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Historia y necrofilia

Fuentes: Naiz

El sentido y la función de la Historia es conocer la verdad, transmitirla y enseñarla. Analizar los hechos históricos, no cualquier hecho, y comunicarlos en sus circunstancias relevantes y pertinentes. Lo que no es Historia, en cambio, son esa serie de artículos o documentales funerarios de encargo. Ni las placas, lápidas y memoriales con ofrendas florales. O los nombres de calles y plazas. Y tampoco las listas de muertos o vivos, con sus datos, condecoraciones y fechas. Para lucirlos en entrega de premios, funerales o conmemoraciones.

Sin embargo, cuando el poder se apodera de la Historia, y no encuentra oposición, se desvía de esta función. Se convierte en Necrología y esta en propaganda. Es una auténtica necrofilia. Es decir, una afición a la muerte y a sus aspectos manipuladores. El poder tiene medios y empleados suficientes (comunicación, propaganda, educación, universidades, leguleyos, intelectuales orgánicos…) para convertir esta desviación en «verdad». En Historia única, que siempre se puede utilizar contra el adversario o sus rescoldos. Donde los muertos son utilizados como mercancía política, contra el enemigo.

El exceso de necrofilia, por razones políticas, convierte a los muertos en el sujeto histórico. Lo cual no es ni correcto ni acertado. Puesto que es evidente que el sujeto de la Historia son los vivos. La intromisión del Estado ha hecho posible esta aberración, así como la conversión de la Historia en Memoria histórica, oficial. Con una sucesión de crónicas, documentales y panfletos de propaganda. Así como en abundancia de monumentos, panteones y otras adormideras para embalsamar el valor revolucionario de la Historia.

Desde esta Historia necrófila se finge trasmitir condolencias y pésames, a las víctimas o sus familiares. Pero que, en realidad, son emisiones y utilización política, contra el adversario. Convirtiendo y utilizando, fuentes y testimonios, en manipulación e intoxicación funeraria, con difusión ideológica incluida. Y esto no es otra cosa que hacer pasar por Historia una relación manipulada, formateada como los santorales católicos.

Si además, en este cometido, el poder se asocia con algunos grupos victimarios, la Historia se convierte en memoria oficial traumática, de un pasado cocinado. El cual se utiliza, no solo como sustituto de la verdad, sino como bloqueo del cambio y el progreso político. Y como justificación del sistema establecido. Es cuando la memoria, de esquela y funeral, asume un papel de agente histórico reaccionario y se la hace funcionar contra cualquier alternativa. Convertida, de este modo, en la única opción oficial.

Esto es lo que está pasando últimamente en Euskadi o en España, de manera profusa y discriminada, con la historiografía y la cultura subvencionada por el ménage à trois (PNV-PSOE-PP) que se ocupa de la historia de ETA. Poniendo sus recursos en la compra o subvención de intelectuales orgánicos, para lo que llaman batalla por el relato. Lo que constituye una grave injerencia del Estado, y los partidos dominantes, en la Historia.

Cuando aparece cualquier referencia a ETA o su entorno abertzale en notas oficiales, actos, prensa y radio-tele constitucionales se refieren siempre a sus víctimas. Tratando de construir, de este modo, un relato de memorial y placa, que oculta la verdadera Historia. La Historia de la verdad, desaparece entonces con la tópica apelación al dolor de los muertos y el odio a los autores. O sea, a los «asesinos» de ETA. Cuya marginación en el relato y persecución en vivo queda justificada. Sin dar ninguna cuenta «democrática» del control, la burocracia y los paradigmas impuestos por el Estado, a sus empleados orgánicos.

Prácticamente cada día se recuerda en cualquier lugar del Estado algún atentado terrorista cometido por este grupo armado. Ya desaparecido, desde hace una década. Pero todavía vigente en el memorial funerario. Donde la conmemoración o el recuerdo manipulado, no se si vendrá bien a las familias, pero sí a la propaganda política. Y a los oficiantes ministros o lehendakaris subalternos. Lo cual hace mas evidente y tóxico, la asociación poder-victimismo.

De otro lado, la ofensiva necrológica no solo se practica en ceremonias funerarias, ofrendas forales, discursillos preparados etc. Lo que sería pura intoxicación televisada. Sobre todo, se afianza en las páginas excretadas por algunos intelectuales o historiadores becados. Bien por los gobiernos o sus apéndices político-culturales: universidades, fundaciones, editoriales, cines, televisión, etc. Que ofician de altavoces asalariados de una supuesta Memoria.

En este plano, la mayoría de los «estudiosos» de ETA condimentan una historia forense y necrófila. Donde practican el amor a sus muertos. Que ellos llaman «asesinados», por ETA. También son quienes suministran las mejores ideas para convertir el pasado en esquelas funerarias. Cuando deberían saber, mejor que nadie, que la Historia no es eso. Que los muertos, salvo raras excepciones, son apenas residuos colaterales de la verdadera Historia. Y solo tienen alguna relevancia, en casos contados. Porque Historia no es necrología, como ya hemos dicho. Es Historia de los vivos, de sus ideas, sus acciones, sus luchas y pensamientos. Y porque, para saber historia y, sobre todo, para comunicarla, debemos saber qué, quién, cómo y dónde. Pero, sobre todo, por qué. Es decir, lo que no le interesa casi nunca al poder financiador.

En el caso de ETA, que nos ocupa, particularmente deberíamos saber no solo su activismo y atentados. También y, sobre todo, el porqué de sus creencias, estrategias y activismo. Sus justificaciones históricas, si las tiene… etc. Eso que nunca aparece en las admoniciones y lutos académicos, de los historiadores orgánicos. Entregados absolutamente a enaltecer, por encargo, la memoria de las víctimas y a denigrar a los autores. Cualquiera que sea su «desconocida» motivación. Convirtiendo así la Historia en una sucesión sin sentido, de obituarios propios y «asesinos» ajenos. Porque, otra cosa curiosa es que estos funcionarios intelectuales, de los gobiernos vascongados y español, solo se ocupan de los muertos que mata ETA. Nunca de los muertos de ETA, que mata el Estado o sus cloacas. Que también existen y muchos, ejecutados, de forma poco presentable.

Las conmemoraciones históricas, de la Memoria oficial, solo contabilizan las 829 (343 civiles y 486 policiales o militares) víctimas de ETA. Lo hacen casi una a una. Pero nunca mencionan los más de 400 muertos de la organización, en enfrentamientos, emboscadas, fusilamientos, comisarías, torturas, cárceles…Y no solo del franquismo, sino también del patriotismo constitucional actual. Gracias a la Memoria oficial, tampoco sabemos nada de los casi 4.000 muertos navarros de postguerra (en cunetas y fosas comunes). Ni de los mas de 2.000 bombardeados en Gernika, Durango, Mungia, Otxandio, Bilbao etc. Eso, sin contar las masacres de las guerras carlistas. Pero claro, esto a lo mejor «es pasado». Ya que para ellos la Memoria del poder (su Historia contra ETA) empieza en 1968, con Txabi Etxebarrieta matando a un guardia civil.

Por supuesto, tampoco los accidentes de trabajo (695 solo en 2019) son materia histórica apreciable. Ni sus funerales ni protestas de sus compañeros ni las condiciones de trabajo, con las responsabilidades de las empresas y los gobiernos. Estas muertes son pura estadística laboral. Y no interesan mucho a los becarios del Estado. Ni a las fundaciones públicas y privadas, universidades o departamentos gubernamentales, que reciben subvenciones anti-ETA. La Historia de la Memoria oficial no es Historia social precisamente.

La necrología habitual puede ser moralmente correcta. Suele ser justa o necesaria. Viene bien, como consuelo y recuerdo, a las familias. Y, también, forma parte de la memoria y de la Historia. Pero por si sola, la necrología y su recuerdo aislante no es la Historia. Hay muchos aspectos neutrales, como son los hechos, los motivos, las razones, los precedentes, los objetivos, la estrategia…y otros, que nos enseñan más Historia que la propaganda funeraria, de los obituarios y recordatorios, organizados por el poder.

Todo esto, el poder ya lo sabe. Y lo utiliza inversamente, para asegurar y regular, su dominación… Y, en nuestro caso, la oposición pocas veces quiere contrarrestar este formato manifiesto de propaganda…Así que cada uno entierre y llore a los suyos, como quiera y pueda. Lo único, y más perverso, es que cuando el poder tiene el poder, y alquila amanuenses, organiza funerales y conmemoraciones, lo hace con el dinero de los impuestos. Y una parafernalia oficialesca, con reyes, presidentes y demás aduladores…Y es posible que no todos estén de acuerdo con este gasto unilateral, discriminatorio y arbitrario. Que no sirve para nada, salvo de propaganda política, fotos y fariseismo electoral.

Josemari Lorenzo Espinosa. Doctor en Historia

Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/historia-y-necrofilia