Recomiendo:
0

Intento de explicar la cuestión siria a los que son ecuánimes

Fuentes: Al-Nahar

A mediados de marzo, en el contexto de la «primavera árabe», comenzaron las protestas populares en Siria. El régimen se enfrentó a ellas desde el principio haciendo uso de su bien conocida violencia, mezclando continuamente la enemistad y el odio intenso que sentía contra las víctimas de la represión. Sin embargo, las protestas continuaron y […]

A mediados de marzo, en el contexto de la «primavera árabe», comenzaron las protestas populares en Siria. El régimen se enfrentó a ellas desde el principio haciendo uso de su bien conocida violencia, mezclando continuamente la enemistad y el odio intenso que sentía contra las víctimas de la represión. Sin embargo, las protestas continuaron y se expandieron. Desde Daraa se extendieron a la periferia de Damasco y a la propia capital, pasando por Latakia, Jablah, Homs y Baniyas.

El régimen insistió en enfrentarse a las protestas con violencia y en difundir una narrativa que hablaba de infiltrados, terroristas y emiratos salafistas, del mismo modo que hablaba de la escisión sectaria, mientras los lemas y prácticas de los sirios eran de los más nobles que ha conocido Siria en su historia y de los más representativos del sentimiento nacional. Así, la revolución se expandió más y llegó a Hama, Idleb, Deir Ezzor y decenas de municipios y ciudades a lo largo y ancho del país.

El régimen siguió haciendo uso de la violencia, las detenciones y la tortura. Sin embargo, en su faceta de embustero, aseguró que la crisis interna exigía reformas y un diálogo nacional. Las reformas no suponían nada en esencia, no porque las matanzas continuaran ni porque las detenciones y las torturas aumentaran mientras se hablaba de reformas, sino también porque las supuestas reformas no alcanzaban al «régimen». Es decir, al gobierno hereditario y eterno de la familia Asad, a la soberanía de los servicios secretos (que mantuvieron y mantienen su inmunidad y dominio incontrolado de los recursos nacionales por parte de la mafia gobernante.

Las protestas siguieron extendiéndose y a lo largo del verano, centenares de miles de personas se aglomeraron en la plaza del río Orontes en Hama y en Deir Ezzor, y otros cientos de miles y decenas de miles se reunían en distintos puntos de Siria.

El régimen siguió haciendo uso de la violencia, las detenciones y la tortura, además de recurrir a la mentira descarada asegurando que nada de ello tenía lugar. En contrapartida, ninguna fuente independiente ha declarado que los manifestantes usaran la violencia durante los primeros meses de la revolución, ni una sola.

El régimen se apoyó fundamentalmente para la represión en los servicios de seguridad conocidos durante décadas por su salvajismo y por la inmunidad de sus hombres. Sin embargo, no le bastó con ello ya que estos son servicios preparados para enfrentarse a las organizaciones opositoras pacíficas y no a manifestaciones populares. Por ello, hizo también uso de las milicias de shabbiha, mercenarios partidarios del régimen más salvajes y leales si cabe que los servicios de inteligencia. Por encima de estos y aquellos, se ayudó también del ejército para enfrentarse a la población revolucionaria (mientras animaba a los civiles, palestinos y sirios, a dirigirse hacia los Altos del Golán ocupado, lo que acabó con la muerte de más de veinte civiles el día en que se recuerda la ocupación de Palestina, el 15 de mayo de 2011).

Pero el ejército, descuidado durante décadas, comenzó a resquebrajarse a raíz de esta burla humana y totalmente alejada del nacionalismo. Por ello, soldados y oficiales «desertaron» en pequeños grupos que pronto se convirtieron en miles. Lo más probable es que cientos de esos jóvenes valientes hayan sido asesinados por los servicios secretos al negarse a obedecer las órdenes de disparar contra la población desarmada, y que muchos de ellos hayan muerto en enfrentamientos con los miembros de los servicios secretos y del ejército fiel al régimen. Esos soldados saben que el régimen les tiene preparada una abominable muerte si logra echarles el guante. Por ello, y porque son soldados, se enfrenta a él con armas y utilizan la fuerza, la mayoría de las veces como medio de defensa y, en casos puntuales, como forma de ataque. Ellos crearon el Ejército Sirio Libre, del que no puede decirse que esté unido, tanto en su contexto como en sus objetivos, y que está deficientemente armado, por no decir que también carece de medios de comunicación seguros.

En resumen, el régimen ha provocado la fragmentación del ejército nacional, que no ha propuesto en ningún momento una solución siria a la grave crisis nacional, y que no ha reconocido a los opositores ni ha negociado con ellos. El comportamiento agresivo y arrogante del régimen ha provocado el desprecio popular árabe y la «ira» de sus dirigentes, además del rechazo occidental. La relación del régimen con las potencias occidentales y los países árabes había ido mejorando en los últimos años y no ha habido causa alguna para que dicha tónica se invirtiera más que el comportamiento inhumano que ha dado a sus gobernados. Dichas potencias tenían miedo de que Siria se convirtiera en un foco de caos e inestabilidad que se extendiera por toda la zona y afectara a sus intereses.

Los estadounidenses y los europeos adoptaron sanciones económicas que iban aumentando según aumentaba la represión del régimen. Algunos países árabes retiraron a sus embajadores de Damasco.Y tras cuatro largos meses de revolución y más de 2000 muertos, la Liga árabe entró a formar parte de la resolución de la crisis. En su primera visita a Siria, su Secretario General habló de las promesas reformadoras del régimen, lo que supuso una decepción para la calle siria que se sintió con la espalda contra la pared.

Los sirios comenzaron a expresar en sus lemas que se sentían abandonados a su suerte en su enfrentamiento contra un régimen sin conciencia nacional ni humana. Gritaban: «Dios, no te tenemos más que a ti» y se mofaban de la Liga Árabe. Derrocaron al mundo entero: «Que caiga el régimen y que caiga la oposición, que caigan las comunidades árabe e islámica, que caiga el mundo y que caiga todo. Firmado: Kafar Nebel [ciudad siria] ocupada».

Sin embargo, los sirios demostraron una sorprendente determinación a seguir con sus protestas pacíficas. En el mes de julio cerca de un millón y medio de personas salían a la calle cada viernes, pero a principios de agosto, el régimen comenzó a ocupar las ciudades con tanques: Hama, Deir Ezzor y Homs, la capital de la revolución siria. A comienzos de Ramadán, el mismo mes de agosto, las manifestaciones pasaron a ser diarias en decenas de lugares, como pasaron a cometerse asesinatos a diario (la media era de veinte a veinticinco víctimas), sin exceptuar la fiesta de fin de Ramadán ni la del Sacrificio. Se calcula que hay decenas de miles (tal vez cien mil) detenidos y los activistas han sido asesinados adrede y torturados, muriendo algunos de ellos bajo dicha tortura. Los habitantes de diversas zonas han sido humillados, mujeres y niños han sido violados y los rebeldes y las zonas que controlan han sido tratados con intenso odio y rencor.

Tras nueve meses, la revolución muestra de nuevo una determinación inquebrantable, algo que sorprende incluso a los que se han puesto en cuerpo y alma de parte de revolución, como quien escribe estas líneas.

Sin embargo, desde que terminó el verano, han comenzado a alzarse más y más voces que llaman a responder a la violencia con violencia y a proponer en el nivel político la cuestión de la protección internacional de los civiles sirios. La oposición siria, que no creó un marco político efectivo para ayudar a la revolución hasta que fue demasiado tarde (a comienzos de octubre), se encuentra en una situación contradictoria: si no se afana en lograr el objetivo clave de la revolución, la caída del régimen, algo en lo que ha su participación directa ha sido leve o inexistente, no tendrá ningún efecto sobre la revolución y se mantendrá como una «oposición tradicional» pre-revolucionaria y antirrevolucionaria. En cambio, si lo hace, a pesar de que, reitero, su participación directa ha sido casi nula, tal vez sea capaz de suministrar a la revolución combustible nuevo, sin por ello, ser quien la ha activado ni quien la conduce. Esta es la dificultad a la que se enfrenta el Consejo Nacional Sirio, que ha logrado una legitimidad popular porque se puso con claridad y sin ambages de parte de la revolución, pero de quien no puede decirse que se haya convertido en su líder.

Lo que suele llamar la atención es que las peticiones de protección internacional, una zona de exclusión aérea y una zona aislada, así como el apoyo al Ejército Libre han salido directamente de los centros de la revolución (de Homs, de Idleb, de los alrededores de Damasco, de Daraa, de Deir Ezzor), los que más saben de lo que está sucediendo sobre el terreno. Estas peticiones pueden ser absurdas en el nivel político, ya que nacen del pensamiento de «aldeas» aisladas que no molestan al «palacio» sirio y que tampoco llegan hasta los «palacios» internacionales (puede decirse de forma bastante certera que los islamistas eran los más partidarios de ello, un asunto en el que vale la pena detenerse).

Durante todo este tiempo, el régimen ha persistido en un único plan: acabar con la revolución por medio de la violencia y la mentira. Pero con ello, no ha logrado más que resquebrajar aún más al ejército, expandir la violencia y provocar algunos episodios sectarios en determinados lugares, especialmente Homs. Los testigos que hablan desde Homs y otros lugares informan de que el régimen se afana en azuzar los sentimientos sectarios, bien para jugar el papel del bombero que los sofoca (y eso que no queda ni un solo camión de bomberos en buen estado en Homs), o bien para justificar la represión de las zonas rebeldes.

Desde el inicio de noviembre, los esfuerzos de la Liga árabe se han acelerado y el régimen ha aceptado la iniciativa árabe de la que no aplicó punto alguno. Entonces la Liga suspendió al régimen de Damasco en sus reuniones y le exigió que aceptara la entrada de observadores árabes para que se aseguraran de que la violencia había cesado y que se había puesto en libertad a todos los presos de la revolución. El régimen, como de costumbre, eludió tal cumplimiento y finalmente no se comprometió a nada, continuando con los asesinatos y detenciones diarias.

Los países árabes no saben qué hacer porque no quieren que el problema se internacionalice, pero parece que sus artimañas les han desbaratado y ya no pueden dar al régimen treguas hasta la eternidad para que la solución sea árabe. Tras ello, no hay precisamente sentimientos de hermandad, sino que es resultado del hecho de que la internacionalización puede debilitar a los países miembros de forma individual y en conjunto, tanto moral como políticamente. Además, en caso de que la situación en Siria se escape de todo control, pues el régimen ya no puede controlar las manifestaciones populares, el país se convertirá en una zona de inestabilidad y caos que, necesariamente, tendrá un reflejo en el entorno. Parece que la crisis siria esta abocada a escaparse de las manos de todos, sirios y árabes en primer lugar, antes de caer en la internacionalización.

Pero en el mundo de los Estados no parece que nadie esté dispuesto a intervenir, nada les llama a ello y les preocupan las consecuencias que pueda tener una intervención si se diera. Sin embargo, por diversos motivos, no pueden hacer como si nada: O los sirios echan abajo el régimen son sus propias fuerzas, algo en los que las potencias internacionales no quieren tener ninguna influencia y que parece hoy descartable, o bien la situación actual se mantiene Siria termina convirtiéndose en un foco de caos en una zona de vital importancia, algo que no es compatible con los intereses de las potencias internacionales ni árabes.

La premisa sobre la que parece que todos los estados basan su comportamiento es que el régimen sirio no puede recuperar el control sobre el país y garantizar la continuidad de su gobierno. Todos los indicios apuntan a que dicha premisa es acertada.

Por eso, nadie, especialmente las potencias regionales e internacionales de envergadura, puede despreocuparse ni evitar influir en el transcurso de los hechos si quiere garantizar la salvaguarda de sus intereses. A pesar de ello, nada indica que ninguna potencia internacional llore por intervenir en Siria, en contra del la impresión que se afana en difundir la ideología antiimperialista y sus muchos partidarios. En realidad, para la lógica de esta ideología enferma, puede decirse que es más conveniente para esas potencias occidentales (enemigas por definición) que el régimen siga torturando, matando y destruyendo a su pueblo y que la crisis siria se prolongue hasta que Dios quiera. Lo cierto es que consideramos muy probable que esta sea la segunda preferencia de Israel (la primera es que el régimen se mantenga lo suficientemente fuerte para garantizar la tranquilidad en el frente del Golán; es decir, en resumen Israel se acoge a «Al-Assad o nadie»). Pero a los países occidentales no les conviene porque puede causar una propagación de la inestabilidad en el entorno inmediato y porque estos países no emanan de «la lucha a muerte» de la que emana Israel.

Los países árabes y las potencias occidentales parecen estar ante una difícil situación: la intervención es costosa, dudosa, y sus resultados no pueden garantizarse, y la no intervención no es una opción responsable en lo que atañe a sus intereses. Probablemente les gustaría que el régimen fuera menos soberbio y criminal, lo que les eximiría de verse obligados a tener que calibrar estas difíciles opciones. La cuestión no es que se den treguas al régimen, como dicen los rebeldes sirios resentidos, sino que están confusos y saben que no hay opciones positivas: las hay malas y más malas y todas han de valorarse.

Entre las cosas que temen están el vacío político y la falta de seguridad en Siria tras la caída del régimen. De ahí su interés en la unidad de la oposición siria: quieren una alternativa que le evite al país y a la zona los peligros de la inestabilidad. También les aterrorizan otros demonios: situaciones inestables («el caos»), un régimen «islamista» extremista, una transición democrática fructífera…

Por su parte, la oposición siria no puede mantenerse al margen de esa preocupación internacional, tal y como impone la ideología antiimperialista a la que no le duele el corazón en absoluto mientras se derrama la sangre de los sirios, pero que llora por la traición de los opositores sirios que se han escapado del corsé y que han superado su complejo de inferioridad frente al régimen y sus falsos dogmas. No es una opción más que los opositores sirios tengan un papel en las acciones internacionales que se están llevando a cabo en lo referente a su país, sino que es una necesidad y un deber a los que solo se superpone el interés del pueblo sirio. Implicarse en estas actividades debe darles la oportunidad de influir en ellas para llevarlas por el camino que más convenga al interés nacional y que limite la unilateralidad de la que pueden hacer gala estas potencias cuando se trata de determinar el futuro del país. La abstinencia y la exención no cambian nada y ambas actitudes denotan arribismo y pusilanimidad intelectual y política, y no valentía ni responsabilidad nacional.

Pero esto no hace iguales a todas las formas de implicación ni exime de la responsabilidad que exigen las decisiones políticas que han de tomar los opositores. Lo principal obviamente es la salvaguarda de los intereses del pueblo sirio y de su dignidad nacional.

En resumen, en Siria hay una revolución a la que el régimen asadiano ha respondido con violencia inhumana y alejada de todo sentimiento nacional. Los hechos son conocidos o pueden conocerse con facilidad, máxime si se tiene en cuenta el hecho de que le régimen no ha permitido que ningún medio independiente entre en el país. Ya que no ha pensado en ninguna solución siria que evite el derramamiento de sangre y las intervenciones extranjeras, el régimen ha de tomar en gran consideración la posibilidad de aferrarse a la solución árabe que es parcialmente justa con sus gobernados y evita a «la nación árabe» una nueva y costosa intervención internacional. Esta es, ni más ni menos, la esencia de la cuestión.

Si se da una intervención extranjera de iure (es decir, a través de una resolución de Naciones Unidas y no, como pasa siempre, de facto), algo que puede suceder después de largas divagaciones, no será porque los rebeldes sobre el terreno lo hayan solicitado, ni porque ellos y la oposición siria hayan hablado de la protección internacional, sino porque hay un asesino que ha secuestrado a veintitrés millones de rehenes y se ha afanado en castigarlos durante nueve meses. Mientras parece imposible que recupere las riendas del poder, su jactancia y su extremismo empujan a Siria y a la región a horizontes desconocidos.

Nadie más que este diestro asesino puede cortar el camino, ahora, que lleva a la internacionalización para evitarle al país grandes peligros. Para ello ha de detener las matanzas, asumir su responsabilidad política en ello y aceptar que Siria ya no podrá estar en sus manos.

Insisto: los sirios se hartaron y se rebelaron contra el régimen.

Este respondió, rencoroso, con violencia y mentiras.

Y la revolución se expandió.

El régimen siguió empeñándose en hacer uso de la violencia y difundir la mentira y el odio.

Muchos mediadores intentaron que él régimen se contuviera.

Pero siguió comportándose como un matón (shabbih) y siguió haciendo uso de la violencia y el odio, con torrentes de mentiras.

Los actores más cercanos y los actores occidentales le impusieron sanciones para que detuviera la matanza.

Pero siguió empeñándose en matar a sus ciudadanos rebeldes, calumniar e incitarles [a tomar las armas].

Algunos se enfrentaron a él por medio de la violencia.

Entonces el régimen aumentó su violencia hasta límites insospechados.

Los regímenes vecinos intentaron que la solución se quedase en el ámbito árabe.

Pero el régimen hizo uso de sus artimañas, se escabulló y mintió.

Intensificó aún más la violencia asesina.

Intentó dividir a sus gobernados.

Hoy, tras casi nueve meses de violencia, mentira y odio, parece que todos dentro y fuera de Siria siguen dudando de cómo tratar con este matón odioso, pero parece que todos saben que deben ponerle un límite aunque no hayan propuesto nada aún. Este resumen final ha omitido el papel de los opositores sirios, no por negligencia ni por menosprecio, sino en reconocimiento al hecho de que es difícil que aquellos a quienes se ha destruido y marginado durante décadas constituyan un parte determinante y fundamental hoy, algo que los partidarios de las ideologías no quieren reconocer. No había nada que les preocupara en Siria hasta que estalló la revolución y los sirios comenzaron a pensar y a comportarse de manera autónoma.

Fuente original: http://www.annahar.com/article.php?t=mulhak&p=2&d=24595&dt=2011-12-17+00%3A00%3A00&fb_source=message
Traducciones de la Revolución Siria: http://traduccionsiria.blogspot.com/2011/12/intento-de-explicar-la-cuestion-siria.html