Surgida a mitad de la dictadura de Primo de Rivera, la Federación Universitaria Escolar sentó el precedente necesario para las algaradas estudiantiles contra el franquismo de 1956.
Pasaron de la clandestinidad a la superficie, para después volver a la lucha subterránea. Les ocurrió lo mismo que a tantos otros movimientos que ansiaban la liberación a través del conocimiento durante la dictadura de Primo de Rivera primero, la Segunda República después y, por último, el franquismo férreo de la primera posguerra. Ellos eran la Federación Universitaria Escolar (FUE), un grupo de estudiantes y docentes que querían modernizar la academia. Así lo demostraron personajes ilustres que engrosaron sus filas: Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, María Zambrano y Ramón Pérez de Ayala. De todo aquello quedan algunas investigaciones y la viva voz de Nicolás Sánchez-Albornoz, el incansable antifranquista que agita su memoria hasta la extenuación.
Sánchez-Albornoz, con 97 años recién cumplidos, todavía recuerda las hazañas por las que el régimen franquista le condenó, consejo de guerra mediante, a trabajos forzosos en el valle de Cuelgamuros, enclave del que terminaría escapando. “Yo estudiaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central (UC), la actual Universidad Complutense de Madrid (UCM), y para mí fue determinante conocer a Carmelo Soria, hermano de Arturo Soria, que ya había sido miembro relevante de la FUE durante la dictadura de Primo de Rivera”, rememora.
Como dice este antifranquista que ha llegado a sufrir tres exilios a lo largo de su vida, la FUE ya tenía una trayectoria. Según Gutmaro Gómez, profesor de Historia Contemporánea en la UCM, “la Federación concentró a casi toda esa generación entre la del 14 y la del 27 y que luego sufriría la Guerra Civil; fue la primera vez que en España hubo un movimiento estudiantil moderno y potente en el que se llegó a incluir a las mujeres”. En aquel momento, cuando Primo de Rivera gobernaba el país con mano dura, la gente de la FUE se afanaba en diversas actividades en las aulas, lo que les sirvió para extender su crítica a la dictadura. “Sobresale, ante lo que se podría pensar en un primer momento, la presencia de personas procedentes de carreras científicas, aunque de las ramas clásicas también había. Lo que pasa es que a estas carreras técnicas entraron profesores y estudiantes jóvenes con ideas renovadas”, sostiene el docente universitario.
Una universidad que sirviera a la sociedad
La llegada casi inesperada de la Segunda República, en abril de 1931, fue un momento de expansión para la FUE. Poco a poco, la organización se convirtió en ese espacio en el que ir más allá, sin miedo a una represión como la sufrida durante la dictadura. Es el lugar, por ejemplo, en el que diversos pensadores imparten conferencias sobre su concepción de la República, de España y del papel que los jóvenes estudiantes tienen que jugar en ella. Tal y como expresa Gómez, “el mundo universitario aportó un mar de ideas a la constitución republicana, llevando sus planteamientos de una sociedad nueva al terreno de la ciencia, y eso es muy importante”.
Ese mundo universitario del que habla el historiador seguía restringido a una minoría, aunque se estuviese orientando más a servir a la sociedad que a proyectos académicos individuales. Todo aquello se vio truncado en julio de 1936, con la sublevación militar. “Desde la victoria en febrero del Frente Popular, en la universidad ya había bastantes incidentes violentos. Hubo enfrentamientos que llegaron a acabar con muertos a tiros, en Ciudad Universitaria y el centro de Madrid. Muchos de ellos eran de la FUE. También de la Falange, pues en aquellos años gran parte de sus militantes procedían del mundo académico”, se explaya el experto.
La Guerra Civil dividió a los miembros de la Federación: unos se exiliaron, otros fueron llamados a combatir al frente, y otros tantos desarrollaron tareas en la retaguardia, dados sus conocimientos técnicos. “Es el caso de un primo de mi madre, que era geógrafo y durante la contienda hizo funciones de cartógrafo en la sierra de Madrid. Era gente que no había cogido un fusil en su vida y fueron movilizados para labores de traducción, censura e instrucción, por ejemplo. Combatieron con sus armas, es decir, con el conocimiento que poseían”, añade Gómez.
Llega la reconstrucción
Recién terminada la guerra con la victoria del bando franquista, la FUE intenta reconstruirse sin éxito. El férreo régimen autoritario podía llegar a condenar a muerte a cualquier integrante de un movimiento clandestino de oposición. Esperan, aunque no demasiado. En 1946, cuando mucha gente en España pensaba que la victoria de los aliados frente a los nazis podía liberar al país del yugo franquista, se produce otro gran intento de reconstrucción. Sánchez-Albornoz juega un papel clave.
Tal y como él mismo escribió en sus memorias, Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), “la FUE llevaba agitando la Universidad Central de Madrid desde fines de 1945. Poco más de un año después, a comienzos del 47, había conseguido implantarse en unas facultades o escuelas más que en otras. De una primera etapa dedicada a la captación sigilosa de miembros, pasó después a una campaña pública para darse a conocer a los estudiantes y al público general”. Y continúa: “Sus afiliados pegaron pegatinas, pintaron consignas en los muros y repartieron octavillas o modestos periódicos, por lo que fueron acusados de atentar contra la seguridad del Estado”.
El incipiente movimiento estudiantil pretendía agitar los resortes del nuevo y autoproclamado régimen dictatorial. Así relata a CTXT el propio Sánchez-Albornoz cómo fueron los renovados inicios de la FUE: “Primero nos empezamos a entrevistar unos con otros. Al poco, nos llegó el eco de una organización estudiantil catalana, la Federación Nacional de Estudiantes de Catalunya. También entramos en contacto con estudiantes vascos, que no tenían universidad propia pero sí fundan una especie de organización por iniciativa del PNV que les aglutina; y también contactamos con Valencia”.
El miedo y la desilusión de los intelectuales
La parte del estudiantado parecía articularse poco a poco. No hubo tanto éxito con la parte docente, veterana. Según recoge Sánchez-Albornoz en sus memorias, “los primeros entrevistados fueron los catedráticos que habían hecho causa común con los estudiantes en la lucha contra Primo de Rivera, en el orden siguiente: Gregorio Marañón, médico y escritor sobresaliente; José Ortega y Gasset, el filósofo por antonomasia, y Teófilo Hernando, médico de gran renombre”.
Sobre el primero dirá que “la acogida fue afable, pero con un no por delante”. El caso de Ortega y Gasset podía ser algo diferente, ya que el pensador había llegado a dedicar a la FUE su libro Misión de la Universidad, de 1930. “Nos escuchó, pero dejó claro que no deseaba asumir compromiso alguno, ni mantener tratos. La falta siquiera de palabras de aliento moral a un proyecto de regeneración universitaria confieso que decepcionó. Costaba ver al filósofo admirado replegado en su circunstancia”, recoge en las memorias.
Diferente fue el caso de Teófilo Hernando: “Escuchó con atención la exposición sobre la FUE (…). Simpatizó con nuestros objetivos universitarios y, en un momento dado, preguntó de qué manera podía ayudar. Su buena disposición nos llevó a confesar nuestra penuria de recursos. Hernando pasó a una habitación contigua y volvió con un sobre en la mano. El sobre contenía veinticinco mil pesetas –recuerdo fielmente–, una cantidad generosa para la época, que nos sirvió para afrontar el pago de algunos encargos de imprenta y algunos viajes”.
La FUE crece, la FUE cae
En Valencia, la FUE estaba repleta de estudiantes anteriores a la Guerra Civil pero que ya no formaban parte de la universidad porque se habían tenido que refugiar de la represión. “Habían estado tres o cuatro años en la clandestinidad de sus casas, como topos, y la FUE de allí cae en el 46. Nosotros, desde Madrid, conseguimos sobrevivir y darnos a conocer. Por ejemplo, tirábamos pasquines en los cines desde el último piso”, explica Sánchez-Albornoz con voz pausada.
Pese a la represión, la FUE cada vez integraba a más miembros, por lo que la dirección decidió desdoblarse en una de ámbito local, la FUE como tal, y otra nacional, la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH). Para crecer todavía más, la FUE tenía que dejarse ver, aunque ello tuviera sus riesgos. El mismo Sánchez-Albornoz cuenta cómo en su escrito: “La federación de Madrid ideó dos métodos de propaganda inéditos hasta entonces. El primero consistía en lanzar racimos de pasquines por medio de un mecanismo de relojería con retardo que los dejaba caer desde el aire sobre un público paralizado por la sorpresa. Las pruebas realizadas con esos artilugios habían tenido éxito, pero la campaña se hallaba en sus comienzos”, por lo que nunca la llevaron a cabo.
El segundo de estos métodos es mucho más conocido, ya que pasó a la historia y todavía hoy se sigue recordando con ahínco: “Consistía en una pintada en la fachada exterior del paraninfo de la Facultad de Filosofía y Letras y dio lugar a bastantes comentarios (…). En un día frío y claro de enero, el sol del amanecer hizo aparecer las consignas trazadas a media noche con nitrato de plata. Las letras permanecieron ilegibles en la oscuridad hasta que la luz las hirió, en una reacción análoga a la que experimenta esa sustancia en el laboratorio fotográfico. El producto había sido sustraído de la Facultad de Química por los compañeros que concibieron el plan. Los poros de los ladrillos se impregnaron del lema: ‘FUE. Viva la Universidad Libre’. Los disolventes aplicados sobre la superficie afectada no fueron capaces de ocultar lo escrito. Para borrar las letras, sólo restó picar la fachada. Tal fue el ahínco que los obreros pusieron en su cometido que la pintura desapareció, pero los rasgos quedaron incisos a martillazos”.
Sánchez-Albornoz no participó en los hechos. “Yo fui uno de los autores intelectuales, podríamos decir, pero no materiales porque íbamos a pintar en mi misma Facultad, donde me conocían”, explica. Estas precauciones no surtieron demasiado efecto: en la Semana Santa de 1947, por armar el mínimo revuelo entre el alumnado, el joven estudiante de la Universidad Central y otros tantos compañeros de militancia fueron detenidos.
El valioso precedente de la FUE
“Pertenecer a la FUE era un agravante en los consejos de guerra, pero agravantes había para todos los gustos. Lo más grave era que pidieran pena de muerte o condena de 30 años de prisión, pero a nosotros no nos pidieron eso”, rememora el protagonista de la historia. Él dio con sus huesos en la construcción del faraónico valle de Cuelgamuros, de donde consiguió escapar hacia Francia. Era la segunda vez que llegaba al país galo huyendo de España. De allí pasó a Argentina, de donde también se exilió ante la dictadura militar impuesta por el general Onganía en 1966.
Décadas después, Sánchez-Albornoz sigue sin titubear: “Al luchar en la FUE me parece que hicimos lo que teníamos que hacer por coherencia con nuestras ideas, y lo que conservo es un afecto por todos los que participaron en los acontecimientos”. Acontecimientos que, por otra parte, sirvieron como punto de partida para las siguientes revueltas estudiantiles.
Tal y como explica Gómez, el historiador de la UCM, hasta 1956 no se volvió a dar una gran agitación en las aulas, esta vez proveniente de los hijos del régimen. “Siguen la misma geografía que la FUE, de hecho. Cuando se niegan a seguir al representante del SEU, el sindicato falangista universitario, las protestas se extienden por la zona de Argüelles y Moncloa y San Bernardo hasta llegar al paraninfo histórico de la actual Complutense”, relata. La gran humildad con la que siempre se refiere a sí mismo Sánchez-Albornoz no es óbice para que se considere precursor de las algaradas estudiantiles posteriores: “Claro que sembramos la semillas para las actuaciones de estudiantes años después. Cuando me entrevisté con algunos exiliados en París, me reconocieron que contaban con nuestro antecedente y que decidieron llamarse Unión Democrática Española (UDE) porque FUE suponía muchos más riesgos”, concluye.