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Historia de mi voto

Fuentes: Rebelión

Mi generación es nieta de sobrevivientes de una guerra civil injusta que marcó la vida y el destino de millones de personas. Un país polarizado socialmente que todavía arrastraba lastres feudales. Si no pertenecías al bando de los señoritos, de una o de otra forma trabajabas para ellos. Toda mi familia es de estirpe albaceteña, […]

Mi generación es nieta de sobrevivientes de una guerra civil injusta que marcó la vida y el destino de millones de personas. Un país polarizado socialmente que todavía arrastraba lastres feudales. Si no pertenecías al bando de los señoritos, de una o de otra forma trabajabas para ellos. Toda mi familia es de estirpe albaceteña, de sangre roja y campesina. Gentes sencillas criadas en el campo que soportaron una guerra y crecieron en los duros tiempos de la posguerra y la dictadura franquista. Una época en la que para que las clases más humildes salieran adelante, era obligatoria la colaboración de las manos infantiles en las precarias economías familiares. Educados en la dictadura, bajo un estricto régimen de educación nacionalcatólica, crecen en un caos y una desorientación política que en ocasiones les hace adorar la bota que les pisa. El régimen del miedo surte efecto. Se opta por sobrevivir sin meterse en problemas. No levantes la voz. No te signifiques.

Allá por finales de los años 70, las condiciones de vida en las que habían crecido nuestros padres y el deseo de algo mejor para sus hijos llevó a algunos de ellos a abandonar el campo y emigrar a la ciudad. Pasaron a engrosar la fuerza de trabajo asalariada asentada en periferias urbanas de ciudades como Madrid, donde asomé mi cabeza allá por 1979. Para cubrir la gran demanda habitacional se crearon cinturones obreros que se convirtieron en nuevas ciudades satélite, conocidas como ciudades dormitorio, pues sus gentes trabajaban durante el día en la capital y en la noche regresaban al calor del lecho familiar a descansar.

1979. Era la época de la conocida y laureada transición española. A menos de cuatro años de la muerte del caudillo Francisco Franco, que antes de morir nos regaló la famosa frase «dejo todo atado y bien atado». Tardaríamos muchos años en descubrir cuánto de verdad albergaba esta afirmación. Poco importaban entonces las palabras de un viejo moribundo. Tras su muerte, Juan Carlos I, que estuvo bajo la tutela del dictador desde los 10 años de edad, fue proclamado Rey. Tras los Pactos de la Moncloa, se legalizó el Partido Comunista y se aprobó la Constitución del 78. En las elecciones del 79 gana aplastantemente la UCD, el partido creado por una parte del franquismo renovado con Suárez a la cabeza. Felipe González, Secretario General del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que se convierte en la segunda fuerza política, propone en el 28 Congreso del partido dejar a un lado los principios marxistas. Comienza a materializarse la trama. Llegarían los años de la democracia mal entendida, el destape, la libertad, la movida, la extravagancia, las drogas, las modas y tribus urbanas. La heroína corría las venas de toda una generación al mismo ritmo que se adormecían las conciencias.

En estos barrios obreros de ladrillo visto y asfalto, jugando en descampados entre piedras, baches y jeringuillas, nuestras generaciones fuimos creciendo. La vida no era tan fácil como nuestros padres habían soñado. El desempleo crecía, la drogadicción se palpaba en cada esquina, y el deseo de dar a los hijos e hijas una educación que ellos no pudieron tener, generaría masas y masas de personas altamente cualificadas para un mundo laboral cada vez más precario y flexible ante profundas políticas neoliberales. La frustración estaba asegurada.

1981. 23 de febrero. Se aborta un golpe de Estado militar de carácter fascista sobre el que todavía hay mucho que investigar. El elefante blanco aún hoy es un misterio y el rey aparece como el salvador de la democracia.

1982. El Partido Socialista Obrero Español gana las elecciones. El discurso de Felipe González seduce a una enorme masa latente de gente de izquierdas. Hoy, muchos años después, sabemos que su campaña fue financiada por la CIA y la socialdemocracia alemana para hacer un partido a imagen y semejanza de los partidos socialdemócratas europeos, vendidos sus ideales al mejor postor.

Controlado el instrumento político para domesticar a la izquierda, faltaba el instrumento comunicacional. El diario «El País», del Grupo Prisa, dirigido por Juan Luis Cebrián, conocido exfranquista, fue el medio de propaganda elegido. Los «rojillos», ahora progresistas, paseaban orgullosos con el periódico «El País» bajo el brazo.

El terreno estaba bien arado para sembrar las políticas neoliberales que el señor González fue aplicando durante sus 14 años de gobierno. El ingreso en la OTAN, la flexibilización laboral, el abaratamiento del despido, la legalización de las empresas de trabajo temporal, la destrucción de cientos de miles de empleos, la creación y financiación del GAL, los conciertos educativos con la Iglesia Católica, la privatización de decenas de empresas públicas o el inicio de privatizaciones de grandes empresas rentables como Endesa, Repsol, Argentaria, Tabacalera, Telefónica o Gas Natural fueron sus más lindos regalos. El posterior gobierno de Aznar culminaría este trabajo privatizador. Hoy Felipe González es asesor de Gas Natural, con un sueldo anual de 126.000 euros.

En este ambiente fuimos creciendo y sorteando dificultades. Muchos de nosotros tuvimos que simultanear nuestros estudios con trabajos precarios y mal pagados que suponían una importante ayuda familiar. En una sociedad cada vez más despolitizada y consumista, algunos nos fuimos politizando y nuestra conciencia para con el mundo comenzó a despertarse. En ausencia de un entorno militante, algunas experiencias de vida y algunas lecturas marcaron mis primeros años de aprendizajes políticos. Crecer en barrios obreros, el origen de mis padres y el contacto con el campo y los pueblos castellanos, marcó mi horizonte ideológico. En medio del caos político de mi familia, tenía un interés creciente por saber qué demonios había pasado en mi país. Las discusiones políticas alrededor de la mesa le robaban protagonismo a la rica y dedicada comida preparada por mi madre.

1996. Después de un terreno bien arado por el Partido Socialista Obrero Español, que ya no tenía nada de obrero ni de socialista, el otro partido de la derecha, el Partido Popular, evolución de Alianza Popular, partido creado por Manuel Fraga Iribarne y otros exministros franquistas, ganó las elecciones generales. Un tibio Aznar se convierte en presidente del gobierno. El franquismo renovado aliado con la alta burguesía neoliberal ganó las elecciones para deleite de unos pocos y desgracia de la gran mayoría, incluso de gran parte de sus votantes, entre los que se encontraba mi familia.

Como era de esperar, las medidas privatizadoras y neoliberales se profundizan en los gobiernos del PP, basando su estabilidad en una falsa bonanza económica sustentada en el ladrillo y los créditos fáciles. El fantasma de la especulación cuyos frutos recogeríamos años más tarde.

1997. Cumplo 18 años. Por primera vez puedo ejercer mi derecho al voto. Toda persona con un mínimo de interés político, al cumplir los 18 siente un deseo de votar que suele ir unido al orgullo del ingreso a la adultez. No olvidemos que soy hijo de padres que al llegar a la mayoría de edad sencillamente no podían votar. Ahora los tiempos han cambiado, vivimos la «fiesta de la democracia». Ya podía ejercer mi legítimo derecho al voto. Sólo había un pequeño problema: ninguna propuesta político electoral me seducía, por lo que mis primeras votaciones fueron haciendo uso del voto en blanco. Luego comprendí que ese voto iba al más votado, por lo que indirectamente había sido votante del Partido Popular. Qué doloroso. La siguiente vez no me pillarían. El voto nulo sería mi opción.

Fueron pasando los años, y a la vez que me iba definiendo en lo ideológico, todavía ninguna propuesta política me había robado el corazón. El sistema económico, las estructuras, ese era el quid de la cuestión. El problema se llamaba capitalismo, y no se cambiaba desde las urnas. Yo, como muchos, no creíamos en el sistema. Y la forma de demostrarlo era mediante la abstención. «El mejor modo de demostrar mi rechazo hacia el sistema es no participar en él», solía afirmar. No rechazaba el derecho al voto, una conquista necesaria aunque no suficiente, sencillamente ejercía mi derecho a no votar.

Durante toda esta época, en el Estado español todavía se vivía un falso período de bienestar. El neoliberalismo había impregnado en las cabezas, incluso, de una u otra forma, en las de los que no creíamos en el sistema. La despolitización era brutal. Los créditos fluían como la espuma y la gente se endeudaba hasta límites insospechados. Una vivienda, un auto, un reloj o hasta unas vacaciones eran motivo para pedir un crédito a los bancos, que te ofrecían todo tipo de «ventajas». Entidades financieras que con ese dinero especulaban de manera criminal.

2008. Estalla la crisis en EEUU y pronto se expande a una Europa más dependiente del gigante norteamericano de lo que nos habían contado. La globalización financiera muestra su lado más perverso y sus consecuencias pronto se palpan en la población de carne y hueso. El PSOE de Zapatero salva a los bancos con las arcas públicas y el país se endeuda hasta el cuello, iniciándose las medidas de austeridad. Se reforma un artículo de la Constitución a puerta cerrada entre PSOE y PP para priorizar el pago de la deuda sobre el gasto público, por mandato de la Unión Europea. La gente pierde sus trabajos y miles de personas son desahuciadas de sus casas, perdiéndolo todo en cuestión de meses. El drama estaba servido.

2011. Una llama de indignación se propaga por las calles. Se toman las plazas y se grita «basta ya». Mareas ciudadanas inundan las arterias de las ciudades. La política vuelve a su lugar, la calle. Pero años y años de dictadura y después neoliberalismo habían hecho bien su trabajo generando sujetos individualistas de una formación política bajísima. Y eso se refleja en las urnas. El Partido Popular vuelve a ganar las elecciones. Los recortes iniciados por el PSOE se profundizan con PP, el partido de la corrupción, como hoy sabemos. Los recortes en sanidad y educación se llevan la palma. Miles de maestros son puestos en la calle. Yo soy uno de ellos.

Mientras militábamos en el movimiento de «Los indignados» o «15M» y en lo que fue su extensión política a los barrios de Madrid, mi compañera y yo comenzamos a armar un proyecto de comunicación social independiente y autogestionado al que llamamos Vocesenlucha. La idea era viajar a América Latina y el Caribe en busca de algunas de las voces en lucha por la dignidad y la soberanía de los pueblos y plasmar esto en un libro y un documental.

En esas andábamos, preparando nuestra partida, cuando surge una propuesta político electoral que consigue recoger parte del espíritu de ese collage que significó el 15M. Podemos, con tan sólo 4 meses de existencia da la campanada consiguiendo 5 eurodiputados en las elecciones al parlamento europeo. Al contrario que las retóricas derrotistas de los partidos de izquierda tradicional, acomodados en el papel de actores secundarios, Podemos llega para ganar. Una conmoción política que toca las hasta entonces fuertes estructuras de un bipartidismo efectivo. Un partido financiado por la gente y no por oscuras entidades económicas o turbios casos de corrupción como el reciente «Caso Bárcenas» del PP o el pasado «Caso Filesa» del PSOE.

Ante el desconcierto por la posibilidad de perder el poder, cada frente rearma su estrategia. El Partido Socialista intenta renovarse poniendo a la cabeza a un títere de rostro joven con aires de pasarela. El Partido Popular no sólo no se renueva, sino que le estalla en la cara la corrupción. Su masa de fieles y ciegos votantes mantienen este Titanic político a flote. El poder es astuto, y la derecha y los grandes poderes que la representan no levantan la bandera de la renovación política con el PP, sino con Ciudadanos, un partido joven de aires falangistas e ideología de derecha pero con un discurso ambiguo y juvenil que confunde a una gran masa de no politizados.

En estas, El rey, que ya se había desgastado demasiado cazando elefantes en medio de sus escarceos amorosos y de los escándalos de corrupción en su familia, dejando atada su impunidad por ley, abdica en favor de su hijo, convertido por mandato divino en Felipe VI. Una vez más, no nos preguntaron qué pensábamos. Hermosa democracia.

Algo increíble está pasando en mi país. Mis padres hoy se reconocen equivocados de haber respaldado tanto tiempo una propuesta como la del Partido Popular. Y no sólo eso, por segunda vez van a votar a Podemos, esta vez Unidos Podemos, en buena hora. Pero algo está pasando también en mi país cuando algunos amigos a los que quiero se plantean votar a Ciudadanos. De nuevo el reo votando a sus verdugos. Me pregunto a qué responde que alguien que dio su voto a Podemos hoy pueda virarlo sin más a Ciudadanos, siendo programáticas ideológicas tan opuestas.

En mi caso, por primera vez en mi vida, a mis 37 primaveras, me despojo de purismos «políticoelitistas» y deposito mi confianza en un proyecto político. Con el conocimiento de que lo electoral tiene sus límites, y es sólo una pieza del puzle del cambio, pero con la ilusión de poder desplazar de las instituciones a todo un poder que huele a podrido. Con la ilusión de que, con las instituciones, y junto con una siempre imprescindible construcción de base fundada en la participación y con un espíritu autocrítico y constructivo, se puedan horadar las todavía presentes estructuras franquistas que nos gobiernan para, por qué no decirlo, sentar las bases de un futuro socialista, con el horizonte puesto en la justicia social.

Reconociendo sus limitaciones, y asumiendo el derecho a equivocarnos, Unidos Podemos puede ser la oportunidad histórica que todo un pueblo anda buscando, aun sin saberlo.

Por primera vez en mi vida, un proyecto político ha conquistado mi voluntad de voto. Pero hay un pequeño problema: no puedo votar. Es la primera vez en mi vida que quiero votar, y no puedo. No puedo porque estoy en Latinoamérica haciendo un trabajo de investigación. Y no puedo porque no cumplo los limitantes requisitos para el voto a distancia.

Sólo quiero hacer un llamado, desde la humildad, a toda esa población de votantes que sí puede ejercer su derecho a votar. Que madure bien lo que va a hacer el próximo domingo, que no vuelva a regalar su voto, el voto del pueblo, a los mismos intereses sociales, políticos y económicos que nos llevan jodiendo durante décadas. Nada más.

Raúl García Sánchez. Maestro y antropólogo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.