Traducido por Caty R.
Las democracias occidentales y Estados Unidos en particular pueden afirmar su «apoyo total» a Mahmud Abbas, Presidente de la Autoridad Palestina. Las capitales europeas y Condoleezza Rice, secretaria de Estado estadounidense, pueden expresar su inquietud frente a la degradación de la situación en los territorios palestinos. Tzipi Livni, ministra israelí de Asuntos Exteriores, puede lamentar que la toma de la Franja Gaza por Hamás, el movimiento islámico de resistencia, dificulte la llegada de un acuerdo con los palestinos y preocuparse «por la debilidad de las fuerzas palestinas moderadas». Ya es demasiado tarde.
Incluso es indecente venir a llorar por la suerte de Mahmud Abbas y lamentarse de la nueva crisis que ha puesto a sangre y fuego los territorios palestinos, porque no se hizo nada para ayudar al Presidente de la Autoridad Palestina ni se intentó construir con él un proceso de paz capaz de restaurar una vida digna a los cuatro millones de habitantes que viven en la Franja de Gaza y Cisjordania.
La responsabilidad de la comunidad internacional es aplastante por varias razones: pidió la celebración de unas verdaderas elecciones después de que Washington e Israel declararon que Yasser Arafat estaba «fuera del juego» y no era un interlocutor válido. Se eligió a Mahmud Abbas democráticamente en enero de 2005 y a pesar de que se le ha considerado siempre «moderado», los israelíes y estadounidenses hicieron caso omiso de él sin permitirle nunca avanzar de ninguna manera hacia cualquier proceso de paz.
Después las elecciones libres y reglamentarias llevaron al poder a Hamás el 25 de enero de 2006. Un escrutinio que la comunidad internacional repasó de cabo a rabo pero cuyos resultados no reconoció porque se había catalogado a la organización islamista de «movimiento terrorista» aunque sus dirigentes, desde el mes de enero de 2005, decretaron una tregua que hicieron respetar.
Esas elecciones pusieron de manifiesto un fuerte rechazo a Fatah debido a la corrupción y mala gestión de la Autoridad Palestina, pero no se respetó la voluntad del pueblo e inmediatamente se impusieron las sanciones, en abril de 2006, que estrangularon a la población palestina y han contribuido ampliamente a radicalizarla lanzándola a los brazos de Irán y los islamistas puros y duros.
El Cuarteto, empujado por Estados Unidos, exigió que el gobierno palestino reconozca al estado de Israel, rechace la violencia y reconozca todos los acuerdos firmados sin exigir nada a las autoridades israelíes que desde hace cuarenta años ocupan Cisjordania y someten -desde su retirada de la Franja de Gaza durante el verano 2005- ese territorio microscópico a un bloqueo que nunca se ha denunciado con la fuerza suficiente. Todas las presiones amistosas que se han hecho sobre el gobierno del estado judío para que devuelva a los palestinos el producto de los impuestos y derechos de aduana ilegalmente retenidos, hecho que asfixió las finanzas de la Autoridad, se esfumaron en el aire.
La decena de viajes de Condoleezza Rice y los numerosos intentos de los emisarios europeos chocaron con la intransigencia del gobierno israelí. Los encuentros entre Mahmud Abbas y Ehoud Olmert no sólo no permitieron mejorar las condiciones de vida de los palestinos, sino que además no hicieron evolucionar ni un ápice el proceso de paz. Abbas canceló el último encuentro fijado para el 9 de junio porque no ha podido obtener la menor seguridad de que los 600 millones de dólares retenidos por Israel le fueran devueltos, al menos en parte.
Para completar el cuadro de este callejón sin salida los nacionalistas de Fatah, por lo menos los viejos caciques, nunca han aceptado la pérdida del poder en favor de los islamistas. A pesar de todas las tentativas, a pesar del acuerdo del 11 de septiembre de 2006 sobre un programa de unión nacional y después de las erupciones violentas entre estos «hermanos enemigos», gracias a Arabia Saudí y la Liga Árabe finalmente se llegó a un acuerdo para formar un gobierno de unión nacional que reunía a la vez a Fatah, Hamás y otras personalidades independientes.
Un estado palestino ilusorio
Una vez más Israel se negó a reconocer a esta nueva entidad y aflojar la presión sobre la Franja de Gaza. El alto el fuego instaurado a finales de noviembre voló en pedazos en abril. Durante los tres meses de su existencia, los ministros palestinos sólo recibieron vagas promesas de la comunidad internacional. Únicamente Noruega se desmarcó y reanudó su ayuda en el gran concierto de hipocresía internacional frente a la situación palestina.
Esta es la razón por la que ya es demasiado tarde para llenarse la boca con bellas palabras de apoyo a Abbas. La Franja de Gaza ahora ya está bajo la tutela total y absoluta de Hamás. Y es un auténtico polvorín al lado de Israel que naturalmente no va a tolerar la instauración de una estructura islámica radical a sus puertas, aunque anteriormente el estado judío haya favorecido la aparición de esta corriente radical para contrarrestar la omnipotencia de Fatah.
En la actualidad mientras Cisjordania está ocupada permanentemente, las colonias ganan terreno, los palestinos son encerrados en reservas y sólo controlan parcialmente un 55% del territorio, es totalmente ilusorio hablar de la creación de un estado palestino. En cuanto a la Autoridad Palestina, creación del proceso de paz de Oslo, su peso cada vez es más insignificante. Basta comprobar con qué rapidez las fuerzas leales al Presidente Abbas fueron barridas por las unidades de Hamás.
«La disolución de la Autoridad Palestina se ha esgrimido a menudo como una amenaza a Israel para que el estado judío asuma sus responsabilidades como potencia ocupante», escribió Alvoro de Soto, antiguo representante especial del Secretario General de la ONU para Oriente Próximo, en su informe confidencial de final de misión.
«Hoy, añade, esta posibilidad drástica ya no parece totalmente absurda. Si no es el resultado de una implosión del gobierno palestino, la continuación de la administración a las órdenes del Cuarteto convierte esta situación en algo más que una probabilidad. Si esto se produjera, la responsabilidad de la población volvería otra vez a cargo de Israel como potencia ocupante y el principal resultado de los acuerdos de Oslo se esfumaría».
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Michel Bôle-Richard es corresponsal de Le Monde en Jerusalén.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, la traductora y la fuente.