Han transcurrido más de dos meses desde el inicio del genocidio contra la población palestina en Gaza, un conflicto que, de facto, ha afectado al pueblo palestino desde 1948. Hasta la fecha, no se ha evidenciado ninguna medida vinculante por parte de las naciones occidentales para intervenir en defensa de la vida de los palestinos. Aunque es relevante señalar que el martes 12 de diciembre, durante una sesión especial de emergencia, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, con una mayoría de 153 votos a favor y 23 abstenciones, una resolución que insta a un alto el fuego. Los Estados Unidos, Israel y otros ocho países votaron en contra de esta iniciativa.
A pesar de que la resolución mencionada se considera política y moralmente significativa, carece de acción vinculante, a diferencia de las resoluciones emanadas del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En este ámbito, el 8 de diciembre, Estados Unidos vetó una resolución de alto el fuego aprobado por la mayoría de los miembros del Consejo, repitiendo una acción similar realizada el 18 de octubre, finalmente el viernes 22 de diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución pidiendo acelerar la entrega de ayuda humanitaria a la población civil de Gaza, pero con la presión de Estados Unidos para que se eliminaran varios puntos del documento, entre ellos una condena a todas las violaciones del Derecho Internacional Humanitario o los ataques indiscriminados contra civiles.
Dentro del contexto histórico de las resoluciones del Consejo de Seguridad, el imperio estadounidense ha ejercido su poder de veto en hasta 45 ocasiones, obstruyendo de este modo resoluciones que condenan la ocupación de los territorios palestinos y los crímenes cometidos contra sus habitantes.
El occidente colectivo carece de límites éticos y morales
El occidente colectivo carece de límites éticos y morales, una característica que ha sido intrínseca a su naturaleza desde tiempos remotos. Es imperativo subrayar que, a lo largo de la historia compartida de la humanidad, Occidente ha fungido como epicentro de sistemas políticos manifiestamente inhumanos. En su seno, se gestaron el esclavismo y el capitalismo en su fase imperial, y se alimentaron ideológicamente el fascismo y el apartheid. Desde 1948, este occidente colectivo respalda activamente al sionismo israelí, un fenómeno híbrido que fusiona elementos de colonialismo, apartheid y fascismo; todo ello impregnado con la creencia de ser el pueblo elegido por un Dios que, según la narrativa, prometió una tierra que no les pertenece y en cuyo afán cometen crímenes de lesa humanidad.
Entre los escombros que yacen como testigos mudos de los estragos, Gaza se erige y persistirá como un lugar ineludible en la memoria colectiva de la humanidad, un escenario cotidiano donde las acciones genocidas del ejército israelí provocan la pérdida de vidas civiles que han sido las víctimas más frágiles. Niños, inocentes pétalos de esperanza, han caído como gotas de lluvia en un paisaje desértico. Sus risas, ahogadas por el retumbar de las explosiones, ahora resuenan como ecos melancólicos que reverberan en los corredores de la memoria colectiva de la humanidad.
Las tecnologías de comunicación, al desafiar las restricciones censoras, facilitan la difusión y denuncia a escala global de las atrocidades perpetradas por las fuerzas armadas del sionismo israelí. La efusión de sangre de inocentes plantea una interpelación profunda a los fundamentos éticos de la humanidad. Los derechos humanos, utilizados selectivamente por las potencias occidentales para justificar los cimientos del sistema internacional imperial, manifiestan ahora su total hipocresía, desprendiéndose, junto con los medios de manipulación informativa a su servicio, de los últimos vestigios de decoro y vergüenza que quizás aún les quedaban.
Hasta la fecha actual, se registra un total de 27,137 personas fallecidas, de las cuales 10,517 corresponden a niños. Además, se lamenta el deceso de 93 periodistas. La magnitud de la crisis se refleja en la cifra de un millón 800 mil desplazados, mientras que el impacto en la infraestructura es catastrófico, con 64,440 viviendas completamente destruidas. Asimismo, se contabilizan 1,459 instalaciones industriales devastadas, afectando la capacidad productiva y económica.
Las consecuencias de este contexto se manifiestan también en el ámbito religioso, con 176 mezquitas dañadas y 4 iglesias afectadas. El sector de la salud experimenta pérdidas significativas, con 222 médicos y personal de salud asesinados, y 251 lesionados. La infraestructura médica se ve comprometida con 23 hospitales dañados y 56 clínicas afectadas, lo que limita la capacidad de respuesta ante las emergencias sanitarias. La movilidad y respuesta rápida se ven mermadas con la afectación de 51 ambulancias.
Estas cifras representan no solo una devastadora realidad cuantitativa, sino también un llamado urgente a la atención internacional y la movilización de recursos humanitarios para abordar la crisis en todas sus dimensiones. La magnitud de las pérdidas humanas, la destrucción de infraestructuras clave y el impacto en sectores vitales de la sociedad demandan respuestas coordinadas y efectivas para aliviar el sufrimiento de la población afectada. Más allá de las estadísticas y los informes, la crisis en Gaza ha dejado huellas invisibles en el tejido mismo de la humanidad.
La génesis de la acumulación originaria del colonialismo y el capitalismo fue forjada a expensas de los crímenes perpetrados contra poblaciones vulnerables en diversas regiones del mundo; en África, Asia, América Latina y el Caribe. Fue un proceso nefasto que se tradujo en la desposesión, el sufrimiento y la aniquilación de pueblos enteros, cuyas secuelas resuenan aún en las estructuras sociales y económicas contemporáneas. La herencia de estas fases coloniales y neocoloniales se manifiesta de manera palpable en la persistente injusticia y desigualdad que caracterizan las relaciones globales entre naciones y regiones. La Franja de Gaza, como microcosmos de estas dinámicas históricas, encapsula la tragedia de un conflicto alimentado por la avaricia imperialista y la indiferencia hacia la dignidad humana.
El imperialismo y el sionismo la misma estirpe sangrienta
El 18 de diciembre, John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, se pronunció acerca de los crímenes perpetrados por Israel con las siguientes palabras: «No hemos identificado evidencia alguna que sugiera que los israelíes estén convirtiendo en un blanco de guerra y considerando una necesidad táctica y operativa salir y masacrar a personas inocentes». Esta monumental expresión de cinismo, evoca comparaciones con las expresiones anteriores de Madeleine Albright, quien fungió como secretaria de Estado durante la administración de Bill Clinton. En 1996, Albright fue objeto de una entrevista por Lesley Stahl de la cadena CBS. En dicho contexto, Stahl planteó la pregunta crucial sobre la pérdida de vidas infantiles en Irak debido al programa de sanciones económicas impuesto por Estados Unidos. Un estudio de la ONU reveló que más de 500,000 niños iraquíes perdieron la vida durante esta fase. La interrogante de Stahl fue directa: «Hemos escuchado que medio millón de niños y niñas iraquíes han muerto. Es decir, más que los niños que murieron en Hiroshima. ¿Vale la pena pagar ese precio?». La respuesta de Madeleine Albright fue lapidaria en su frialdad: «(…) creemos que el precio vale la pena».
Este episodio subraya la posición mantenida por los líderes del imperio yanki en relación con las consecuencias humanitarias de sus políticas y los sacrificios humanos como medio justificable para alcanzar sus objetivos geopolíticos. La evocación de estos eventos sirve como un recordatorio impactante, revelando la dimensión criminal e inmoral del imperio y su engendro, el sionismo israelí un sistema que, en su afán de expansión y dominio, ha dejado un rastro de sufrimiento y desolación en su estela
La humanidad requiere con urgencia la instauración de un nuevo sistema multipolar.
La crisis en Gaza tiene consecuencias humanas profundas y multifacéticas que trascienden los límites geográficos de la región La humanidad requiere con urgencia la construcción de un orden mundial multipolar eficiente y equitativo. Este proceso no solo implica un cambio en las estructuras de poder, sino también un compromiso profundo con la cooperación internacional y la construcción de un futuro sostenible y equitativo para todos.
En la medida en que abracemos esta visión, podremos avanzar hacia un paradigma global que refleje la diversidad, la colaboración y la resiliencia necesarias para enfrentar los retos del siglo XXI. Solo a través de un análisis crítico de estas raíces históricas y una llamada a la responsabilidad ética puede aspirarse a un cambio significativo en la trayectoria de la humanidad, en la esperanza de edificar un futuro donde la dignidad humana prevalezca sobre la opresión y la violencia sistémica que propicia el imperio yanki.
La noción de multipolaridad refleja la necesidad de equidad y distribución equitativa, reconociendo la diversidad de actores y perspectivas en el escenario internacional como respuesta a los desequilibrios inherentes al actual sistema, donde la concentración de poder propicia tensiones y conflictos.
La multipolaridad, al fomentar la participación activa de múltiples actores, puede facilitar la creación de alianzas y estrategias compartidas para abordar estos desafíos comunes, así como la necesidad de establecer mecanismos efectivos de gobernanza global.
* Profesor Titular, UNAN Managua; Cientista Social; Extensionista.
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