Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
El momento escogido por Israel para realizar su ataque aéreo sobre objetivos sirios aún por identificar coincide con muestras evidentes del fracaso del intento de «cambio de régimen» en Siria, mediante una intervención militar extranjera y la rebelión armada interna. Esto ha obligado a la oposición siria en el exilio a aceptar de mala gana entrar en «negociaciones» con el antiguo régimen, con el beneplácito de Estados Unidos, la UE y la Liga Árabe. Ello implica, según el artículo publicado el 2 de febrero en el Deutsche Welle que «casi dos años después del inicio de la rebelión, (el presidente sirio Bashar) Al-Assad sigue confortablemente sentado en su sillón presidencial».
No obstante, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu continúa afirmando que Israel se está preparando para los «cambios espectaculares» previstos en Siria, aunque altos funcionarios del ministerio de asuntos exteriores le acusaban de «infundir falsos temores sobre Siria» para justificar el que los rusos consideran un ataque «no- provocado» según informa el Times de Israel del 29 de enero. Otro funcionario declaró al diario israelí Maariv que el informe sobre armas químicas en Siria no traspasaba ninguna de las «líneas rojas» israelíes que pudieran justificar el ataque. El 16 de enero, el portavoz del Consejo de Seguridad de Israel, Tommy Vietor afirmó que no existe «ninguna prueba» de que Siria tenga previsto el uso de dichas armas. El pasado 8 de diciembre, el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon declaró que «no existían informes fidedignos» que confirmaran que Damasco estaba listo para su empleo. Tres días más tarde, el secretario de defensa estadounidense Leon Panetta afirmó que nada parecía indicar un planteamiento más agresivo en el uso de armas químicas por parte del gobierno sirio. El 31 de enero, el jefe de la OTAN, el danés Rasmussden, declaró: «No poseo ninguna novedad sobre las armas químicas (en Siria)». Los rusos, aliados sirios, han confirmado en repetidas ocasiones lo que el ministro de asuntos exteriores Sergei Lavrov afirmó el 2 de febrero: «Tenemos información fidedigna de que el gobierno sirio mantiene el control sobre las armas químicas y no piensa usarlas». Eso es lo mismo que Siria afirma una y otra vez y «no existe ninguna razón en particular por la que debamos creer a Israel y no a Siria», según el editorial de Saudi Gazette del 3 de febrero.
Lo más probable es que Israel esté intentando una escalada militar para involucrar a Estados Unidos en el conflicto sirio, venciendo su poca disposición a hacerlo, en un intento desesperado de adelantarse a la solución política, partiendo de la convicción de que la caída del régimen de Al-Assad servirá a los intereses estratégicos israelíes -según el antiguo director de la inteligencia militar israelí, el general de división en la reserva Amos Yaldin-. Otra posibilidad es que Israel pretenda conseguir un representante en cualquier mesa internacional de negociaciones que pudiera perjudicar la configuración de un futuro régimen en Siria.
Promover una escalada militar en Siria en un momento en que la solución militar pierde partidarios políticos no asegurará un asiento a Israel en ningún foro. Ése es el mensaje que el Jefe del Estado Mayor israelí, el teniente general Benny Gantz, debería haber escuchado durante su última visita de cinco días a Estados Unidos de boca de su anfitrión, el presidente de la junta de Estado Mayor, general Martin E. Dempsey. El director de la oficina de seguridad israelí, general en la reserva Ya’akov Amidror, que se encontraba en Moscú en ese mismo momento, seguramente oyó un consejo similar de sus anfitriones rusos.
La intervención militar israelí alimenta la hoguera siria precisamente cuando acaban de llamar a los bomberos, acudiendo a quienes se muestran partidarios del diálogo, la negociación y las soluciones políticas, a escala nacional, regional e internacional.
La agudización de la crisis humanitaria y el aumento de víctimas mortales en Siria obligan a tomar una de estas alternativas: la intervención militar extranjera o la solución política. Han pasado dos años desde que EE.UU., la UE, Turquía y Qatar adoptaran un «cambio de régimen» por la fuerza en Siria, al estilo del escenario libio, y la primera opción no ha llegado a materializarse.
Con el gobierno legítimo sirio llevando la delantera en el campo de batalla y la incapacidad de los rebeldes de «liberar» una sola ciudad, pueblo o área rural lo suficientemente grande como para crear una «zona de seguridad», o de aglutinar la oposición en el exilio bajo su liderato (iniciativa que fracasó en el encuentro de los «Amigos de Siria» el 28 de enero en París que tenía como objetivo nombrar un «gobierno en el exilio», probablemente por esta misma razón), la segunda opción, la solución política se convierte en la única salida para escapar del baño de sangre y de la crisis humanitaria galopante.
El ataque israelí lanza el mensaje de que la opción militar aún es factible. Los rebeldes que basan su estrategia general en una intervención militar extranjera han descubierto que la única ayuda conseguida fue la procedente de la red internacional de al-Qaeda y de la organización de los Hermanos Musulmanes. No es extraño que los frustrados rebeldes sirios estén perdiendo terreno, ímpetu y moral.
Una intervención israelí reanimaría su moral, no cabe duda, aunque fuera temporalmente, pues nada garantiza que consiguiera mejores resultados, visto el fracaso de los esfuerzos colectivos de los «Amigos de Siria», cuyo número se redujo de los más de doscientos que componían el grupo hace dos años a los alrededor de cincuenta de la última reunión parisina.
Una intervención así solo promete más de lo mismo: la prolongación del conflicto militar, el derramamiento de más sangre siria, la agudización de la crisis humanitaria, multiplicando la cifra de desplazados internos y de refugiados en el exterior, el retraso de una inevitable solución política y el aumento ineludible del número de ciudadanos sirios dispuestos a apoyar al régimen en el poder en la defensa de su país frente a los israelíes que ocupan sus Altos del Golán, lo que aislaría aún más a los rebeldes al impedirles cualquier apoyo que les pueda quedar para sus tácticas terroristas.
Pero con todo, lo más importante es que una intervención israelí de ese estilo amenazaría con provocar un estallido regional si la comunidad internacional no lo impedía o si cumplía con su objetivo y provocaba un contraataque similar por parte siria. Tanto sirios como israelíes declararon con posterioridad al ataque israelí que las «reglas de juego» bilaterales ya habían cambiado.
Los «Amigos de Siria» han manifestado que están haciendo todo lo posible para instalar una «zona de seguridad» («buffer zone») dentro de Siria; intentaron crearla a través de Turquía en el norte, a través de Jordania en el sur, a través del Líbano en el oeste y en las fronteras con Irak en el este, pero no consiguieron materializarlas. Con el mismo objetivo hicieron una propuesta de resolución al Consejo de Seguridad de la ONU, pero sus esfuerzos fueron abortados en tres ocasiones por el veto chino-ruso. También lo han intentado, hasta ahora sin éxito, fuera del marco de la ONU, armando a la rebelión interna, encabezada por el Frente Al-Nusra, relacionado con Al-Qaeda, a cuenta de Qatar y Arabia Saudí y dándola el apoyo logístico de Turquía y los servicios secretos norteamericanos, británicos, franceses y alemanes. Estos rebeldes se concentran en las áreas periféricas limítrofes con Turquía, Irak, Jordania y Líbano, tras el fracaso de su intento por hacer que la ciudad portuaria de Latakia, en el oeste de Siria, jugase el papel que jugó Benghasi en el «cambio de régimen» libio.
Ahora, Israel ha intervenido públicamente en el conflicto por primera vez, para intentar crear una «zona de seguridad» por su cuenta con el objetivo de conseguir lo que los «amigos de Siria» no consiguieron.
El 3 de febrero, el Sunday Times británico publicó que Israel está considerando la creación de una zona de seguridad que penetre hasta 10 millas en Siria, inspirada en una similar creada en el sur del Líbano en 1985 y de la que fue obligado a retirarse incondicionalmente por la resistencia libanesa, dirigida por Hezbullah y apoyada por Siria y Libano en 2000. El principal diario israelí Maariv («la tarde» en hebreo) confirmó al día siguiente la información del Times, añadiendo que la zona sería creada en cooperación con las aldeas árabes del lado sirio de la zona de seguridad vigilada por la ONU, situada a ambos lados de la línea del armisticio tras la guerra sirio-israelí de 1973.
De hecho, Israel ha estado preparando sobre el terreno el camino para la creación de una zona de seguridad. Anteriormente, en otra operación mucho menos publicitada, Israel permitió que la zona de seguridad entre Siria e Israel vigilada por la ONU, los Altos del Golán sirios, fueran tomados por los rebeldes «islamistas» sirios. La agencia European Jewish Press informó el 1 de enero de 2013 que el primer ministro israelí Netanyahu escuchó, durante una visita a los Altos del Golán ocupados por Israel, que los rebeldes «han tomando posiciones a lo largo de la frontera con Israel, con la excepción del enclave de Quneitra». Anteriormente, el 14 de noviembre del año pasado, la agencia AP citó al ministro israelí de defensa, Ehud Barak, para confirmar que «los rebeldes sirios controlan casi todas las aldeas cercanas a la frontera con los Altos del Golán ocupados por Israel». El 13 de diciembre, el Jerusalem Post publicó que una «fuente militar de alta graduación» afirmaba que «el control del área por parte de los rebeldes no precisa cambios por nuestra parte».
El número de observadores de la ONU que vigila la zona está en torno al millar. Un «oficial israelí» informó a un reportero de McClatchy el pasado 14 de noviembre que «los rebeldes de la zona no llegan a los mil combatientes». Canadá retiró a su contingente de observadores en septiembre pasado; Japón siguió sus pasos en enero. Un mes antes, el embajador francés ante la ONU, Gererd Araud, advirtió de que las fuerzas de paz de la ONU en el Golán pueden «colapsar», según el Times de Israel, que citaba fuentes del diario árabe con sede en Londres Al-Hayat.
El acuerdo de suspensión de hostilidades de 1974 prohíbe al gobierno sirio realizar actividades militares en la zona de seguridad; de hacerlo, se expone a un enfrentamiento militar con Israel y, según Moshe Maoz, profesor emérito en la universidad hebrea de Jerusalén, «el ejército sirio no tiene ningún interés en provocar a Israel», porque «Siria ya tiene bastantes problemas».
Sin embargo, nadie puede predecir cuánto tiempo podrá tolerar Siria que la zona de seguridad desmilitarizada vigilada por la ONU se convierta, con la pasividad de Israel, en un enclave terrorista y en un corredor de abastecimiento que conecte a los rebeldes del Líbano con sus «hermanos» del sur de Siria.
Israel no se opuso militarmente a la presencia de rebeldes relacionados con Al-Qaeda en su lado de la zona supuestamente desmilitarizada, no presentó quejas ante la ONU ni solicitó que reforzara sus monitores en la zona.
Irónicamente, Israel cita la presencia de los mismos rebeldes en los límites de los Altos del Golán bajo su ocupación ¡como pretexto para justificar «la creación de una zona de seguridad» en el interior de Siria!
Nicola Nasser es un veterano periodista árabe residente en Bir Zeit, en la Cisjordania ocupada.
Fuente original: http://www.counterpunch.org/2013/02/06/how-israel-is-fueling-the-syrian-fire/