El regreso al poder de Netanyahu y el auge de los partidos supremacistas judíos y racistas cuestionan el futuro de Israel. ¿Y si esta fuerza política fuera solo la continuación lógica del sionismo, como ideología nacionalista y colonial?
Con catorce diputados y grandes posibilidades de entrar en el gobierno, la alianza de extrema derecha sionismo religioso monopoliza, con razón, la atención mediática.
Si algunos presentan esta fuerza política como la emanación de un extremismo similar al de otras sociedades occidentales, su ascenso en realidad forma parte de la propia historia de Israel y de la evolución de su sociedad.
Esquemáticamente, y superando los múltiples debates que han animado este proyecto nacionalista, el sionismo se articula alrededor de tres postulados: la existencia de un pueblo judío; la voluntad de dar a esta nación judía un Estado, constatando la imposibilidad de suprimir el antisemitismo de las sociedades en las que residen las y los judíos; el derecho exclusivo de esta nación a construir un hogar en la tierra de Palestina. Este último punto basa el carácter colonial del proyecto sionista.
Cuando se creó el Estado de Israel en 1948, expulsando para ello a tres cuartas partes de la población autóctona palestina, dotándose de instituciones estables y viables, el movimiento sionista pudo creer en la realización de una utopía formulada 51 años antes.
Las guerras de 1967 y 1973 enraizaron aún más a Israel en el Próximo Oriente, demostrando su superioridad sobre sus “amenazadores” vecinos.
Una sociedad que se disloca, una ideología que se desmorona
¿Qué podía significar “ser sionista”“ después de estos mortíferos conflictos? Si la pregunta puede parecer abstracta, en realidad ha sacudido profundamente la sociedad judía israelí.
Por un lado, la década de 1970 estuvo marcada por el auge de grupos, organizaciones, movimientos intelectuales dispuestos a cuestionar los fundamentos de esta sociedad.
Estudiantes que cuestionaban el significado del servicio militar a medida que la amenaza extranjera parecía cada vez más ridícula para la juventud judía oriental decidida a denunciar el racismo del que sus progenitores y luego ella eran víctimas por parte de los judíos askenazíes, toda la identidad nacional del ciudadano-soldado judío israelí se desmoronaba.
Por otra parte, la conquista en 1967 del resto de la Palestina histórica, a saber, la Franja de Gaza y Cisjordania, había allanado el camino para discursos pacíficos, incluso decoloniales, de intelectuales o militantes de la izquierda judía no sionista.
Para ellos, después de la negativa de Israel a permitir una solución viable a la cuestión de los refugiados palestinos, estas nuevas tomas de territorio constituían nuevos puntos de fractura con las poblaciones de la región, impidiendo la emergencia de una paz real.
A esto se añadieron al menos dos traumatismos. El primero surgió con las masacres de Sabra y Chatila, en 1982. Por primera vez, las y los israelíes descubrieron que su ejército era capaz de actuar como agresor sin ningún argumento de legítima defensa admisible.
El segundo trauma, de la memoria, se produce con las publicaciones de los “nuevos historiadores” israelíes que deconstruyen, uno a uno, todos los mitos sobre los que se construyó Israel, comenzando por la guerra de 1948.
Esta sociedad debilitada tuvo luego que enfrentarse a un acontecimiento inesperado. Cuando el establishment israelí minimizaba la cuestión palestina, pensando que se podría encontrar una salida mediante acuerdos con los Estados árabes de la región, estalló la Primera Intifada.
En el corazón mismo de los territorios bajo el control del ejército israelí, la sociedad civil palestina iniciaba un inmenso movimiento de revuelta.
Sionista, post-sionista, neo-sionista
Los cuestionamientos dentro de la sociedad judía israelí han dado lugar, grosso modo, a tres posturas.
La primera, procedente de la izquierda alternativa y no sionista, abogaba por una superación del sionismo. Al no estar ya Israel amenazado en sus cimientos, era hora, según estas y estos militantes, de hacer un aggiornamento para hacer emerger una sociedad verdaderamente democrática, igualitaria y orientada a una pacificación de las relaciones con sus vecinos.
El “post-sionismo” tenía importantes intelectuales pero muy pocos vínculos en la sociedad civil, excepto en las esferas estudiantiles y militantes.
La segunda postura emanaba de la izquierda sionista tradicional. Incapaces de mirar fríamente el carácter colonial de la ideología que defendían, estos militantes se empeñaron en creer en una solución simple: los fundamentos de Israel no tienen que ser cuestionados, hay que separarse de los palestinos y llegar a un acuerdo sobre los territorios conquistados en 1967.
Este postulado ha dado forma a la mayor parte del campo de paz israelí hasta convencer a los dirigentes de iniciar negociaciones con los representantes palestinos.
En los hechos, la incapacidad de plantear la cuestión colonial en el centro de las discusiones, en beneficio de encuentros entre dos pueblos supuestamente en situación de igualdad, no podía sino dar lugar al fracaso que representó el proceso de Oslo.
La tercera postura forma parte del legado de los sionistas revisionistas que, dentro del movimiento sionista pre-Israel, constituía una ala derecha belicosa y sin compromiso con la población autóctona.
Durante la década de 1970, la derecha sionista había llegado a un acuerdo con las organizaciones religiosas y los partidos políticos judíos orientales contra la izquierda sionista, acusada de ser laica, racista hacia otras comunidades judías y, sobre todo, pervertida por los movimientos alternativos dispuestos a dialogar con los árabes.
Este cóctel nacionalista-religioso constituye el corazón del “neo-sionismo”, como lo llama el sociólogo israelí Uri Ram.
Para las y los defensores de este postulado, el sionismo no está de ninguna manera superado, al contrario, queda por construir: Israel solo puede ser un país exclusivamente judío. Con la Biblia como catastro, consideran que la soberanía judía debe ejercerse sobre el conjunto de los territorios de la Palestina histórica. Finalmente, como Estado judío, la religión y sus representantes no pueden, según ellos, ser excluidos de la esfera política.
El peligro demográfico
Si bien la década de 1990 está dominada en general por la izquierda sionista y su promesa de una solución pacífica a través de acuerdos con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Yasser Arafat, la Segunda Intifada remueve la situación en el seno de la sociedad judía israelí.
Por un lado, Ariel Sharon, que ganó las elecciones de 2001, logra convencer a una parte considerable de la opinión pública de que la perennidad de Israel no es algo que este conseguido ya. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, proclamó que “Arafat es nuestro Bin Laden”.
Ya no se trata de cuestionar el servicio militar o la corrección de la política colonial de Israel: la supuesta lucha “contra el terrorismo” hace que las demandas del pueblo palestino sean inaceptables, mientras que la presencia de israelíes en la Cisjordania ocupada se arraiga y se normaliza.
Problema: cuando cualquier estado palestino se convierte en una perspectiva inalcanzable, Israel se enfrenta a un dilema.
O el país quiere ser una democracia ejemplar y se abre a la integración de millones de palestinos como ciudadanos. O el sionismo prima, y para seguir siendo un estado judío, Israel enraiza su régimen de apartheid y de jerarquías de derechos y privilegios.
Si la izquierda sionista se mantiene en la indefinición sobre una supuesta posible separación, las y los neo-sionistas hicieron su elección hace ya mucho tiempo. El conjunto de leyes liberticidas aprobadas durante los trece años en el poder de Netanyahu, hasta la ley Estado-nación del pueblo judío que permite garantizar que, independientemente de la evolución demográfica, el derecho a la autodeterminación solo pertenece a la población judía, forma parte de este enfoque.
Ben-Gvir y Smotrich, paroxismos del colonialismo israelí
Entonces, ¿qué representan los fanáticos líderes del sionismo religioso, Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich? Ciertamente, forman parte del legado del movimiento extremista kahanista, inspirado en el rabino Meir Kahane, cuyo partido fue prohibido en Israel en 1985 y las organizaciones que se reclamaban de él disueltas en 1994.
Muchos análisis y comentarios se centran en su homofobia y racismo. Pero, ¿se diferencian mucho sus discursos sobre las y los palestinos de los de la derecha sionista tradicional?
En realidad, no son sino una representación desenfrenada de ideas que pueden ser oídas, bajo una forma más educada y con unas pocas menos referencias religiosas, dentro del Likud o de parte de las organizaciones consideradas centristas.
Además, ambos ponen a la izquierda y al centro sionista, que disfrutan cómodamente de los privilegios que sus predecesores han moldeado y construido, frente a esta cruel realidad: Ben-Gvir y Smotrich, como los colonos fanáticos que representan, son la culminación de decisiones políticas y traiciones cuyos responsables son los líderes del centro y la izquierda.
La ocupación que echa raíces cada vez más profundas, la colonización que se normaliza, el asesinato de palestinos (158 víctimas desde el 1 de enero), la impunidad de los ataques de colonos (224 desde principios de año), la destrucción de casas, las expulsiones, el apartheid: todo esto se estableció y legitimó sin ningún kahanista o sionista religioso en el gobierno.
El asesinato de Yitzhak Rabin, el 4 de noviembre de 1995, fue un electrochoque para la izquierda sionista, pero ésta solo sacó como única lección que Israel tenía sus extremistas como la sociedad palestina tenía a los suyos. ¿La llegada al poder de líderes de la misma ideología que causó la muerte de la figura histórica del Partido Laborista hará que despierte?
Una sociedad basada en privilegios étnicos y en la que la sumisión y opresión del pueblo colonizado se ha convertido en una norma que cada nuevo gobierno hereda, debe considerar a Ben-Gvir y Smotrich como lo que son: la emanación natural de la ideología sionista, no de cuerpos ajenos.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur