Traducido del inglés para Rebel
El ejército israelí suspendió a un oficial que robó tres manzanas, pero no investigó de inmediato la muerte de un manifestante palestino desarmado en una silla de ruedas
Ibrahim Abu Thuraya, manifestante palestino en silla de ruedas, asesinado el viernes durante enfrentamientos con tropas israelíes cerca de la frontera con Gaza, 15 de diciembre de 2017. Mohammed Salem / Reuters
La lógica de los ataques al Jefe de Estado Mayor Gadi Eisenkot en el caso Elor Azaria o las manifestaciones contra los jueces militares y las constantes campañas de incitación contra Rompiendo el Silencio inspiran el acto de un francotirador: un disparo a la cabeza de un palestino con ambas piernas amputadas al otro lado de la valla fronteriza de Gaza. Un soldado judío que daña a un palestino siempre se comporta correctamente, cualquiera que piense lo contrario es un traidor. Esa es la esencia de la condena y la incitación y su gran logro. Los disidentes temen disentir y el francotirador sabe que es un héroe a los ojos de su sociedad. A lo ojos de su sociedad y a los suyos propios. Disparar a la cabeza a un palestino discapacitado, especialmente a un habitante de Gaza, es un acto sionista digno, correcto, patriótico.
Los grupos israelíes que velan por los discapacitados no exigieron una investigación del ejército, los profesores de derecho y los estudiosos del antisemitismo no pidieron a Eisenkot ni al presidente Reuven Rivlin que objeten ni a los preocupados padres que pidan al ejército que revise las reglas porque no quieren que sus hijos se enfrenten a un hombre en silla de ruedas y lo consideren un objetivo sobre el cual disparar. Si hubo personas que se horrorizaron (además de los conocidos periodistas en las web y periódicos habituales) de que Ibrahim Abu Thuraya recibiera un disparo en la cabeza, sus voces no se oyeron en público.
Es difícil decir qué es más perturbador, lo mencionado anteriormente o que otros no expresasen conmoción pública por temor a ser emboscados por el nuevo lobby patriótico y que sus vidas se hayan vuelto miserables porque asumieron que sus comentarios no cambiarían nada o simplemente porque no estaban conmocionados. Pertenecen a la sociedad en la que el francotirador cuenta.
El ejército decidió inmediatamente, sin pensarlo dos veces, que está mal robar tres manzanas a un vendedor de fruta palestino en Hebrón. Un comandante fue suspendido y castigado después de que lo filmasen robando, como se informó en un tono moralista y seguro. No se consideraron las circunstancias atenuantes: tal vez el oficial estaba sediento o hambriento. La sed y el hambre molestan al soldado en su noble misión de proteger a los colonos.
Si no hubiera sido filmado por la entusiasta cámara de un palestino, el destino de las manzanas no habría perturbado a nadie. Es dudoso que los subordinados del oficial lo hubieran denunciado. Por el contrario, el ejército no constató de inmediato que matar a tiros a un discapacitado desarmado es inaceptable o como mínimo debe ponerse en cuestión.
Es difícil decir qué es más detestable, si el hecho que los comandantes del francotirador y los cómplices de Eisenkot sabían que serían denunciados como traidores y temían la ira del rapero de derecha de The Shadow (Yoav Eliasi) y los de su calaña y es por eso que no dicen públicamente que disparar a un hombre sin piernas en una silla de ruedas como mínimo plantea peguntas o que ya no sienten la necesidad de ser hipócritas y apresurarse a decir que esto no forma parte del espíritu del ejército.
El ejército, que conoce el momento en que un cohete palestino golpea una casa palestina en Beit Hanun, necesitó fragmentos de videos aparecidos en los medios para descubrir, por sorpresa, que su francotirador mató a un hombre desarmado, un amputado de ambas piernas. Presionado como resultado de los videos, el portavoz del ejército se vio obligado a admitir que se estaban examinando «las circunstancias del tiroteo». También declaró que los disparos se habían dirigido a los principales incitadores de la multitud.
Una sociedad que acepta amablemente el papel de guardián de la prisión de dos millones de seres humanos en la Franja de Gaza también acepta, naturalmente y sin protestas ni reservas, la sentencia de muerte dictada para los incitadores. Entonces, de acuerdo con la lógica del ejército israelí, que permite matar por el delito de incitación, ¿por qué a un «incitador» sin piernas se le va a tratar de forma distinta a alguien que no está en una silla de ruedas?
Además de la sociedad y la incitación contra las organizaciones de derechos humanos, el francotirador sabe que él y sus amorosos y solidarios padres están rodeados de otras dos capas protectoras: el ejército guarda su anonimato como soldado y lo protege de los comentarios como «atacar al más débil», y que el ejército se juzga a sí mismo y a sus soldados. Y cuando el ejército es el juez, es el mejor abogado defensor para sí mismo y sus soldados.
Fuente: https://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.829828
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