Recomiendo:
0

Israel, por lana y trasquilado

Fuentes: Insurgente

Sólo un tonto de capirote o un mal intencionado osarían negar que, bajo el manto auspicioso y falaz del «derecho a defenderse», yanquis y sionistas están ejecutando la concertada política colonial del excluyente Gran Oriente Medio. Y que, por ende, las simultáneas arremetidas contra el Líbano y la Franja de Gaza no responden a secuestro […]

Sólo un tonto de capirote o un mal intencionado osarían negar que, bajo el manto auspicioso y falaz del «derecho a defenderse», yanquis y sionistas están ejecutando la concertada política colonial del excluyente Gran Oriente Medio. Y que, por ende, las simultáneas arremetidas contra el Líbano y la Franja de Gaza no responden a secuestro alguno de efectivos israelíes. Los secuestros son, si acaso, detonantes, pretextos venidos de perillas para el viejo proyecto de dominación.

A todas luces, la cuestión se planteó primero en Palestina. La aprehensión por comandos de Hamas del cabo Gilad Shalit sirvió para tratar de encubrir el también vetusto sueño del Gran Israel, para el cual el Gobierno hebreo ha ensayado los más disímiles métodos, desde el levantamiento táctico de unos 21 asentamientos ilegales de judíos en la paupérrima Gaza, con el consiguiente ensanchamiento de la colonización de ese cariz en la ubérrima Cisjordania, hasta la continuación del muro que, en esta última área, haría imposible la concreción de un Estado palestino con continuidad geográfica.

Los sionistas debieron recurrir al pretexto de salvar al cabo Gilad como modo de evitarse, siquiera en parte, el sambenito de bárbaros. Y les era menester a sus intereses la campaña militar porque había fracasado el intento de eliminar la rebelión y en vista de que no había surtido el efecto esperado la operación de matar por hambre a un pueblo bloqueado, al que se le prohibió todo tipo de ayuda exterior, ni había prosperado la incitación al exacerbamiento de las diferencias entre Hamas -en el Gobierno gracias al triunfo en unas elecciones reconocidamente democráticas- y la laica y desplazada Al Fatah, exacerbamiento que, de parar en guerra civil, habría hecho las delicias de los halcones.

Si están atacando sin brida alguna a Gaza, donde la limpieza étnica campea por sus respetos mientras la comunidad internacional mira hacia la hecatombe del Líbano, es porque Hamas y otros integrantes del frente de liberación nacional constituyen un grave escollo en la reestructuración norteamericano-hebrea de la zona, desbordada de petróleo, reestructuración que, insistimos, pasa por la concreción del Gran Israel. Y si se vuelcan sobre el Líbano es, asimismo, porque Hizbulá sigue erigiéndose en uno de los mayores obstáculos para la estrategia de expansión, obstáculo que en una ocasión hizo tambalear la fama de invencible lograda a costa de sus vecinos árabes por el ejército de Tel Aviv, aquel mismo que salió del sur del Líbano en una estampida recordada por muchos.

Pero, como preconiza la sabiduría popular, hay quien va por lana y sale trasquilado. Conforme a analistas como Augusto Zamora, si entre los objetivos de esta doble campaña ígnea Israel incluía el debilitamiento de Irán, reputado sostenedor logístico de Hizbulá, milicia calificada por muchos de proiraní, «Irán es, hoy más que nunca, el país más influyente y estratégico de Oriente Próximo. Tiene en sus manos la capacidad de ayudar a resolver, o bien de terminar de desestabilizar, los conflictos existentes en Afganistán, Iraq, y ahora, Líbano, gracias paradójicamente a EE.UU. e Israel».

Y claro que el asunto no termina ahí. Si el asesinato del ex primer ministro Rafiq Hariri obligó a la acusada, estigmatizada Siria a abandonar su posición en el Líbano, donde disponía de tropas desplegadas desde los años 70, cuando fue requerida por el Gobierno local como garante de la estabilidad nacional, sucede que, de nuevo, Beirut podría precisar de Damasco para impedir que el país se suma en otra incontrolada contienda civil. Y Hizbulá se ha erigido en la más prestigiosa, admirada organización antiisraelí y antiestadounidense del orbe árabe, y del musulmán.

Habida cuenta esto y el hecho innegable de que una de las más descomunales maquinarias bélicas del mundo no ha logrado borrar esa fuerza letal y resbaladiza que es la mencionada guerrilla, poseedora de «apoyo popular, amplia retaguardia y respaldo económico y militar», ¿por qué Tel Aviv se empecina en la consecución de objetivo tan incierto?, nos preguntamos. Y hemos de respondernos, con Zamora, que Israel puede haber llegado a la salomónica conclusión de que «cuanto peor, mejor». Es decir: tanto más EE.UU y Europa clamarán por un Israel gendarme de sus más caros intereses, un policía regional del imperialismo, escudado en el eufemístico término de «Occidente».

La crisis actual, como modo de coartar las presiones externas para obligarles a devolver los territorios ocupados y aceptar el Estado palestino, se dirán los halcones israelíes. Halcones que, una vez más, estarían subestimando a las «hordas árabes y persas», sin distinguir en la negrura de la sinrazón el filo creciente de las tijeras que podrían esquilmarlos a ellos. Si las «ovejas» se rebelan. Y lo están haciendo.