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La revolución egipcia en crisis de identidad

Ilusiones y realidad

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Egipto abrió su frontera con Gaza la semana pasada, una medida radical que da un vuelco a los treinta años de alianza entre EEUU, Israel y Egipto bajo el gobierno del presidente Hosni Mubarak. El ministro de asuntos exteriores egipcio describió el bloqueo de 1,6 millones de palestinos en Gaza como algo «repugnante». Egipto restablecerá pronto relaciones diplomáticas con Irán.

También a nivel interno se están produciendo cambios sin precedentes. La semana pasada, el fiscal egipcio acusó al ex presidente Mubarak del asesinato premeditado de manifestantes, de dejarse corromper aceptando como regalo un palacio y cuatro villas en Sharm-el-Sheij, y de estar implicado en un acuerdo viciado para suministrar gas a Israel. El otrora poderoso Mubarak se ha convertido en un paria tal que hasta los empresarios de Sharm-el-Sheij, el lugar que una vez albergó a los dirigentes mundiales, están pidiendo que se le traslade de hospital porque su presencia está disuadiendo a los turistas de visitar el centro vacacional.

Pero para los cientos de miles de egipcios que ayer se manifestaron en El Cairo y Alejandría, estos desarrollos, inconcebibles a comienzos de año, no son suficientemente radicales. Muchos valoraban tales concentraciones y marchas como el momento para lanzar una «Segunda Revolución Egipcia» que rompiera el statu quo. Los frustrados manifestantes dicen que Egipto era una dictadura militar antes de la revolución del 25 de enero y que, en gran medida, aún sigue siéndolo. Es el sombrío Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA) quien sigue dictando órdenes sin consultar con nadie ni dar explicaciones. Muchos de los protagonistas y compinches principales del antiguo régimen continúan en sus puestos, a diferencia de los cientos de manifestantes por la democracia a los que se ha sentenciado a cinco años de cárcel tras un juicio de treinta minutos celebrado en tribunales militares. Sigue utilizándose la tortura, habiendo sometido a algunas de las detenidas políticas a humillantes «pruebas de virginidad». Los radicales preguntan por qué se les ha juzgado con tanta celeridad cuando los procesamientos son tan lentos y están sometidos a tantos y tan largos retrasos cuando se trata de los miembros del «Club», el apodo colectivo que reciben los funcionarios, políticos y hombres de negocios del núcleo del régimen de Mubarak.

La revolución egipcia está sufriendo una crisis de identidad. Muchos egipcios se preguntan si ha sido una revolución o sencillamente un golpe militar por el que sacrificaron a Mubarak y sus compinches para que el resto de la clase gobernante egipcia pudiera mantenerse en el poder. Sin embargo, al mismo tiempo, hay en marcha cambios profundos aunque parte de la razón de ser de los mismos sea evitar una revolución de mayor alcance. Se reconoce también a nivel general que el viejo sistema estaba podrido y era disfuncional hasta lo más profundo de su núcleo.

El Egipto de hoy está lleno de contradicciones. Los manifestantes encerrados en la infame prisión de Tora en El Cairo, después de recibir sentencias de penas severas por continuar con las protestas callejeras exigiendo el procesamiento de la familia Mubarak, se sintieron felices al ver que Gamel y Alaa, los hijos de Mubarak, se les habían unido en la cárcel. Pero se sintieron mucho menos contentos al ver que, aunque una de sus principales demandas se había cumplido, seguían encarcelados.

En teoría, el equilibrio de fuerzas se inclina a favor del CSFA, pero es muy sensible ante la opinión pública, que quiere que se trace una distinción un tanto artificial entre el ejército patriótico egipcio, que se negó a disparar contra el pueblo en la Plaza Tahrir, y los corruptos mafiosos que dirigían el estado policial de Mubarak. Hasta ahora, las encuestas muestran que los egipcios, sobre todo en las zonas rurales, respetan la palabra del ejército.

Aunque retiene el poder en sus manos, el ejército se ha apresurado a ceder a las demandas populares. Para impedir que las manifestaciones de ayer se convirtieran en el pistoletazo de salida de una segunda revolución, se va a procesar a Mubarak y a sus hijos; se ha liberado a muchos de los manifestantes a favor de la democracia; el cruce de frontera de Rafah ha vuelto a abrirse y varios ministros están en la cárcel.

Pero para la mayoría de los egipcios, la vida ha cambiado muy poco. Para algunos, como los dos millones de personas dedicadas al turismo, ha ido a peor porque los turistas han visto escenas de violencia en sus televisores y se están yendo a otras partes. Se ha convertido en una escena habitual ver a los guías del Museo Egipcio de El Cairo y de las tumbas y pirámides de Saqqara sentados y abatidos sin nada que hacer o que se han marchado a sus casas a dormir. En realidad, difícilmente podría haber un momento mejor para visitar Egipto, quitando el calor del verano, porque ahora pueden admirarse sus magníficos monumentos sin hordas de turistas invadiéndolo todo.

La corrupción sigue siendo alta e incontrolable a todos los niveles. Una compañía que exportaba mármol con éxito tuvo que dejar el negocio porque, aunque sus beneficios comerciales eran cada vez más altos, no estaban prosperando tanto como para poder soportar las exigencias de sobornos de los funcionarios que tienen que firmar los necesarios permisos. A un nivel menor, un italo-egipcio intentó aprobar su examen de conducir sin pagar soborno. Suspendió seis veces. Al séptimo intento, su resolución se vino abajo y dejó caer al suelo un billete de 100 libras egipcias (unos 20 dólares). «Creo que se le han caído 100 libras», dijo al examinador, que replicó con prontitud: «No, creo que eran 200 libras». Poco después consiguió el permiso de conducir además de hacerse una idea de por qué Egipto tiene el peor record en accidentes de tráfico de casi cualquier otro lugar en el mundo.

El Cairo está actualmente lleno de rumores porque nadie sabe quién tiene realmente el poder. Un dudoso artículo aparecido en un periódico afirmando que estaban a punto de amnistiar a Mubarak a cambio de que se disculpara ante los egipcios provocó alaridos de rabia. Los clérigos coptos dicen que el gobierno tiene que hacer algo con los clérigos musulmanes que afirman que las iglesias cristianas están llenas de armas o, a la inversa, con el caso de las chicas que se convirtieron del cristianismo al islam y después los coptos secuestraron para obligarlas a retractarse.

Los rumores tienen impacto político. Por ejemplo, las dificultades para conseguir las bombonas de gas en gran medida subvencionadas provocan la rabia popular por las historias que corren de que Israel está recibiendo gas egipcio barato gracias al cariñoso acuerdo corruptamente arreglado por los compinches de Mubarak. La explicación real parece ser que a los empresarios les resulta muy rentable comprar bombonas de gas subsidiado, la mayor parte de las cuales vienen de Arabia Saudí, y enviarlas de contrabando a Libia y Gaza donde los precios son mucho más altos y pueden conseguir mayores beneficios.

El temor a la violencia ha aumentado. Muchas familias han comprado armas. Los 1,4 millones de policías están desmoralizados y dicen que temen ejercer su autoridad porque cabe la posibilidad de que no cuenten con el apoyo de sus superiores. Los reformadores dicen que los miembros del viejo régimen están avivando deliberadamente la violencia para crear nostalgia del brutal estado policial de Mubarak.

«La explicación», decía un cairota, «de que algo no marche bien en Egipto es consecuencia del sabotaje o deliberada negligencia que los partidarios de Mubarak han utilizado tan a menudo que se ha acabado convirtiendo en una especie de broma».

Una dificultad es que nadie conoce bien la extensión de los problemas que el gobierno de Mubarak estaba ocultando en los últimos treinta años. Incluso algo tan simple como el número de muertos por accidentes de carretera es incierto, con el ministerio del interior diciendo que fueron 7.000 en un año reciente, mientras las organizaciones internacionales sospechan que la cifra real fue de 13.000. Las estadísticas nacionales dicen que el 21% de los 80 millones de egipcios viven en la pobreza pero los economistas creen que la cifra auténtica puede ser mucho peor.

El ejército ha sido hasta ahora sorprendentemente eficaz a la hora de tranquilizar a quienes tienen interés en que el statu quo no cambie mucho, aunque también insisten ante los manifestantes pro-democracia en una nueva era está amaneciendo. Ese malabarismo no va a servir siempre.

Patrick Cockburn es autor de «Muqtada Al-Sadr, the Shia Revival and the Struggle for Iraq».

Fuente: http://www.counterpunch.org/patrick05312011.html

rCR