El juicio de Nuremberg se considera un punto de inflexión en los horrores de la guerra. Lo visto en los campos de concentración nazis abre los ojos a la comunidad internacional para juzgar crímenes de lesa humanidad. La ofensa no se cometió contra una etnia, un grupo social, una clase, un grupo político, un pueblo. […]
Muchos, aceptamos la historia oficial del Holocausto. Por consiguiente, reducimos el problema a Hitler, a su proyecto y a un espacio , el alemán y a su ideología: el antisemitismo. Dos Hitler no podrán sucederse en el tiempo. Además, el sentimiento de culpa empapó las almas de Occidente. Hay que redimir a los judíos, sus víctimas. Hananh Arendt, dirá que el antisemitismo despertó la bestia, el peor totalitarismo en la faz de la tierra, el nazi. Había que restituir el equilibrio ante el sufrimiento. El Estado de Israel se crea para dar satisfacción a los tiempos difíciles del Holocausto y ocultar la mala conciencia de Occidente. ¿Quizás su Aantisemitismo?.
¿Fue el antisemitismo la causa del problema? ¿Un hecho alemán?. Zygmunt Bauman en uno de los libros mas destacados del siglo XX, Modernidad y Holocausto, perseguido por el lobby judío internacional, premio europeo Amalfi de Sociología en 1989, y solo publicado en castellano por Sequitur apunta el peligro de esta concepción: «El ejercicio de centrarse en la alemanidad del crimen considerándola como un aspecto en el que reside la explicación de lo sucedido es al mismo tiempo un ejercicio que exonera a todos los demás y especialmente todo lo demás. Suponer que los autores del Holocausto fueron una herida o una enfermedad de nuestra civilización y no uno de sus productos, genuino aunque terrorífico, trae consigo no sólo un consuelo moral de la autoexculpación sino también la amenaza del desarme moral y político. Todo sucedió «allí», en otro tiempo, en otro país. Cuanto mas culpable sean «ellos», más a salvo estará el resto de «nosotros» y menos tendremos que defender esa seguridad. Y si la atribución de culpa se considera equivalente a la localización de las causas, ya no cabe poner en duda la inocencia y rectitud del sistema social del que nos sentimos tan orgullosos. El efecto final consiste, paradójicamente en quitar el aguijón del recuerdo del Holocausto.» Este párrafo condensa la realidad. El Holocausto no es una irracionalidad, ni producto del antisemitismo. El Reich nunca creyó en dicha práctica. Por el contrario, resulto contraproducente. Todos los estudios lo dicen. La razón para perseguir a los judíos era otra: Hitler creía que los judíos, al no tener Estado territorial, no podían participar de la lucha universal en su forma habitual, es decir en una guerra por conquistar tierras y por lo tanto tenían que utilizar métodos indecentes y turbios. Esto los convertía en un enemigo formidable y siniestro.
Hoy, el Estado de Israel, practica la solución final en tanto es parte de la modernidad. Resultado del encuentro, dirá Bauman de factores corrientes y vulgares… posibles por la emancipación del Estado político – de su monopolio de la violencia y de sus audaces ambiciones de ingeniería social- del control social, como consecuencia del progresivo desmantelamiento de las fuentes de poder y de las instituciones no políticas de la auto-regulación social.
El Holocausto es el crimen del Estado de Israel contra el Líbano y Palestina. Bombas de racimo, armas químicas y sobre todo la emergencia del sionismo, fundado en el falso antisemitismo, como escusa para justificar la muerte de cientos de civiles en Beirut y la solución final. El exterminio. La lógica de occidente obliga hoy más que nunca a revisar de qué forma se construyó la explicación del Holocausto. De lo contrario las matanzas en nombre de la civilización judío -cristiana seguirán produciendose y exculpando a Estados criminales como Israel, ante la pasividad y complicidad de sus aliados. Los bombardeos contra en Líbano y los territorios de Palestina son crímenes contra la humanidad. Deben ser juzgados. Nuremberg abrió el camino. El Holocausto se repite.