Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Lo confieso, las imágenes de la carnicería perpetrada en Hula no me conmovieron de la misma manera en que al parecer han conmovido al resto del mundo. Sí, son trágicas, son horrendos actos de violencia contra las más inocentes de las víctimas. Pero no rompieron nada dentro de mí que no estuviera roto ya, ni aumentaron el nivel de indignación o de tristeza que cada día siento por lo que está sucediendo en Siria.
Quizá sea porque veinticuatro horas antes de que nos llegara la información de la masacre de Hula, me habían contado que habían matado a un familiar de un amigo; había oído que una banda de delincuentes había secuestrado, para pedir un rescate, a otro pariente, un anciano, de otro amigo; había recibido también mensajes desesperados por Skype de un activista en Homs que gritaba: «Mis seres queridos ya no están, mis seres queridos se han ido», refiriéndose a tres activistas de la cadena Shaam News Network a quienes las tropas de Asad habían matado a tiros; había hablado con el hermano de un mártir de Alepo, quien me dijo que desde que hacía una semana habían matado a su hermano, estaba intentando actuar con normalidad pero la verdad era que su «corazón ardía». Al final de la tarde, cuando contemplé el primer video de los niños de Hula, con sus diminutas gargantas cortadas bajo los cenicientos rostros angelicales, todo lo que pude sentir fue otro escalofrío de espanto. Un escalofrío que hemos sentido muchas veces ya.
Los días posteriores a Hula nos trajeron la noticia de la muerte de Basil Shehade, el joven y brillante cineasta que murió a causa de los proyectiles que caían sobre Homs. (¿Será posible que en algún momento dejen de caer proyectiles sobre Homs?); los días posteriores a Hula nos trajeron las noticias de que se proseguía bombardeando y quemando zonas rurales de Alepo e Idlib, además de la muerte de otra docena de hombres -con los ojos vendados y las manos atadas- ejecutados en Deir al-Zor. Los días posteriores a Hula trajeron las noticias de miles de refugiados sirios en Egipto que se encuentran atrapados fuera de sus desiertos hogares, con los bolsillos vacíos ante un sombrío e incierto futuro.
Los días posteriores a Hula continuaron siendo como los anteriores. Pero los ojos del mundo se habían quedado suspendidos de la masacre.
Las imágenes de Hula instigaron la indignación mundial de forma predecible: en los conmovedores relatos de testigos sobre niños que vieron como asesinaban a sus familias; en artículos de opinión contaminados de sectarismo que cuestionaban cínicamente la autoría de los crímenes; en las declaraciones enlatadas de ojos secos de los portavoces del régimen quejándose del «tsunami de mentiras» de los medios tildando al régimen de criminal cuando en realidad era una «víctima». Había indignación a causa de las imágenes mismas e indignación por la decisión de exponer al público internacional a las violentas imágenes (era preciso no alterar a ningún inocente niño o niña británicos).
Y la indignación se trasladó del análisis y la narrativa a las preguntas: ¿Está funcionando el plan de las Naciones Unidas? ¿Es una manera justa de proceder que sea el régimen el que investigue los hechos? ¿Quién perpetró los crímenes? ¿Matar mediante bombardeos (del régimen) es igual de malo que matar a quemarropa (por «monstruos» desconocidos, según Bashar al-Asad)? ¿Se pronuncia Hula o Huli? ¿Eran los asesinados sunníes o chiíes (o sunníes que se habían convertido al chiísmo)? ¿Estamos a favor o en contra de una intervención extranjera? ¿Quién sustituirá a al-Asad? ¿Quién armará a los rebeldes? ¿Quiénes son los rebeldes? ¿Por qué sigue aún fragmentada la oposición siria?
Y, desde luego, el debate: ¿Será Hula la Shabra y Shatila de Siria, la Srebrenica de Siria, el factor generador del cambio en Siria?
¿A que está exactamente respondiendo el «mundo»? ¿A las gráficas imágenes? ¿A la espantosa brutalidad? ¿Al número de muertos? ¿A las historias macabras?
A lo largo de los últimos quince meses hemos visto cómo Hula, y toda una serie de variaciones de Hula, se producían una y otra vez. En febrero fuimos testigos de los cuerpos sacrificados en la masacre de Karm Al-Seitun. Hemos visto a hombres y muchachos chorreando sangre, con medio rostro volado y luchando penosamente aún por respirar. Hemos estado observando cómo se destruía toda una ciudad, misil tras misil. Hemos visto como un tanque de Asad aplastaba a un hombre, una y otra vez, en una carretera humana de la muerte. Hemos visto niños muertos, no solo degollados, también bombardeados, quemados y mutilados. Además de los cincuenta y dos niños asesinados en Hula, tenemos cientos de niños asesinados más; además de los hombres y mujeres masacrados en Hula, tenemos muchos miles más asesinados. Han dejado que nuestros muertos se pudran en las calles de Homs. Hemos tenido que enterrar a nuestros muertos en los parques públicos de Hama. La fosa común de Hula es tan solo una más que añadir a las otras, en Homs, Hama, Rastan y Jisr al-Shughug. Y no olvidemos los miles de sirios desconocidos enterrados por Asad padre bajo los cimientos de hormigón de un hotel de lujo en Hama.
Hula fue una tragedia. Pero no supuso ningún factor de cambio. Para nada. Al menos no para nosotros. Quizá lo fue para todos esos que han estado cubriendo apuestas sobre el futuro de Siria. O para aquellos que tienen un número mágico y secreto de los sirios que va a permitirse que mueran antes de decidir que ya son demasiados.
¿Cuántos videos violentos y truculentos podemos contemplar antes de que realmente no podamos aguantarlo más? ¿Cuánta gente tiene que morir ante los ojos del mundo para que se llegue a decir ¡basta!, o se aparten de sus pantallas? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar antes de que el número diario de víctimas en Siria desaparezca de las primeras páginas y se convierta en un invisible campo de batalla, al igual que en Iraq, en Afganistán, en Libia?
¿Cuánto tiempo ha de pasar antes de que se vuelvan insensibles?
¿Cuánto tiempo antes de que se les olvide todo?
Los cínicos siguen afirmando que la mayoría del pueblo sirio apoya todavía al régimen asesino (aunque en estos momentos, el régimen y su «mayoría silenciosa» deberían ser irrelevantes como deberían serlo en cualquier otro lugar del mundo frente a tal violencia, incluido Bahrein). Cuando un régimen decide matar a miles de sus ciudadanos, sus seguidores se convierten en cómplices no en ciudadanos neutrales.
¿Por qué enzarzarse en debates vacíos? Porque el mundo que observa con cautela (aunque horrorizado) aún no ha tomado una decisión acerca de nuestra «supuesta» revolución. Y afirma que ha cambiado desde sus románticos (y justos) principios y se ha vuelto armada, violenta y sectaria. Mientras el mundo sigue con sus dudas, nosotros contemplamos cómo el «sectario» Abd al-Baset Sarut y sus hermanos «salafíes sedientos de sangre» del Ejército Sirio Libre cantan en una habitación ante un ataúd de madera reluciente en el que hay una cruz colocada sobre el cuerpo acribillado de metralla de su amigo Basil Shehade. Fuimos testigos de cómo el régimen cerró el oficio religioso en memoria de Basil el pasado miércoles en Damasco, impidiendo que miles de pacifistas se unieran al mismo y encendieran una vela en su honor. El pasado viernes contemplamos cómo en las mezquitas de toda Siria los hombres musulmanes rezaban una oración «en la distancia» por su mártir, el mártir de Siria, por Basil. Ellos son también el pueblo sirio, quiera o no verlo el mundo. O quizá sea que solo toleran verles como cadáveres envueltos en sudarios.
Aquellos que todavía pretenden buscar factores de cambio en Siria deberían dejar de esforzarse. Aquellos que esperan que Asad cambie sus modos de actuar y ponga fin a las matanzas, ya pueden esperar sentados. Para aquellos que han estado esperando su «número» mágico, es demasiado tarde. El número es demasiado alto y ha superado cualquier posible umbral de perdón.
El juego cambió hace meses mientras Vds. miraban hacia otro lado.
Que sus ojos decidan ahora enfrentar o escaparse de las imágenes de nuestros niños asesinados no cambia nada. Porque nosotros seguimos adelante dispuestos a enfrentar el mañana, un mañana del que solo tenemos una certeza: que va a ser sangriento.
Yo, junto con miles de sirios, tomamos una decisión desde el mismo momento en que en Daraa arrancaron las uñas de las manos inocentes de Bashir Abasid y sus compañeros de colegio. Tras décadas escuchando tan solo nuestro propio silencio, tuvimos dos palabras para el régimen de Asad: ¡se acabó!
En cuanto al mundo, a través de todo el espectro, desde los que están muy preocupados a los que afirman que Hula fue un «engaño» y todos los que se encuentran en medio, tenemos una única pregunta: ¿cuál es vuestra cifra?
Fuente original: http://www.jadaliyya.com/pages/index/5853/houla_not-a-game-changer