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Islam y capitalismo en las primaveras árabes

Fuentes: Rebelión

Llevamos tanto tiempo asistiendo al espantajo islamista como enemigo de occidente que nos está pareciendo que islam y capitalismo son antagónicos. Dos libros recientes explican esta nueva fase de entendimiento y de contrarrevolución en el mundo musulmán mediante una perfecta simbiosis entre estos dos idearios que aceptan las desigualdades sociales e invitan a los pobres […]

Llevamos tanto tiempo asistiendo al espantajo islamista como enemigo de occidente que nos está pareciendo que islam y capitalismo son antagónicos. Dos libros recientes explican esta nueva fase de entendimiento y de contrarrevolución en el mundo musulmán mediante una perfecta simbiosis entre estos dos idearios que aceptan las desigualdades sociales e invitan a los pobres a la resignación. El primero de ellos es de Samir Amin, ¿Primavera árabe? El mundo árabe en la larga duración (El Viejo Topo). Según el autor, los movimientos islámicos que se presentan como moderados, al estilo de los Hermanos Musulmanes, son los mejores aliados de Estados Unidos al comprobar que algunos de sus regímenes han resultado insostenibles (Túnez, Egipto). «Washington no hace más que sustituir las gastadas autocracias del superado populismo por autocracias oscurantistas supuestamente ‘islámicas'». Por su parte, Europa se incorpora al intervencionismo militar en nombre de una falsa defensa de la democracia que asume un ‘islam moderado’ en el poder que no es otra cosa que un islam ‘dócil’ que «se inscribe en la sumisión a las exigencias de la gestión capitalista liberal mundializada de la vida económica».

Así, en el mundo árabe e islámico se crea una asociación de «alienaciones complementarias, mercantil y religiosa, que se expresa en la doble adhesión a la sumisión al ‘mercado’ y al proyecto de Estado teocrático». La lectura que Samir Amin hace del desarrollo de las primaveras árabes no puede ser más inquietante: «las fórmulas del capital de los monopolios mundializados se articulan para el Sur en torno a algunas variantes que difieren poco entre sí: la dictadura policial sin proyecto (el modelo dominante de los últimos cuarenta años) o la dictadura de teocracias conservadoras (el proyecto de Washington para nuestros días), en el mejor de los casos moduladas por impotentes apariencias de democracia electoral». No olvidemos que la más miserable y explotadora de las economías neoliberales es perfectamente compatible con la sharia y el islam. Si lo ha sido durante siglos con el catolicismo en occidente, ¿por qué no puede servir para otros cuantos siglos futuros en los países musulmanes?

El otro libro es de la iraní Nazanín Armanian y Martha Zein, «Irán: La revolución constante» (Flor del viento). En él desvelan un capítulo de la historia iraní que vale la pena recordar: que la revolución que encumbró a los islamistas al poder no fue mayoritariamente religiosa. En aquellas fechas, junto a los clérigos, la calle fue tomada por obreros, estudiantes, intelectuales y miles de iraníes de izquierda, muchos de ellos comunistas que sufrían la persecución y la tortura, con el objetivo de derrocar al Sha. Sin embargo fueron los religiosos, escudados en sus mezquitas, quienes resultaban más invulnerables a la represión del régimen y quienes terminaron tomando el poder con el liderazgo de un Jomeini que se encontraba cómodamente instalado -y protegido- en París: «Desde su sillón europeo, Jomeini supo sacar provecho de su aureola de exiliado y perseguido, además de mostrarse como un venerable y bondadoso anciano, una suma que le ayudaría a presentarse como líder indiscutible de una revolución que otros hacían en Irán». El problema es que también la izquierda iraní creía que podría influir sobre el «bondadoso anciano» y recuperar las libertades y la justicia social para el país. No imaginaban que «aquella revolución no recorrería el camino esperado sino que desembocaría en una inaudita teocracia gestionada por el clérigo y los militares». La izquierda iraní olvidaba que «el odio hacia ‘el comunismo que es el ateísmo’ había sido el lazo de unión entre las fuerzas religiosas y las potencias colonialistas e imperialistas (igual que el nacional-catolicismo de Franco) o que en el Islam un obrero y un banquero, cuya propiedad es sagrada, puedan rezar al mismo Dios sin problema».

Las autoras aplican esa lección a lo que está sucediendo hoy en Oriente Medio. «Quizás aquellos hechos iluminen hoy la postura de los Hermanos Musulmanes durante las revueltas egipcias: desde su ausencia los primeros días a su posterior presencia discreta, el hecho de que afirmaran que ni siquiera iban a participar en las próximas elecciones para luego monopolizar la escena política y al final, tras la caída de Mubarak, proponer un Estado islámico». Cuando los Estados Unidos ven que el Sha cae y que los militares no pueden ser la opción alternativa terminan apoyando a Jomeini. Era la política de fomento de las religiones para enfrentar al comunismo que tan buen resultado daría en Polonia, Arabia Saudí, Pakistán, Afganistán… Y ahora en Egipto, Libia, Irak… «En sus memorias, editadas en 1982, Jimmy Carter reveló que entre todos [Francia, Gran Bretaña, Alemania y EEUU reunidos en 1979 en la isla de Guadalupe] planearon respaldar discretamente a las fuerzas religiosas del país considerando que su ateísmo estaba relacionado con el anticomunismo y esto les convertiría en sus aliados naturales en la batalla contra la Unión Soviética». Como señalan las autoras, «los cronistas internacionales hablan de la primavera iraní. ¿A alguien le suena?»

Pascual Serrano es periodista. Su último libro es «Contra la neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa» . Editorial Península. Barcelona.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR