“Los Estados no reaccionan, no reaccionan los gobiernos, nadie quiere sentirse antisemita y por eso esa indiferencia de la población que se niega a ver, que se niega a saber. Y así una población indefensa contempla cómo sus casas son destruidas, cómo sus hijos mueren de hambre, cómo las familias son atacadas por los soldados del ejército de Israel”
Lo que ocurre en Gaza me lleva a un libro de W.G. Sebald, titulado ‘Sobre la historia natural de la destrucción’ que he empleado para dar nombre a este texto. Tal vez este no sea el medio adecuado –parte local de un diario digital– para dejar constancia de presente y de futuro sobre lo que sucede en los territorios palestinos. Pero es posible que dentro de cien años algún investigador descubra el inmenso silencio de los países occidentales ante la última decisión del gobierno de Israel de ocupar estos lugares. “Estamos ocupando Gaza para quedarnos. Nada de salir y entrar”, ha sostenido el ministro de Finanzas. Lo mismo ha dicho el presidente Netanyahu. “En cualquier acuerdo, temporal o permanente, Israel no se retirará de la zona de seguridad” (un tercio de la franja).
Durante toda la invasión como respuesta a los ataques de Hamás y ahora ante los nuevos pasos dados por Israel pocos se ha inquietado en Europa y en otros lugares del mundo. Sebald sostiene que la capacidad del ser humano para olvidar lo que no quiere saber, para no ver lo que tiene delante pocas veces se ha puesto a prueba mejor que en Alemania. En Alemania, tras la derrota del nazismo se impuso un silencio espeso y pegajoso sobre los acontecimientos allí sucedidos. Fueron millones los que apoyaron a Hitler y esos millones, tras los desastres, extendieron una capa de olvido impenetrable. Todos se consideraron inocente y en nada culpables de los horrores del régimen nazi. Hannah Arendt en 1949 escribe: “En ningún lugar se siente menos esta pesadilla de destrucción y horror y se habla menos de ella que en la propia Alemania. En todas partes se nota que no hay reacción alguna ante lo sucedido”.
Algo similar nos está pasando a nosotros con los movimientos de Gaza. Los Estados no reaccionan, no reaccionan los gobiernos, nadie quiere sentirse antisemita y por eso esa indiferencia de la población que se niega a ver, que se niega a saber. Y así una población indefensa contempla cómo sus casas son destruidas, cómo sus hijos mueren de hambre, cómo las familias son atacadas por los soldados del ejército de Israel, cómo los periodistas son masacrados para que no cuenten el horror cotidiano y el extraordinario que allí se está produciendo y cómo al final de este proceso de destrucción intensiva la población superviviente tendrá que buscar refugio en países donde no los quieren. Y en caso contrario se emplearán “las fuerzas armadas con gran intensidad y no se detendrán hasta cumplir sus objetivos para vaciar Gaza de su población”.
Cuando ese hipotético investigador de dentro de cien años o más descubra en alguna biblioteca cibernética o tradicional de algún territorio perdido en medio del desierto que será el actual territorio de Castilla-La Mancha, el silencio ominoso de los países se sorprenderá por lo que entonces se entenderá con claridad como un genocidio insoportable. Así que lo único que queda para ayudar a ese investigador a entender lo que ocurrió es trasmitir a través de este medio digital y local que hubo algunas gentes que, más allá del escritor, rompieron el silencio establecido y manifestaron su radical descuerdo con esta nueva historia de la destrucción de un territorio y un pueblo.