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Hizbula celebra su «victoria» sobre el Ejército israelí

Fuentes: Gara

Desafiante, y con el dedo apuntando al cielo, el líder de Hizbula, Hassan Nasrallah, advirtió que sus milicias no se desarmarán en tanto en cuanto Líbano no sea capaz de hacer frente a Israel. Nasrallah hizo su primera aparición pública desde la agresión israelí contra el país árabe. Y lo hizo ante cientos de miles […]

Desafiante, y con el dedo apuntando al cielo, el líder de Hizbula, Hassan Nasrallah, advirtió que sus milicias no se desarmarán en tanto en cuanto Líbano no sea capaz de hacer frente a Israel. Nasrallah hizo su primera aparición pública desde la agresión israelí contra el país árabe. Y lo hizo ante cientos de miles de libaneses que festejaron la victoria sobre Israel.

«Hemos conseguido una victoria divina, histórica y estratégica», reivindicó el líder de la organización chiíta Hizbula, Hassan Nasrallah, ante una multitud cifrada en hasta un millón de personas en Beirut.

«La resistencia es más fuerte que antes del 12 de julio y posee 20.000 misiles», aseguró, al evocar los 34 días de salvajes bombardeos e incursiones israelíes contra el país de los cedros, a los que las milicias chiítas, como reconocen los propios altos mandos militares israelíes, se opusieron con ferocidad.

Su aparición fue saludada por una ensordecedora ovación de la multitud. La presencia de Nasrallah había sido objeto de especulaciones habida cuenta de que es, posiblemente, el «enemigo número uno» de un gobierno, el israelí, versado en operaciones que presenta como «ejecuciones extrajudiciales».

Aseguró que decidió comparecer en el último momento. «Que me tengáis aquí es tan peligroso para mí como para vosotros», señaló.

Un anciano mostraba la foto de su hijo, que cayó en los combates contra Israel. «Yo he dado al jeque Nasrallah lo que me era más querido, a mi propio hijo», decía entre lágrimas.

Chiítas y sunitas

Ali, llegado de la localidad sunita de Marouahine, señalaba entre la multitud que «hemos venido aquí para desafiar a Israel, que ha amenazado con matarle. Somos su escudo humano», añadía convencido.

«Todo el pueblo ha venido», añadía su amigo Issam. «No hay diferencia entre chiítas y sunitas porque Israel no hace distinciones entre nosotros».

En su discurso, Nasrallah rechazó que la milicia armada de su organización vaya a desarmarse. «Ningún ejército del mundo podrá forzarnos a dejar las armas», subrayó, para añadir que «no decimos que vayamos a tener las armas eternamente, pero antes deben analizarse varias causas», como la debilidad del Ejército libanés y la impotencia de un Estado que «no puede impedir a Israel hacer lo que le venga en gana».

Reiteró su exigencia de un gobierno de unidad nacional para acabar con la subordinación a Occidente del actual Ejecutivo anti-sirio, llegado al poder tras una serie de atentados.

Y es que la de ayer no fue tan solo una impresionante demostración de fuerza de Hizbula. Junto a manifestantes sunitas marchaban seguidores del general cristiano Michel Aoun, cuyos retratos eran visibles junto a los del propio Nasrallah y del líder de Amal (también chiíta), Nabih Berri.

«No hay diferencias entre cristianos y musulmanes. Todos los árabes deberían estar unidos», aseguraba una manifestante, Zeina Cheid. «Nuestro principal enemigo es Israel, no Siria», insistía una joven que blandía una bandera naranja de la Corriente Patriótica Libre del general Aoun.

Esta demostración de fuerza coincide con el anuncio por parte de Israel de que retirará a sus últimos soldados que penetraron en suelo libanés en el marco de la agresión ­las granjas de la Chebaa siguen siendo ocupadas por Israel­.

Y coincide con el anuncio de despliegue del Ejército libanés en el sur, bajo el paraguas de una fuerza internacional. Pero la realidad es terca y el Gobierno de Beirut ya ha adelantado que los milicianos de Hizbula «podrían ser integrados en una brigada del Ejército libanés para la protección de las localidades del sur del país».

El Gobierno israelí, por su parte, tildó de «ridícula» la reivindicación de la victoria por parte de Hizbula, pero por el hecho de que su líder «tiene que volver a esconderse después de dar su discurso».