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La refinería y el clientelismo en Extremadura

Humos y caciques

Fuentes: Rebelión

Hay una chimenea debajo de tu cama y alguien dictando normas dentro de tu bolsillo. «Paraíso ahora», de Pablo Guerrero EL INGENIOSO EMPRESARIO ALFONSO GALLARDO En un lugar de Extremadura, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un intrépido empresario que comenzó acarreando chatarra con un burro y que, gracias […]

Hay una chimenea debajo de tu cama y alguien dictando normas dentro de tu bolsillo. «Paraíso ahora», de Pablo Guerrero

EL INGENIOSO EMPRESARIO ALFONSO GALLARDO

En un lugar de Extremadura, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un intrépido empresario que comenzó acarreando chatarra con un burro y que, gracias a su constancia y espíritu aventurero, es hoy, con gran diferencia, el más rico y mayor benefactor de todos los habitantes de esta región.
Así empieza la crónica oficial sobre el ingenioso empresario Alfonso Gallardo, promotor de la refinería que se pretende instalar en Extremadura y exponente visible del principal emporio político-económico construido en las dos últimas décadas.

A finales de los años 80 ya eran conocidas sus hazañas en Jerez de los Caballeros. Ya entonces, con la complicidad de gobernantes locales y regionales, alanceaba salarios y aires ociosos -los trabajadores y el medioambiente han sido siempre los «malandrines» a combatir preferidos de nuestro caballero. Por aquellas fechas, los trabajadores de Fundiciones Gallardo iban a la huelga para denunciar los salarios exiguos y el impago de horas extras. Y en la población se extendía la inquietud por la relación entre la actividad de las acerías, la contaminación de las aguas y los cada vez más numerosos casos de cáncer.

Pero su auténtica investidura como capitán de empresa llegó en 1992. Nuestro peculiar quijote oteó unos molinos de hierro en la zona regable del río Ardila y decidió arremeter contra aquellos desaforados gigantes… Y la Junta de Extremadura expropió para él los terrenos y le arrimó 4586 millones de pesetas para que continuara con sus filantrópicas actividades. Nació Siderúrgica Balboa.

«Yo había tenido que hundir la mano hasta el codo, hubo que buscar algo para empezar, algo que empujara hacia arriba, el hidrógeno, el helio, el gas que consigue que se eleve el globo aerostático, porque lo importante en ese primer momento, antes de elegir el rumbo, es subir».1 La acumulación originaria de capital, la gran palanca, el gas para que el globo del Emporio Gallardo se elevara fue, claro está, el dinero y el trato de favor de la Junta de Extremadura.

Pocos se escandalizaron entonces de que el beneficiario de la subvención más grande hasta aquel momento de la historia de Extremadura fuese el tío del diputado y alma máter del aparato del PSOE extremeño, Francisco Fuentes Gallardo. El nepotismo, el amiguismo, el tráfico de influencias están arraigados en la sociedad extremeña, son la hiedra de una cultura de dominación y subalternidad. Y lo único que cambiaba en el paisaje del cortijo inmutable era su decoración y la identidad de los amos, el nombre de los señoritos.

Nuestro caballero, subvención en ristre, continuaba inagotable desfaciendo entuertos, sin pararse en barras ni leyes. Algunos tribunales alertaron sobre esta bulimia de dinero y favores públicos. El Tribunal de Cuentas denunció en el año 1995 cómo la Junta de Extremadura había otorgado subvenciones por 117 millones de pesetas a Gallardo para, teóricamente, crear empleos y cómo éste había realizado un trasvase de plantillas entre varias de sus empresas simulando nuevas contrataciones. Para vergüenza imperecedera de los responsables políticos de esos años (que cobraban considerables cantidades a cambio de velar por el erario público), el Tribunal de Cuentas acusaba a la Junta de «asumir tesis de defensa más propias de la parte demandada».

Atropellando leyes y con el servicial concurso del poder político, el oligopolio seguía creciendo. Se les pasaban las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio pensando en nuevas odiseas y negocios. Llegó «la diversificación». Nueve días antes de la adjudicación de la distribución del gas en Extremadura, comían juntos en el cortijo de Ricardo Leal, Ibarra y Alfonso Gallardo. Días más tarde se otorgaba el servicio a la empresa Dicogexsa, creada a la carrera para esa concesión y de la que formaban parte, como principales accionistas, los dos empresarios citados.

En el término municipal de Alconera el empedernido caballero y sus padrinos avistaron un nuevo desaguisado que enmendar: una sierra disponible para ser convertida en cemento. La Junta de Extremadura, de nuevo, puso las condiciones para el pelotazo: expropió los terrenos, regaló al empresario el paisaje, el agua, el aire… y el dinero. Dos botones de muestra: en el año 2005, la cementera se llevó el 73 % de las subvenciones «para PYMES» y los derechos mineros de la Sierra de la Alconera, valorados por la propia administración en 2.400 millones de pesetas, le fueron concedidos a Cementos Balboa por 50 años y la cantidad irrisoria de 6 millones.

La puesta en marcha de Canal Sur Extremadura, una transgénica televisión autonómica sostenida con fondos públicos y gestionada de forma privada, aportó un nuevo filón de lucro pero, sobre todo, suponía la garantía de amordazamiento a la crítica. Gallardo acompañaba en el accionariado al grupo PRISA, mayoritario, e iniciaba el principio de una gran amistad (hace escasamente 6 meses, el empresario jerezano ha comprado El Correo de Andalucía al grupo fundado por Polanco). El Emporio Gallardo descubría así en los medios de comunicación el nuevo Yelmo de Mambrino, la celada que convertía en invulnerable a su portador. «El Grupo Gallardo les ofrece la noticia económica del día», anunciaban y anuncian las emisoras, sin excepción alguna en el dial extremeño: los contratos de publicidad sellaban a cal y canto cualquier boca insumisa. Todo quedaba atado y bien atado…

«Empresarios como éste son los que yo quiero» tronaba desde la tribuna el Gran Timonel, al que parecía que le hubiesen prometido al menos una Ínsula Barataria. Poco importaba que en las empresas del Grupo Gallardo se produjesen los mayores niveles de siniestralidad y muertes en accidente laboral de la región o que el empresario favorito del régimen respondiera a la convocatoria de huelga de los trabajadores, en junio de 2002, con un largo cierre patronal al más puro estilo franquista. Para hacer frente a los críticos, a los fieros encantadores y endiablados polifemos, siempre podía contar nuestro incansable caballero con el seguro Bálsamo de Fierabrás, o lo que es lo mismo, la Junta de Extremadura y todo el entramado político e institucional del partido gobernante.

Las sentencias de los tribunales llegaban una tras otra (expropiación ilegal de los terrenos para la siderurgia, trasvase de plantillas, adjudicación fraudulenta del gas, cierre de la televisión «autonómica», fallo por intoxicación de aguas de Jerez, condena por accidentes laborales mortales..), como síntomas deslavazados del sistemático trato de privilegio; pero al final de cada una de las reprobaciones judiciales, siempre se encontraba la malla pública de protección y encubrimiento. Los correctivos de la justicia eran apenas sustos, mero ruido nocturno de batanes, que la densidad de alcaldes, consejeros, directores y ex directores generales, presidentes de empresas públicas y semipúblicas, se encargaban de aliviar. Como símbolo del impecable acoplamiento entre el guante institucional y la mano empresarial valga el dato curioso de que, durante casi veinte años, ininterrumpidamente, al frente de la dirección general encargada de las subvenciones a empresas -primero llamada de Incentivos Empresariales y después de Promoción Empresarial e Industrial- se haya encontrado siempre una persona de Jerez de los Caballeros.

Y llegó, en el remate de la megalomanía y el despropósito, el proyecto de la refinería. Adheridos como sanguijuelas al presupuesto público, contaminando aguas, desmochando sierras, malversando fondos, corrompiendo voces y plumas, habían acumulado el capital más grande de Extremadura. A los negocios siderúrgicos le habían sucedido la distribución del gas, la fabricación de cemento, las incursiones inversoras en los medios de comunicación, el gremio de la construcción o las operaciones de ingeniería financiera… Y ahora le tocaba el turno a una refinería de petróleo. «Con la refinería, Extremadura tendrá los tres pilares que necesita todo país para funcionar en el siglo XXI: Acero, cemento y petróleo», afirmó nuestro audaz caballero en un rapto de absolutismo empresarial, confundiendo las necesidades de Extremadura con sus propiedades e intereses privados.2

Así empezó la descomunal y nunca vista batalla de la Refinería. Como siempre, la Junta de Extremadura, fiel y contribuyente escudero, anunció su generoso apoyo: aportaría el 20 % de la inversión inicial, estimada en 1800 millones de euros. Es decir, la sucia aventura de la refinería nos costaría a los extremeños, para empezar, 360 millones de euros, 60000 millones de pesetas, de los que ya se ha aprobado, diligentemente, un primer adelanto a través de la Sociedad de Fomento Industrial.

«El calentamiento global es uno de esos acontecimientos que los filósofos designan a veces como epocales, porque desvelan el carácter y a la vez sellan el destino de una época histórica».3 El cambio climático existe y ya está aquí: el consenso de la comunidad científica internacional era y es cada vez mayor y sus llamadas de alerta cada vez más apremiantes. Pero, mientras la evidencia ya insoslayable del fin de la era del petróleo y la consecuente necesidad de una «transición energética» llegaban incluso a los gobiernos de los principales países emisores de contaminación del planeta, Estados Unidos y la Unión Europea, nuestro caballero continuaba su andanza, impertérrito, a lomos del industrialismo más decrépito y letal.

«El cambio climático ha provocado ya más muertos que el terrorismo internacional» declaraba, retórico, Zapatero. Entretanto, en uno de sus arranques de ignorancia militante, el Gran Líder de Extremadura, afirmaba escéptico: «Esto es como el cambio climático, siempre el cambio climático; pero nunca llega».4

El BBVA, Iberdrola, Shell, Caja Madrid y otras grandes empresas y bancos, los duques de esta fatídica historia, animaban el disparate, mientras se guardaban las espaldas empezando a controlar el mercado de energías renovables y realizaban verdecidas campañas publicitarias.

Pero un extraordinario suceso, poco común por estas tierras, vino a inquietar a la coalición del chapapote: agricultores, maestros, médicos, trabajadores de diversos gremios, jóvenes, ecologistas, «arrieros, pastores y bachilleres», erigían un movimiento social que se extendía por toda la región y ponía en jaque el delirante proyecto de la refinería. Las plataformas ciudadanas articularon una enorme pluralidad social, cultural e ideológica y, a fuerza de paciencia e inteligencia, agrietaron el muro, pretendidamente sólido, del desarrollismo y de la sumisión política.

El minucioso engranaje del clientelismo tuvo que hacer horas extra para contener al movimiento y comenzó a devanar sus hilos y estrategias principales, la compra de unos y la represalia de los otros, la asimilación de los tibios y la persecución de los irreductibles. Multas de 300 euros empezaron a llover sobre centenares de los incorregibles rebeldes; la cantante Bebe sufrió en sus carnes las críticas y presiones institucionales por pronunciarse contra el engendro; El Lince con botas, un excelente programa de televisión, fue suprimido a causa del compromiso de sus creadores con el movimiento anti-refinería… El neocaciquismo enseñaba sus pringosas y experimentadas uñas.

LOS CACIQUES Y KAFKA

«Ningún gigantismo (económico) es sometible a la voluntad de la comunidad: reclama una concentración de poder despótico». 5 Estas palabras, escritas en 1979 por el lúcido y menospreciado Manuel Sacristán a cuenta del vínculo entre las centrales nucleares y el oscurantismo del poder político, adquieren más valor en una región como la extremeña que, más allá de los oropeles de rotondas y autovías, dista mucho aún de haberse sacudido los vasallajes de la larga noche de piedra del caciquismo.

«Si vuelves a pedirme que te lo dé por escrito, te echamos de Extremadura»: esta frase no es de Don Pedro Luis Jarrapellejos, el arquetipo de cacique que describiera Felipe Trigo, sino la respuesta de un jefe de servicio en una de las consejerías de la Junta a un empleado público, al negarse éste a suscribir un informe favorable para una de las innumerables, y dudosamente legales, subvenciones a Gallardo. Sin embargo, es probable que, como tantas otras víctimas del atropello clientelar, nuestro arrojado y honesto jurista tienda a interiorizar su amarga experiencia como un caso particular, como un hecho aislado y personal de mobbing, de acoso laboral: mis magulladuras, mis moratones, mi cacique…

El disparate de la refinería y el trato de privilegio al empresario que la promueve no son sino la apretada síntesis, la metáfora de lo que viene ocurriendo en Extremadura, del sistema de poder que se ha ido configurando en las últimas décadas. Las regalías a Gallardo, el rizo esperpéntico en el tráfico de influencias, el desparpajo de «los hombres que tuercen voluntades», se entenderá mejor si, por un momento, situamos el foco del análisis a una conveniente distancia de las urgencias de la coyuntura. Hablemos, pues, del clientelismo en esta tierra; una forma de dominio que no es, en modo alguno, privativa de Extremadura pero que caracteriza muy especialmente las relaciones sociales y políticas de la comunidad.

La zorra cambia de pelo, pero no de mañas. El caciquismo se remoza, se viste de profesionalidad burocrática, de «publicidad, igualdad, mérito y capacidad», de discurso socialdemócrata. Sobre el molde caciquil, de honda raigambre y eficacia demostrada, se edifica la nueva horma del clientelismo. Caciquismo y clientelismo se acoplan con fantástica precisión y, como un trifásico del sistema de dominación política, se combinan y equilibran con las principales corrientes alternas de nuestro tiempo: neoliberalismo, populismo, corporativismo.

Ya no se compran los votos a tres pesetas, como en los tiempos de Romanones. Pero continúa, con medios más sofisticados y «modernos», la manipulación estratégica y selectiva de la escasez. La solicitud de vivienda o la subvención para el pequeño negocio autónomo penden del hilo del conseguidor; las peonadas del subsidio miserable lo hacen de la magnanimidad del patrón o del alcalde. Pero es una gran equivocación, además de una injusticia, confundir el clientelismo con «el PER». Hay una enorme ignorancia y mala fe al respecto. En Extremadura hay un PER empresarial (que se chupa más de un tercio del presupuesto regional), otro PER de propietarios agrícolas (las subvenciones de la PAC y las otras), otro PER cultural (ediciones, premios y becas, subvenciones varias…), y así sucesivamente.

«La sociedad de la Restauración se acostumbró al mundo clientelar: la solicitud de un puesto de trabajo, la rebaja de una multa, la anulación de un traslado de destino, la petición de un pequeño aumento de salario, la publicación de un libro y toda la larga casuística de reclamaciones e intereses que se pueda imaginar buscaron el favor privado gestionado por un notable como vía de representación».6 ¿Sólo describen pasado estas palabras? «Quien tiene padrino se bautiza», se sigue repitiendo incansablemente en la Extremadura de hoy, como una salmodia imperecedera de la injusticia institucionalizada y de la resignación.

El clientelismo de nuestro tiempo sigue marcado, en lo fundamental, por los rasgos de capilaridad y por la degradación del derecho en favor. La organización clientelar tiene conciencia de «sistema» que lo abarca casi todo; cada nervio se sabe componente del tejido, de la tupida malla de las dependencias. El empresario hotelero que opta a subvenciones de la Junta debe pensárselo dos veces antes de adherirse a la protesta contra las térmicas; la secretaria del secretario general técnico quizás ha sido demasiado impulsiva al manifestar sus deseos de asistir a la manifestación contra la refinería y debería refrenar sus libertinas pulsiones ecologistas…

«Desde los negocios que representan millones de pesetas hasta el estanco o la cartería de la más insignificante aldea, desde la mitra de una diócesis hasta el último juzgado municipal, desde la presidencia de los tribunales más respetables hasta la humilde portería, todo queda a disposición de los caciques, que son, más que los ministros y directores generales, los que gobiernan la nación».7

Y bien podríamos nosotros añadir sucintamente, sumándonos a los afanes regeneracionistas de Lucas Mallada: desde las recalificaciones urbanísticas hasta la distribución de ayudas a la más pequeña ONG; desde la fiscalía del Tribunal Superior de Justicia hasta los libros publicados por las editoriales institucionales; desde los préstamos e inversiones de las Cajas de Ahorro hasta los cursos y subvenciones de los sindicatos oficiales; desde las elecciones a las cámaras de comercio hasta los precarios contratos laborales de las mancomunidades comarcales; desde los nombramientos de libre designación hasta las comisiones de servicio «humanitarias»; desde las organizaciones de productores de frutas y hortalizas (OPFH) hasta las cajas rurales; desde los complementos vitalicios para ex altos cargos de la administración hasta la asignación a los Centros de Profesores y Recursos; desde la adjudicación por concurso de las obras públicas hasta la última de las asesorías técnicas subcontratada para la Junta… nada es ajeno a la larga mano del cacique moderno.

Es la «sorda opresión cotidiana», la red de grandes y pequeñas claudicaciones, de complicidades y miedos. «Pásate un día a verme por el despacho» le dice el mediador menudo, de medio pelo, a aquel otro desvalido de algo, procurador de trabajo, de casa, de auxilio… «La relación entre cliente y patrón se inicia a través de un favor fundacional. Pero la irregularidad y la falta de simetría del intercambio disimula su carácter de transacción». 8 El clientelismo no es un ropaje más de las relaciones sociales en Extremadura, sino la segunda piel, la forma natural que adquiere la política en esta tierra. El clientelismo es la constitución real, el estatuto de autonomía fáctico de la región.

El sistema clientelar se basa en esa tríada patrón (poder político)-mediador-cliente. El mediador se convierte en una figura central, garantía de la salud y de la reproducción de un régimen que, tras la ficción jurídica igualitaria y la aparente relación de intercambio, oculta una relación de dominación real en la distribución de derechos, prebendas, capital económico o simbólico, etc. Y, como dice con precisión Auyero, «cuanto más cerca se está del mediador, menos se percibirá la arbitrariedad del orden de la mediación política».

Es justamente la fortaleza y complejidad de la red clientelar en Extremadura la que explica, en primer lugar, la solidez electoral del partido que gobierna la comunidad desde hace ya 25 años. Como en tiempos de Azaña, «el caciquismo viene de abajo arriba. Es un arrecife de coral. Cuando el político emerge en Madrid, coruscante, vanidoso como una tiple, sienta sus pies en un pedestal de roca. Lo que menos le importa al pedestal es la catadura del figurón a quien encumbra».9 El figurón aporta el barniz populista o luce talante, si se lleva esa temporada, mientras la urdimbre clientelar teje y remienda la cohesión del bloque de poder.

Pero el clientelismo, como el caciquismo en su día, no es solo una realidad electoral. «El caciquismo completa el sistema oligárquico por la base, articulando la práctica electoral y manteniendo a la vez integrada y desmovilizada a las masas«10. La urdimbre clientelar aparece como una red de solución de problemas, como una garantía de protección desde el poder; quienes se acojan a ella «tendrán las espaldas cubiertas», siempre que renuncien a cualquier tentativa de lucha contra este orden de dominación y jerarquización.

Los dueños del cortijo piensan que, como en el poema de Carlos Álvarez, gracias a su sabia tela de araña «hay un orden inmutable, para siempre asegurado». Pero, una y otra vez, aparecen los díscolos, los irredentos, las gentes cerriles, ignorantes del progreso, que se empeñan altivamente en vivir sin la protección paternal de los prohombres.
Los neocaciques se incomodan y reciclan sus técnicas de dominación. El señorito lee a Kafka y aprende allí, en «El proceso», la nueva «racionalidad burocrática», las artes modernas de enajenación y extravío de los rebeldes. De los despachos del poder emana entonces la arbitrariedad calculada, se normaliza el aire fétido, se exprime la fecundidad de los márgenes de la ley, se renueva la incertidumbre para los desafectos, se condena al fracaso a cualquier acción colectiva. A cada uno de los desobedientes se le hace aprender la nueva norma del cortijo:

«¿Qué es lo que todavía quieres saber?», pregunta el centinela. «Eres insaciable.» «Dime», dice el hombre, «si todos aspiran a entrar en la ley, ¿cómo se explica que en tantos años nadie, fuera de mí, haya pretendido hacerlo?»(…)»Nadie sino tú podía entrar aquí, pues esta entrada estaba destinada sólo para ti». 11

Una ley específica para cada rebelde y una recompensa, también específica, para cada uno de los claudicantes. El clientelismo coactivo y el clientelismo persuasivo, combinándose en medidas proporciones. Para el rebelde, la multa, el ostracismo, la calumnia. Para el doblegado, el suplemento, los aplausos, el cargo. O sencillamente el permiso para vivir tranquilo.

«Los oprimidos, los que no se adaptan al régimen, luchan al principio (…); pero pronto se convencen de su impotencia ante el poder formidable del caciquismo, porque no tienen que habérselas sólo con los medios personales del cacique, sino con los poderes públicos, puestos incondicionalmente a su servicio». 12 Víctor Chamorro recoge en su (injustamente postergada) «Historia de Extremadura» este texto que describe el funcionamiento del caciquismo. «»Si van contra el cacique regional, los insultarán en los periódicos, perderán los pleitos si los tienen, sufrirán toda clase de persecuciones administrativas y acabarán por andar a tiros o por emigrar». ¿Palabras remotas? En absoluto, la lógica de la represalia, del castigo a los insumisos, continúa teniendo una manifiesta vigencia.

Como también goza de una diáfana actualidad el trato de favor a los vendidos. Los jornaleros extremeños, que sufrieron y combatieron el despotismo en su mayor «esplendor», distinguían entre caciques y caciquillos. Y, dentro de estos últimos, a su vez, deslindaban entre chaqueteros, chivatos, tiralevitas, lampuzos, pelotilleros, arrastrados, correveidiles y otras detalladas categorías dentro de la misma familia semántica de la servidumbre y de la infamia. Hoy, la categoría que mejor resume esa tradición renovada de envilecimiento es la del tránsfuga. Tampoco es nueva, ya que el transfuguismo entre conservadores y liberales fue bastante común en la primera restauración borbónica: «El señor Rosado explica a los electores de Navalmoral que ayer se presentó con los conservadores pero que, hoy, lo hace presentado por un gobierno liberal democrático progresivo, con un programa lleno de libertades. En 1931 declarará que es francamente de izquierdas«. 13

Tránsfugas y conversos son olidos por el experimentado cacique en sus madrigueras asociativas, sindicales o políticas. Elogio por aquí y prebenda por allá, la red clientelar va comprando y cooptando a los «tratables», los «positivos», los «realistas». La máquina de poder detecta el talón de Aquiles de cada uno: éste tiene un afán desmedido de protagonismo, ese otro tiene los hijos en el paro, aquel sueña con que le publiquen sus libros, aquel otro tiene aún deudas de su fracasada experiencia de empresario. Las recompensas no tardan en llegar. Entre los que todavía luchan cunde la frustración, la desconfianza, la rabia.

MADRICITO EXTREMADURA

«La brutal indiferencia, el duro aislamiento de cada individuo en sus intereses privados (…), ese sórdido egoísmo que es, por todas partes, el principio básico de nuestra sociedad actual, en ningún lugar aparece tan vergonzosamente al descubierto, tan consciente, como aquí, entre la multitud de las grandes ciudades».
«La situación de la clase obrera en Inglaterra», de Federico Engels

Extremadura se empieza a poblar de pequeños aspirantes a madricitos. Todavía las autovías y entradas a las ciudades no rugen en las horas punta como las carreteras principales de las grandes urbes, donde bufa la inmensa avispa permanente, el tráfago interminable de los coches. Pero ya se insinúa, en esta agitación enfermiza de vehículos, la fascinación de la colmena.

«Nos cambian la cultura, eliminan la cultura campesina», dice una de las personas entrevistadas en el magnífico documental de Libre Producciones sobre la refinería «Mientras el aire es nuestro»; pero esa cultura, en gran medida, ya no existe, ha sido abolida como consecuencia de la particular «modernización» de Extremadura. El capitalismo infantil y senil se dan la mano en nuestra tierra, y la mejor expresión es el propio proyecto, quimérico y decrépito a la vez, de la refinería.

En las últimas décadas una acumulación de decisiones ha ido cambiando la faz del país extremeño. Para empezar, la propia agricultura. Mientras se limpiaba el rastro del jornalero «chamuscador de iglesias» y se enterraba el sueño de la reforma agraria, los latifundistas podían al fin hacerse el gran lifting, la cirugía histórica que rehabilitase su imagen. Paradójicamente, venían en su auxilio las millonarias subvenciones de la Política Agraria Comunitaria (PAC); se obraba así otro curioso reciclaje: el orgulloso y autárquico rentista se convertía en el principal forofo del europeísmo… La PAC servía como principal palanca de la reconversión agraria, de la criba, mientras el coro de las fuerzas vivas-políticas, sociales, sindicales-repetía, con devoción a los mandamientos del mercado, aquel estribillo de «la reducción de la población activa agraria es, en sí mismo, un indicador de progreso». Entretanto las multinacionales agroalimentarias (junto con las otras) interpretaban la gran sinfonía de la globalización, las subvenciones comunitarias modulaban los tiempos de la reconversión, tan pronto decretando el allegro del productivismo como el moderato del abandono (retribuido) de tierras. Y mientras el rentista y otros propietarios medios aprendían a invertir sus dineros -y los de todos- en la compra de acciones y en la bolsa, los campos y los ríos se llenaban de simazina, y los cultivos transgénicos asomaban su oreja en la región.

Abrazados al fetiche del progreso, las clases dominantes en Extremadura han venido aplicando, en lo fundamental, las recetas del neoliberalismo. Y el neoliberalismo es, por definición, predador e insostenible. El suelo se ha «liberalizado», o lo que es lo mismo, se ha decretado que todo el monte y el llano son orégano en potencial construcción; las grandes superficies comerciales han contado con obsequiosas administraciones-mayordomos para lo que gustasen; las leyes laborales han garantizado bajos salarios y mano de obra «no conflictiva», como decía uno de los folletos de propaganda de la Junta de Extremadura destinado a empresas foráneas; el transporte público en general, y el ferroviario en particular, se han reducido a una expresión insignificante… Entre la operación de feroz especulación urbanística que supuso la ley de los campos de golf (1987), que muestra ahora descarnadamente, en la periferia de Badajoz y Cáceres, su verdadera naturaleza y el proyecto de la refinería (2005) han pasado dos décadas marcadas por una política de entreguismo a los grandes intereses privados, injusta en lo social y dañina en lo ecológico.

A la entrada de Badajoz, en estos días, las vallas publicitarias dan cuenta de las transformaciones y delirios que ha provocado en el imaginario colectivo la metamorfosis extremeña. «Esquía a tus anchas» dice uno de los cartelones, que nos invita a deslizarnos por las nieves (artificiales) de la Sierra de Béjar; «Badajoz a tu aire», dice un gran anuncio de Inmobiliaria Osuna (aunque quizás sería más exacto si cambiáramos la t del reclamo por una s); «El Corte Inglés», a secas, sin lema, que no necesita dios de explicaciones; y una última valla, de sorprendente e inverosímil sinceridad: «Llegar a fin de mes. Con Rajoy es posible»…

Un sólido bloque de poder se ha ido asentando en Extremadura. Si en España no hubo ruptura democrática, aún menos podía esperarse una transformación significativa de las estructuras de poder en una comunidad como la extremeña que había sufrido la recientísima sangría migratoria de 700.000 personas, pertenecientes en su gran mayoría a las generaciones más jóvenes y potencialmente combativas contra la dictadura. El gatopardismo (cambiar algo para que nada cambie), instinto de conservación inscrito en el ADN de las clases dominantes, funcionó sin demasiados contratiempos en la sociedad extremeña. Se produjo una paulatina renovación de las élites dirigentes del poder (el poder es mucho más que el gobierno, como demostró, pagando con su vida, Salvador Allende). En el poder más visible, el político, algunos pasaron, en pocos años, del Frente de Juventudes a las nuevas instituciones; en el poder económico, corporativo, mediático, judicial o policial, etc… ni que decir tiene que los cambios fueron aún más superficiales. Claro está, esa regeneración de la clase dirigente no se produjo sin conflicto social; había emergido de la dictadura un movimiento obrero poderoso y la izquierda alternativa al capitalismo atesoraba cierta fuerza: la expresión de esa vitalidad y la de otros movimientos, pioneros entonces como el ecologismo, fue la lucha social contra la central nuclear de Valdecaballeros, que se saldaría con una victoria.

La política desarrollada en los años 80 y, especialmente, en los 90 contribuiría a evitar los «riesgos» del izquierdismo y a articular, en torno al modelo de desarrollo del que hoy vemos sus consecuencias maduras, un bloque social de poder muy robusto, como el mapa bipartidista de las últimas elecciones autonómicas y el cambio posterior de posición (o más bien espantada) del PP sobre la refinería, no han hecho más que confirmar.

Mientras en Madrid Solchaga elevaba a los altares la «cultura del pelotazo», en Extremadura la «izquierda» gobernante hacía su particular interpretación de aquella cantinela académica que repetía: «En Extremadura no hubo revolución industrial ni hay burguesía». Apliquémonos a construirla, sugirieron los más avispados. Creemos nuestra burguesía. ¿Acaso no ha dicho Alfonso que «ahora nos toca a nosotros»? coligieron los más soeces e impacientes. Y se creó la burguesía, ¡vaya si se creó!

Se generó un proceso de acumulación de capital que contaba con el clima y las ventajas generales de la «revolución neoliberal» de las dos últimas décadas: desguazamiento de la estabilidad y garantías de los trabajadores, explotación de la inmigración, desfiscalización de las rentas del capital, desregulación urbanística, privatización de empresas y sectores públicos… Pero además, en el caso que nos ocupa, contaba con un factor adicional y decisivo: el presupuesto público, convertido en la fuente y motor de arranque de esa nueva burguesía industrial, inmobiliaria y comercial. La entronización de esta nueva burguesía se acompañaba, como en el caso emblemático de Gallardo, de la mítica exaltadora del «emprendedor, del hombre humilde triunfante que se ha hecho a sí mismo». «Este mito pequeño burgués es uno de los más dañinos para los de abajo. Azuza un individualismo extremo, alienta la farsa de que cada cual puede triunfar si ejercita correctamente unas habilidades poco menos que innatas y, lo que es peor, desata la culpa en los que no han logrado ascender porque se ven responsables de su propio fracaso. Y la culpa es sin duda una de las mejores estrategias de dominación: uno vuelve sobre sí mismo la agresividad que le genera la injusticia que padece».14

Poulantzas nos ayuda a introducirnos en el análisis de las clases dominantes, de su composición y de sus relaciones sinuosas: «La relación del Estado capitalista y de las clases o fracciones dominantes actúa en el sentido de su unidad política bajo la égida de una clase o fracción hegemónica. La clase o fracción hegemónica polariza los intereses contradictorios específicos de las diversas clases o fracciones del bloque en el poder: interés general que consiste en la explotación económica y en el dominio político… La fracción hegemónica se presenta como garante de un interés general de las clases y fracciones dominantes».15

Traduzcamos la jerga teórica a la realidad extremeña. Y tomemos para ello la confluencia en un mismo espacio, la comarca de Tierra de Barros, de dos de los conflictos sociales más significativos vividos en Extremadura en los últimos tiempos, el intento de implantación de la refinería por un lado, y las condiciones «tercermundistas» de vida y trabajo de la población inmigrante, por otro. En el primero de los casos, el proyecto de refinería divide a la «burguesía industrial» y a los propietarios de la tierra dedicados a la agricultura: ambas «fracciones dominantes de clase» tienen intereses específicos contradictorios en torno al modelo de crecimiento y a la preeminencia de un sector productivo u otro; sin embargo, tanto a unos como a otros les interesa disponer de una mano de obra inmigrante barata y precarizada: Gallardo no duda en traerse 200 trabajadores tailandeses para las obras de ampliación de Siderúrgica Balboa y los empresarios agrícolas, por su parte, extraen la plusvalía en las campañas de la vendimia y de la aceituna a los miles de inmigrantes rumanos, hacinados muchos de ellos en asentamientos a la intemperie, sin luz ni agua, en Santa Marta y otros pueblos de la zona… Burguesía industrial y empresariado agrícola tienen, en este segundo caso, visiones e intereses estratégicos convergentes.

No se pretende aquí entrar en un minucioso examen de la composición de clase en Extremadura, ni afirmar la clave económica como determinante exclusivo en los comportamientos sociales y políticos. Pero las clases sociales existen, por mucho que se trate de velar esa realidad con fantasmagóricos y tramposos conceptos como el de «clase media». Hace falta afirmar una alternativa propia, no subalterna, por acción u omisión, a alguna de las fracciones del poder. El espectáculo bochornoso de los dirigentes del sindicalismo oficial haciendo de guardianes de los intereses económicos de Gallardo y de los intereses políticos de la Junta de Extremadura es una muestra de adónde conduce la ausencia de autonomía ideológica y de clase.

LA REFINERÍA NO SE PONE

El coraje contra el saqueo del aire debe caminar junto a la indignación contra la explotación del trabajo. El aire de la ira y las uvas de la ira, unidos. No a la refinería y no a la precariedad. O por decirlo con la sutileza de Sacristán: el movimiento obrero y la izquierda deben sacudirse «la contaminación de progresismo capitalista» que les lleva a «seguir concibiendo la lucha social como no afectada por los problemas civilizatorios a los que responde el ecologismo». Pero, por otra parte, ha de retenerse que «una práctica ecologista choca inmediatamente con el presente modo de producción».16
Capitalismo y ecologismo son refractarios. La tiranía de las mercancías es consustancial al capitalismo y «no es posible conseguir mediante reformas que se convierta en amigo de la Tierra un sistema cuya dinámica esencial es la depredación creciente e irreversible».17 De ahí, en estos tiempos en los que hasta los conspiradores tóxicos más reconocibles practican el transformismo verde, que sea decisivo trabajar en la línea y las síntesis del ecologismo social.

¿Cómo es posible que «ellos» aparezcan como los preocupados por el trabajo cuando lo único que les interesa es su cochino dinero? ¿Qué explica que les funcione la coartada de los puestos de trabajo cuando promueven cualquiera de sus salvajadas? ¿Y por qué, casi nunca, ni siquiera nos atrevemos a contestar a sus «macroproyectos» con propuestas tan humildes como la reducción de la jornada laboral u otras medidas de reparto del trabajo? Si no anudamos la conciencia ambiental y la elemental «ecología humana del trabajo» seguirán arrastrando a las gentes tras «el progreso», atizando incluso el bárbaro y demagógico «derecho a contaminar» en nombre de las injusticias históricas.

Pero, del otro lado y simultáneamente, ha de entenderse que el ecologismo no es un esteticismo ni una forma de romanticismo. El ecologismo es conciencia de especie, pensamiento de los límites. E implica que, además de cuestionar el modelo de producción, debemos objetar el modelo de consumo. Estamos contra el trabajo alienado y contra el consumo alienado. Y ahí, conceptos como el de austeridad, adquieren su dimensión emancipatoria. La austeridad no como una monserga de auxilio en las crisis del capital, sino como «el medio de oponerse radicalmente (y poner las bases de la superación de) un sistema cuyas características son el desperdicio y el derroche, la exaltación de particularismos y del individualismo más desenfrenado, del consumismo más insensato».18 Parece mentira que este texto lo escribiera ¡hace ya 30 años! Enrico Berlinguer en el marco de un debate entre sindicalistas comunistas italianos. Se trata, en definitiva de que «el movimiento obrero se haga portador de otro modo de vivir social». El ser humano, como creador y criatura al mismo tiempo, que solo puede mandar sobre la naturaleza obedeciéndola…

Recapitulemos. En Extremadura se afirma, ya sin complejos, el modelo de crecimiento neoliberal que se ha ido incubando. A la aberración de la refinería, se añaden los planes de instalación de centrales térmicas en la comarca de Mérida, el «complejo» Marina Isla de Valdecañas, la amenaza del cementerio nuclear de los Ibores o el pelotazo urbanístico en ciernes en el embalse de Proserpina, por mencionar sólo algunos de las agresiones que vienen de camino. Por otra parte, las consecuencias sociales de este modelo también se ahondan: precariedad intensa de cientos de miles de personas, «fuga» de titulados universitarios y silenciosa nueva emigración de trabajadores, a la construcción y a la hostelería fundamentalmente.

Una tupida malla clientelar se encarga de aplicar estas recetas neoliberales en Extremadura, utilizando todo el aparato institucional para fraguar consenso social y al mismo tiempo rechazar los conatos de organización y contestación popular. Sólo la acción colectiva puede enfrentarse eficazmente a este régimen de poder, al neoliberalismo-productivismo de cuño clientelar. Y la partida, si quiere ganarse, ha de jugarse en todos los tableros: en el social, en el cultural, en el sindical, en el político… Cuando el capitalismo es más fuerte no podemos oponerle un pensamiento débil, arrugado en el autoengaño de lo políticamente correcto o de los falsos atajos del tacticismo.

Junto al apoyo a la Plataforma Ciudadana No a la Refinería y a otras plataformas, que demuestran cada día su tenacidad y su saber-hacer unitario, es preciso además dar respuesta en los otros planos. Hacen falta más herramientas. Un sindicalismo de clase que merezca tal nombre, un sindicalismo que promueva y aúne la conciencia de clase y la conciencia de especie, frente a las burocracias sindicales de hoy que no construyen ni la una ni la otra y se comportan, en demasiadas ocasiones, como correa de transmisión de los poderes políticos y económicos. Hacen falta instrumentos sociopolíticos, foros sociales alternativos, que agrupen a todas las tendencias ideológicas y personas que se rebelan frente a la globalización capitalista y sus traducciones locales (la refinería y los otros engendros mencionados, entre otras). Es preciso también preguntar a las gentes del mundo de la cultura ¿Qué cantan los poetas «extremeños» de ahora?, arrullados entre la subvención y el miedo. Y se necesita asimismo, por último, combatir el bipartidismo, organizar las soledades resistentes, buscar la expresión política unitaria y alternativa a este sistema de poder de un solo caballo con dos jinetes.

Quieren despachar a toda prisa el «engorroso» conflicto de la refinería. Con la impaciencia de los bribones mandan a sus antidisturbios a maltratar y provocar a la gente en las puertas del Teatro Romano para ver si revientan de una vez la resistencia popular; y a algunos de sus «mecanógrafos» les encargan que escriban machaconamente que esta lucha ya no tiene sentido, después de celebradas las elecciones-referéndum del 27 de mayo. 19.

Pero se equivocan. El viento cambia de aire: el sentido común científico y ciudadano en torno al cambio climático aísla crecientemente la legitimidad de un proyecto fanático y extemporáneo. Y, sobre todo, ha surgido un movimiento popular que ha decidido plantar cara. Si luchamos con inteligencia, si damos la batalla en todos los campos, si no nos rendimos, ahora, como en su momento en Valdecaballeros, el poder morderá el polvo. La refinería no se pone.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Chirbes, Rafael (2007): Crematorio. Barcelona. Anagrama. Estas son algunas de las cavilaciones íntimas de Rubén Bertomeu, el especulador urbanístico protagonista de la extraordinaria novela de Rafael Chirbes, sobre los inicios de su floreciente negocio.
2. Declaraciones de Alfonso Gallardo, recogidas en el diario Hoy el 4 de mayo de 2005.
3. Riechmann, Jorge, junto con Joaquín Sempere (2000): Sociología y Medio Ambiente. Madrid. Editorial Síntesis.
4. Zapatero realizó esas declaraciones el 5 de noviembre de 2006, en la XVI Cumbre Iberoamericana celebrada en Montevideo. En cuanto a las declaraciones de Ibarra fueron efectuadas el 14 de febrero de 2005, en la presentación de Refinería Balboa, junto a Alfonso Gallardo.
5. Sacristán, Manuel (1987): «Comunicación a las Jornadas de Ecología y Política», incluido en Pacifismo, Ecología y Política Alternativa. Barcelona. Icaria.
6. Peña Guerrero, María Antonia y Sierra, María (2001): El poder de la influencia: geografía del caciquismo. Madrid. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
7. Mallada, Lucas (1994): Los males de la patria y la futura revolución española. Alianza Editorial.
8. Auyero, Javier (1997): Favores por votos. Buenos Aires. Losada.
9. Azaña, Manuel (2002): Plumas y palabras. Barcelona. Editorial Crítica.
10. Tuñon de Lara, Manuel (1992): Poder y sociedad en España, 1900-1931. Madrid. Espasa Calpe.
11. Kafka, F. (1988): El proceso. Madrid. Akal.
12. Chamorro, Víctor (1983): Historia de Extremadura (IV). Madrid. Autoedición.
13. Chamorro, Víctor: obra citada.
14. Reflexión de Juan Andrade Blanco.
15. Poulantzas, Nicos (1969): Hegemonía y dominación en el Estado moderno. Buenos Aires. Siglo XXI.
16. Sacristán, Manuel (1987): Entrevista con Naturaleza, texto incluido en Pacifismo, Ecología y Política Alternativa. Barcelona. Icaria.
17. Sacristán, Manuel (1987): «Comunicación a las Jornadas de Economía y Política». Obra citada.
18. Sacristán, Manuel (1987): texto de Enrico Berlinguer citado por Sacristán en el tomo III de Panfletos y Materiales. Barcelona. Icaria
19. El 7 de septiembre de 2007 los antidisturbios reprimieron la concentración pacífica que se desarrollaba en las puertas del Teatro Romano. http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=40756