Traducido del ingles para Rebelión por J. M.
La propuesta de Ley de Estado-nación y la ola de violencia señalan la urgencia de cuestionar el lugar de Israel en la identidad judía. El último libro de Shlomo Sand, ¿Cómo dejé de ser judío?, ofrece un punto de partida para el debate .
Foto ilustrativa de un hombre llevando una bandera israelí en el Muro Occidental. (Shutterstock.com / Robert Hoetink)
Cuando me fui de Palestina este verano, me sentí aliviada de dejar la bandera israelí atrás. No más colores azul y blanco para todo el que pasa los controles militares. No más la estrella de David en lo alto de las bases del ejército. Decir adiós a la bandera israelí, o eso creía yo, también significaría el final de mi ambivalencia al respecto.
Ver la bandera era siempre un momento de reconocimiento, de familiaridad. Después de todo lleva la estrella de David y yo crecí con este símbolo en mi casa. Crecí con el símbolo de la estrella hebrea colgando de mi cuello -transmitido por mi bisabuela- y que mi madre me hizo usar desde que era niña.
Pero al igual que me traía una fracción de segundo de comodidad, también me enfurecía. ¿Cómo se atreve el sionismo a apropiarse de mi religión, mi cultura, mi familia y la lengua hebrea? El idioma hebreo no es sólo de ellos. También pertenecía a otra de mis bisabuelas, que vivía en Europa del Este, y en ese idioma se registraron todas las muertes y nacimientos de la familia, no en yiddish sino en un poético hebreo. (Las frases que describían la muerte, incluida la de sus propios hijos, comienzan: «estoy llorando, estoy llorando, las lágrimas gotean de mi cara». Los nacimientos comienzan con la frase «¡buenaventura, buenaventura, felicidad buenaventura!») Ella anotó todos estos eventos en un pedazo de papel que dobló y se trajo al Nuevo Mundo, en hebreo, apretado contra su pecho mientras cruzaba un océano. La lengua le pertenecía a ella, pertenecía a todos nosotros.
¿Cómo se atreve el sionismo a poner la estrella de David -que existía mucho antes y durará más que su proyecto- en su bandera? ¿Cómo se atreve, bajo el falso pretexto de garantizar la seguridad de mi pueblo, a ocupar a otro?
No sólo Palestina ocupó el sionismo, también ha ocupado la identidad judía.
El último libro de Shlomo Sand, How I Stopped Being a Jew podría entenderse como una reacción a esas dos ocupaciones.
Sand, profesor israelí en la Universidad de Tel Aviv, es historiador y autor de La invención del pueblo judío. En How I Stopped Being a Jew, que no es tan narrativo ni tan personal como el título sugiere, Sand destaca una serie de momentos que le hicieron cuestionarse su identidad judía laica, así como el privilegio que viene con esa identidad. Dos experiencias particulares se destacan.
La primera: preguntas inteligentes y difíciles de su hija sobre una festividad judía que celebra, entre otras cosas, la muerte de los no judíos y la lucha de Sand para responderle.
Segunda: ser testigo de la discriminación en el aeropuerto Ben Gurion de Israel. Mientras Sand atraviesa fácilmente los puestos de seguridad, ve cómo Israel margina a un ciudadano palestino. Un no judío es automáticamente sospechoso.
En las páginas que siguen a este recuerdo, Sand escribe: «¿Cuál es el significado, entonces, de ser ‘judío’ en el Estado de Israel? No hay duda: ser judío en Israel significa, ante todo, ser un ciudadano privilegiado que goza de prerrogativas que se niegan a los que no son judíos, y en particular a los árabes».
Este parece ser el corazón del libro. También es una descripción acertada del conflicto. Pero no se llega a ella hasta el capítulo 10. En lugar de utilizar sus experiencias personales para desentrañar la contradicción inherente al Estado «judío y democrático» -que parece ser la forma más poderosa para cuestionar el status quo– pasa la mayor parte del libro dedicado a un intento extraño y contraproducente para demostrar que no hay tal cosa como una identidad judía laica.
Entiendo su razonamiento. Sand golpea en la base misma del proyecto sionista. Los primeros sionistas -que habían interiorizado posiblemente estereotipos antisemitas que prevalecían en Europa en ese momento- querían sacudirse el yugo de la diáspora judía. La imagen del judía de la diáspora era una figura frágil, pálida y débil, inclinada sobre sus libros, estremeciéndose cuando lo amenazaban. En Eretz Israel, la tierra de Israel, el nuevo judío podría ser fuerte, bronceado, musculoso y no estaría conectado a sus libros religiosos, sino más bien a la tierra. Y sería laico.
La lógica que sustenta el argumento de Sand es esta: el sionismo y su judaísmo secular dieron lugar a Israel. Israel da derechos judíos que no se dan a la población nativa, los palestinos. El judaísmo secular en sí mismo debe ser cuestionado.
Yo sería una venta fácil para el argumento de Sand. La más fácil. Soy una antisionista (o no sionista, lo que usted prefiera) que enseñó en una universidad palestina, dejé Israel para vivir en Belén y tengo un compañero palestino. Y si algún día somos bendecidos con la llegada de niños, vamos a hacer nuestro mayor esfuerzo para que sean palestinos orgullosos.
Sand, sin embargo, no logra convencer -tampoco a mí- de que no existe el judaísmo secular. En parte porque, como él mismo reconoce, la identidad judía secular es amorfa y difícil de definir, por lo que es igualmente difícil de refutar. Atraviesa una lista de cuestiones que se podrían considerar judaísmo secular, derribándolas todas, una por una. Sin embargo, la lista no es de ninguna manera exhaustiva y, debido a que la identidad de hoy es a menudo autodefinida y muy personal, Sand no puede anticipar las muchas maneras en que los individuos construyen su forma de ser judíos seculares.
En algunos momentos, en lugar de elaborar un argumento sólido, Sand recurre a las afirmaciones que se ven como: puedes pensar que encender algunas velas de Janucá te convierte en judía, pero eso no califica. Aquellos que se autodefinen judíos seculares no se contentarán con simplemente decir: «Oh, está bien, gracias por aclararme eso, Shlomo. De aquí en más renuncio a mi identidad. Están más propensos a decir algo así como: «¿Qué te da a ti el derecho?» Lo más probable es que reaccionen al libro de Sand como yo reacciono a la bandera israelí.
Sin querer, Sand es funcional al sionismo. A pesar de que se encarga de decir que no confunde judaísmo con sionismo, su rechazo del judaísmo secular deriva, en parte, de su reacción al sionismo, y reconoce tácitamente la demanda del sionismo en la identidad judía. ¿No sería mucho más potente presentarse como judío y rechazar las políticas de Israel simplemente porque son inhumanas, discriminatorias, antidemocráticas y no tienen cabida en la actualidad?
La reacción de Sandes, en una palabra, reaccionaria.
El libro llega a su punto más confuso -y más honesto, más personal y más potente- en las dos últimas páginas cuando Sand describe su apego a Tel Aviv y al idioma hebreo. «Habito una contradicción profunda», admite Sand. «Mi profundo apego al lugar sólo sirve para alimentar el pesimismo que siento por él. Y por el que a menudo me sumerjo en una melancolía y abatimiento por el presente y temor por el futuro».
Pero me atrevo a decir que muchos lectores no llegarán al final de su libro porque pasa los primeros 11 capítulos apartando a las personas que más necesitan ser parte de esta exposición: los judíos que se definen seculares.
Algunos judíos seculares, que consideran el judaísmo ilustrado y humanista, están cada vez más preocupados por el tratamiento que Israel da a los palestinos. Por supuesto, Sand ya les ha facilitado la tarea, precisamente señalando que el judaísmo en sí no es en realidad ni ilustrado ni humanista. Pero la mayoría de los judíos -ya sean seculares o parecidos- de todos modos no siguen la religión al pie de la letra. Este es el caso de la mayoría de los practicantes de cualquier tradición. ¿Cuántos musulmanes siguen el Corán al pie de la letra? ¿Cuántos cristianos viven sus vidas de acuerdo a una interpretación literal de la Biblia? Para que ocurra un cambio significativo en Israel/Palestina no es necesario decir a los judíos que el judaísmo no es lo que ellos piensan y que, dando un paso más, ellos en realidad no son judíos. Más bien, es más probable un cambio si se persuade a la gente a aferrarse más fuertemente a sus identidades.
Lo que hay que cuestionar es es el reclamo de Israel sobre nuestra identidad y los continuos intentos de confundir nuestra identidad con un pedazo de tierra que en realidad no nos pertenece. Nosotros, los judíos, tuvimos una gran variedad de identidades mucho antes de que existiera el Estado de Israel. No necesitamos tierra para reforzar nuestro sentido de nosotros mismos.
Pero si confundimos nuestro sentido del yo con un pedazo de tierra -administrado actualmente por un régimen peligroso, racista- corremos el riesgo de perder nuestra identidad. Porque finalmente vamos a perder esa tierra como les ocurrió a los cruzados, otomanos y británicos. En lugar de rechazar el judaísmo secular y engancharse a la contraproducente empresa de intentar deslegitimar la identidad de otros, la identidad judía laica debe seepararse de Israel, revitalizada y entendida como algo que tiene y puede trascender el tiempo y el lugar.
Fuente: http://972mag.com/does-israel-have-a-place-in-jewish-identity/99450