Cual Hércules redivivo, en versión femenina, la señora Tzipi Livni acaba de realizar una gran hazaña, al despejar su camino hacia el sitial de primera ministra, la segunda en la historia de Israel. El paso se concretó mediante una coalición con el líder del laborismo, Ehud Barak, lo cual le permitirá formar un nuevo Gobierno, […]
Cual Hércules redivivo, en versión femenina, la señora Tzipi Livni acaba de realizar una gran hazaña, al despejar su camino hacia el sitial de primera ministra, la segunda en la historia de Israel.
El paso se concretó mediante una coalición con el líder del laborismo, Ehud Barak, lo cual le permitirá formar un nuevo Gobierno, luego de la renuncia de Ehud Olmert como titular y las subsiguientes elecciones primarias anticipadas en el partido dirigente, Kadima, el 17 de septiembre último.
Y claro que no nos prodigamos en el calificativo de hazaña. Fueron tres semanas de intensos diálogos y consultas, y el trago quizás amargo de brindar a Barak un mayor control sobre las decisiones del futuro ejecutivo, con la promesa de promoverlo de viceprimer ministro a un inédito cargo de primer viceprimer ministro, así como garantizarle un papel más protagónico en las negociaciones de paz con Siria y la Autoridad Nacional Palestina (ANP). A él, cuya postura intolerante, de fuerza, en ese sentido es harto conocida en Israel, la Franja de Gaza, Cisjordania, y en los cuatro puntos cardinales del mundo. Además, el hombre consiguió prebendas como la potestad de «impedir asuntos relativos al gabinete de seguridad y algunas reformas económicas».
Pero no en vano la señora Tzipi se ha desempeñado como jefa de la diplomacia de Tel Aviv. Ceder para ganar debe de ser la divisa de quien triunfó sobre el ministro de Transporte, Shaul Mofaz, en los comicios para jefe de su organización, si bien resultó magra la victoria -43,1 por ciento frente a 42-, porque muchos en la jerarquía de la organización la perciben como alguien con marcadas ambiciones de poder, tal vez por su insistente y altisonante censura de la gestión de su antecesor. Ceder, sí, teniendo en cuenta la conmoción política que ha estado gravitando sobre la posibilidad misma de supervivencia del Gobierno, causada por la derrota sufrida por Israel en la segunda guerra del Líbano, verano de 2006, a manos del grupo chiita Hezbolá, y agudizada por los cargos de la justicia contra Olmert.
Fundado por Ariel Sharon cuando ejercía como premier, en 2005, el Kadima se ha visto inmerso en un impasse (quizás todo un record, la desaprobación del 70 por ciento de los ciudadanos), debido a las contradicciones internas de liderazgo, estimuladas por las referidas acusaciones que pesaban sobre el también presidente del partido, cuyo desgaste político para articular el consenso en un gabinete de coalición era más que evidente, en el criterio de diversos analistas, entre ellos los cubanos Idalmis Brooks y Rodobaldo Isasi.
La magnitud de lo conseguido por esta otra «dama de hierro», como la califica más de uno, se trasluce en que, conforme a la ley, para formar Gobierno dispone de un plazo de 42 días desde el momento mismo en que Olmert hizo efectiva la dimisión, el 21 de septiembre.. De no lograrlo habrá elecciones anticipadas, con innúmeras probabilidades de que Benjamín Netanyahu y el Likud regresen al poder ejecutivo -los sondeos les dan la mayoría legislativa-, con una agenda contra Teherán mucho más «resuelta», o agresiva, que sus predecesores. Lo cual, a no dudarlo, en estos instantes va en contra de los intereses políticos del socio mayor, Washington, que ya echó un balde de agua fría sobre el plan israelí de bombardear instalaciones nucleares de Irán, por temor a contraataques sobre bases norteamericanas en Iraq y Afganistán, según una investigación del diario británico The Guardian.
Pero no creamos que Tzipi -diplomática al fin- se decidió desde el principio por el «izquierdista» Barak. Primero platicó, sin éxito, con el jefe del derechista Likud -ese mismo, el inefable Netanyahu-, y hasta con el jefe del ultraconservador partido Shas, Eli Yishai, quien no se avino a integrar un gabinete que conciba la discusión con los palestinos del estatuto de Jerusalén oriental, tal como Olmert y la mismísima Livni se comprometieron con… Estados Unidos, por supuesto.
Doce fueron las hazañas de Hércules.
Y parece que las de Tzipi serán unas cuantas también. Más de uno vaticina que la amiga personal de la secretaria de Estado Condoleezza Rice fracasará en la empresa de concertar voluntades para mantener la coalición, en un Parlamento donde Kadima ocupa 29 escaños, los laboristas 19, el Shas 12, y tres los Pensionistas. Fragmentación que determina un variopinto abanico de intereses, que van desde el incremento de los subsidios para las familias de mayor número de hijos (Shas), en pleno desenfreno neoliberal, hasta la necesidad de solución para el conflicto israelo-palestino, sustentado en algún grado por Kadima y los laboristas.
En el criterio de los analistas Brooks e Isasi, que compartimos plenamente, Kadima ha permanecido como fuerza cimera debido, en lo fundamental, a su capacidad de readecuar, luego del desastre del Líbano, la agenda exterior con un pragmatismo apreciable, «si lo contrastamos con los resultados arrojados con el Informe Winoograd, que en la práctica fue una suerte de inventario de la situación del país y sus debilidades, reflejadas en unas fuerzas armadas convencionales plagadas de carencias y divisiones en los mandos, las cuales no están ajenas a la realidad política nacional».
Esta readecuación permitió a Kadima ganar tiempo y aceptar el reto de ir a la Conferencia de Annapolis, con el respaldo de los laboristas, y con la anuencia de «una de las personalidades clave del stablishment israelí»: el ex primer ministro y ministro de Defensa Ehud Barak. Pero no será miel sobre hojuelas el camino de la futura primera ministra, en cuanto al anhelo proclamado por Tel Aviv y Washington de reafirmar la «voluntad» negociadora de Israel con respecto a palestinos y sirios, dejar sentado ante la opinión pública internacional que Irán es el enemigo número uno de toda la región mesooriental, y continuar recabando apoyo político, moral y financiero para la existencia y el desarrollo del Estado judío.
No, no será precisamente una vía aceitada. Recordemos que Ehud Olmert abandonó el cargo sin haber llevado a la práctica un programa electoral que incluía la desconexión unilateral de Cisjordania, similar a la desplegada por Sharon en la Franja de Gaza, en 2005; ni logró un acuerdo sobre la creación de un Estado palestino, tal como recogiera la Declaración de Annapolis, apadrinada por la administración de George W. Bush. Como paquidermo en cristalería, eso sí, Olmert dejó en suspenso las negociaciones sobre Jerusalén, extendió los asentamientos en Cisjordania y paralizó la construcción del Muro de Separación para «rectificar» su ruta, atendiendo a las necesidades de»seguridad» de los israelíes.
Menudo entuerto tendrá que deshacer esta abogada de 50 años y ex agente de los servicios secretos de su país, el Mosad, nacida en una familia impregnada de la ideología ultranacionalista del Gran Israel, cuya aspiración era la de crear un Estado judío en todo el Mandato británico de Palestina. Persona lo suficientemente pragmática para apercibirse de la necesidad de buscar una salida al conflicto sobre la base de «dos Estados para dos pueblos».
Es esta figura, con fama de austera, dinámica, y harto popular entre la población; apoyada por Washington, pero denostada por muchos dentro de su propio partido, por «falta de experiencia política y de conocimientos en el área de la seguridad nacional», la que tendrá ante sí la titánica tarea de restaurar la maltrecha imagen de corrupción impresa por Ehud Olmert, consolidar la resentida economía nacional -infectada de un enorme gasto militar- y procurar un acuerdo de paz justo, lo único que podría exorcizar el demonio de las bombas y los misiles palestinos sobre suelo hebreo. Y claro que Tzipi debe de saber que la manera de sortear la crisis implica la posibilidad de que Kadima se afiance o que, en su defecto, lo hagan el Partido Laborista y el Likud, «fuerzas políticas movilizadoras en materia de seguridad nacional, en momentos de franca controversia con Irán, alimentada por la visión neoconservadora de los representantes de esa postura en la administración republicana» (Brooks e Isasi).
Ahora, ¿hará honor a su promesa de dar continuidad a las negociaciones; de cumplir los compromisos mutuos con la ANP, surgidos en la Conferencia de Annapolis? ¿Logrará o se empeñará en la ejecución del acuerdo de paz y en la constitución de un Estado palestino independiente, proclamados por Bush hijo y Olmert? Si verdaderamente se lo propone, a despecho de contrarias fuerzas internas, entonces habrá que rescribir el mito griego de las hazañas de Hércules. Y hasta vestir de falda al héroe (heroína), si la Livni no comulga con la moda de los pantalones.