelíes, que por consiguiente no se preocupan de qué es lo que se está haciendo por el futuro de la región.
* La autora es periodista del diario israelí Haaretz. La traducción del inglés pertenece a Sam More para elcorresponsal.com.