Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Hala y sus hermanos viven ahora en un campo para huérfanos en la provincia de Idlib (MEE/Muhammad al-Shimali)
Desde la distancia que da más de media década de guerra y pérdida, Hala, de 16 años, se aferra a los recuerdos de su infancia en Alepo, a las rutinas habituales de la vida familiar y la niñez. Ir al colegio. Jugar con sus tres hermanos más pequeños y su hermana. Recuerda incluso las ocasionales discusiones de sus padres por la escasez de dinero.
El padre de Hala, Hosam, trabajaba mucho como taxista para poder mantener a la familia, pero los tiempos eran duros y las frustraciones estallaban en el distrito de al-Mashad donde vivían, en la parte oriental de la segunda ciudad más importante de Siria.
Consecuencias de un ataque aéreo sobre la barriada de Madi, Alepo, en 2013 (AFP)
En 2011, cuando estallaron en Alepo las manifestaciones contra el presidente sirio, Bashar al-Asad, Hosam utilizaba su taxi para ayudar a los manifestantes a escapar de los temidos shabiha, los matones que el gobierno desplegaba para atacar e intimidar a los participantes. Y cuando la policía empezaba a disparar, llevaba a los heridos a centros médicos ocultos para que les atendiesen.
«Un día, la policía irrumpió en nuestra casa y se llevó a mi padre en medio de la noche. Todos empezamos a llorar y mi madre se quedó en estado de shock«, recuerda Hala, que no quiso darnos su apellido.
«Recuerdo cómo mi madre les suplicaba: ‘Por favor, dejadle, no le matéis… dejadle, no ha hecho nada’; pero, pobre papá, se lo llevaron con ellos y mamá no dejó de llorar en toda la noche y al día siguiente. Llamó a mis tíos y les dijo que intentaran averiguar dónde estaba pero no pudieron conseguir información alguna. La policía se limitó a decirles que se olvidaran de él.»
El primer sonido de las bombas
Durante los tres meses siguientes, Hala y su familia no consiguieron averiguar nada de Hosam, al tiempo que las manifestaciones crecían cada vez más y los enfrentamientos se hacían más intensos.
Después, finalmente, Hala recuerda un día en que su madre Esra estaba leyendo el Corán y los niños tomaban el almuerzo, cuando escucharon un golpe en la puerta. Era Hosam, pálido y delgado por el tiempo transcurrido en prisión.
«Me tiré al suelo y empecé a llorar y a gritarle a mi madre: ‘¡Papá está aquí, papá está aquí!'»
Los sirios se manifiestan contra el gobierno en Shar, Alepo, julio de 2012 (AFP)
Hosam les contó que le habían maltratado y humillado en la Prisión Central de Alepo, que forma parte de la infame red de lugares de detención del gobierno donde miles de personas han sido torturadas y «desaparecidas» desde 2011, según los grupos por los derechos humanos.
En 2012 resultaba ya imposible tener una existencia normal en Alepo. «Había manifestaciones por todas partes, hasta en los colegios muchas veces», dice Hala. Su padre la sacó del colegio y los niños pasaban la mayor parte del día en casa con su madre.
Después, durante el Ramadán, Hala se despertó un día ante el ruido que hacía la gente gritando por la calle.
«Todo el mundo se había echado a la calle, estaban abandonando sus casas con todo lo que podían cargar y se ponían a caminar», dice.
«Los aviones de combate estaban bombardeando en las proximidades. Sonaba muy cerca. Esa fue la primera vez que vimos y vivimos los bombardeos, algo que después se convirtió en parte habitual de la vida diaria; sencillamente, nos acostumbramos a ellos.»
La muerte de un padre
La familia se marchó unos cuantos días a casa de unos familiares mientras los combatientes del Ejército Libre Sirio tomaban el control de las calles y lanzaban ataques contra las fuerzas del gobierno. Cuando regresaron, se encontraron con que esos combatientes ocupaban su casa.
Hosam volvió a su trabajo con el taxi, pero su participación en la oposición tenía muy asustada a su esposa. Un día, cuando Hosam regresaba desde la zona de la ciudad bajo control del gobierno a la barriada de Bustan al-Qash, en el este de Alepo, entonces controlada por los rebeldes, la policía le detuvo y le interrogó.
Entierro de los civiles ejecutados que habían sido arrojados al río, en Bustan al-Qasr, Alepo, enero de 2013 (AFP)
«Negó todas las acusaciones pero se mostraron muy agresivos con él y le arrestaron», cuenta Hala, citando el relato de testigos del incidente. «Trató de escapar pero siguieron golpeándole brutalmente».
Después de tres días, un amigo le dijo a la familia que a Hosam le tenían detenido en la zona oeste de Alepo.
«Nos sentíamos completamente devastados porque sabíamos que mi padre ya había estado antes en la cárcel y comprendimos que no iban a dejarle libre debido a sus actividades con la oposición», recuerda Hala.
«Fue uno de los días más horrendos de mi vida. Pensaba que no volveríamos a ver de nuevo a mi padre con vida.»
En enero de 2013, la familia oyó hablar de una masacre perpetrada cerca de Bustan al-Qashr, donde muchos civiles ejecutados fueron encontrados flotando en el río que ahora divide la ciudad en dos partes. Durante toda una semana siguieron apareciendo cadáveres en las aguas.
«No pensábamos que mi padre pudiera estar entre los muertos», dice Hala. «Pero mi madre recibió la llamada de nuestro antiguo vecino. ‘Está muerto, hemos encontrado el cuerpo de tu marido’, dijo.»
La madre de Hala se quedó conmocionada. «Me dijo: ‘Cuida de tus hermanos hasta que regrese’. Le supliqué que me contara qué estaba pasando pero no quiso decirme nada».
Sin embargo, al observar la mirada de su madre, Hala supo que su padre estaba muerto. Pocas horas después, su madre volvió al hogar. «Le han disparado en la cabeza», recuerda Hala que les dijo.
Lograron recuperar al menos 68 cuerpos, todos ellos asesinados con un único disparo en la cabeza o en el cuello, según informes aportadas por responsables del ELS. El gobierno negó la matanza y dijo que los autores eran los «grupos terroristas».
Casamientos en tiempo de guerra
La muerte de Hasam dejó también a la familia sin ninguna fuente de ingresos. Dos semanas después y a pesar de tener tan sólo 13 años, Hala aceptó que su madre la casara. Su marido, Jaled, tenía 25 años, trabajaba en una tienda de telefonía en la barriada de Ferdous y era un conocido de su tío, pero Hala nunca antes le había visto.
Sonia Kush, directora para Siria de Save the Children, una ONG internacional, declaró a MEE que los matrimonios infantiles era un problema creciente en Siria y en las comunidades de refugiados porque la brutalidad de la guerra en el país había puesto a las familias y las comunidades al borde del abismo.
Hala mira las fotos de su familia en el móvil (MEE/Muhammad Al-Shimali)
«Adolescentes que deberían estar en el colegio se encuentran ahora con muy pocas opciones. Los padres llevan años sin poder trabajar y han agotado todos sus ahorros, lo que significa que es prácticamente imposible satisfacer necesidades muy básicas, como alimentar y comprar medicinas para sus niños,» dice Kush.
«En circunstancias tan graves, con uno o ambos padres asesinados o heridos, las niñas y sus familias consideran a menudo que casarse es una vía para aliviar la carga económica.»
Kush dice que muchas familias sienten que no pueden proteger a sus hijas de los secuestros, ataques sexuales y violaciones y confían en que, encontrándoles un marido, estarán más protegidas y tendrán una vida algo mejor.
«Sin embargo, cualesquiera que sean las razones, lo triste es que una vez que esta guerra termine, muchas niñas que han tenido que casarse no van a poder recuperar su infancia. No van a poder volver al colegio y puede que se hayan convertido en madres demasiado jóvenes.»
Hala se mudó con Jaled a una casa cerca de donde su familia vivía. Un día, a mediados de septiembre de 2013, estaba visitándoles mientras su marido permanecía en el trabajo. Un misil alcanzó el edificio cuando su madre preparaba la comida en la cocina. Hala y sus hermanos cayeron al suelo, pero la habitación donde se encontraba su madre fue la que sufrió toda la fuerza de la explosión.
«La sangre le cubría el pecho, todo el cuerpo», dice Hala, refiriéndose a su madre. «Murió instantáneamente porque un gran trozo de metralla le alcanzó el corazón».
En aquel momento, Hala estaba embarazada de pocas semanas pero la conmoción del ataque le provocó un aborto, según supo días más tarde en el hospital.
«De repente, me vi convertida en padre y madre para mis hermanos», dice. «No tenían a nadie más que a mí. Las bombas y los ataques continuaron sobre nuestra calle. Toda la ciudad era continuamente golpeada.»
Pero a pesar del constante peligro, Hala no quería dejar la ciudad. «No podía, porque mi madre y mi madre estaban enterrados allí», dice. «No podía soportar la idea de alejarme de ellos».
La huida de Alepo
En 2015, la zona fue de nuevo objeto de devastadores ataques aéreos. «El vecino nos gritaba que bajáramos al sótano», dice Hala. «Bajamos, pero no era suficientemente seguro y el edificio se vino abajo tras un bombardeo masivo».
Evacuados, niños y pájaros, del este de Alepo en diciembre de 2016 (AFP)
Hala se despertó en el hospital con heridas en la pierna y en la cabeza y allí tuvo que escuchar que Maya, su hermana, y Jaled, su marido, habían muerto en el ataque. Su casa había quedado también destruida.
«Sin hogar, sin padres, sin marido, con una hermana y un bebé muertos, pero sólo tengo 16 años. Esos son mis recuerdos y mi vida ahora», dijo Hala.
La familia de su suegra alojó a Hala y a sus hermanos en una casa donde sobreviven gracias a la bondad y caridad de sus vecinos.
Junto con decenas de miles de personas fueron finalmente evacuados de Alepo en diciembre de 2016, como parte de un acuerdo por el que la zona este de la ciudad volvía al control del gobierno.
Seis meses después, Hala y sus hermanos viven en un campo para huérfanos en la provincias de Idlib, intentando estudiar para un futuro incierto mientras la guerra siria continúa su marcha a su alrededor.
«Adoro a mis hermanos y me quedaré con ellos para protegerles y cuidarles lo mejor que pueda», dice. «Como mi madre hizo por mí cuando yo tenía su edad».
Zouhir Al-Shimali es un periodista y fotógrafo de Alepo que trabaja online.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.