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Líbano

Hezbolá no podía pedirse un mejor enemigo que Israel

Fuentes: 972mag.com

En las dos décadas transcurridas desde que Israel puso fin a la ocupación militar del sur de Líbano, que duró 18 años, se ha desarrollado una extraña relación simbiótica entre Israel y el grupo islamista libanés Hezbolá. Reforzados por juegos de poder geopolítico, estos dos enemigos se han vuelto mutuamente dependientes en su afán por llevar a cabo sus ambiciones tanto dentro de su propio país como en la región más amplia. Esta observación puede sonar a teoría de la conspiración, pero no precisa conspiración alguna.

A simple vista resulta difícil encontrar dos actores políticos más incompatibles entre sí: Israel considera a Hezbolá una organización terrorista, y la verdadera razón de ser de Hezbolá se deriva de su resistencia a Israel. Sin embargo, a medida que cunden los rumores de una posible guerra regional, que pende del hilo de las recientes conversaciones en Viena sobre el programa nuclear de Irán, esta interdependencia no ha hecho sino volverse más descarnada.

Esta relación simbiótica no es nueva y se originó en los años de ocupación del sur de Líbano. La brutal invasión israelí en 1982, basada en el pretexto de luchar contra la Organización por la Liberación de Palestina (OLP), contribuyó a la destrucción de lo que quedaba de una coalición árabe nacionalista de izquierdas que se había aliado con grupos de la resistencia palestina frente a las milicias maronitas al comienzo de la guerra civil libanesa en 1975 (Siria, que ocupó la mayor parte de Líbano a partir de 1976, había realizado gran parte de este trabajo antes de la llegada de Israel). Esta masacre ‒que incluyó sonados asesinatos de líderes comunistas y de izquierda como Mehdi Amel y Husayn Muruwwa a manos de islamistas‒ dejó abierto el campo político libanés para que pudieran entrar en escena grupos islamistas.

Tras la invasión israelí, el recién estrenado régimen iraní del ayatolá Jomeini, quien estableció una república teocrática en 1979, vio una oportunidad de financiar, entrenar y equipar un grupo chiíta armado, que con la ayuda del presidente sirio, Hafez al Ásad, se constituyó oficialmente en 1985 con el nombre de Hezbolá. Este desbancó muy pronto al movimiento Amal, que estaba más arraigado, como el partido que gozaba de más popularidad en el seno de la comunidad chiíta y sus seguidores islamistas, pues a este último se le consideraba demasiado complaciente con la ocupación israelí (la política libanesa da muchas vueltas y ahora Hezbolá y Amal son aliados).

El rápido crecimiento de Hezbolá en Líbano se nutrió tanto de la agresión israelí como del apoyo directo de Irán y Siria. Durante 15 años, Hezbolá condujo una campaña guerrillera contra las fuerzas israelíes y sus aliados del Ejército del Sur de Líbano, dirigido por la facción cristiana, sustituyendo así a la OLP como principal grupo de resistencia a la ocupación israelí. Las tácticas militares de Hezbolá, que provocaron numerosas bajas en las filas de los ocupantes y debilitaron el control del ejército sobre el sur del país, contribuyeron significativamente a forzar la decisión de Israel de abandonar Líbano en el año 2000. En un artículo anterior publicado en +972, escribí que “fue en el infierno de la ocupación [israelí] donde se forjó Hezbolá”… y ese infierno sigue ardiendo hoy.

Narrativas cíclicas

En los años transcurridos desde entonces se ha desarrollado una interdependencia inusual y nada fácil entre los dos enemigos. Hoy, Hezbolá sigue siendo una de las principales amenazas que esgrime el régimen israelí para justificar la militarización de la vida cotidiana, una extensión del conflicto árabe-israelí que se basa en una comprensión esencialista de la diferencia entre unos árabes malos hostiles (como Hezbolá, Hamás y el sirio Bashar al Ásad) frente a los árabes buenos pacíficos (como Egipto, Jordania y los Estados árabes del golfo). Israel, mientras tanto, es la principal justificación que aduce Hezbolá para mantener su hegemonía militar en Líbano; prácticamente todos los debates de política nacional, sobre todo si tienen que ver con las armas de Hezbolá, se filtra a través de esta lente.

Esta relación simbiótica se consolidó tras la liberación del sur de Líbano en 2000 y se afianzó todavía más durante la guerra de 2006, originada por la captura por Hezbolá de dos soldados israelíes. En ambas ocasiones, Hezbolá se erigió en defensor de la nación libanesa frente a la agresión israelí. Por ejemplo, en un discurso que sancionó el fin de la guerra de 2006, el secretario general de Hezbolá, Hassán Nasralá, declaró que “nos hallamos ante una victoria estratégica e histórica de Líbano, de todo Líbano, de la resistencia y del conjunto de la nación”. Con motivo del décimo aniversario de la guerra, en 2016, Nasralá dijo: “cuando hablamos de victoria en la guerra de julio, deberíamos hablar… de desbaratamiento de los objetivos de la agresión israelí”.

Esta narrativa, a su vez, ha sido alimentada de modo continuo por Israel mediante su propia retórica política y sus amenazas de castigo colectivo, que trata efectivamente a la ciudadanía libanesa como si toda ella fuera una milicia de Hezbolá. En 2018, por ejemplo, el entonces ministro de Educación, Naftali Bennett, actualmente primer ministro de Israel, señaló que el éxito de Hezbolá en las elecciones libanesas de ese año “corrobora el que ha sido nuestro planteamiento desde hace tiempo: Hezbolá = Líbano. El Estado de Israel no distinguirá entre el Estado soberano de Líbano y Hezbolá, y considerará a Líbano responsable de toda acción que parta del interior de su territorio.”

El diputado del Likud Nir Barkat (ex alcalde de Jerusalén) llevó aún más lejos esta retórica de castigo colectivo en diciembre, cuando citó a Hezbolá para justificar el lanzamiento de una guerra por todo lo alto contra Irán y sus aliados: “Puesto que Hezbolá es una sucursal de Irán, hemos de cambiar la ecuación y decir abiertamente que si lanzan cohetes contra Israel, ello no provocará una tercera guerra libanesa, sino más bien una primera guerra iraní; y nuestro objetivo ha de ser Teherán.” En ocasiones parecía como si por cada declaración de Nasralá relativa a la constante amenaza israelí sobre Líbano aparecía una declaración de un portavoz israelí que la confirmara.

En los últimos años, esta narrativa cíclica también se ha puesto de manifiesto, irónicamente, en interacciones entre seguidores de Hezbolá y sus críticos libaneses cuando aviones de guerra israelíes violan el espacio aéreo libanés. Por ejemplo, durante una de las numerosas incursiones aéreas israelíes en enero de 2021, una periodista libanesa (quien guarda el anonimato por motivos de seguridad personal) se quejó en Twitter de que dichas incursiones se hubieran convertido en acontecimientos corrientes. Un seguidor de Hezbolá le contestó con una burla: “Bueno, sin duda vuestro ejército puede tumbarlos”, acompañada del emoji de una cara sonriente.

La referencia a “vuestro ejército” era una manera deliberada e irónica de insinuar que el ejército nacional libanés es incapaz de defender el país por sí mismo frente a Israel. Los seguidores de Hezbolá (y en ocasiones también sus oponentes, aunque a regañadientes) consideran que es una fuerza necesaria para cumplir esta función nacional. Como indican las palabras de Bennett, este punto de vista viene corroborado y reafirmado por el propio régimen israelí cuando centra en Hezbolá prácticamente todas las declaraciones relacionadas con Líbano y, cada vez más, también los comentarios relativos a Irán.

Juntando ambos, podemos ver hasta qué punto declaraciones como la de Bennett complementan las de los seguidores de Hezbolá. Ambas partes están interesadas en confundir Líbano con el partido, y ambas lo hacen para justificar la violencia política. En tales ocasiones, cualquier alegato que haga alguien que critique este entendimiento de hecho, será tachado de ingenuo o sospechoso.

Debido a ello, tanto el gobierno israelí como Hezbolá medran con la militarización de la vida cotidiana. Cada vez que aviones de guerra israelíes violan el espacio aéreo libanés, refuerzan la noción de que nada de lo que ocurre en suelo libanés da pie a la exigencia de responsabilidades. Israel puede hacer lo que quiera y cuando quiera, y el ejército israelí parece gozar recordando este hecho al pueblo libanés.

Lo que sigue a estas violaciones del espacio aéreo se ha convertido en un guion conocido: el Estado libanés se queja oficialmente a Naciones Unidas, esta contesta que Israel debe dejar de violar el espacio aéreo libanés y… eso es todo. El sol sale a la mañana siguiente y todo el mundo vuelve a su rutina cotidiana. Tales violaciones debilitan toda legitimidad que pueda tener la idea de una república libanesa.

En cambio, Hezbolá es capaz de escenificar espectáculos políticos como la importación de petróleo iraní para generar electricidad, mientras que el Estado libanés no consigue acabar con una crisis energética aparentemente interminable. El acercamiento entre Israel y los Estados árabes del golfo ha contribuido a reforzar todavía más la narrativa de Hezbolá sobre una conspiración regional contra la resistencia y su patrocinador iraní. Las propias acciones de Israel en Líbano refuerzan esa narrativa y obligan a muchas personas libanesas a optar por algo que no desean: aceptar a Hezbolá como mal menor.

Romper la imagen de resistencia

Cuando se suele hablar en los medios de Israel y Hezbolá, no se menciona esta relación simbiótica violenta. De hecho, la mayoría de comentaristas prefieren aceptar tal cual las declaraciones de ambos bandos cuando dicen que son enemigos y que por tanto no pueden tener intereses comunes. Vemos estas opiniones en los círculos habituales que tratan la política exterior en EE UU, los Estados del golfo e Israel, y que presentan a Hezbolá como una amenaza terrorista permanente, pero también en muchos círculos antiimperialistas, que dan la vuelta a esta lógica y glorifican a este grupo.

El problema con este tipo de análisis es que se basa casi exclusivamente en la ocupación de 1982 y la guerra de 2006 para explicar todo lo que atañe a la relación entre Hezbolá e Israel, sin tener en cuenta la dinámica significativa que se inició tras la primavera árabe en 2011. Sobre todo no presta atención al papel de Hezbolá e Irán en las contrarrevoluciones que siguieron a las revueltas árabes, especialmente en Siria; estas intervenciones complementaron de hecho los esfuerzos de las monarquías del golfo para aplastar toda alternativa a los regímenes autoritarios de la región, inclusive en Bahréin y Egipto. Asimismo olvida en hecho de que Hezbolá ha aprovechado su experiencia militar en la resistencia a Israel para ayudar al régimen sirio a reprimir a quienes se oponen al presidente Bashar al Ásad e invocado un discurso similar para demonizar a los manifestantes antigubernamentales libaneses y tildarlos de “agentes extranjeros”.

En lo tocante a Israel, la narrativa de Hezbolá es clara: no hay día en que Al Manar, la emisora de Hezbolá, no declare que Israel teme al partido y su fuerza militar. En el momento de escribir estas líneas, por ejemplo, Al Manar ha citado a Yaakov Lappin, del Centro Begin-Sadat de Estudios Estratégicos, afirmando que Hezbolá es ahora viente veces más fuerte que en vísperas de la guerra de 2006. En otras palabras, a Hezbolá le importa promover una imagen de poderío y capacidad para impulsar la resistencia. Y la política de Israel hacia Líbano no ha hecho más que reforzar el peso predominante del grupo en el país.

Sin embargo, la narrativa de Hezbolá sobre sí mismo como resistencia no ha hecho más que debilitarse cuando el grupo la manipula para justificar acciones que no tienen nada que ver con Israel. Veamos el ejemplo de la revuelta de octubre de 2019, el movimiento de protesta antigubernamental más amplio que ha hubo en Líbano desde hacía décadas. Desde que comenzaron las manifestaciones, Hezbolá fue la fuerza que más firmemente se opuso a cualquiera de las reformas que se reclamaban en la calle. Sus seguidores, al igual que los de su aliada Amal, amenazaron, golpearon e incluso asesinaron supuestamente a oponentes, y en varias ocasiones destruyeron carpas y otros equipamientos instalados por manifestantes pacíficas.

Las acciones del partido suelen emular las de sus aliados proiraníes en Irak, que también reprimieron, de manera todavía más brutal, las protestas antigubernamentales impulsadas apenas unas semanas antes. Para mucha gente libanesa, demostró de manera aún más clara cómo, para citar al escritor y rapero libanés Bunasser al Taffar, la alianza de Hezbolá está formada actualmente por “facciones políticas que se oponen a la ocupación estadounidense e israelí ‒que favorece a determinadas dictaduras árabes‒ en beneficio de la ocupación rusa e iraní, que respalda a otras dictaduras árabes”.

Frente a las manifestaciones masivas, Nasralá fue el primero en declarar que el “mandato” del gobierno al que se oponían las y los manifestantes no decaería. En la misma semana, Nasralá afirmó que las manifestaciones habían sido secuestradas por intereses israelíes y extranjeros y podían provocar una guerra civil. Sin embargo, a pesar de sus afirmaciones, Hezbolá no logró convencer a la mayoría de la población libanesa de que las protestas tuvieran algo que ver con Israel o potencias occidentales, ni de que estuvieran “financiadas por las embajadas”, por citar una difamación esgrimida comúnmente por sus seguidores.

En efecto, la gente que protestaba se dedicó a ridiculizar las afirmaciones del partido publicando memes, declaraciones y vídeos de individuos autodenominados “el líder de la revolución” y repartiendo bocadillos con la etiqueta “regalo de las embajadas” en las calles. Tales acusaciones también sonaron a hueco por la simple razón de que las manifestaciones se oponían a un gobierno cuyo primer ministro, Sa’ad Hariri, estaba estrechamente relacionado política y financieramente con otro país extranjero, Arabia Saudita.

Desde entonces, Hezbolá aprendió a andar con pies de plomo cuando invocaba a Israel cada vez que atacaba a manifestantes en Beirut, el sur de Líbano y el valle de Bekaá en los primeros días de la revuelta de octubre. El grupo ha mantenido estas prácticas y la misma retórica, pero esta ha dejado de ser efectiva. En una actitud no tan sutil, manifestantes en Nabatiyeh, en el sur de Líbano, compararon a Hezbolá con el ejército israelí, declarando tras un ataque de Hezbolá que “Nabatiyeh no se rendirá… preguntad a los sionistas”.

El partido también tuvo que hilar fino tras el asesinato del activista anti-Hezbolá Lokman Slim el 4 de febrero de 2021, asesinato que mucha gente, incluida la familia de Slim, considera que fue obra del grupo. Más recientemente, Hezbolá ha amenazado a  Tarek Bitar, un conocido juez que investiga la explosión de agosto de 2020 en el puerto de Beirut, y al hacerlo ha enviado otro mensaje claro de que los crímenes de la élite política libanesa siempre quedarán impunes.

Es difícil saber si la oposición popular a Hezbolá y su narrativa de resistencia seguirá creciendo o no. Líbano atraviesa una serie de crisis sin precedentes y esto ha llevado a mucha gente a centrarse en sobrevivir como pueda. Al mismo tiempo, partidos sectarios rivales como las Fuerzas Libanesas (dirigido por el sector cristiano y aliado de Israel durante la guerra civil libanesa) han tratado de cabalgar la ola de la revuelta de octubre. Incluso sin tener en cuenta a Israel, es posible que los asuntos intrasectarios internos seguirán dominando la política libanesa durante un futuro previsible.

Dicho esto, vale la pena contrastar el objetivo declarado del gobierno israelí de debilitar a Hezbolá con el éxito del grupo a la hora de erigirse en el poder hegemónico en el país. Una y otra vez, la política de Israel hacia Líbano ha beneficiado a Hezbolá. Si no supiéramos que Líbano e Israel son oficialmente países enemigos, se nos perdonaría que pensáramos que ambos gobiernos están obrando inadvertidamente en pro del mismo objetivo: aplastar cualquier alternativa al statu quo regional, empoderando de paso a Hezbolá. En cuanto a la propaganda, Hezbolá no podría pedirse un enemigo mejor.

Queda preguntarnos si Israel sigue deliberadamente, y no de modo inconsciente, el mismo guion con respecto a Hezbolá. A juzgar por la continua retórica hostil de los portavoces israelíes ‒incluidas las observaciones de Barkat sobre una “primera guerra iraní”‒, este parece ser el caso. Por consiguiente, podemos prever que las críticas locales libanesas a Hezbolá serán acalladas por quienes alegarán que el partido es necesario como grupo de resistencia frente a Israel. Esto nos recuerda hasta qué punto tanto Israel como Hezbolá están desconectados de la vida de la población civil libanesa, al tiempo que no dejan de amenazar la vida de esa misma población.

https://www.972mag.com/Hezbolá-israel-lebanon-symbiotic-enemies/

Traducción: viento sur

Joseph B. es escritor palestino-libanés.