Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Israel se corona como el campeón mundial del victimismo y sin embargo fabrica métodos de opresión y despojo.
Qué natural suena en boca de los voceros israelíes la afirmación de que las marchas del Día de la Nakba que partieron de Siria y Líbano eran producto de la incitación y las conjeturas provenientes del extranjero. El Estado, que basa su existencia en 2.000 años de anhelo de y pertenencia a este país, muestra desprecio por una manifestación palpable de pertenencia y añoranza del mismo país de las personas a las que expulsamos hace 63 años y sus descendientes.
El Día del Recuerdo del Holocausto y la jornada de conmemoración de la Nakba quedaron detrás de nosotros. Así que ha llegado el momento de escribir sobre los dos. «Holocausto» y «Nakba» son definiciones equivocadas, porque no distinguen entre los desastres naturales y las catástrofes provocadas por el hombre. Pero estas definiciones ganaron adeptos. Lo mismo ocurrió con las actitudes negativas, tales como la negación de los acontecimientos históricos y sus implicaciones políticas. Por ejemplo, que los sobrevivientes judíos se convirtieron en refugiados en su propia tierra de nacimiento, o que los palestinos en la diáspora y los que permanecieron en el país comparten un estrecho vínculo.
Otro ejemplo sería la negativa a reconocer el sufrimiento padecido por los demás. Aquí se diría que «los árabes empezaron la guerra», y allí que «los judíos causaron la Nakba», la expulsión del pueblo palestino de su patria, aunque los palestinos no tienen ninguna responsabilidad por el Holocausto, el genocidio de los pueblo judío.
En un sentido personal y privado, el Holocausto no se convirtió en «un hecho del pasado» para los que sobrevivieron a él, sino que continúa hasta que mueren. Algo de este dolor continuo dicta -en mayor o menor medida- nuestras propias vidas, como los descendientes de los supervivientes.
Por el contrario, en relación con el colectivo judío que nació después de 1945, el Holocausto tiene un principio y un fin. La victoria de los aliados antes de que Alemania tuviera tiempo de acabar con otras comunidades judías, el establecimiento del Estado de Israel y el reconocimiento de Alemania de la industria de la muerte que produjo son todos eventos que marcaron el final de este capítulo de la historia.
Lo mismo ocurre con los palestinos, de forma individual, que perdieron a un ser querido asesinado por los judíos o que murió en alguna batalla o el doloroso desarraigo de sus hogares, nunca se convirtió en memoria pura. Pero 1948 es sólo un primer capítulo de una serie que no ha terminado todavía. Israel proporcionó amplias oportunidades para compartir con aquellos que no han tenido la oportunidad de experimentar el duelo y la expulsión.
¿Cuánta habilidad desplegó Israel con su errónea conducta con los refugiados en Gaza? ¿Cuántas veces en la semana los «presentes ausentes», los refugiados que viven dentro de las fronteras del Estado, pasan por tierras que fueron entregadas a judíos gracias a las malas artes de los legisladores? ¿Cuáles son las estadísticas de la pobreza crónica y la discriminación estructural que enfrenta el «sector árabe» de Israel, los palestinos de Jerusalén? ¿Acaso no es una Nakba instrumentada por otros medios?
¿Y cuál es la similitud repugnante entre la presión que se ejerce sobre los beduinos del Negev, alejados hoy de sus tierras, y la mudanza forzosa de los refugiados de 1948, de ese mismo pueblo, en el valle del Jordán? ¿Cómo es que después de 1967 decenas de miles de personas perdieron su derecho a vivir en la Ribera Occidental (incluida Jerusalén) y en la Franja de Gaza? Israel no superó su instinto de expulsión, y hoy en día se centra en los ciudadanos palestinos de Israel.
Cada judío en el mundo, ya sea un ciudadano de los EE.UU. o de Marruecos, tiene derechos en este país, desde el río hasta el mar, derechos que se niegan a los que viven en él hoy, y a los que nacieron en él y envejecieron como refugiados en el Líbano o Siria. ¿Y el proceso de Oslo? Israel, lo proyectó como una estrategia para imponer la solución de las reservas.
Israel capitaliza los seis millones de muertos para justificar las políticas de destrucción y de expulsión no sólo en el pasado, también en el presente y en el futuro. Como el Estado que presume de ser el heredero de los mártires del Holocausto, Israel se corona como el campeón mundial, global e histórico del victimismo. Sin embargo, los métodos de fabricación de la opresión y el despojo en lo individual y en lo colectivo, lo convierten en perpetuador de la Nakba, que ya lleva 63 años de proceso.
Fuente: http://www.haaretz.com/print-