Continuando con la entrega de elementos que aporten a desenmascarar las patrañas difundidas por los «gusanos» antIcubanos de «CADAL», entregamos hoy un fragmento de la entrevista concedida para el libro «Disidentes«, de los periodistas cubanos Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, por NESTOR BAGUER SÁNCHEZ GALARRAGA, el AGENTE «OCTAVIO» de los órganos de la Seguridad […]
Continuando con la entrega de elementos que aporten a desenmascarar las patrañas difundidas por los «gusanos» antIcubanos de «CADAL», entregamos hoy un fragmento de la entrevista concedida para el libro «Disidentes«, de los periodistas cubanos Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez, por NESTOR BAGUER SÁNCHEZ GALARRAGA, el AGENTE «OCTAVIO» de los órganos de la Seguridad del Estado cubanos, infiltrado en los grupos mercenarios que operaban en Cuba financiados por la SINA (Oficina de Intereses de los EE.UU. en La Habana).
En esta entrevista (de la que por razones de espacio reproducimos sólo un fragmento), el «Agente Octavio», relata las andanzas de los «periodistas independientes» y dedica un párrafo especial a RAÚL RIVERO, la figura que CADAL utiliza como estandarte para su sucia campaña de mentiras contra la Revolución Cubana.
Raúl Rivero, es uno de los muy pocos que en ese grupo de «independientes» tienen el título de periodista, pero a la vez, ha sido uno de los más activos y serviles colaboradores de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Todos en Cuba saben que este señor, en complicidad con la mafia terrorista de Miami, ha enviado sistemáticamente informaciones distorsionadas y manipuladas de la realidad cubana a los medios y agencias del gobierno de Estados Unidos que son utilizadas para favorecer la aplicación e instrumentación de las políticas intervencionistas de ese país en los asuntos de Cuba. Esas agencias son las que le pagan un jugoso salario y, en cualquier país del mundo, a los que sirven a una potencia extranjera contra su propio país son considerados traidores, y si lo hacen, además, por una paga, son considerados mercenarios. A los mercenarios y traidores se les juzga y condena en cualquier código penal del mundo.
<> Pablo Kilberg
MIL POR CUBA
Argentina
¿INDEPENDIENTES DE QUÉ?
¿Cómo era su relación con Rivero?
Muy buena. Raúl Rivero me dolía. Era el único periodista de verdad que conocía en aquel mundo, un hombre que había tenido prestigio, por su poesía, porque había luchado en Girón. Un hombre a quien la Revolución le salvó la vida.
¿En qué sentido?
Yo era el amigo más cercano que tenía y nos conocíamos bien. Era alcohólico y sufrió mucho. Todo el mundo le dio la espalda, no tenía dinero, se le cayó la casa. Llegó a tener serios problemas de salud, y la Revolución lo metió en un hospital. Mejoró al extremo de que ya no tomaba.
¿Y qué pasó con él?
Lo compraron. Raúl Rivero tiene miles de dólares en Estados Unidos gracias a los premios que ha ganado. Todos los cabecillas también tienen dinero fuera de Cuba, porque querían tenerlo seguro, lejos de las ambiciones de los otros y de que el gobierno se los interviniera, por las razones que ya se saben. Hasta un niño se puede dar cuenta que la vida de disidente en Cuba es tremendo negocio.
¿Cómo recibía usted el dinero?
Por Transcard. Me negué a recibir nada de esos mensajeros que continuamente llegaban de Miami o de otros lugares. Por eso fui el que menos dinero y regalos obtuvo.
¿Por qué?
Mis crónicas disidentes no eran iguales a las otras. Siempre escribía con respeto. Por ejemplo, yo me refería al Comandante diciendo: «el Presidente de Cuba, señor Fidel Castro», mientras que otros lo llamaban «el dictador y esto y lo otro».
Hasta a los norteamericanos les llamó la atención: «Señor Baguer, usted no odia a Fidel Castro», y yo les contestaba: «No tengo por qué odiarlo.»
¿Quién de los norteamericanos le dijo eso?
El que atendía prensa y cultura en esa época, el gordo Gene Bigler. Se hizo muy amigo mío. Cuando se fue, Bigler me escribió desde Roma, asegurándome que cualquier cosa que necesitara se la pidiera a él enseguida.
¿Qué le contestó a Bigler, cuando le llamó la atención sobre sus textos?
Que yo era miembro de la Real Academia de la Lengua y que no podía escribir insultos. No estaba dispuesto a que me botaran de allí.
Un «independiente» me sacó en cara que jamás le decía «gendarme» a los policías. ¡Qué bestia! «Mira, viejo, gendarmes hay en Francia; aquí se dice policía», y así lo ponía yo.
¿Qué noticias enviaban sus corresponsales a la APIC?
Si no me lo hubiera tomado tan a pecho, creo que me hubiera divertido más. Recuerdo, por ejemplo, que un día llamó por teléfono uno para dictarme una supuesta noticia, muy urgente. El hombre escribió algo así: «En Manzanillo hay 10 000 personas en una esquina que protestan porque están desalojando a una familia.» Me acuerdo que le grité: «Oye, espérate un momento, ¿en qué esquina de Manzanillo o de cualquier otro lugar caben 10 000 personas juntas?… Y, además, dime, ¿por qué lo están haciendo?» Y me contesta: «Es que una familia quería vivir en Manzanillo y la otra en Bayamo, y empezaron a mudar los muebles de un lugar a otro, sin papeles ni nada.» «Por favor, señor mío, en qué lugar del mundo, sin papeles, usted puede hacer trámites legales. Mira, discúlpame, pero trae otra noticia.» Eso era así todos los días.
¿Recuerda otro ejemplo?
Una persona vino diciéndome que su padre le había contado que a un primo de él, en la cárcel, le dieron cuatro palos. Le pregunté que si su padre lo había visto, y me dijo que no, que se lo habían dicho. Le dije: «Lo primero que tiene que hacer un periodista es verificar la fuente», y lo planché.
¿Nunca llamaron la atención esas opiniones suyas?
No veían ninguna conexión entre el gobierno y yo, y sí que atacaba muy finamente, con corrección. Por eso se me fueron yendo los periodistas para las agencias, que crecieron como hongos, donde se atacaba de otra forma y eran, por tanto, mejor pagados.
En eso vino el anuncio de que el gobierno norteamericano iba a dar muchísimo más dinero a través de la National Endowment for Democracy (NED). Seguí con mis modestos 50 dólares al mes, como cabecilla de la APIC, pero empezó a llegar una parte de ese dinero y la gente se fue embullando, sobre todo los de Miami.
Les puedo decir que el 80% de esos millones se quedó en la Florida.
¿Le consta?
Por supuesto. El chorro de dinero se iba debilitando en el camino
de Miami a La Habana y de aquí a las provincias. Los representantes nuestros se quedaban con el pedazo más grande del pastel; luego, los cabecillas de los grupúsculos; después los otros.
Para poder cobrar ciento y pico de dólares que me debía Cubanet, tuve que ir a la SINA a denunciar al de la agencia, que se había embolsillado el dinero de los periodistas.
¿Funcionó?
¿Que si funcionó? El de la Oficina Diplomacia Pública (Prensa y Cultura) de la Sección de Intereses llamó para allá y les dio un plazo para que me liquidaran la deuda. Le contestaron del otro lado con evasivas, que estaban sin dinero ahora… El de la SINA ordenó: «Tienen que pagarle a Baguer inmediatamente y liquidar la deuda. Voy a llamarlo a fin de mes para verificar si ha recibido el dinero.» Remedio santo.
¿Cómo se involucra usted con Cubanet?
Es una historia culinaria. Rosa Berre, la que inventó Cubanet, grababa las notas que yo le dictaba. Tenía el teléfono en la cocina de su apartamentico en la sagüesera. Mientras cocinaba recibía las noticias y después las trasmitía. Vivía muy modestamente, y al principio solo recibía una pequeña comisión. Un día me dice que se muda para el corazón de Miami, porque se había comprado dos apartamentos. Uno sería su residencia particular y otro la oficina de Cubanet. Se agenció también un carro que costó miles de dólares «con sus ahorritos», pobrecita, porque era muy ahorrativa.
¿Cambiaron sus condiciones de trabajo después de eso?
Sí, porque al parecer a ella le daban más plata, mientras más gente sumaba a la causa del «independentismo». Era tan fácil ganar unos dólares, que casi todos los días tenía noticias de un nuevo grupo de prensa y de la gente que se peleaba por el dinero. Los que más robaron fueron los de Nueva Prensa Cubana, Prensa Libre y Rosa Berre. Todos eran cubanos y estaban robándole el dinero a los periodistas.
Recuerdo un muchacho que había trabajado en una imprenta y que se hizo pasar por periodista y llegó a ser jefe, se cogió el dinero de seis meses y desapareció. Por esa fecha también hubo un cambio en los pagos. De 50 dólares que pagaban pasaron a 15 ó 20, aún cuando llegaba más o menos el mismo dinero que repartían los «jefes». Recibían 50 para repartir y solo entregan 15. Era un robo descarado, y las broncas que eso provocaba eran sonadas.
¿Cualquiera abría una oficina de prensa?
Se llegaron a abrir más de 30 oficinas. Mientras más capacidad tuvieras para insultar, más subías en la escala de valores de Miami y de la SINA. Mientras más grupos de supuestos periodistas, mejor. Mientras más gritaban, mejor.
¿Usted revisaba los artículos y después los mandaba a Cubanet?
Por eso me fui quedando sin clientes. Una persona con un mínimo de cultura, de experiencia en la profesión que se pasara media hora con esa gente, salía enfermo, chico.
¿Cómo reaccionaba la SINA?
Si no era alguien que, como yo, iba y peleaba, ellos se hacían los de la vista gorda. Estaban más en otra cosa.
¿En qué?
En la conspiración para promover ante la opinión pública internacional a los «perseguidos periodistas independientes» y a proveerlos de premios y de las mejores condiciones para trabajar. Y que no nos faltaran visitantes y diplomáticos a los que hacerles el cuento.
Relátenos algunas de esas visitas…
Por ejemplo, el año 1995 fue muy intenso. Tengo anotadas en mi agenda más de 60 actividades en las que participé, promovidas por la SINA -las que hacía de relacionista pública-, tanto para facilitar encuentros con visitantes norteamericanos de casi todos los pelajes, como con representantes de medios de prensa internacionales y organizaciones de periodistas.
¿Qué otros hechos recuerda?
15 de enero: Reunión en la casa del jefe de la SINA, Joseph Sullivan. Entrevista con editores norteamericanos.
20 de julio: Encuentro con delegación norteamericana que asistió a las conversaciones sobre asuntos migratorios. No les cuento de qué hablamos, porque es obvio.
12 de agosto: Reunión en la residencia del diplomático Gene Bigler, donde se les explica a un grupo de funcionarios de la SINA las incidencias de la creación del Colegio de «Periodistas Independientes», que había nacido en mi casa un par de días antes.
30 de agosto: Reunión con la Comisión del Departamento de Estado para Asuntos Migratorios. Se informó que en 1996 se entregarían 20 000 visas, repartidas de la siguiente manera: 12 000 a personas comunes que solicitaran la salida; 7 000 a refugiados políticos y 1 000 para ser manejados por la SINA.
20 de septiembre: Entrega de una donación de la organización con sede en Francia, Reporteros sin Fronteras. Robert Ménard, el secretario general, y Andrés Buchet me regalaron hojas, papel de cartas, cintas de máquinas de escribir, una docena de bolígrafos, y 1 000 dólares para financiar el llamado Buró de Prensa.
20 de septiembre: Fui citado por la funcionaria Robin Diane Meyer para regañarme a mí, y a Yndamiro Restano, Olance Nogueras, Julio Martínez y otros. Estaba muy molesta por un documento enviado sin consultar al Congreso de EE.UU., con la firma de 127 cubanos
27 de septiembre: El periodista cubano-americano Roberto Fabricio, en aquel entonces secretario ejecutivo del Comité Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Periodismo (SIP), se reunió con un grupo en el que me encontraba. Este hombre fue director de El Nuevo Herald. Nos encontramos en la casa de los padres de Yndamiro Restano y nos pidió que elaboráramos una denuncia fuerte para presentarla formalmente ante la SIP.
7 de noviembre: Robert Witajewski y Robin D. Meyer nos citan a la casa del primero para que les explicáramos por qué algunos de nosotros no habíamos firmado el proyecto Concilio Cubano, a lo que le explicamos, con la cara más dura que pudimos, que éramos «periodistas independientes» y no podíamos inmiscuirnos en política. A ella le pareció razonable.
Hasta aquí la relatoría porque esta entrevista va a ser muy aburrida. Fui tantas veces a la SINA, que no te alcanzaría este libro para reseñar todos esos encuentros. Les confieso una cosa: cada vez que ponía un pie ahí, me preguntaba: «¿qué clase de periodistas independientes éramos? ¿Independientes de qué?»
Háblenos de la última vez que pisó la Sección de Intereses o sus dependencias oficiales.. .
El Día de la Prensa Cubana, el 14 de marzo. Hubo un Taller en la residencia de James Cason, con todos los «periodistas independientes», me hicieron un homenaje por mi trayectoria en la prensa «independiente» y me entregaron un diploma. Tuvieron la mala idea de encargarme que dirigiera la discusión en el Tema de Ética. Allí estaban representantes del gobierno norteamericano. Dije que no bastaría con una conferencia, sino que hacía falta un curso de ética, porque la inmensa mayoría de los que estaban ahí decían que eran periodistas y no tenían cultura alguna. Sus textos no alcanzaban a los de los niños de sexto grado. Con el perdón de los niños.
Usted también creó una sección del idioma en Cubanet, ¿no?
Hacía zafra. Son tantas las barbaridades, que me sobraban para mi sección. Aparecían como si fueran la prensa cubana, pero en realidad eran de los «periodistas independientes».
Por ejemplo, ¿tú sabes lo que es decir que un terremoto en Turquía hizo grandes destrozos en la isla de Samoa? Eso es no saber dónde rayos queda el Océano Índico. La que fue destruida fue la isla griega de Samos, la patria de Pitágoras. ¡Dios mío, qué ignorancia!
Es difícil imaginar a un Académico de la Lengua en esos menesteres…
A veces le decía a mi oficial que nada podría pagar los sufrimientos que he padecido oyendo a estos estúpidos hablando y leyendo las crónicas y las cosas que hacían. Oye, ni los muchachos de cuarto grado.
La «famosa periodista independiente» Tania Quintero no tiene ni idea de lo que es escribir, pero si consultas los periódicos norteamericanos, es una de las grandes fundadoras de la «prensa independiente» de Cuba.
Había uno ahí que era analfabeto hasta para hablar. Era santero, vivía en San Miguel del Padrón y había que ver lo que escribía. De verdad que los santos no estaban con él. Ni se le entendía lo que decía.
¿La Sección de Intereses le decía a usted lo que debía escribir?
Ellos no se atrevían porque me conocían bien.
¿Usted le daba los temas o ellos lo escogían?
Yo no. La SINA le daba los temas a los incapacitados mentales, pseudoperiodistas… Y no solamente eso, sino que después que escribían, antes de trasmitir, iban a la Sección de Intereses para que se los revisaran por si tenían algo que políticamente no conviniera. Después que eran aprobados se trasmitía. Se quejaban de la censura en Cuba y yo los veía plegarse a la de Estados Unidos.
Entre eso y las sandeces que decían, aquello se estaba haciendo inaguantable. Los norteamericanos hicieron esfuerzos para mejorar un poco el nivel de los «independientes», blanco de burlas y de peleas dentro de las «aguerridas filas de disidentes». Nos ofrecieron, a Raúl Rivero y a mí, crear una escuela dentro de la Sección de Intereses. Ninguno de los dos aceptamos. Después, me pidió lo mismo Ricardo González Alfonso: que les diera clase a los periodistas.
¿Cuándo fue eso?
Eso fue hace poco tiempo. Ya Ricardo era el jefe de la Sociedad de Periodistas «Manuel Márquez Sterling».
¿Una escuela para todos?
No. Para su gente. Sería allí en Miramar, donde él vive. Acepté y le pegunté cuánto me iba a pagar por dar clases. Me contestó que si yo pretendía ganar más que Raúl Rivero y que él. Le dije: «¿Por qué no? Rivero es periodista, pero tú no sabes ni escribir tu nombre.» Me prometió decirme cuánto me pagaría, pero en eso llegó el Comandante y mandó a parar.
¿Qué decía Raúl Rivero de esa gente?
Que eran unos imbéciles. Estaba totalmente de acuerdo conmigo. Cuando la SINA quiso que diéramos clases, me dijo: no, no, cómo vamos a meternos tú y yo en eso. Son unos estúpidos, unos ignorantes. No saben ni de gramática ni de redacción, ni de nada. No nos vamos a romper la cabeza con esos estúpidos, para nada. Vamos a decirle que no. Eso hicimos.
¿Entrevistó a algún alto funcionario norteamericano a instancias de la SINA?
El último fue mi amigo James Carter. Digo amigo porque cuando él era presidente, me invitó a ir a Estados Unidos para que diera clases de español en la universidad donde él estudió. Cuando vino a La Habana me mandó a buscar a mi casa para que almorzara con él.
¿En privado?
No, había más gente. Me distinguió sentándome cerca de él, solo una persona por medio para hablar conmigo. Me preguntó sobre el Proyecto «Varela», y le hablé con total honestidad.
¿Qué le contó?
Es un fracaso. Oswaldo Payá no es más que un monaguillo arrepentido. A él en Cuba nadie le hace caso. Se me aparecía a cada rato en la casa: «Oye, Baguer, hágame usted una entrevista.» Regresaba al mes con lo mismo y yo le daba de largo.
Lo conocía del Cerro, donde vivíamos. Lo vi con los pantalones rotos y ahora anda con ínfulas de presidente, en un microbús. Dice que se lo regaló la Iglesia, pero todos sabemos que él lo compró. Un día le dije a boca de jarro lo que la mayoría de los «disidentes» comentan: que él daba dinero por las firmas.
¿Y qué le contestó?
Que era mentira, que era cosa de los comunistas. Y a mí me lo dijeron los propios contrarrevolucionarios: que lo había hecho en Oriente. Y además conozco casos de personas «disidentes», cuya firma había aparecido en los papeles y ellos no la habían dado, porque no soportan a Payá. Ese es el caso de María Valdés Rosado.
Esa gente vive engañándose entre ellos mismos y luchando por ser el presidente que finalmente tome posesión del jamón, para empezar a repartir becas, dinero, puestos, como ocurre todos los días en casi todos los países de este mundo.
Con Payá son dos los «futuros presidentes» cubanos que usted conoce. ¿Fueron ellos los únicos que se presentaron como tal?
¡Qué va! Ahí hay que poner también entre los candidatos a presidente de la Nueva República de Cuba Dependiente, a ese otro mafioso, a Ricardo Bofill. En realidad hay muchos aspirantes, muchas agencias de prensa y muchos partidos. Lo único que no tiene es gente que los siga. Como aquella flamante agencia de prensa que conocí en Santiago, integrada por la mamá y el hijo, y ninguno de los dos eran periodistas.
¿Qué decirles de los partidos? Al Demócrata Cristiano le conocí cuatro miembros.
¡Ah!, se me olvidaba otro «presidente»: Vladimiro Roca.
¿Por qué dice eso?
Porque él tiene ínfulas. La mujer de Vladimiro -la anterior, no la actual- era amiga mía. La visitaba y ella más de una vez me invitó a almorzar. Si iba a aquella casa, era por ella, que es una buena persona.
Voy a decir una herejía: que Blas Roca me perdone, pero qué pesado y bruto es su hijo. Es un tipo insoportable. Un día le solté algo que me salió del alma: «Si tu padre te oye, sale de la tumba y te escupe.» Blas fue un hombre leal a la Revolución y una buena persona.
¿Saben lo que me dijo de él? Que su padre había sido un imbécil, porque al triunfo de la Revolución le había regalado su partido a Fidel para que este le diera a cambio solo un puestecito cualquiera.
¡Imagínate!, yo conocí al viejo. ¡Mira qué cerebro el de este bandido!
Cuando se encontró con los demás agentes, ya investidos de su verdadera personalidad, ¿quién lo sorprendió más?
Tania fue mi mayor sorpresa.
¿Por qué?
Jamás me lo hubiera imaginado. Era amiga mía, pero era una de las más duras y antiguas «disidentes». Una fiera.
¿Quién más?
Orrio, el agente Miguel. Antes teníamos unas peleas olímpicas, y cuando nos vimos en el momento de la verdad, nos abrazamos y me salió del alma: «¡Tú aquí, con lo hijo de puta que eras! ¡Y hasta tomándonos un trago juntos, carajo!»